viernes, 30 de octubre de 2009

80. EMILIANO

A Emiliano le gustaba ver la vida pasar. Emiliano se pasaba la vida sentado. Eran pocos los que no lo conocían. De aspecto tranquilo y bonachón, siempre jovial y sonriente, este viejo no tan viejo, de vocación temprana aventurero empedernido, se ganaba la vida soñándose a sí mismo y viviendo a los demás. Para unos era un mentiroso piadoso aunque inofensivo, un loco. Para otros un visionario, un sanador del alma e incluso un profeta. Pero él no era más que un contador de historias. Era un contador de la verdad cambiada. Era un historiador, pero creativo. Decían los más viejos que una vez se adentró solo en el mar, desnudo, sin más ayuda aparente que la de un martillo.
A pulmón buceó hasta lo más oscuro que sus diminutos ojos azules pudieron ver, e hipnotizado por algo que no tenía descripción, se dejó llevar arrastrado por una corrientilla hasta una puerta de piedra. Lo que adentro aconteciera fue un misterio durante mucho tiempo, pero unas horas más tarde, Emiliano fue encontrado paralizado a la orilla del mar, recostado de lado y con sonrisa perpetua. Con rasguños y ensangrentado fue trasladado a la unidad de emergencias más cercana. Nunca volvió a caminar. Veinte años después de aquel acontecimiento, que cambiaría su vida para siempre, la vida seguía empeñada en mantenerlo postrado en su trono móvil, como él lo llamaba, en su silla de ruedas que nunca iba a ninguna parte. Fumador de pipa insaciable pero tranquilo, Emiliano continuó sus viajes ahí sentado, en su trono de rey, contra la fachada delantera de su palacio blanco con la que a veces se confundía pálido, mimetizado, tan camuflado que nadie podia saber si estaba fuera o dentro. Y en su trono se convirtió en el rey de las mil vidas, y en su reino las vivió para siempre.
Emiliano tenía una hija que ya hacía algún tiempo que era una mujer, Blanca. Éste era su nombre porque al nacer su madre decía que tenía el olor de su flor favorita, la rosa del mismo color del nombre. Pero Blanca era negra. Aunque de cara diáfana, casi transparente, tan clara y liviana que en los dias de más luz podías ver a través de ella. Emiliano la encontró algunos años atrás envuelta en una manta con una cadena al cuello que llevaba su nombre. Nunca había visto un bebé tan diminuto, casi como una oliva grande. Del tamaño de una mano la niña lo cautivó, él sucumbió al embrujo y ya siempre fue su hija Blanca, la rosa negra. La niña de sus ojos, la niña de los ojos de oliva.
Fue en un viaje a un país remoto cuando todo esto ocurrió. Emiliano se fue en busca de aventura, y en el primer dia de expedición, con el corazón sobresaltado por la excitación, todo terminó antes de lo esperado. Al salir de la habitacioncilla donde se alojaba, más que una habitación parecía un ataúd, dio un tropezón para evitar pisar un pequeño bulto y cayó al suelo. Cuando se incorporó desenvolvió el paquete de tela blanco que le hizo caer y descubrió a la niña rosa. A la rosa negra. A Blanca, de olor a rosa. Fue un parto sin dolor y su aventura más breve, pero la más hermosa. Decían las malas lenguas que tuvo más hijos, tantos que podía organizar dos ejércitos en guerra. Hijos de todos los colores, decían, de todas las edades y sexos. Pero Emiliano se reía cuando oía estas habladurías imposibles ya que nunca pudo concebir de manera alguna, si bien es cierto que sus dotes de conquistador hacían que las mujeres cayeran embelesadas a su paso con solo oir su voz. Y caían todas, casadas y solteras, divorciadas y viudas, jóvenes y maduras, todas. Decía la leyenda que se desmayaban después del acto y que a su marcha nunca experienciarían nada semejante por más que vivieran mil años, y algunas los vivieron. Y así Emiliano se convirtió en el amante eterno y deseado, en una leyenda del amor. Él las quiso a todas pero no les dio hijos, su descendencia fue breve y diminuta, Blanca, su unica hija. Sangre de otra sangre pero alma de su alma. El ser al que más quiso y por el que lo entregó todo. El ser por quien cambió su vida y el que hizo que esta cambiara para siempre,
Fue en una tarde gris y fría, ventosa pero serena, poco después de su paternidad estrenada, cuando Emiliano salió de su hogar tan rápido como una bala. Como un rayo y sin decir nada a nadie, se arrastró solito al mar, se quitó la ropa y se fue en busca de alimento para su hija. Sin poder amamantarla como era debido, no pudo más que buscar otro medio de sustento, un sustituyente de la leche que el no podía producir. El por qué adentrarse en el mar para alimentar a su hija nadie lo sabía, pero dia y noche, desde que se convirtiera en padre, se adentraría en él para buscar alimento. Fue en esa tarde gris, cuando menos lo esperaba, el momento en que todo giró a su alrededor y se convirtió en un semiser de patas de acero. Fue aquí cuando empezó a vivir la vida a la mitad, a crearla como un puzzle en el que cada pieza encaja ficticiamente. La tragedia sobrepasó los límites de todo cuanto aconteciera con anterioridad en el pueblo. Nadie, ni siquiera los más viejos o crédulos, podía creer que el hombre con más vidas vividas se quedara casi sin vivir, ahí postrado. Desde pequeño se necesitaban cien hombres para mantenerlo quieto. Era benerado aquel que lo hacía comer del tirón o cortarse el pelo sin revolverse. Su madre pasaba grandes apuros para meterle en la cama, e incluso durmiendo las palabras se escapaban de su boca incontroladas y sus sueños deambulaban por su cuarto sin permiso, molestando y despertando a todo bicho viviente y durmiente en el hogar.
Como un torbellino era el primero en todo. Era una bola de energía que nunca paraba. Buen estudiante aunque con prisa, acabó sus estudios temprano con el fin de poder disfrutar de la vida a su antojo. Aprendió en la universidad de la vida y se convirtió en maestro de todos, enseñando su sabiduría aprendida en múltiples viajes. Todos le admiraban. Y es por esto que su accidente fuera visto como un duelo. La gente le visitaba para mostrar sus condolencias por la muerte de sus piernas. Algunos le escribían mostrando señal extrema de dolor. Las mujeres del pueblo, vestidas de negro, le dejaban flores como muestra de afecto y así hasta que todo cobrara normalidad y todo ser vivo, incluído él, que fue el primero, se acostumbró a ver al terremoto calmado, al sonámbulo dormido.
Y el contador se creó de nuevo. Emiliano decidió después de lo misteriosamente acontecido en el mar, que nunca mas volvería a partir. Si bien su nueva condición no era un impedimento, decidió vivir su futuro lentamente, quieto y calmado, in situ. No en vano había vivido tantas vidas que podía morirse un millón de veces y volver a emerger de las cenizas con algo nuevo. Y en estas condiciones crió a su hija, inyectándole pequeñas dosis de experiencias pasadas suavizándolas con las más calmadas del presente. Blanca se convirtió así en la persona más coherente y la que más había vivido sin vivir, también en la más culta del lugar. Enseñada por su padre aprendió todo, a usar la onda para matar gigantes, a buscar tesoros, a tocar el harpa..., tanto que a veces padecía de dolores de cabeza incalmables porque sus conocimientos luchaban los unos con los otros para dominar su cerebro, situación que terminó cuando las letras y las humanidades vencieron y ganaron su lugar como únicos ocupantes de su intelecto. También se convirtió en la mujer más bella de cuantas había a su alrededor, envidiada por todas y pretendida por todos, aunque para consuelo de muchas, y alentada por Emiliano, abandonó el pueblo pronto para encontrarse con las experiencias vividas por su padre.
Tras la marcha de ésta el viejo, que vivió rápidamente, empezó a morir poco a poco y dulcemente, lentamente. Pero no moriría solo. Cada día le visitaban viejos amigos para disfrutar de él, para despedirse. Éste les invitaba a hacerle compañía y ellos mismos se preparaban sus meriendas o almuerzos mientras charlaban sobre la vida e instaban a Emiliano a contarles algunas de sus aventuras, que escuchaban embelesados. Éste dudaba unos momentos antes de escoger la historia apropiada para la ocasión, como aquella que le contó a Raimundo sobre un hombre al que conoció en Alemania que tenía el cerebro gigante de tanto usarlo. O aquella otra que contó a su compadre Manuel sobre el biólogo que amaba tanto a los animales que no se conformaba con admirar las especies ya existentes, sino que también creó las más inusuales para su propio deleite. Y de este modo otras nuevas como las jirafas acebradas o los leones de pluma blanca entraron a formar parte del mundo animal. Siempre había un relato digno de mención con el que saciar el hambre de aventura de sus amigos y vecinos. Y Emiliano contaba las historias con tanto esmero y entusiasmo, con tanta entrega y devoción, que acababa con un suspiro, agotado, extenuado, incapaz de articular palabra, feliz por revivir. Y así transcurriría su vida, recreándola y recontándola continuamente, diferente cada día, cada historia diferente. Hasta que un día cualquiera lo encontraron mudo, cien años más viejo, retorcido en su trono de rey y rebajado a condición de príncipe.
Fue su amigo Esteban, su hermano postizo, su colega más querido. Incapaz de extraer una palabra de la boca de Emiliano, preocupado hasta la muerte por la inelocuencia de su casi hermano y dolido por el siglo ms viejo en el que parecia estar sumergido, salió a llamar a Blanca. Blanca se encontraba en un país remoto de tierra roja y gente de su mismo color. Andaba asentada allí ya hacía tiempo, imitando las costumbres prehistóricas del lugar y camuflandose entre la gente por completo. Sudorienta atendió la llamada de su tío quien le explicó lo sucedido tan breve y claramente como le fue posible. Blanca se apresuró tanto en volver que antes de colgar Esteban el teléfono ya se oía a la chica llegar, arrojando el bolso a su paso y envistiendo todo lo que hubiera por delante. Temblorosa y nerviosa, se arrimó al trono en el que poco a poco iba desapareciendo su padre mientras pensaba lo afortunada que habia sido por haber llegado a tiempo. Y Emiliano la sintió ahí a su lado. La sintió y débilmente recuper la voz, aunque no pudo esbozar sonido alguno. Con sonrisa breve y ojos que hablaban por sí solos extendió su brazo con dificultad, a lo que su hija, la princesa negra, respondió con la carica más tierna. Ambas manos así arropaban otra más pequeña, la de su padre, que temblaba helada entre las de su hija. Y en este momento Emiliano se empezaba a ir no sin intentar hablar con esfuerzo baldío.
Blanca lloraba desconsoladamente, y apretando las manos de su padre con fuerza , pensaba en cómo la vida se lo arrebataba tan pronto. Pensaba en lo afortunada que fue de ser la única persona a la que Emiliano se había entregado por completo, hasta el extremo de sacrificar su vida por ella. Porque la historia más grande que vivió Emiliano, la más breve pero sin duda mas intensa, fue aquella en la que al adentrarse en el mar para alimentar a su hija , un día cualquiera, tuvo que tomar la decisión más importante de su existencia.
Se encontraba en los bajos fondos buscando la base del sustento de la alimentación de su hija, una perla de leche que al apretarla proporcionaba sufieciente alimento para un día, cuando un animal marino, una especie de perro lanudo con cola de reptil, le reveló que ya no podría seguir buceando en busca de la piedra porque él mismo la necesitaba para sobrevivir. Emiliano dijo que debia seguir bajando al fondo del mar ya que de no hacerlo su hija no crecería, e incluso podría ocurrir lo más temido, moriría. Apenado y sobrecogido por los esfuerzos de un padre por salvar a su hija, el perro lanudo suspiró mientras trataba de buscar una solución. Y enseguida se le ocurrió que Emiliano podría llevarse el último ejemplar de la perla de leche aunque con una condición, la de entregarle sus piernas, la movilidad de éstas, para asi poder emerger a la superficie y sobrevivir por otros medios. Emiliano, extasiado de felicidad y aliviado hasta la eternidad, no dudó un momento en aceptar el trato, excavó el último molusco de la faz de la tierra e inmediatamente fue trasladado a la superficie por el animal miste-rioso. Cuando lo encontraron pocas horas despues esbozaba la sonrisa màs feliz y sosegada de su existencia.
Y fue así como Blanca vio morir a su padre, a su rey de trono móvil, a su historiador incansable. Lo vio disolverse como la espuma. Haciéndose pequeño, poco a poco, Emiliano se iba encogiendo, Su piel se oscurecíó y arrugó, su rostro y extremidades terminaron por confundirse y acabó así el fin de sus días, pequeño y diminuto, del tamaño de una oliva, brillante y de color azabache, entre las manos de su hija, de su princesa, de su rosa negra.

