lunes, 31 de agosto de 2009

40. UNA HISTORIA INCREIBLE

PRÓLOGO. LA VERDAD TRAS UNA HISTORIA.

Antes jamás me había planteado el origen de cuentos, ideas, chistes y similares.
Tal vez lo conozcan, el chiste, quiero decir. Por si no es así se lo contaré:
Los bomberos se encuentran extinguiendo un terrorífico incendio cuando de repente surge entre las llamas un buceador con su traje de neopreno, gafas... el equipo completo.
Los bomberos se quedan absolutamente alucinados y le ayudan a salir de aquel infierno. Un momento después y con más calma le preguntan al pobre hombre:
-Pero... ¿Cómo ha llegado usted en medio de este incendio, y vestido así? ¡El lugar con agua más cercano está lejísimos!.
El buzo responde tras un momento tomando aún bocanadas de aire fresco:
-¿Dónde... dónde está el maldito capullo del hidroavión? ¡¡Que lo matooo!!.
Bien. El chiste tiene su gracia, de hecho en la situación en la que nos encontrábamos, con varios amigos reunidos contando un chiste tras otro, todo el mundo estalló en carcajadas. Todos menos yo.
Imagino que en otras circunstancias esa habría sido igualmente mi reacción... Pero yo sé algo más acerca de esa historia, o aquella que la originó, al menos, y no deja de ser curioso cómo en ocasiones una simple historia se magnifica hasta hacer de ella un periplo épico o bien por el contrario termina siendo una triste caricatura de una terrible realidad…


UNA INMERSIÓN COMO OTRA CUALQUIERA.

Aunque era martes y no solíamos hacerlo, decidimos que esa noche se imponía una nocturna a la luz de aquella enorme luna de agosto. Nuria, mi pareja por aquel entonces, era una sinuosa sirena de preciosas curvas ceñidas por el neopreno. Con el equipo completo parecía bajo aquella luz, recortada contra el rielar de la Luna en el agua un ser extraño y sexy de otro planeta, con los tubos y otros adminículos alrededor de su esbelto cuerpo.
Alejé estos calenturientos pensamientos mientras terminaba de pertrecharme yo mismo y hacíamos a continuación las debidas comprobaciones en nuestros equipos antes de apoyarnos en el borde de la zodiac para dejarnos caer de espaldas.
El agua tenía una temperatura ideal y me alegré de haberme puesto el neopreno corto. A mi alrededor, los peces se movían al son de su eterna música desconocida.
Alumbré a mi derecha para localizar a Nuria que, como acostumbraba, había picado ya hacia el fondo. Me dispuse a seguirla cuando noté cómo todos los pelos de mi cuerpo se erizaban al unísono y una sensación casi de contacto físico me recorría las mejillas y la espalda. Al tiempo observé que casi todos los peces cercanos se habían quedado petrificados en el sitio, sus cabezas casi curvadas hacia arriba sobre su propio eje, algo que debía ser anatómicamente imposible para ellos en condiciones normales, pensé.
Ahí estaba sucediendo algo muy anormal.
Mi linterna comenzó a destellar a intervalos hasta que al fin se apagó, justo cuando una nueva y aún más inquietante sensación vino a añadirse al resto, y es que, de algún modo noté el paso de la ingravidez propia del agua a otra similar pero con menor resistencia a mi alrededor.
Flotaba en el aire, y parte del agua ascendía conmigo junto con algunos de los pobres peces.
Por un momento tuve una vista aérea fantástica de la zodiac allí abajo, y de toda la cala que nos rodeaba. Un instante después ya no ví absolutamente nada por partida doble.
En primer lugar no vi nada porque, aunque en aquel momento todavía no lo sabía, una trampilla se había cerrado bajo mi cuerpo, y acto seguido, cuando la extraña fuerza invisible que me había izado hasta aquél lugar cesó y logré girarme a duras penas una serie de potentes luces se encendieron dejándome ciego de nuevo.
El sonido de algunos peces retorciéndose y chapoteando en la escasa agua que había ascendido con nosotros me rodeaba, pero al momento se le unió otro bastante más inquietante.
Seguro que en alguna ocasión habéis pisado un chicle que, quedándose pegado a la suela del zapato, hace un ruido muy peculiar cuando se despega alternativamente del suelo.
Pues bien, imaginad que habéis pisado un chicle de dimensiones catastróficas y que no os importa en absoluto como suena. Al menos cinco propietarios de tan desagradables sonidos plantares se aproximaban a mi.
Cuando por fin logré abrir un ojo y enfocar lo que yo supuse que sería la zona donde debía estar el rostro de aquellos entes, descubrí que si bien aquello podía ser la caricatura de un caracol interpretada por un Jíbaro, lo más parecido a una cara se encontraba donde lo lógico sería que se hallasen los genitales.
Aquellos aliens-carapaquete me rodeaban y hacían lo que sólo puedo definir como “hablar” si bien aquello era más similar al sonido de unos dientes masticando otros dientes más blandos.
Me miraban y se miraban entre ellos alternativamente y poco a poco la “Conversación” fue subiendo de tono hasta que uno de ellos, cuya opinión debía tener mayor peso específico que la del resto, “dijo” algo y los cuerpos de los demás compinches se estremecieron instantáneamente, realizaron una suerte de flexión abdominal en acordeón y se acercaron más todavía a mi indefensa e inmóvil persona, alargando sus tentáculos mientras el líder se alejaba.

CARAPAQUETES.