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jueves, 29 de octubre de 2009

79. CRONICA DE UN RESFRIADO

(Islas Medas, algún domingo del mes de noviembre de 2007)
Suena el despertador.
-6:15 ¡Demonios qué sueño tengo!¡Mi primer pensamiento: escribir un mensaje a Alex, con el siguiente texto “me encuentro fatal, no voy, luego te llamo”, típica excusa que todos los buceadores que se precien han usado alguna vez. Mi segundo pensamiento: cinco minutos más.
-6:40 ¡Demonios! ¡Me he dormido de verdad! Mensaje a Alex “llego en 8 minutos” (que no me lo creo ni yo). Me levanto, tropiezo, me caigo y enciendo la luz por error, mi pareja me lanza un cojín.

-6:50 Desayuno unos churros, un trozo de pizza de pepperoni del día anterior y un café con leche.
-6:55 Preparo el equipo. No encuentro las gafas. Despierto a mi pareja para preguntarle, me tira un zapato.
-7:05 Salgo de casa. No me acuerdo donde he aparcado el coche. Me pongo nervioso. Me cruzo con un vecino que me observa como estoy: parado en medio de la calle, sin peinar, mal vestido, con cara de sueño y con una enorme caja de plástico. Por fin me acuerdo donde he aparcado el coche. Me he dejado las llaves del coche en casa. Subo a buscarlas. Están en la habitación. Despierto a mi pareja de nuevo. Me lanza unos improperios. Vuelvo a salir y el vecino sigue mirándome con cara extraña. Aprovecho y tiro la basura. Me siento mal por no haber reciclado.
-7:10 Arranco. Me llaman, casi me estrello buscando el teléfono. “Alex casi estoy llegando”- le digo, mentira, estoy saliendo del primer semáforo.
-7:15 Al ver mi maniobra. Un miembro de la policía autonómica me hace un control de alcoholemia, lo tengo que repetir tres veces ya que al soplar se me repite la pizza y me dan arcadas. A la tercera vez me hacen bajar del coche. Tengo que dar explicaciones del contenido de la caja que llevo en el asiento de atrás. Multa de rigor por hablar por teléfono. Multa por llevar carga sin sujetar. Multa por llevar caducado el ITV un mes.
-7:35 Recojo a Alex, que espera con cara de pocos amigos. Me confiesa que le ha ido bien que me durmiera. Cambiamos de coche y repostamos. Me compro un Red-Bull y unas magdalenas La Bella-Easo. Me las como todas.
7:40 Recogemos a Rubén, que en la mano sostiene un bocadillo de tortilla de patatas. Dice que es para compartir. Descarto compartirlo, no me cabe nada más en el estómago.
7:50 De nuevo nos vuelve a parar un nuevo ente autonómico. Damos negativo. Esta vez no nos multa. Entramos en la autopista.
-7:55. Llamo a nuestro cuarto compañero. Lo despierto, no viene, usa la vieja técnica antes mencionada: “me encuentro mal”. El cielo luce gris y parece que va a llover. Temperatura: 6,7 grados centígrados
-8:20. Aparece un banco de niebla.
-8:25: Relampaguea.
-8:30 Llueve a cántaros. Rubén duerme.
-8:37: Pagamos 8 euros de autopista. Llueve a lo bestia.
-8.40. Nos perdemos. Preguntamos a un lugareño como llegar, habla de muy confusa manera y sus coordenadas nos llevan a un prostíbulo. Decidimos no entrar.
-8:45. Seguimos perdidos.
-8:55 Encuentro el camino. Rubén protesta, quiere un café con leche para comerse el bocadillo de tortilla.
-9:00 Llegamos, increíblemente a la hora. Bajamos del coche: ¡hace un frío que pela! Temperatura: 6.3 grados Celsius. Ha parado de llover.
-9:05 A pesar de llegar con poco tiempo, desayunamos en un local de mala muerte donde nos atiende un camarero bizco. Pedimos callos, una tortilla de berenjenas y un vasito de vino tinto. Rubén no se come su bocadillo. Entra un parroquiano de la región y nos invita a jugar una partida de dominó o de mus. Descartamos la idea; vamos justos de tiempo.
-9:15 Salimos del bar y vamos al centro. Hace menos frío o eso nos lo parece. Entonamos una vieja canción “Mocita, dame el clavel, dame el clavel de tu boca,
para eso no hay que tener mucha vergüenza ni poca”…
-9:45 Llegamos al centro. Un nutrido grupo de belgas con cara de pocos amigos nos están esperando, pedimos excusas en inglés alegando que nos ha parado dos veces la policía. Deciden no creernos. El responsable del centro de buceo nos mira. Creo que no le hemos caído bien.
-09:50 Nos dirigimos al barco. Mar rizada; humedad relativa aproximada: 80 %; viento, flojo del noroeste.
-10:00 Me mareo y vomito por la amura de estribor.
-10:15 Llevamos a cabo el procedimiento estándar de cambio de traje. Llevo tanto neopreno que no me puedo ni mover. La pizza, los callos y la tortilla se me repiten. Rubén nos comunica que se va tirar al agua sin guantes. “¡Ya me conoces!”, contesta, le doy una colleja y le dejo unos viejos míos.
-10:25 Todos al agua, demonios ¡que fría! Temperatura del agua 12,3 grados Celsius.
-10:27 Iniciamos la inmersión, llevo tanto neopreno que me oprime la vejiga y no puedo ni hacer pis.
-10:35 20 metros. Unos enormes meros nos cruzan en el camino, parecen no tener frío. Las gorgonias tampoco tienen frío, lucen preciosas. Visibilidad entre dos y tres metros; presión absoluta 2280 mm Hg (3atm)
-10:45 El guía se mete en una gruta, todos le seguimos, se colapsa la gruta, hay sopa de aletas y el agua se enturbia todavía más. Me quitan las gafas de un aletazo. Intento acordarme de cómo se ponían repasando mentalmente mi curso de iniciación. Tras casi ahogarme, me las coloco de nuevo. No siento mi cara. No siento los pies. La visibilidad aumenta considerablemente al desaparecer el vaho de mis gafas.
-10:48.Tengo hipotermia y mis funciones corporales empiezan a verse afectadas seriamente. Intento de nuevo hacer pis para calentarme. Sigo sin poder.
-10:52 Miro a mis compañeros con deseo expreso de que alguno de ellos diga de irnos, leo en sus ojos mi mismo pensamiento. Todos intentamos demostrar lo machos que somos y cuánto aguantamos. Extraño comportamiento.
-10:55 Me parece ver un pez luna, bajamos a 40 metros. Es una botella de Fairy. Al subir, el grupo se ha marchado.
-10:59 El ordenador nos marca 15 minutos de parada. Me quedo sin aire, se lo robo a Alex. El frío es intenso. Nos abrazamos para darnos calor.
-11:15 Salimos por fin. Los belgas nos abuchean .El director del centro nos increpa.
-11:20 En el barco, Alex se marea, Rubén está callado y con un color ligeramente morado. Todos tenemos ganas de ir al lavabo. Emprendemos el regreso.
-11:40 Pagamos; bueno, nos sablean.
-11:45 Por fin puedo hacer pis.
-11:50 Cerveza. Nos repartimos el bocadillo de patatas.
-12:30 De vuelta a casa.
-15:00 Primer estornudo.
-15:10 Segundo estornudo.
-15:30 Me he resfriado

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78. BUCEANDO EN LAS PROFUNDIDADES DE LOS SENTIMIENTOS

Clara cerró la valija con satisfacción, depositándola cerca de la puerta. Mientras tomaba su café sonó el timbre, con la taza fue a atender. No bien abrió su hermano entró como una tromba diciendo y gesticulando violentamente:”Se acabó, resolvimos separarnos, es definitivo no vamos a vivir más juntos. Ni se te ocurra decir nada parecido a que: lo sabías, me avisaste o demoré mucho en darme cuenta”. Clara tomándolo de la mano lo hizo sentar, diciéndole:”Tranquilízate-¿Te traigo un café o preferís contarme que pasó?”.

Cuando llegué a casa, encontré a la Policía que me informó que al amante de mi mujer le había dado un ataque cardíaco en mi cama; era consciente que la relación estaba deteriorada pero nunca imaginé tanta deslealtad. Traje todas mis cosas. ¿Me puedo quedar contigo hasta que alquile un apartamento? No hay problema, pero mañana salgo de viaje. ¿O venís conmigo o te quedas en casa? Jorge se puso de pie diciéndo me voy contigo, voy a arreglar mi licencia ¿Donde vamos? ¿Cuánto tiempo, qué necesito?
Nuestro primer destino es Natal, donde estaremos un día y de allí al Archipiélago de Fernando de
Noronha, que está compuesto de veintiuna islas. Es un Parque Nacional Marino, declarado reserva ecológica con proyecto internacional de estudios sobre la fauna de la zona. En la época de la colonización, funcionó como Cárcel. Se encuentra a trescientos sesenta kilómetros de Natal; se puede llegar también desde Recife pero es media hora más de vuelo. La isla mayor tiene veintitrés kilómetros de largo y una superficie total de casi ciento trece kilómetros. De origen volcánico se sustenta en una plataforma de cuatro mil metros de profundidad. La lista con la cual preparé mi equipaje está en la mesa. Las actividades serán: caminatas, snorkel y buceo.-
Embarcados en el pequeño avión de TRIP -pasillo central con dos butacas a cada lado-, Clara consultó de que lado tendrían mejor visión. Se sentaron del lado izquierdo, tras la cabina, con ambas azafatas sentadas frente a ellos. Jorge escuchaba a su hermana conversar con las azafatas especulando cuanto tardaría en cumplir su objetivo, acceder a la cabina del avión. Clara utilizo su práctica como paracaidista para marcar la afinidad y resaltar el sentimiento común con el personal aéreo. A no más de quince minutos de la salida, terminó parada en la puerta de la cabina conversando en portuñol con el piloto y el copiloto. Cuando divisó el archipiélago enmudeció. Las formas y el colorido superaban sus expectativas, sus nuevos amigos la sacaron de su ensoñamiento al avisarle que sobrevolarían la isla nuevamente para tomar tierra. La piedra que le llamara tanto la atención, al acercarse parecía un rostro humano. Al recibir la orden de sentarse y abrocharse su cinturón, su felicidad llegó a su fin.-
Como turistas debieron llenar formularios para pagar la tasa diaria, por estadía en la isla. Mientras esperaba su turno. Jorge ensimismado, estaba perdido en su tormenta emocional; luchaba por recuperar el equilibrio, el que sabía roto. Su inquietud mental duró poco, optó por la vía fácil, se dedicó a la turista rubia de cuerpo escultural que buscaba entablar conversación con el.-
Clara, conversaba con un matrimonio de franceses de los Delfines “Stenella Logirostris”, comúnmente conocidos como rotadores por sus acrobacias en saltos y giros fuera del agua. De las tortugas Chelonia Mydas” conocida como “caparazón verde” -de cuatrocientos kilos-,la Eretmochelys Imbricada conocida como “de pente” -de doscientos kilos-. Jorge sonreía escuchando a su hermana intentando abordar el tema que la obsesionaba, diciendo: “trescientos noventa millones de años atrás, nuestro antepasado debió mutar para sobrevivir fuera del agua, debemos encontrar en nuestro cromosoma la reminiscencia de aquel antepasado remoto, el que sin duda permanece impreso en nuestro ADN, como un sobreviviente integrado en una nueva combinación. ¿En que par y con cual frecuencia para subsistir, es la duda? Al no encontrar receptividad, la conversación se centró sobre el anhelo común de investigar el suelo oceánico, la inquietud y el placer por la aventura, la necesidad de develar incógnitas y especular en como bucear les daría la posibilidad de conquistar el espacio interior marítimo.-
Jorge y Clara, tras pagar se dirigieron a su hospedaje. Les asignaron un chalecito a la vera de la carretera, detrás de otros iguales. La cara de Clara dejó traslucir su pensamiento” no le gustaba”. Intentaron prender el aire acondiciona debido al calor y estaba roto, cuando el personal de mantenimiento llegó, al desarmarlo encontraron una lagartija muerta. Reclamaron y los trasladados a un inmenso galpón de chapa, el que contaba con veinte camas y un baño privado. Se miraron y supieron que no permanecerían allí. Clara ni desarmó el equipaje, tomó una ducha y desapareció. Cuando volvió, acribilló a Jorge con nombre de operadoras de buceo, Hoteles, lugares históricos y caminatas. Ya había elegido hotel, localizado en un punto estratégico para movimiento terrestre, con fácil acceso a las playas de ambas orillas -interior y exterior-, cerca de servicios de Bugys con chofer , comercios y de uno de los mejores dos lugares para ver las caídas de sol.-
Clara se dedico a analizar los mapas de los prospectos turísticos. Había averiguado que la encargada de preservar el ecosistema y regular el movimiento de turistas era “IBAMA” y estaba integrada por locales y personal del proyecto internacional. El centro obligado de reunión nocturna, “La Palestra”. Jorge la interrumpió diciéndole: “me voy a romper la noche”.-
Instalados en su nuevo alojamiento, la habitación daba a una galería de madera con vista a un jardín florido. Clara fue la primera en retirarse, optó por dejar a su hermano solo para que procesara su situación personal. Su primera visita fue para la blanca y pequeña Iglesia, frente a “La Fortaleza”. La belleza y sencillez del paisaje y la austera madera tallada le trasmitieron paz y calidez. Había otra turista y con ella se puso a conversar, siendo esta brasilera conocía Punta del Este, Isla Gorriti y Montevideo, le contó que amaba a los lobos marinos. Aseveración que a Clara le hizo pensar que su amor a los delfines, era el típico ejemplo de que los seres humanos quieren aquello que no tienen y no valoran lo que poseen.-
Caminaba por la Plaza de Armas de La Fortaleza, allí donde mirare, un paisaje impactante. Siguió subiendo, demorándose en el polvorín. Sentada en la muralla exterior escuchaba a un grupo de turistas hablar de lo hermoso que era la caída de sol desde “Boldro”. Sintió la llamada del mar, volvió atrás y se encamino a la playa. Debió descender por un bosque tupido de árboles asentados en roca, sedimentado sobre su propia muda, las ramas parecían cabello de medusa de enredados que estaban. Desembocó en una zona pedregosa, la que debió atravesar para llegar al blanco y espumoso mar, sin dejar de admirar a su paso las tunas que colgaban de la pared rocosa, cual si fueren mangueras verdes que al acercarse mostraban sus pequeños pinchos. La pequeña ensenada a la cual llegó se llamaba “Playa del Americano”, si bien había turistas, solo ella ingresó al agua. La fuerte correntada y violencia del rompiente hicieron que considerara que debía tomar nota de las tablas de marea y premareas diarias.-
Cuando se encontró con su hermano acordaron ir caminando hacia Boldro. En el camino sortearon rocas y vieron paisajes con avistamientos de islotes de oscuras rocas. Ya en la costa, no encontraron turistas, tras hacer una recorrida se dirigieron nuevamente a la carretera, cuando llevaban recorrido un buen trecho un vehículo de IBAMA, los levantó y los acercó hacia el Puerto. Clara raudamente se dirigió a la operadora “Atlantis”, según averiguara tenía el barco y los equipos de buceo más modernos. En un local pegado, alquiló el equipo básico y común para buceo y snorkel, al igual que Jorge por todo el tiempo que permanecerían en la isla. Si bien les ofrecieron el traje, ambos lo desecharon ya que estaban acostumbrados al agua fría por la latitud donde residían. Cuando Jorge vio a la rubia del Aeropuerto se dirigió hacia ella, al poco rato se les unieron dos chicas más. Clara sabía que no contaría con Jorge de allí en más, se decidió por contratar un buceo Bautismo, preguntando sobre la carga horaria de los cursos de buceo, elucubraba sobre los resultados de sus investigaciones.-