Cuando en tu cabeza bullen mil ideas e impulsos pero tienes la total certeza de que no puedes mover ni el más mínimo músculo de tu cuerpo finalmente solo el terror y la impotencia, salpicados con una extraña dosis de curiosidad, se imponen.
La nave en la que me encontraba no era excesivamente grande, o al menos no lo era el lugar donde me hallaba, ya que mis captores entraban y salían de mi campo de visión a menudo y no parecía que se alejasen demasiado, aunque tras mis empañadas gafas todo resultaba fantasmagórico. Pululaban a mi alrededor en una danza bien coreografiada, lo cual me hizo pensar que no era ni mucho menos la primera vez que hacían aquello. Yo me hallaba recostado lateralmente y todavía respiraba por el regulador, puesto que aquello que me inmovilizaba casi desde el principio había impedido que hiciese hasta aquel momento poco más que pestañear.
Uno de los alienígenas vino con algo cónico en un tentáculo y lo acercó a mi cuerpo. El terror se impuso sobre la impotencia y la curiosidad, y por un momento estuve a punto de vaciar mi vejiga.
Con alivio momentáneo constaté que tan solo estaban retirándome el equipo. En un momento me vi privado de mi botella, mi jacket, el regulador e incluso el cinturón de plomos, uno de los cuales resbaló cayendo sobre el gomoso pié de uno de aquellos seres que exhaló una nota gutural, de fácil traducción a pesar de su lenguaje intergaláctico. Me reí por dentro ya que por fuera no podía.
Ahora me encontraba totalmente boca arriba y podía ver en la parte delantera lo que debía ser el puente de mando de la nave, donde uno de ellos se encontraba ajeno al ajetreo general que mi equipo de buceo estaba causando entre el resto.
Un alienígena apretó el botón de purga del regulador, lo cual les hizo salir a todos despavoridos por el amenazador sonido del aire a presión. Mientras volvían a acercarse, emitieron una serie de cloqueos en su lenguaje de dientes rotos que imaginé, sería el equivalente a nuestra risa nerviosa.
Uno de ellos aferró la botella con varios tentáculos y la mantuvo algo elevada sobre una superficie metálica. Tras él y de espaldas, otro se afanaba todavía en desprender tiras del jacket tocándolas con aquel artefacto cónico que ellos usaban como si de un cuchillo de alta tecnología se tratase.
Un instante después constaté que a pesar de nuestras notorias diferencias aquellos seres tenían dos cosas en común conmigo:
1-Eran unos despistados (al menos algunos de ellos).
2-No tenían ojos en la espalda (o si los tenían en este caso no les sirvieron de nada, lo que apoya más todavía el punto 1).
Tras desprender una de las últimas tiras de mi jacket, dejó caer la mano en la que llevaba el artefacto cónico despreocupadamente justo mientras el que se encontraba a su espalda movía ligeramente hacia atrás mi botella.
Lo que sucedió a continuación fue realmente rápido.
La botella, perforada por aquel extraño utensilio y todavía casi llena de aire comprimido salió disparada hacia el puente de mando donde golpeó al alienígena que allí se encontraba, lo cual hizo instantáneamente decidir a la nave que se había cansado de desafiar a la gravedad y sería divertido hacer un terrible picado mientras nos hacía girar como en una centrifugadora.
Mi cuerpo continuaba inerte y salí disparado como todo lo que se encontraba a mi alrededor. Uno de aquellos gomosos seres amortiguó mi choque contra una de las paredes (o quizá el techo) y parte de sus extrañas carnes por un momento se tensaron contra mis gafas de buceo. Constaté que tenían hirsutos pelillos, pero este fue un curioso pensamiento fugaz antes de que nuevos golpes contra diversas partes de la nave me advirtiesen lo peligroso de esta nueva situación.

IMPACTO.