Es que ella era muy exigente, resabios de practicar deportes como el paracaidismo; sabía lo que era depender de su equipo, todo era cuestión de aprender a manejarlo y cuidarlo, el resto, práctica. Consultó por otros paseos, el más completo era el que bordeaba la costa interior de la isla y duraba todo el día. Ante sus preguntas, le explicaron que se había organizado de esa manera para no perturbar el ecosistema. Había dos frecuencias, uno que llevaba a los delfines mar abierto para alimentarse por la noche, y otro con la salida del sol para ingresarlos a la bahía para descansar. Preguntó, si había otro medio de observarlos, al confirmársele la existencia de un mirador terrestre, contrató el que salía a media mañana con reserva a confirmar para Jorge, iría por su cuenta al terrestre. Caminando se dirigió hacia una pequeña ensenada en las inmediaciones del puerto. A lo lejos vio a su hermano subir a un Buggy. Ya en la playa Clara se preparó para hacer snorkel, deporte que practicaba en verano en Playa Hermosa, siempre y cuando la “VIS” fuera buena , cosa que debido al cambio climático podía no ocurrir. En su memoria afloro el recuerdo del curso de buceo que realizara otrora en la pileta olímpica del Club Neptuno; en ese momento hubiera preferido hacerlo en la Nemo 33, de Bruselas -35 metros de profundidad con una visión de distancia cien metros-. Sus pensamientos la llevaron a reconocer que su práctica de snorkel, había sido el paso previo para satisfacer su anhelo de incursionar en el mundo subacuático. Su capacidad pulmonar –retención de respiración bajo el agua, de dos minutos y medio a tres- y el tener experiencia en descensos de hasta cuatro metros de profundidad podrían serle útil. Dejo de pensar y se dedico a buscar el naufragio que aparecía en el folleto, sin datos de localización. Mientras nadaba bajo agua, vio una Morena y peces de colores; el barco no lo encontró. Al salir del agua, vio arribar un buggy con dos hombres, uno de ellos con camiseta de IBAMA. Se acercó y les preguntó si verían el naufragio, al asentir les consultó si podía unirse a ellos. Tras acceder el turista austriaco, ingresaron al mar, luego de nadar varios minutos el guía se detuvo y les indicó que debían sumergirse. Cuando Clara divisó el buque, la emoción la embargó y casi deliró cuando vio que al paso del guía el lugar se convertía en una explosión de color y movimiento. La felicidad no era completa, debieron ascender. Los hombres decidieron seguir su marcha despidiéndose. Mientras ella descendía, admiró del juego de luces en el interior del agua. La visión en contraluz del casco del barco al ser iluminados por los rayos solares que penetraban la masa acuosa producía una irisdicencias en cascada de brillos faceteados. La visión de peces de diferentes colores saturó sus sentidos. Mientras ascendió nuevamente a respirar, en su mente danzaban palabras como: colonización, evolución, vida y conocimiento. Saludó en la lejanía a
sus compañeros de aventura. En su último descenso quedaba poco por ver por lo cual, mientras nadaba hacia la costa, vio su primera tortuga, peces rojos, de color durazno en degradé y un pez de cabeza redonda que a más de feo parecía antediluviano con escamas de color verde y ojos saltones. Se preguntó ¿Por que en Uruguay primaba el color plateado? Lo diferente en su país era: un pez martillo negro o un lenguado color arena con pintitas de blanco traslucido.-
Ya en la costa, guardó su equipo y se dirigió a la carretera, no sin antes mirar el prospecto para tachar Bahía de San Antonio y definir que se dirigiría a Praia. El trecho fue corto, tras recorrerla optó por tomar un baño y luego nuevamente retomó la carretera, una camioneta de la operadora turística la acercó a la villa. Ya en sus aposentos al no estar su hermano, optó por irse a ver el atardecer. Disfrutó de la caída del sol en compañía impensada, sentada en el muro de piedra del murallón exterior mirando el mar, las lagartijas mirándola a ella. Exultante por el esplendor del mágico momento vivido, volvió con el tiempo justo para prepararse para ir a “La Palestra”.-
Cuando fueron a tomar el trasporte vieron algo parecido a un trencito infantil de varios vagones enganchados a una pequeña camioneta cuatro por cuatro. Mientras viajaban, Clara le decía a Jorge que de las cuatro caminatas –trillas- de la isla, dos podían hacerlas sin guía. Las de alta exigencia, definirían al llegar con quien hacerlas. Al llegar a destino, vieron una explanada con locales y repleta de turistas. Una vez dentro del anfiteatro, los conferencistas eran los encargados del proyecto de los delfines –biólogos franceses, padre e hijo-, la exposición fue con soporte visual. Al finalizar se abrió el debate, cuando el publicó comenzó a retirarse, los acordes de la samba lograron que comenzaran a bailar. Clara vio a Jorge muy entretenido con el mismo grupo de muchachas, se unió a la algarabía no sin antes mirar la hora, faltaba poco para la primera vuelta del trencito, sino debía esperar al otro, dos horas mas tarde . Muy tarde para al otro día comenzar la actividad al amanecer.
- En su caminata mañanera, en sentido contrario al día anterior, Clara se encontró con un paisaje rocoso, con farallones de difícil acceso. Al volver encontró a su hermano tomando su desayuno, su plato repleto de tortas dulces, le indicó a ella, las variedades saladas que a él le habían gustado. Los turistas terminaron reunidos al frente de la Posada esperando sus respectivos transportes, excepto un brasilero que ya conocía la isla y se fue en moto alquilada. A Jorge lo recogieron sus tres amigas. Cuando llegó el buggy de Clara, fue según lo acordado junto al conductor, la primera parada fue el museo de Tiburones y su mirador, donde mostraban las tres variedades de la especie. Grande gris de arrecife, de color amarillito y negros más pequeños-. El primer acantilado que visitaron tenía la costa pedregosa y en ella una gran piedra y detrás un pozo de tierra en la base, comúnmente conocida como el “Buraco de Raquel”. Según la tradición oral, uno de los Directores de la Cárcel, tenía una hija de ese nombre, muy cálida y afectuosa que solía encontrarse con sus novios, en ese lugar. De tanto utilizarlo se había formado un pozo o buraco. En la primera parte del paseo visitaron varios acantilados con Islotes en su cercanía. En determinado momento, arribaron a una explanada repleta de vehículos; ya en la playa el grupo ingresó al agua con su guía. Clara llevaba su cartilla plastificada con nombre y figura de todas las especies marítimas del Archipiélago, el grupo resultó estar integrado por buenos nadadores. El guía les señalaba bajo el agua rayas y peces, limitados por el movimiento de mareas dispusieron de cuarenta minutos. A la hora del almuerzo se encontraron con comida aventura; les llevaron a una casa de familia que funcionaba como restaurante. La afluencia era constante ya que todos los Buggy pararían allí; comían como podían. El grupo de Clara comió de parado nomás, las bandejas repletas que salían de la cocina se agotaban enseguida. No se comía lo que se quería, sino lo que había. Jorge llegó cuando Clara se retiraba. Ya en Bahía De Sudeste mientras Clara y su grupo hacían snorkel, ella quedó extasiada con las aletas tornasoladas del Falso Volador, las que no solo incitaron su imaginación sino que la prepararon para disfrutar de los peces Trompeta, a los que asimilo a luciérnagas marinas por la luminosidad que desprendían sus gráciles cuerpecitos. Cuando el guía les señaló la enorme tortuga verde, hacia ella nadaron, al percibirlos, prestamente se alejó. La lentitud de la tortuga resultó ser pura ficción frente a la real velocidad de su retirada. Había tanta cosa para ver que Clara se perdió en el pensamiento de que: “La magia que provenía de las cosas sencillas y naturales, al ser disfrutada se convertía en extraordinaria”. El guía, otra de las turistas y Clara se dirigieron nadando hacia Isla Capea, lugar en el que vieron: langostas, rayas moteadas y tiburones blancos. La próxima parada que tuvieron, fue playa “Atalaya”, tras una espera dentro del vehículo debieron caminar un trecho para llegar al lugar donde descender a la playa, mientras lo hacían vieron una pileta natural gigante enmarcada por la playa y un cordón rocoso. A lo lejos una pequeña isla rocosa emergiendo del agua con una forma atípica, parecida a un dinosaurio alado, mirando hacia lo que parecía la salida de su cría del huevo. Personal de la operadora local controlaba el ingreso al agua de grupos de quince turistas por un período de quince minutos. Aquellos que tuvieren productos químicos en su cuerpo no se les permitía ingresar al agua. Una vez en el interior, Clara vio un sinfín de cardumes de peces jóvenes, todo era movimiento y color, placer para los sentidos. Nadar bajo el agua, eran entender los orígenes de la vida y redimensionar el concepto de belleza y magnificencia.
Otros turistas se limitaban a caminar con las gafas enfocadas al interior del agua, Clara salía a respirar pero todo era tan hermoso que prefería volver para perderse en el mundo de sensaciones del interior del agua, reconocer su felicidad le generó inquietud mental al punto de preguntarse:” ¿resabio de su vida uterina; quizás?” Sus sentidos la apartaron de la corriente temporal, volver fue reconocer que les quedaba por ver el atardecer en Boldro. Al llegar, encontraron una extensión de pasto verde en lo alto, la vista de la costa impactante. Clara observaba tan atenta que comenzó a percibir el sentimiento y las emociones de todos y cada uno de los presentes, ello le hizo entender, en que consistía el inconciente colectivo. Cuando el sol estaba en la cima de los picos de los cerros hermanos, el cielo fue amarillo oro, la esfera naranja en el horizonte marítimo brillaba con luz propia, las piedras de negro brillante pasaron a ser rojizas resplandeciendo en contraste con el azul del mar. Integración, todo, comunión dejaron de ser solo palabras, para convertirse en sentimientos multiplicados y estos en energía palpable. La brisa juguetona, les acarició para participar también.-
La vuelta del grupo fue silenciosa, Clara perdida en sus pensamientos analizaba como la habían afectado sus vivencias del día. No bien entró, sintió a Jorge cantando en la ducha. Salió a la galería. Su hermano llegó al poco tiempo y en silencio observaron el firmamento hasta que Clara dijo:” Jorge, me parece que debemos hablar de la situación emocional por la cual atraviesas, temo que te estés aturdiendo para no procesar el dolor. No me doy cuenta si estas analizando tu interior. Tampoco veo que estés en comunicación directa con la naturaleza .Es ella, la que te daría fuerza para asumir lo que estas pasando hoy y lo que te espera cuando volvamos a casa”.-
Duele, duele mucho contesto Jorge. Cada persona, mantiene el equilibrio como puede.-
Tomate tu tiempo dijo Clara, trata de aprender de tus experiencias y evolucionar, no cambies un problema por otro igual. ¿Que te parece si buceamos juntos? El mundo subacuatico, cuanto nos podrá enseñar. No te pierdas en sensaciones físicas, analiza, desmenuza y cultiva lo que aprendas diariamente.-
Desayunaban solos, el resto de los turistas habían partido. En la Posada estaban a la espera de un nuevo contingente. Mientras esperaban su transporte, los hermanos bromeaban, agudizándoles el buen humor, el que viajaran en un camión y que al levantarlos solo hubiere dos turistas, fueron recorriendo toda la isla recogiendo turistas Paseo adicional no pensado y sin costo. Al arribar al puerto, fueron separados por agencias turísticas. El primer barco en salir fue el de Aguas Claras –antiguo de madera y señorial-, el último Atlantis. No bien los hermanos embarcaron, Clara codeó a
Jorge diciéndole: “el fondo de cristal está tapiado, nos equivocamos al elegir”. El itinerario incluía bordear la costa interior de la isla, pararían en Cacimba do Padre, Baía Dos Porcos, Baía do Sancho. Navegarían por Baía dos Golfinhos y Ensenada Portao. En los descensos de las piletas rocosas de bahía de los Puercos y bahía Sancho, los hermanos constataron que diferían de las de su país en que eran accesibles solo por mar, más profundas y asentada en paredes rocosas en pleno océano. Navegando en los Cerros Hermanos, supieron que se los denominaba comúnmente como “las lolas de Fa Fa”, cantante brasilera conocida por sus grandes senos. En la bahía de los delfines, no se permitía el descenso, no se podía molestar a la manada. En la cima del acantilado se veía el mirador terrestre. Siguieron su marcha hacia la punta de la isla, desde lejos percibieron el farallón rocoso, que al acercarse era una ventana esculpida en roca viva, con vista al mar. En los islotes rocosos pararon ya que bucearían. Los primeros en bajar fueron los buceadores con experiencia, luego el barco surcó el canal para llegar al islote en el cual descendería el grupo de buceo bautismo. Tras recibir instrucción colectiva de manejo del equipo que se les había entregado, se les informó que cada uno bajaría con un instructor. Jorge reía al ver como su hermana era relegada. Los buceadores acompañantes peleaban por las turistas jóvenes, ella por edad y tamaño fue asignada por descarte. Establecido el orden, se colocaban los equipos y comenzaron el descenso. En el primer grupo hubo quien volvió inmediatamente, otros intentaban sumergirse y volvían descompuestos. Clara se puso a hablar con dos niños franceses, al verlos angustiados cuando a sus padres descendieron, la madre subió casi inmediatamente de sumergirse y lo hizo enferma. Tras acostarla en uno de los bancos de madera, Clara le dio un bloquecito de dulce de leche. Chocolate no tenía. Llegó el turno de Jorge, en el período de instrucción y adaptación dentro del agua su cara estaba distendida con una sonrisa. Mientras descendía comenzó a notar síntomas corporales, los oídos le zumbaban, la nariz le picaba; intelectualmente racionalizaba que eran mensajes en respuesta a los metros que descendía, en un medio que no era el suyo. No sabía como manejar el sentirse raro. Con que alegría recibió el aviso de subir. Cuando estuvo con su cabeza fuera del agua, su hermana estaba a corta distancia con su instructor, casi inmediatamente no los vio más.-
Clara no lograba entender la notoria molestia de su acompañante, quien la consideraba su castigo personal. La comunicación era fluida, tanto en lenguaje gesticular como en el visual. Al llegar al fondo arenoso, se sintió niña, recordó que el acceder a ese mundo que tanto anhelara conocer, vislumbrado al ver a Costeau en sus aventuras del Calipsso. Curiosa e inquieta fue como se sintió. Se
desprendió de la mano del instructor y se acercó a la plataforma rocosa nadando hacia adelante. Su instructor le señaló lo que parecía una ventana, en su interior un gran pescado rojo no solo la extasió sino que se perdió en el intercambio de miradas y reconocimiento mutuo. Siguió al hombre que le mostraba lugares y peces. Disfrutaba tanto que todo llamaba su atención, al punto de comunicarse cada uno lo que veía. Era tal su alegría que no pensaba ni reconocía sensaciones físicas, si bien en algún momento las sintió, las descartó ante la belleza de lo que veía. Las formas y los colores de su entorno embriagaron sus sentidos. Descompresión, palabra que si bien la había preocupado perdió poder. El no ver plataforma la tomó por sorpresa, sintió en su cuerpo el cambio de la temperatura del agua, el azul se hizo más oscuro y pesado. Nadando siguió a su instructor y al divisar otros buceadores, Clara razonó que estaban en Isla Rata, lugar donde dejaran los buceadores experimentados. Miraba las rocas cuando su instructor llamó su atención pasando el canto de su mano por su garganta, colocando su reloj a la altura de sus gafas. Comenzaron el ascenso, lentamente, cuando sus cabezas estuvieron fuera del agua, Clara descartó el respirador. Al mirar a su alrededor vio buceadores que no pertenecían a su barco. Cuando el Atlantis se acercó, su instructor comenzó a gritar reiteradamente a sus compañeros: “Eu bucee”. Jorge la ayudó a subir al barco mientras ella le decía:”Es hermoso, tengo que hacer el curso, no importa el costo. Tengo que pensar en inventar algo para respirar bajo el agua. Danzaban en su mente las palabras: braquea, cromosoma, memoria original. Asimiló que no era necesario ir a Indonesia para entender el significado de colonización y vida. Perdida en su dialogo mental guardó silencio, su hermano sonriendo agradeció haber dejado de ser el centro de su atención, significaba que no abordarían diálogos trascendentes”. Los brasileros circulaban por el barco con equipos deportivos de invierno. Los barcos formaron un corredor y enfilaron hacia mar abierto, el agua comenzó a hervir de delfines, los turistas peleaban por los lugares en la baranda. Clara no aceptó quedar en segundo plano, fue al segundo piso, fascinada vio miles de delfines nadando, restaban casi en la superficie. Cientos de guías saltaban dirigiendo a su grupo hacia el alimento. Las madres nadaban panza arriba y las crías a su lado las imitaban en su actitud disoluta, sus conversaciones atronaban el lugar, ella quiso poder intervenir.-
Al volver conversaban sobre los paseos pendientes: Sapata y Pointinha Piedra Alta. Ambas caminatas de alta exigencia, que y como lo harían.-
Jorge y Clara junto a diez turistas, esperaban al guía para comenzar la caminata, en el camino a Punta Piedra Alta sortearon obstáculos rocosos para llegar a piletas naturales que a simple vista no se percibían. Luego llegaron a una ensenada semi rocosa con la Isla “Dos Ovos” frente a ella, a la cual con marea baja llegaron nadando. La aventura más disfrutada, descender por un escarpado acantilado pedregoso tomados de una soga, de espalda y a los salto. Cual si fueren escaladores para poder llegar a otra pileta rocosa donde practicaron snorkel, viendo especies que solo se daban en esa parte de la isla. Fuera del agua, la conversación giró sobre el tiburón blanco que nadó con ellos. Clara y un brasilero habían nadado muy cerca. Sus versiones diferían -para Clara un bebe, para él hombre, del tamaño de un delfín. Ella pensó ¡¡ Efecto óptico del agua con proyección mental ¿quizás?!! Ya en Playa Atalaya, Clara aprovechó su conocimiento previo para dedicarse a investigar la pared rocosa. Ensenada Caixeira fue la última parada y la menos atractiva. Mientras caminaban para volver, el cansancio no opacaba la alegría y satisfacción del grupo, sus pies les dolían, los calzados rotos no ayudaban, solo dos turistas habían sido previsoras. Tras un corto descanso, Clara concurrió a su clase de buceo, Jorge saldría con sus amigas.-
Llegó el momento, Clara rindió su evaluación del curso de buceo y le fue entregado el certificado internacional habilitante. Mientras preparaba su inmersión libre combinada con el segundo bautismo de Jorge, se dio en pensar que quería tiempo y no reloj; se reprendió mentalmente pues al bucear dependía del reloj. Ya bajo el agua tomaba fotos y disfrutaba mientras pensaba que la practica del snorkel, ya no era suficiente. Se acercó a Jorge para llamar su atención sobre el cardumen de peces a rayas que estaba detrás de él; su hermano estaba rígido. Tanto su instructor, como ella, le mostraron tantas cosas que terminó disfrutando como el que más. Clara especulaba sobre los lugares en los cuales quería bucear, concluyó que era en todo el Planeta. Dio a su mente la orden de parar. La frase: “Lo quiero” se mezcló con: ¿que puedo pagar?”. Nada la había preparado para tanta emoción, fue ella la que la familiarizó con el reconocimiento de la sensación de libertad que le daba manejarse por y en si misma, sin atadura que la contuviere dentro del agua. Aceptar ese espacio como propio le permitió prescindir de la corriente temporal. El bucear acrecentó su amor al mar. El reconocimiento llegó a través del proceso de reconocer las contradicciones y variantes de sus sentimientos por el mar, dándole la posibilidad de saber como convertirlo en dominación y educación para tener el poder de contención del libre albedrío. Síntomas físicos del descenso, algo necesario que con práctica desaparecía. Se acercó a su hermano y su instructor para con ellos compartir ese hermoso mundo subacuatico, ya llegaría el momento de conversaciones, la práctica del deporte no sería más que, el camino, para acceder al propio conocimiento interior.-