Creo que en algún momento del descenso perdí la consciencia, o quizá no del todo.
Tengo brumosos recuerdos de tentáculos agarrándome mientras continuaba golpeándome con los carapaquetes y con todo lo demás. También recuerdo vagamente una alegría extraña al recuperar el control sobre mi ahora maltrecho cuerpo. Imaginé que el dispositivo que me mantenía aletargado se había estropeado en algún golpe.
Sin duda, de algún modo lograron dominar al menos en parte el descenso de la nave, ya que de habernos golpeado sin más contra el suelo habríamos resultado en una especie de tortilla de alienígenas y metal con algo de buzo humano en el fondo de un cráter considerable.
A pesar de todo el impacto fue estremecedor.
Cuando de nuevo estuve totalmente consciente, tenía un ligero sabor a sangre en la boca, contusiones por todo el cuerpo, un pinchazo terriblemente doloroso en el pecho y las gafas con el cristal roto aún colgando de mi cuello.
Miré a mi alrededor mientras me arrastraba entre fragmentos metálicos y restos gomosos seccionados de alienígena.
A la suave luz de la luna contemplé la nave partida en dos al aterrizar en aquel bosque y pude comprobar que a parte de mi a lo lejos, en uno de los extremos de los restos, uno de ellos todavía se movía.
Me he preguntado alguna vez a lo largo de estos años por qué me acerqué a él, uno de mis captores… si mi intención era socorrerlo, rematarlo, o simplemente verlo de cerca, pero en aquel momento sé que sencillamente me acerqué porque él, como yo, había sobrevivido a la colisión y era lo único no inerte en aquel lugar.
Aunque desconocía su fisiología estaba claro que le quedaba poca vida. Uno de sus tentáculos se movía a pesar de todo ágilmente sobre una superficie metálica de la nave. Con un último movimiento hizo aparecer una especie de cono holográfico que iba poco a poco haciéndose más pequeño. Miré al paquete a aquel ser agonizante y me devolvió una enigmática mueca y aquel cloqueo tan similar al que habían emitido tras apretar el botón de purga de mi regulador.
Un escalofrío recorrió mi espalda… Había visto las suficientes películas de ciencia ficción, que a pesar de ser ficción está basada en el sentido común, para saber lo que aquello debía significar.
Salí trastabillando como pude de la zona y corrí a la velocidad que mi magullado cuerpo me permitió. Después tropecé y rodé por una ladera hasta lo que era un pequeño barranco de aguas gélidas en el que caí de cuerpo entero.
La suerte quiso que sobre mi estallase justo en aquel momento, en lo que imaginé debió de ser una explosión de llamas digna de ver a distancia prudencial, el dispositivo que había activado con sus ultimas fuerzas aquel alien-carapaquete.
Permanecí durante un rato sin sacar la cabeza en aquella pequeña extensión de agua respirando con fuerza por el único elemento de mi equipo de buceo que aún me quedaba entero, el tubo de snorkel.
Cuando por fin reuní el valor para asomarme fuera descubrí que a mi alrededor se desataba el mayor infierno que uno pueda imaginar. Llamaradas de decenas de metros se recortaban contra la noche y consumían el bosque en una danza infernal. Fuera del agua moriría, así que me sumergí de nuevo.
Permanecí durante más de una hora respirando aire y humo por mi querido tubo mientras mis lágrimas saladas se mezclaban con el agua dulce cada vez más caliente del barranco.

DESPERTAR.

Imagino que debido a la violencia e intensidad del incendio, pronto a mi alrededor ya apenas quedaban llamas, ni nada que el fuego pudiera consumir, de manera que me permití asomarme y acercarme a la pedregosa orilla sin resultar chamuscado, cayendo allí exhausto sin peligro de ahogarme. Noté cómo me quedaba por segunda vez en aquel día sin sentido, y os aseguro que en aquel momento me importó menos que nada.
Fue de este modo como los bomberos me encontraron a la mañana siguiente.
Imaginad su sorpresa al hallar a un tipo con un neopreno medio destrozado, escarpines, unas gafas quebradas y un tubo de snorkel colgando de ellas a 1200 metros de altura, en un bosque de pinos y a más de 20 kilómetros del mar.
Cuando recuperé la consciencia me acribillaron a preguntas que en principio me resistí a responder alegando que estaba confuso y agotado. Mi aspecto magullado y una costilla rota creo que ayudaron a que me dejasen tranquilo.
Por una parte para mí estaba claro que lo que había vivido era dolorosamente real, pero mi sentido común me instaba a no contarlo, ya que me hacía a la idea de lo que cualquiera que no hubiera vivido la situación pensaría cuando le estuviera describiendo a los alien-carapaquete gomosos.
Por lo visto nada se encontró en la zona calcinada fuera de lo común.
Sin embargo en el lugar del cual partió el fuego había indicios de haberse alcanzado una temperatura extremadamente elevada.
Mi respuesta fue que no podía ayudarles con el misterio.
Recuerdo que Nuria llegó más tarde, tremendamente aliviada por saber de mí. Tras mi desaparición habían empezado a buscarme por la costa temiendo lo peor, y estaba tan contenta de que siguiera vivo que en los dos días siguientes, no sé si por dejarme descansar o por que le daba lo mismo, ni tan siquiera me preguntó qué era realmente lo que había sucedido.
Cuando le conté todo no me creyó. Confiaba mucho en Nuria y creo que el hecho de que ni siquiera ella me creyese motivó que jamás tratase de contarle de nuevo a nadie todo aquello.

EPÍLOGO. HISTORIAS OCULTAS.

El caso del buzo que apareció en medio de uno de los incendios más terribles de aquel verano fue una de esas noticias absurdas que tan solo sirven para rellenar minutos en los informativos y espacio en los periódicos durante la época estival.
Y ya entonces recuerdo que se establecieron las bases para el futuro chiste, pues pude ver desde mi cama del hospital en la televisión a uno de los bomberos que extinguieron el incendio añadiendo con gracejo andaluz al final de la entrevista acerca de la noticia:
-¡Imahinate, No zé!, ¡Lo mihmo rezulta que uno de loh hidroavioneh lo agarró mientrah buceaba y luego lo zoltó en tool incendio!, ¡Vetetuazabé! - Frase que acompañó con acertada mímica y risotada final.

Hoy de nuevo anochece y me preparo para disfrutar con una buena inmersión nocturna. La persona con la que hoy comparto mi vida no bucea pero comprende mi pasión. A ella nunca le he contado mi historia, la verdadera. Mejor así.
Ya casi estoy. Compruebo el equipo de mi compañero y me siento en el borde, de espaldas al mar. Escucho la zambullida a mi lado, me coloco las gafas y mientras lo hago palpo el tubo de snorkel, mi querido tubo de snorkel.
Por un momento miro al cielo mientras comienzo a respirar por el regulador.
Cuando entro en contacto con el agua me asalta de nuevo la idea que hace un rato, mientras bromeaba con los amigos y me contaban aquel chiste, anidó en mi cerebro.
Yo conozco la historia completa, en qué puntos ha sido exagerada y en cuales atenuada o directamente anulada… es realmente curioso constatar cuando uno tiene este conocimiento, hasta qué punto se deforman las historias y cómo, del total de cosas que suceden solo somos capaces, por una u otra razón, de vislumbrar únicamente y a duras penas la punta de un gigantesco iceberg de sucesos.
Es un pensamiento inquietante y extraño.
Comienzo a bajar mientras los peces a mi alrededor danzan mecidos como siempre por el son del mar… pero… ¿por qué demonios se quedan de repente petrificados?.
Un escalofrío recorre mi espalda.

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martes, 25 de agosto de 2009

39. BURBUJAS QUE DICEN ADIÓS.

Llega un momento en toda vida, que necesitas del mar, te sientas en la playa a sentir la soledad de la compañía humana, a sentirte arropado por ese murmullo del mar, por esas caricias de la brisa, por el abrazo de la arena, haciendo un hueco sobre ella para que sientas su calor, entonces estando en un estado cómodo, arropado por la naturaleza comienzas a pensar. Porque no poder estar ahí, en ese inmenso mundo azul, dentro de la tranquilidad, del silencio, de la paz, del color, de la ingravidez, como esos peces de colores, como esas plantas del fondo del mar, que tantos sustos nos dan al bañarnos desde la playa, porque nos ha tocado algo, ¡Uf, no era ninguna medusa, ni nada que me haga daño, solo una alga!.

Un mundo inmenso, amplio, lleno de vidas por descubrir, con su inmensa tranquilidad, porque no, porque no probar a vivir en él. Al rato te das cuenta que todos tus problemas, todas tus dudas, todas tus comeduras de cabeza han desaparecido, una vez más ese entorno tan acogedor te ayuda a ver la vida de otro modo, sencillo, tranquilo, momentáneo y definitivamente sientes que tienes que entrar en sus entrañas, que mañana mismo vas a ir a sumergirte en su interior.
Por la mañana después de haber tenido un sueño placido, aunque con nerviosismo por la curiosidad, me levanto y voy en busca de ese centro de buceo que me inspira confianza para sumergirme con ellos en ese mundo, que tanta tranquilidad y seguridad me atrae desde su entrada llena de arena.
Voy a ese centro que tantas veces les he visto al lado del puerto, que tantas caras de felicidad he visto salir y entrar por su puerta, para montarse en una barca e irse al horizonte, donde mi vista ya no alcanza, para sentir esa sensación que quiero descubrir. Entro y me encuentro con un instructor, su nombre Javi, amable, tranquilo, simpático seguro, con una confianza, que aun me entran más ganas de entrar al agua.
Javi me enseña todo el centro de buceo y me explica la forma que ellos funcionan, los cursos, las salidas, los precios, todo eso que me parece muy interesante pero ahora mismo solo quiero ir ya al agua. Me inscribo en el curso porque estoy segura de que me va a encantar el mundo en el que me sumerjo, me da los papeles para la revisión médica y comienza mi gran aventura.
Paso cuatro días formándome a todas horas, mañana, tarde y casi también a la noche, ya que sigo acudiendo a mis citas con la playa, para que siga acogiéndome en su calor y mientras estoy ahí sigo pensando en todo lo nuevo que estoy aprendiendo, en las ganas inmensas que tengo de entrar al agua y descubrir por fin esa tranquilidad. Esas horas de piscina me van quitando el gusanillo de respirar debajo del agua pero no es lo que yo esperaba, ya que solo veo azulejos azules, con juntas blancas, hago miles de ejercicios debajo del agua, voy cogiendo confianza con el equipo, con mi amigo el equipo, el cual me va a llevar el aire mientras disfruto de los fondos, el cual me va a mantener en superficie mientras estoy esperando a mi compañero o simplemente tan ilusionado de todo lo visto que antes de subir a la barca tengo que comentarlo todo, el cual me va a ayudar a tener una flotabilidad ideal para no ir rozando el fondo del mar y para no ser un globo que sale disparado hacia superficie, como si el mar me estuviese echando de su interior. Ese que en caso de que me encuentre mal va a hacer que flote para que mi compañero pueda arrastrarme, en definitiva ese equipo que va acoplado a mi espalda y que tengo que cuidarlo tanto como si fuera mi mejor amigo, ya que en los fondos estamos mi compañero con su mejor amigo y yo con mi mejor amigo, conocidos los cuatro.
Llega mi día, mi gran día, mi primera inmersión en el mar, no he podido ni dormir de los nervios, suena el despertador, desayuno con tiempo y tranquila no vaya a ser que me siente mal el desayuno y acabe mareada en la barca. Me visto, preparo mi bolsa, ¿que necesito?, lo de siempre, como un día más, el bañador, la toalla, las chancletas, el jabón para la ducha, tengo todo!! Los nervios me están anulando y necesito controlarlos. Voy caminando hasta el centro de buceo, voy por el paseo de la playa, por la que tantas noches a conseguido hacerme olvidar todo lo que hay dentro de mi cabeza y una vez más por el paseo, sintiendo cerca al mar, me voy relajando, voy sintiendo una paz en mi interior y una seguridad agradable, de que el mar no puede hacerme daño.
En el centro, tengo mi equipo esperando, nada más llegar me encuentro con Javi, el cual me indica en la furgoneta que tengo que cargar el equipo, donde me visto y por donde hay que ir hasta el puerto donde embarcaré, me presenta a más buceadores y mis nervios vuelven a aparecer pero me siento muy ilusionado.