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77. PRESENTE DE SAL

El barco se había detenido cerca de una isla deshabitada, y un par de tripulantes echaban el ancla. El viento movía el mar, que movía la embarcación, que movía la docena de turistas vestidos con trajes de neoprene y, especialmente, hacía ondular el cabello suelto y lacio de una de las pasajeras. Dos instructores de buceo organizaban los tubos de oxígeno, los chalecos, las patas de rana, y ponían el lastre en la cintura de quienes ya estaban a punto de entrar al agua. Algunos metros hacia abajo pasó un cardumen plateado y, por unos segundos, su recorrido coincidió exactamente con los pasos de la mujer de cabello lacio y largo. Sin embargo, ni el cardumen en el agua ni la mujer en la cubierta se enteraron de esa sincronía.

Los peces rápidamente estaban lejos; la mujer, hablaba: -Uno diría que ya se está "en el mar" desde que salimos del puerto, pero en realidad sólo nos encontraremos "en el mar" en un rato. Ahora estamos suspendidos sobre él, casi en él, cerca, pero no "en". ¿Entendés lo que te digo? -Lo que yo creo es que el agua debe estar helada y que estos trajes no nos van a servir de gran cosa- dijo su amiga, que ya traía el pelo bien atado, lo que impedía deducir cuán largo era. -¡Pero si son gruesísimos, casi no puedo moverme!- respondió la del pelo aún suelto, haciendo una mueca exagerada con su cuerpo como si quisiera desperezarse sin conseguirlo. -¿Ves? ¡Si esto no nos protege del frío…! -Lo que sea. Estoy medio mareada. Este barco se tambalea mucho. -Cuando finalmente estemos "en el mar" te vas a olvidar del mareo, el agua fría te cura todo. -¿Viste que vos también pensás en el agua fría? ¡Nos vamos a congelar! La del pelo todavía suelto, dijo: -Pero no, Marti, qué quisquillosa que estás hoy, vas a ver que va a salir todo bien. Cuando estemos allá abajo no vas a poder creer lo lindo que es. -Mientras no me olvide de que hay que respirar por la boca… -Senhorita -llamó el instructor- vamos colocar os dois quilos na sua cintura, ok? Assim você poderá ir mais facilmente ao fundo, se não vai ficar boiando na superfície, lembra do que a gente explicou ontem, não é? -Ah, sí, gracias.-respondió Sara, que así se llamaba la mujer que finalmente se estaba atando el pelo, mientras levantaba los brazos para que le ajustaran el lastre. -¿Qué loco, no? Es el único lugar en el mundo donde uno podría pretender pesar más. -Aquí y en la luna- agregó Martina, mientras a ella también le ponían el cinturón de plomo. -Bueno, amiga, ¡allá vamos! ¿Chicos, están listos?- A pesar de ser la primera vez desde que habían subido al barco que alguna de ellas se dirigía a los hombres, estaban muy presentes en la charla. Les divertía su verborragia, o a veces se abstraían por completo. -Sí- fue todo lo que respondió Tomás, acompañado de un beso en el cuello descubierto de Martina. -Vamos- agregó Pedro, tomando de la mano a Sara, que trataba de demostrar que ella siempre sería liviana, incluso con lastre y tubo de oxígeno. Los cuerpos atravesaron la línea divisoria entre un mundo y otro. Ahora, a su alrededor, en vez de aire para poblar con frases había un entorno más lento y añejo que no admitía palabras. Bajaban dejando tras de sí un rastro de bolitas de oxígeno, como cuatro visitantes que ingresaran juntos en un sueño y quisieran marcar, por las dudas, el camino de regreso. Las amigas pensaron en Hansel y Gretel, se miraron para comentarlo entre ellas como hacían con todo y, simultáneamente, se percataron de que no podrían decir nada al respecto. Enseguida notaron que la coloración de sus rostros iba volviéndose fantasmagóricamente blanca. Sara, emocionada con el descubrimiento, hubiera querido describir cómo los labios rosados de Martina contrastaban contra la piel clara como si tuviera un rouge espontáneo. Parecía una geisha. Martina, quien solía criticar a Sara por broncearse tanto, trató de mostrarle que bajo el agua, de tan blanca, tenía un aire de princesa antigua. Y si un ojo detallista se hubiera sumergido tras los cuatro, podría haberse fascinado con otros contrastes: alrededor de las cabezas femeninas, el agua hacía micro remolinos provocados por la superposición de pensamientos que rebasaban hacia el mar. Por el contrario, en torno de los hombres la corriente fluía sin obstáculos. Tomás y Pedro nadaban unos metros más hacia abajo. Desde donde ellas estaban, podían contemplar sus cabellos cortos flotando en el agua como plantas marinas. Martina se dejó envolver en las burbujas de oxígeno que Tomás iba exhalando al sumergirse. Ante la imposibilidad de respirarlas, imaginó su perfume. ¿Olerían tan bien como la piel de Tomás? Sara al ver a su amiga danzando entre las burbujas tuvo el impulso de ir a abrazar a Pedro, aunque se preguntó si, vestida de esa forma, lo lograría. Pedro se detuvo como si intuyera su proximidad, giró y la miró a través de las antiparras. Buscaba sus ojos, quería transmitirle la felicidad por estar en el océano y en su compañía. No pretendía usar palabras, sólo compartir el momento. Y entonces ocurrió: Sara no pensó en qué habría en las profundidades, ni en los demás turistas que buceaban a escasos metros, ni en las pieles pálidas, ni en los peces coloridos que pasaban a su alrededor o el barco que había quedado esperando allá arriba. Mucho menos en el mundo terrestre. Milagrosamente no agrupó palabras en su mente. Apenas lo miró a Pedro y por un instante, bajo el mar, reinó el presente. Durante aquella fracción de tiempo fue como si ambos hubieran pasado a otra dimensión, a un anexo del momento. Para el resto de la humanidad, aquel segundo duró eso mismo; para Pedro y Sara, sus miradas se mantuvieron lo suficiente como para ir hasta el fondo del océano y volver en cámara lenta. Pero enseguida, una estrella de mar llamó la atención de Sara. Recordó otras estrellas (las del cielo) e hizo grandes gestos hacia su amiga para mostrarle ésta, tan pequeña y alcanzable. Un pensamiento llevó a otro y, como siempre que la mente entra en actividad, huyó definitivamente del presente y pasó a ocuparse de otras cosas. Mientras tanto, Tomás y Pedro continuaban nadando hacia aguas más profundas donde el sol y las palabras casi nunca llegan.

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76. ¿CASUALIDAD?

Hace algo más de tres años, me ocurrió un hecho que por distintas circunstancias nunca había contado, no por que fuera algo malo, sino por lo que tenía de increíble o al menos de enigmático. Ahora al ver publicado un concurso sobre buceo que organizan Vds. y a pesar de no ser mi oficio el de escritor, e incluso dudar de mis dotes para el mismo, me aventuro a plasmar en unos folios lo que no me he atrevido a narrar, confiando en su paciencia, y para que engañarnos, obligación, me supongo, de leer los relatos que lleguen a sus manos.
Sin más preámbulos, paso a la narración:

Era una mañana de últimos de mes, exactamente el miércoles 26 de mayo de 2006, no se me olvida la fecha. Según las predicciones meteorológicas iba a ser un día espléndido, por lo quedé con Alberto un aficionado al buceo a pulmón libre como yo, con el que me juntaba en algunas ocasiones para compartir nuestro pasatiempo. Nuestro trabajo era a turnos, y cuando coincidíamos con la mañana ociosa quedábamos para ir al mar.
Llevé a Pablito al colegio, volviendo después a preparar el desayuno a Marga que no entraba en la tienda hasta las diez. Mientras se duchaba hice la cama, cuando la terminé, Marga secándose vino en mi busca con la clara intención de volver a deshacerla. Yo me desentendí, debía prepararme y no había tiempo. Un poco contrariada se vistió y la llevé a trabajar.
Al vivir en una cuidad del levante español a orillas del Mediterráneo, lo que sobran son sitios para bucear, pero yo tenía el mío, es más, el sitio en si es tan bonito que es lo que me aficionó hace casi veinte años, apenas cumplidos los dieciocho.
Se tardaba unos cuarenta minutos en llegar, había calculado estar un par de horas en el agua, y salir con el tiempo suficiente para llegar a las dos y media a buscar al niño al colegio. A mitad de camino me llamó Alberto para decirme que lo sentía mucho, pero no podía ir, justo cuando se dirigía al coche, le habían llamado de la guardería de su hija pequeña, diciéndole que tenía fiebre, por lo que tenía que ir a recogerla. Pensé en volverme, sólo no se debía bucear, además no me gustaba hacerlo, nunca se sabe lo que puede pasar. Pero dudé la primavera había sido atípicamente lluviosa, y apenas había practicado un par de veces. El mar tan tranquilo y azul era una incitación a la cual fui incapaz de resistirme, a pesar que sabía que no hacía lo debido.
Cuando llegué, aparqué como siempre en la pinada al lado de una higuera vencida por el viento y casi siempre cubierta del polvo blanquecino del camino, pero que regularmente, año tras año, seguía dando su cosecha de higos. Al dirigirme hacia la playa observé que no había nadie, de por si, salvo en pleno verano es un lugar solitario, al estar la población más cercana a seis o siete kilómetros, los bañistas o paseantes prefieren disfrutar del mar al lado de sus casas; excepto en Agosto y quizás Julio, que les resulta imposible por la aglomeración de gente que se produce.
El arenal tendría quinientos metros, estando acotado a ambos lados por sendos farallones rocosos de unos cuatro o cinco metros de altura que llegaban hasta la arena. Parecía una cala, aunque en realidad era un trozo de la playa que se extendía unos siete kilómetros a lo largo de la costa. Si el oleaje de por sí en el Mediterráneo es escaso, en este paraje, quizás por el pequeño abrigo de las rocas, lo era más aún. Por eso me gustaba, por eso y por el fondo rocoso, que eran un hábitat ideal para la especie que yo pescaba: el pulpo.
Una vez puesto el traje de neopreno y las aletas me metí en el agua con el pesado tridente en la mano, digo pesado porque debido a que al principio se me rompían con cierta asiduidad, decidí hace diez años encargar uno que fuera de acero y más grueso de lo normal, más pesado pero resistente. La temperatura bajo el agua era mejor de la que me esperaba, y la visibilidad inmejorable.
Al empezar a bucear me di cuenta de lo espectacular que iba a ser el día, inmediatamente me encontré nadando entre un banco de curiosas mojarras con sus colores plateados y dorados brillando a mi alrededor. Me gustaba sumergirme y nadar entre ellas, en días tan claros era un espectáculo, parecía que bailaban acompasadamente siguiendo el movimiento de mis aletas.
Enseguida pasé a ver las primeras formaciones rocosas, al principio aisladas y casi imperceptibles, para después ocupar el fondo de una forma compacta. Apenas había algas, lo que facilitaba mi visión de las entradas de las cuevas en donde los pulpos ocultos, esperaban el paso de sus presas. No tardé en divisar los primeros ojos sobresaliendo de su escondite, pero me percaté que no eran del tamaño adecuado, tenía por costumbre no pescar pulpos de menos de kilo y medio como mínimo, y aunque había días que me iba a casa de vacío, nunca rebajé mis exigencias.
Me encontré con dos sepias que se me quedaron mirando fijamente, con algún gallo camuflado en los pequeños bancos de arena, con un cormorán perseverante pero sin suerte en sus zambullidas en busca de comida, e incluso con alguna indeseable medusa, pero de pulpos que cumplieran los requisitos, ni rastro.
Decidí acercarme a nuestro pecio secreto. Este era una barcaza que había encontrado con Alberto hace cuatro años, nos hizo mucha ilusión, para nosotros fue como encontrar un tesoro sumergido, no se lo habíamos contado a nadie, aunque en realidad tampoco tenía importancia, se trataba simplemente del esqueleto de una barcaza, seguramente de las que se utilizaban hace muchos años en las viejas salinas. Solo quedaba al descubierto los días de mucha calma, por lo que pensé que hoy era el día adecuado.
Efectivamente ya desde lejos vislumbré las cuadernas que marcaban la silueta de la barca varada en el fondo del mar, a no más de seis metros de profundidad. Distinguí un bulto en uno de los laterales (podía ser babor o estribor, pues la simetría era perfecta), pensé que era una bolsa de plástico, por otra parte habituales de encontrar. Pero al acercarme más me di cuenta que era una tortuga. Me emocioné, era la primera vez que me encontraba con una, que además me pareció espectacular.
Cuando llegué a su perpendicular la observé mejor, mediría un metro, con el caparazón de color amarillo anaranjado, y la cabeza y el pico muy grande, quizás una “tortuga boba” pensé, no porque lo supiera, sino porque era el único nombre de tortuga que me sonaba. Se encontraba allí en contra de su voluntad, enredada la cabeza y una aleta en un trozo de red que a su vez estaba enredada en una de las cuadernas de la barca. Seguramente la había apresado algún barco y de alguna manera había conseguido romper la red, quedando enmarañada en ella, yendo a parar a aquel lugar.
Inmediatamente pensé en soltarla, aunque con cierto temor. Había leído que las tortugas eran muy agresivas, y aquella tenía un pico respetable. Apenas se movía, parecía cansada y resignada. Me zambullí varias veces para percatarme mejor de la situación. Decidí dejar caer al fondo el pesado tridente para facilitarme la labor y tener las dos manos libres. Me acerqué poco a poco, al principio tiré de la red un par de veces, después toqué su caparazón. En ninguna de estas maniobras dio signos de inquietarse, lo que si me daba la sensación es de que me no dejaba de observarme, más confiado emprendí las maniobras para liberarla.
En primer lugar solté la aleta, que era lo más fácil, o al menos lo que menos miedo me daba, a continuación y después de dos maniobras de tanteo empecé a soltar su cabeza, lo que logré en la tercera zambullida. Al soltarla y emerger por última vez, ya no tuve duda de que me miraba.
La verdad es que el episodio me había cansado, más por la tensión y emoción que por el esfuerzo, y aunque aún no eran ni las doce, decidí salir del agua por el farallón que tenía cerca, así además podía ir echando un último vistazo, a pesar de la aventura no me resignaba a irme de vacío, recogí el tridente y me dirigí a la orilla.
A los pocos minutos y con unos tres metros de profundidad debajo de mí, divisé las leves oscilaciones de un tentáculo que delataba el tamaño más que regular de su propietario sobresaliendo de la entrada de una cueva rodeada de las conchas de sus víctimas. Casi sin esfuerzo dado la escasa profundidad, realicé la inmersión, ensartando al pulpo al primer intento. Debido a la rapidez de la maniobra, adquirida con los años de experiencia, la presa aunque soltó su tinta no pudo adherirse a la roca, por lo que la captura fue rápida. Cuando le saqué a la superficie, calculé que pesaría dos kilos, y que el pinchazo había sido certero, pues el pulpo estaba ya inerme. Normalmente suelo engancharlos nada más pescarlos a un aro de alambre acerado que llevo en la cintura, pero ese día debido a la escasa profundidad, decidí esperar a hacer pie para efectuar la maniobra con más comodidad. Nadé hacia la orilla y cuando calculé que ya no me cubría, casi en la pared del farallón me incorporé.
Sentí que el suelo se hundía bajo mi pierna derecha y un dolor fuerte a la altura del muslo que me hizo dar un grito y soltar el tridente. Una vez repuesto del susto y con el agua a la altura de mi pecho, me di cuenta de lo que había pasado: Al levantarme había pisado el extremo de una roca inestable, al volverse por el peso, había aprisionado mi pierna derecha en una oquedad. Traté de retirar la piedra sin conseguirlo. Con cada intento mis fuerzas disminuían, en el último me fijé en el tridente, depositado en el fondo rocoso a menos de dos metros de distancia, dándome cuenta que debido a su robustez me podría haber servido para hacer palanca y liberarme. Este pensamiento me desesperó todavía más.
Traté de calmarme y sopesar la situación en la que me encontraba: Estaba atrapado, eran las doce y media, no veía a nadie alrededor, por lo menos hasta las dos y media, hora de ir a buscar al niño, nadie se daría cuenta de mi ausencia, no llamarían a Marga del colegio hasta la tres, la cual se pondría en contacto con Alberto, como este conocía el sitio al que íbamos a ir, vendría rápidamente. Con lo cual yo calculaba que entre las cuatro y las cinco me rescatarían.
Por otra parte no estaba en peligro: No parecía tener nada roto, no sangraba, apenas había olas, el traje de neopreno me protegía de la ya de por si agradable temperatura del agua, incluso este pequeño farallón me protegía del sol. Entonces me di cuenta: Al mirar la roca que tenía delante reparé en las marcas, marcas de agua, marcas de las oscilaciones de la marea. Me entró el pánico, ese era el peligro: Con la subida de la marea podía llegar a ahogarme. No entendía mucho de mareas, la verdad es que debido a la poca oscilación que tenían en esta parte de la costa, nunca las había tenido en cuenta, no sabía lo que podían subir o bajar. Lo que si me di cuenta ahora es que estaba subiendo, y yo al menos estaría prisionero otras cuatro horas, me angustié, miré a mi alrededor con desesperación, incluso grité pidiendo ayuda, traté de nuevo de liberar mi pierna, me maldije por haber soltado el tridente, pero todo era inútil. Intenté calmarme, no tenía la certeza de que la marea subiera lo suficiente como para cubrirme, además tenía el añadido del tubo de respiración. Alejé los negros pensamientos de mi mente, me entretuve pensando en mi hijo y en mi mujer (No me perdonaba no haber atendido sus requerimientos esa mañana).
Había pasado una hora, la subida del agua no era alarmante pero si preocupante, casi me llegaba a los hombros, traté de descifrar las marcas en la roca, lo cual me servía unas veces para insuflarme de moral y otras para desmoralizarme. Sorprendido vi como a escasos metros parecía que se movía una piedra bajo el agua, sumergí la cabeza y comprobé que no era una piedra, era la tortuga que había liberado.
Ingenuamente quise pensar que venía a corresponderme, a pagar la deuda que tenía conmigo, pero no, era un animal al fin y al cabo, lo que venía era a comerse el pulpo que seguía ensartado en el tridente. Con la cabeza sumergida y respirando por el tubo observé como, sin dejar de mirarme, iba mordiendo los tentáculos con su gran pico. Dejé de espiarla para otear el horizonte en busca de ayuda: todo seguía vacío. Volví a sumergirme, seguía dándose el banquete. Me pareció notar algún cambio en el lecho marino, pero no sabía que, hasta que sobresaltado me dí cuenta de que el cambio se refería al tridente: estaba más cerca. Pensé que era un espejismo, una ilusión ópticas. Pero no, fijándome con detenimiento pude darme cuenta de que según iba comiendo, con el propio movimiento de su cabeza iba acercando el tridente hacia donde yo estaba, inconscientemente, no podía ser de otra forma, pero lo estaba haciendo.
Centímetro a centímetro se acercaba mi liberación, la tortuga comía despacio pero sin pausa fijando su vista en mí. Yo por mi parte procuraba no asustarla, el corazón se me iba a salir del pecho, cuando el tridente estaba a unos pocos centímetros de mi mano, dejó de comer. Me derrumbé, pensé que se había saciado, que se marchaba, pero por suerte me equivoqué, después de echarme un última mirada, para mi interminable, siguió con su banquete, que era a la vez mi liberación. Cuando así el arma con mi mano esperé a que se retirara, lo cual hizo casi al instante, perdiéndose en el mar.
Efectivamente el tridente me sirvió como palanca y liberé mi pierna percatándome que podía moverla sin problemas. Al llegar a la orilla, durante más de media hora liberé con lágrimas toda mi tensión. En ese momento y en infinidad de veces posteriores he pensado en la tortuga, en su forma de actuar, y aunque nunca encuentro una prueba definitiva, estoy convencido que sabía lo que hacía, que no fue una casualidad. Estando convencido también que la aventura iba resultar increíble, decidí que fuera un secreto entre mi salvadora y yo.
Jamás se lo conté a nadie, jamás quise saber hasta donde habría llegado la marea, jamás he vuelto a pescar, jamás he vuelto a comer pescado…y jamás he querido saber si las tortugas comen en realidad pulpos.
Chuchi , en Madrid a 27 de Octubre de 2009