Me visto, me pongo ese traje que tantos ratos a pasado conmigo en la piscina, pero esta vez es diferente, vamos a una nueva aventura juntos. Monto el equipo, ese gran amigo que tengo desde hace una semana. Lo cargo y me voy charlando con Ana y con Tony, una pareja de buceadores con bastante experiencia que con su conversación me voy relajando y se me van pasando esos nervios tan malos que llevo en el estomago.
Por fin, es el momento, arranca la barca, soltamos los cabos, todos los equipos atados, todos agarrados y nos vamos, nos vamos al interior del mar. Al poquito llegamos a una zona tranquila, donde paramos la barca, paramos el motor y Javi ese instructor que tanto me ha enseñado comienza el briefing, explica toda la inmersión que vamos a realizar, las profundidades que hay, los diferentes fondos y las vidas que podemos ver. Nos recuerda a todos que hay que marcar al compañero la mitad de la botella y por supuesto subir con cincuenta bares. Todo el mundo comienza a ponerse sus equipos, a mirarse por parejas que todo va bien, a comentarse el aire que tienen, por donde vas a descender, etc… Cuando ya por fin Javi tiene todo organizado, montamos los equipos, me va recordando todo lo aprendido, nos ajustamos los jackets, los plomos, las gafas, probamos reguladores, hinchamos y al agua, por fin en el agua, que sensación, que nerviosismos, se me pasan mil cosas por la cabeza, donde vamos, cuanto bajamos, que veremos, cuanto rato estaremos. Nos dirigimos al cabo de proa, nos agarramos a él, y cuando todo esta listo, vamos bajando poco a poco, deshinchamos el chaleco y descendemos compensando los oídos para que no nos duelan, y sin darme cuenta estoy en el fondo, en un fondo rocoso, con colores, con plantas, miles, diferentes, que no se que son, todo es nuevo para mi, pasan peces cerca mía, de todos los colores y formas, estoy alucinando por fin en el estomago del mar, en su interior, compartiendo conmigo un mundo guardado como si de un secreto se tratará. Miro hacia superficie y me parece tener una inmensidad de agua sobre mí, veo como las burbujas que salen de mi cuerpo se van, desaparecen, salen rápidas hacia superficie y se pierden fuera del agua. No dejamos ni rastro, porque hasta las burbujas vuelven a su lugar de origen.
Pasamos media hora en el fondo, se me han hecho como diez minutos, veo una infinidad de colores, plantas y bichos que no tengo ni idea de que son, pero cada vez me convezco más de que tengo que saber que son, que en cuanto suba a tierra tengo que ponerme a estudiar especies marinas.
Salimos a superficie, subiendo despacio, despacio, disfrutando del final de nuestra estupenda inmersión, hacemos una parada de seguridad y ya estamos en superficie, hinchamos el chaleco, y desbordo de emoción ahora que puedo contar todo lo visto y sentido, no consigo callar, hablo sin parar y a toda velocidad, Javi acaba riéndose de mi emoción, pero seguimos charlando. Al rato van saliendo el resto de buceadores y volvemos al centro.
Descargamos los equipos, desalamos todo y lo dejamos tendido, nos duchamos y en una sala de estar, rellenamos los cuadernos de registro, todo el mundo lo hace por parejas, yo me junto con Javi, rellenamos todo, me firma y me cuenta la inmersión de mañana, donde iremos, cuanto bajaremos, que veremos y los ejercicios que haremos.
Emocionada me voy hacia mi casa y después de comer me voy de nuevo a la playa, a la que me inspiró hacia mi nueva aventura, se lo agradezco y le pido que me proteja dentro del mar tanto como me protege fuera.
Sigo realizando día a día mis inmersiones y me dan mi titulo de buceo. Sigo buceando todos los días que puedo y el resto de día voy a la playa a meditar con mi amigo el mar.
A los días me encuentro con un chico que todos los días hace más o menos lo mismo, sale a bucear con otro centro de buceo y después se va a la playa a pasar la tarde hasta que la noche cae. Por fin nos ponemos a charlas y a contar nuestras experiencias marinas, esta recién titulado como yo y decidimos bucear juntos en alguna inmersión. Como cada uno somos de un centro diferente, y ninguno de los dos queremos dejar a nuestros instructores muy lejos de nuestra vida, ya que han sido los que nos han enseñado todo, decidimos alternar nuestras inmersiones en los centros y quedamos para el próximo día.
Llega el día, quedamos y vamos juntos caminando por el camino de la playa, ambos llevamos veinte inmersiones y comenzamos el mismo día a bucear. Vamos ilusionados, vamos a bucear juntos y tenemos muchas cosas en común. Vamos al centro donde yo me titule, nos juntamos con Javi y nos indica donde vamos a bucear. Preparamos todo, nos vestimos y nos vamos. Realizamos una inmersión de cuarenta y cinco minutos, salimos ilusionados porque hemos visto mucha vida pero hemos salido un poco desorientados. Sabíamos que podíamos desorientarnos pero era una zona muy tranquila, fuera del transito de los barcos y al salir los dos pensamos lo mismo, ¡Tenemos que aprender orientación!, entre risas y risas, llegamos a puerto, nos cambiamos recogemos todo, rellenamos el libro y nos vamos a comer juntos.
Día tras día va saliendo una bonita amistad. Vamos sacándonos más títulos de buceo y van pasando los años. Llegamos a titularnos los dos como Divemaster, quien lo iba a decir, aquel día que el mar me abrió sus puertas a su interior, que hoy acabaría bajando a gente a los fondos marinos y acabaría dirigiendo las inmersiones. Lo mismo le ocurría a mi amigo Harkaitz.
Llego un día Harkaitz a nuestro encuentro en la playa, algo triste pero muy emocionado a la vez. Me dijo que se iba, que marchaba para las islas a buscarse la vida como divemaster, que quería introducirse de lleno en el mundo del buceo y que donde vivimos no tenía mucha salida ya que no se puede bucear todo el año. Estuvimos toda la noche hablando y nos despedimos, ya no nos volveríamos a ver o quien sabe, quizá algún día coincidiríamos en los mares.
Seguí con mi vida, mis buceos, mis inmersiones con gente nueva, mis inmersiones como guía y por supuesto con mis tardes y noches de meditación en la playa.
Una mañana me levante con mal presentimiento, sabía que algo no iba a ir bien del todo. Fui al centro de buceo y organizamos las salidas. Yo me iba de guía en la segunda, en la primera iba mi instructor y mi gran amigo Javi. Marcharon, pero al llegar la hora de regreso algo iba mal, no llegaban, Javi nunca se retrasaba, sabía que algo ocurría, mi presentimiento no fallaba.
Cogimos la barca del otro centro de buceo y fuimos a la inmersión que tenía que realizar, estaban todos los buceadores excepto Javi y su compañero, que no sabían donde estaban, que ya tenían que haber salido hace un rato. Asustados y sin querer pensar en lo peor damos aviso por la radio a todos los barcos y comenzamos la búsqueda, al cuarto de hora ya era prácticamente imposible que estuvieran con aire y dimos aviso al grupo de búsqueda y rescate. Nosotros no podíamos hacer mucho más. Llevamos a la gente a puerto, cogimos equipos de buceo todos los instructores y nos fuimos a ver si conseguíamos encontrar rastro de ellos.
No pudo ser, nadie los encontró, encontramos la boya de Javi y con ello se nos cayó el alma a los pies, los dimos por perdidos. Eran dos muy buenos instructores y nunca sabremos que les paso. Los buzos de rescate siguieron con la búsqueda a mayores profundidades pero no aparecieron.
Hoy estoy en la playa, lugar durante seis años de muchas meditaciones, pero estoy enfadada y hoy el mar tiene la culpa. Se ha quedado con dos de mis grandes amigos y mi instructor. Espero que sepa cuidarlos. Al menos estarán en el lugar donde a todo buceador nos gusta estar, en las entrañas del mar. Ellos para siempre, sueño de muchos, poder aguantar eternamente en los fondos y desgracias de los familiares que se quedan fuera sin poder despedirse y sabiendo que no volverán a verlos.
Se perdieron como las burbujas que se pierden cuando estamos disfrutando de nuestras felices inmersiones. Las burbujas se pierden hacía superficie, ¿hacia donde te perdiste tú?, ¿Hacía donde fuisteis?
Nunca más supe de vosotros, solo que como mis burbujas desaparecisteis, Siempre estaréis en el mar, cuidados por la madre inmensa, que algo querría de vosotros y conmigo en cada inmersión. La mar, que tantos buenos ratos nos deja pasar en ella, algún fin tendría en que vosotros os quedaseis. Sed felices entre aguas.
Deje de bucear unos días, me tome un descanso y decidí hacer un viaje. Me fui con mi amigo Harkaitz, que ya sabia de lo ocurrido. A los dos días estaba con él, en su casa. Me contó que estaba trabajando de divemaster en un centro estupendo. Que no era como donde estábamos, que aquí la gente viene y se va en una semana, que todo es mucho más turístico. Allí teníamos a gente que buceaba todo el año, gente que era de casa, con la que podías coger una confianza enorme porque no la perdías.
A los meses seguía compartiendo mi vida con Harkaitz. Nos quedamos a trabajar juntos en el mismo centro de buceo, ya que me ofrecieron un contrato de divemaster y no pude decir que no. Es estupendo poder compartir con la gente su primera inmersión, con otra poder guiarles en una inmersión que es muy emocionante puesto que nunca la han hecho y salen con toda la ilusión del mundo. Es inmensa la gratitud de la gente cuando salen tan emocionados como cuando salimos todos en nuestra primera inmersión. Se que el mar me protege y los que habitan en el también.
No creo que me separé del mar ni de todos los que de una forma u otra habitan en el.
Inmersión tras inmersión, junto con meditación pasa mi vida, entre burbujas que dicen adiós.

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martes, 18 de agosto de 2009

38. EL BUSCADOR DE ESPONJAS

Roberto paseaba apaciblemente por la playa. Después de la tormenta de la noche anterior, la playa había amanecido cubierta por ramas y trozos de algas pardas. El mar había trabajado sin pausa toda la noche, pensó.
Se acercó a la orilla, se remojó la cara, y bebió un trago de agua. Un sabor salado y amargo asomó por su garganta y un escalofrió recorrió todo su cuerpo, el agua a esas horas estaba realmente fría.
Siempre soñó con ser acuanauta, ni siquiera el espacio había calado tan hondo en él como aquellas profundidades marinas.
El fondo del mar estaba lleno de tantos secretos para él...
Soñaba con vivir en una estación submarina a 40 metros de profundidad.

Su padre le contaba por las noches fabulosas historias de mercantes hundidos a lo largo de los siglos, repletos de fabulosos tesoros...
Ahora sabía que la madera de un barco era lo primero que desaparecía debajo del agua, destrozada por moluscos, algas y otros seres vivos.
Roberto era buscador de esponjas y como cada mañana, se ponía sus aletas, se enfundaba en su traje de neopreno, se sumergía en las cristalinas aguas e iba en busca de ellas, extrayéndolas con largos dardos. Admiraba las formas variadas en que se presentaban ante él.
Le gustaba contemplar los caracoles marinos, arrastrándose con su ancho pie, tan inofensivos...pero no se engañaba, sabía que había especies, con dientecitos en la lengua, con aspecto de daga, conexionados con una capsula venenosa. Algunos coleccionistas habían llegado a pagar cantidades desorbitadas de dinero por algunos de estas especies tan raras.
Con el paso del tiempo, Roberto había llegado a tener una buena colección de obeliscos de diferentes tamaños, y de caracolas nobles (le parecía increíble que algunos países tropicales las utilizaran aun como instrumento musical)
Cuando buceaba, creía encontrarse en otro mundo distinto; lejos del caldo gris en el que se estaban convirtiendo las azules y verdes aguas, a causa de la contaminación.
Había sido testigo del envenenamiento y muerte de muchos peces jóvenes y le horrorizaba pensar que ese asombroso mundo, lo estuvieran usando de estercolero sin piedad.
Le encantaba observar a las medusas, tan transparentes como el cristal, moviéndose libremente por el agua, siempre las había asemejado con divertidos paracaídas, y que decir del placer de nadar entre los peces...
Le encantaba contemplar, entre campos de coral, aquellas maravillosas chisteras con sus largos tubitos flexibles en sus extremos, moviéndose de un lado para otro en la suave corriente marina.
Pero si había algo que realmente lo cautivaba, eran aquellos fabulosos caballitos de mar, con sus colas fuertemente sujetas a las algas...
Cuántas veces había provocado la huída de asustadizos pulpos,que lo dejaban solo y aislado entre aquella nube de tinta.
Por el contrario, tenía verdadero pánico a los escualos, que atacaban a todo lo que se moviera en el agua. Un estremecimiento recorría todo su cuerpo, solo con pensar en ellos. Había llegado a oír, que en el estomago de estos animales, habían hallado, latas de conserva, llaves inglesas y hasta ¡cubiertas de automóviles! rezaba para que nunca se cruzara con uno en su camino.
Tenía grandes sueños por realizar, y esperaba que el tiempo no estuviera en su contra. No quería dejar este mundo sin ir a visitar los grandes arrecifes de coral Australianos, había oído que eran tan largos, que se necesitaban meses para recorrerlo...
En su memoria atestiguaba un buen número de recuerdos, de ese sorprendente y extraordinario mundo submarino.
La inmersión, era un pasaporte que le llevaba a lugares deslumbrantes, nuevos, y desconocidos, donde toda una gama de colores, formas y sonidos, se habrían ante él. ¡Que afortunado era! se repetía una y otra vez, mientras su mirada se perdía a lo lejos en aquel el inmenso mar…

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37. CONJUNCION 2012

Cuentan por ahí que llegó un día en que el mar se juntó con los cielos…
¿Cómo fue eso?
A estas alturas las olas confusas no reconocieron su ambiente natural.
Yo todavía navego a bordo de una nave que se convierte en submarino al tocar el agua porque he decidido aguardar hasta nuevo aviso… Me inunda el retraimiento y tomo todo mi tiempo para tomar alguna dirección… Estoy ensayando mi diplomacia al hablar, recurro a los colores primarios…de vez en cuando, I confess… ó sólo se trataba de alguna broma estúpida que ha sido escupida en tus mares… tus cristalinas aguas… llenas de deslumbres visuales y de imperante consistencia… tan reservadas y tan exquisitas… ó serán torrente de desfachatez moral… por eso atravieso entre las nubes del cielo y te observo tan apacible… me convierto en el aire asesino de su existencia y trazo en el formas escandalosas y con relieves para estremecerme al sentirlas y saber que esto no es cierto, que ha sido una hipo evolución de alguna idea desatinada y a la vista, una idea con corbatita y pestañita arreglada… es una de estas ideas que no debieran existir porque NO te la crees…
Entonces desciende un tanto pero no me roces… preferiría introducirme en tus planos mentales y me convertiría en submarino y ESO, déjame pensarlo… creo que tendría que vacilar un poco ó se trataba de una incertidumbre inaudita… PLANA como tus planos… como una fatal transparencia eslava, lánguida y foránea… pudiera convertirme en agua y jugar con las olas… con mi submarino… y tus vislumbrantes aguas… sin embargo estoy inundado de aire que me traslada convirtiéndome en un incesante corredor de deseos y fondos… fondos PLANOS y QUEBRADOS… los quebrados me resultan formidables e irrelevantes…de los planos no quiero hablar…
Entonces IMAGINO que me sumerjo en tus carriles y siento incontrolablemente al aire pasando sus filosas manos por mi cara… esa cara que ha sido cortada innumerables veces y aún sigo en el aire… porque del mar me han descrito que encontraría maleficios y pruebas para todo… que mi submarino buscaría parapetos y se volvería maleable, le restregarían miles de restricciones y prefiero que sea NAVE y vuele… pero a resumidas cuentas NAVE ó SUBMARINO prefiero permanecer adentro, solo asomarme por las ventanas del saber sin hacer acto de presencia, prefiero HURTARLE al tiempo y a los espacios un poco de CONFORT , prefiero seguir en esta nave que derrapa sueños transformando categorías interestelares, prefiero tocar el agua y convertirme en submarino de tus planos MENTALES… aunque no me guste hablar de eso… gusto de concentrarme cuando manejo este artefacto en tus aires soplados y en tu comprimido mar… y aunque guste de eso también enciendo unas velas para ver qué es lo que estoy haciendo…aunque tus elementos las apaguen…
El día en que dicen que se juntaron los cielos y los mares alguien me dio un consejo, algo que necesitaba para orientarme y no contaminar la imagen… No sé cuando comencé a interesarme en la inmensidad de tus dimensiones, ni sé cuál fue la atracción hacia tus movimientos… tenues y bruscos… He AQUÍ cuando los mares tocaron los cielos y cuando éstos cayeron al agua… caso omiso al consejo y nuevo aviso…
Los cielos RISUEÑOS; el mar, PROMETEDOR.

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36.UNA EXTRAORDINARIA GALERIA SUBMARINA

Miguel seguía sentado en aquel viejo restaurante del paseo marítimo, situado en un extremo de la playa, donde las rocas formaban una especie de ensenada.
Miraba continuamente el reloj, ansioso porque sonaran las 7 de la tarde.
Una simple alarma lo separaba de ese mundo mágico, maravilloso y armonioso que tanto le hechizaba.
Le esperaba todo un mundo habitado por millones de organismos, algunos todavía por descubrir.

¿Quien podía negarle el inmenso encanto que producía nadar junto a los peces, conocer los más bellísimos arrecifes de corales o visitar las ruinas de un barco que naufragó hace cientos de años?
Todo un universo se escondía bajo las olas, esperando a que curiosos e indagadores como él, lo descubrieran.
De un día a otro, variaba tanto el fondo marino, que Miguel sentía que no había estado en ese lugar, siempre encontraba algo que le paso inadvertido en la anterior inmersión.
Miguel conseguía el pasaporte hacia ese mundo mágico y sorprendente, poniéndose las aletas, enfundándose en su viejo traje de neopreno y sumergiéndose en las aguas templadas y cristalinas.
Algún día, si Dios quiere, pensaba entusiasmado, iré a las Maldivas, y me sumergiré en sus traslucidas y delicadas aguas, y veré las más espectaculares barreras de coral del mundo.
Allí sentado, relajado, respirando el salitre de la mar, le alcanzaban recuerdos de tiempos pasados, cuando él era más joven. Las primeras inmersiones, las realizó con su padre, bajando a una profundidad máxima de 15 metros, por lo general solían estar unos 20 minutos de inmersión, a 130-150 bares con una botella de 15 litros.

Aún recuerda la primera vez que vio a una morena, con la mitad de su cuerpo fuera de la cueva y su boca abierta de par en par, en aparente acción desafiante, ¡Qué miedo pasó en ese momento! ¡Qué tiempos aquellos!
Aún puede oír a su padre en la lejanía susurrándole:

-Si queremos preservar este paraiso,hay que ir con mucho cuidado, cuida que tus aletas no remuevan la arena del fondo, pues podrías perjudicar gravemente a los corales
O aquello otro de:
- No debes tocar ni llevarte nada
Si su padre levantara cabeza y echara un simple vistazo se horrorizaría sobremanera; ahora, el equilibrio del fondo se había visto afectado por los vertidos y la basura que han ido desprendiendo los barcos durante décadas y por la sobrepesca.
También recordaba con mucho cariño esas inmersiones que hacían juntos, a casi 20 metros de profundidad hasta ese barco pesquero hundido hacía décadas. Solían explorar el puente de mando, las bodegas e incluso la sala de maquinas. Y rodeando el barco, miles de crustáceos, peces y moluscos.
Cuando se situaba entre miles de peces, le rodeaban por completo, y mirara donde mirara, solo veía preciosos peces de colores y aquellos simpáticos caballitos de mar, sepias y pulpos que cambiaban de color.
A los 30 años, tuvo la enorme suerte de formar parte de un equipo en un proyecto de limpieza del fondo marino en Lanzarote. El fondo, estaba siendo invadido por una plaga de erizos especialmente agresiva, contribuyó a que se regenerara el medio marino y a que volvieran a crecer las algas en la zona, con la consiguiente aparición de un gran número de peces... Aquello cambio su vida por completo.
La tarde estaba muy tranquila, con ausencia casi total de corrientes, pensaba bajar al arrecife, que empezaba a una profundidad de 12 metros y continuaba hacia abajo. A poco que se sumergiera, ya encontraba vida, se vería rodeado de mantas, cangrejos arañas, anguilas jardineras y bancos de barracudas y si tenía suerte, vería al pez trompeta tomando el sol. Era punto de encuentro de buceadores, así que igual tropezaba con algún otro audaz e intrépido aventurero.
Nadie disfrutaba como Miguel de la cara más oculta de los arenales.
Cuando está ahí abajo, desconecta totalmente del mundo, consigue una paz absoluta, que le dura incluso varias horas después de haber salido del mar.
Una bendita alarma lo separo de sus pensamientos, y Miguel saltó de su silla, pagó su consumición y se dirigió con paso firme, seguro y decidido hacia la playa, para desaparecer minutos después, abrazado y envuelto por las olas y transportado a un mundo extraordinario, fascinante y sorprendente…

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