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miércoles, 28 de octubre de 2009

75. MAREA

Son las diez de la mañana. Un perro vagabundea en la playa sin decidirse entre el río y el mar. La mujer no lo mira. Tiene los ojos fijos en el horizonte, en esa línea que oculta de la vulgaridad humana la sensual curvatura de la tierra. Mientras observa, camina y sus pies regalan hoyos a los cangrejos al hundirse bajo el peso del equipo que sostiene. Un ronquido anuncia la proximidad de la lancha.

Olas sobre olas. Las primeras se detienen antes de tocar la playa. Ella se abre paso entre el revoltijo de barro y espuma. Sube a la embarcación. El agua invade el piso anunciando la agitación del mar. El mar que es una sábana en movimiento. Una sábana bajo la cual se adivinan espirales de brazos y de piernas que se envuelven.
La mujer contempla ahora, desde cerca, semejante vastedad. Palpa su cuerpo, minúsculo comparado con el universo que se prepara a explorar. Se consuela de su propia exigüidad; porque esa exigüidad la delimita, mantiene el ritmo de su latido, le da vida y libertad. Esa clase de libertad del perro corriendo en la arena. No espera. Se pone el pesado equipo por sí sola y entra. El agua saladísima está fría, pero ella no lo nota. Siente en las piernas el vaivén agresivo del agua, que la golpea como si se tratase de los costados de un navío; golpea, se aleja, golpea. Le cuesta mantenerse a flote. Hay un imán que la atrae hacia el centro de la Tierra. No hay pies ni arena que la sostengan. Sólo un precipicio húmedo y desde abajo aquellos brazos, que siguen halando, ansiosos por enrollarse en su cintura.
La mujer piensa con rapidez. Revisa su fuerza, repasa sus habilidades deportivas, analiza las posibles averías en el equipo, se pregunta si debe desistir, lo intenta. Una vez y otra; y otra; y otra. Cómo medir la distancia que separa el instante de la determinación del instante del abandono, los segundos infinitos en los que la respuesta es la huida. Cómo imitar al pescador que se hace uno con el mar para dejarse guiar hacia los peces. Ella sólo sabe que debe acallar el torbellino mental y dejarse cubrir por la espuma. Lo hace. Así de simple ahora y antes imposible, casi. Comienza el descenso. Forcejea todavía por momentos con la liquidez que se opone a ella y sin embargo la deja entrar, un poco más cada vez, como esos amores en los que la resistencia esconde un secreto pedido de entrega. Su cabeza quiere hacerse pesada, sus oídos sordos. Intenta aliviarlos y después decide no hacerles caso. Deja que su imaginación la distraiga tejiendo historias mientras avanza, abriendo por su mitad las aguas del mundo. La sal y el yodo la fertilizan. Se reconoce una más entre las corrientes que la cruzan.
Mediodía pleno. Hay una mujer que camina desde la playa, en dirección al bosque. Está brillando de agua y de algas. Nunca perderá ese brillo, aunque lo olvide. Sus cabellos escurridos son cabellos de náufraga. Sabe que corrió peligro. Pero sabe también que venció al mayor de los monstruos marinos: el que habita el mar que ella contiene.


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martes, 27 de octubre de 2009

74. SUBMARINEUM SOLAE

En las profundidades abismales del lago Esmeralda (tan parecido al alma de una señorita que conozco), allá en algún punto indefinible del sur, resulta que hay un pequeño sol. Es celeste azulado, medio oscuro, diferente del turquesa del agua, y sus rayos de luz, o brazos (parecen pocos, pero son infinitos, e inmortales; cuando uno muere o es cortado, enseguida crece otro, como las cabezas de la Hydra, o los pulpos, o cualquier persona con sangre de reptil), es como que… ablandan toda la materia que tocan… e incluso permiten que unas pocas moléculas esenciales se cuelen por los poros de la piel y lleguen al alma, purificándola, refrescándola, y limpiándola de toda la basura innecesaria.

El solo ver a un sol acuático calma las ansias, alivia las tensiones, y trae inmediatamente la tan anhelada paz interior (el efecto dura, aproximadamente, mes y medio, dos meses, empezando a contar desde el momento en que se sale del lago y la piel se seca por completo. Igual, dicen que algo queda, y que cada vez que uno vuelve y lo ve de vuelta, se va generando como una sumatoria de disparos de flash, etcétera. Que se yo… la gente dice muchas cosas…).
Hay algunos que, por alargar el efecto, o tal vez solo por el placer de la sensación, buscan llegar lo más cerca posible de éste sol pasado por agua. Caso curioso, porque da la casualidad de que, por mucho que uno nade, el sol sigue del mismo tamaño, y a la misma distancia. O sea, no solo es inalcanzable, sino también, inacercable (habrá que conformarse con lo que hay, que remedio). Tal vez no lo sería, si no existieran ciertos factores limitantes, que la gente nunca tiene en cuenta. Básicamente, son 2 las limitaciones que, alternándose, mantienen a éste sol recién nacido limpio de toda impureza. La primera, de naturaleza humana: de tanto nadar, por más que uno se lleve 47 tanques, en algún momento se acaba el oxígeno. La segunda, externa a nosotros, son unas criaturas muy pequeñitas, servidoras absolutas de su misterioso dios, no-visibles (solo imaginables), que, un poco antes de llegar a mitad de camino te abren la boca, los pulmones se te llenan de agua, etcétera (no se puede llegar en submarino; al sol no le gustan ésas cosas, así que se hace invisible o se esconde atrás de alguna montaña de piedras cada vez que divisa alguno en la superficie).
Ah, me olvidaba; el sol submarino es causante de toda la vida del lago Esmeralda (no se podría decir que son peces, crustáceos, o medusas… más bien son criaturas abstractas de múltiples formas y tamaños [muy pocos tienen ojos], todos de gamas de azules y celestes… las plantas son como nubes (es decir, son celestes… pero tienen la contextura esponjosa y la suavidad de algodón que solo las nubes tienen…).
Tal vez vuelva algún día.

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73. EGIPTO AJETREADO

Había sido un día ajetreado, nada nuevo en el horizonte. La vida transcurría así, de una crisis a la siguiente, de una reunión de trabajo a otra, prácticamente sin tiempo para relajarse, si no fuera por las ocasionales vacaciones, que parecían siempre tan distantes una de la siguiente. Pero este fin de semana iba a ser muy diferente. Al menos por una vez, había conseguido mezclar negocio con placer.

Tenía que hacer una presentación de negocio en El Cairo, y había logrado que fuera un viernes, volando de vuelta el lunes a primera hora de la mañana para presentar los detalles de los acuerdos conseguidos, teniendo el fin de semana –que no le importaba sacrificar por la empresa- para preparar los resultados de la discusión primera a sus jefes, en una reunión organizada para por la tarde. Pero el sábado lo tendría para él. No lo había dicho, nadie en la empresa lo sabía, pero el día estaba ultimado con mayor detalle que lo que nadie podría preveer. Tenía que ser un día perfecto, su premio por encontrarse en la situación en la que le habían puesto, sin alternativa, sin posibilidad de rechazarlo. Como le dejaron claro, si quería seguir en su puesto, había ciertas obligaciones de las que no se podía huir, que no eran delegables. Ahora había llegado el momento.

Así pues, el viernes tomó el vuelo a El Cairo, en el avión no perdió tiempo, sino que ultimó al mínimo detalle la presentación, intentando asegurarse de que consiguiera negocio para su empresa, que la inversión que estaban haciendo supusiera no solamentebuenos dividendos, sino con un poco de suerte una puerta abierta para que él volviera de cuando en cuando. Camino de la reunión, en un taxi, miraba por la ventana la triste imagen de la gran ciudad, casas de ladrillo sin terminar, bloque tras bloque, paredes tristes, sin vida, en una urbe que representa a un país que vive de un glorioso pasado, pero en cuyo presente solamente puede ver un infinito vacío, melancolía, … Controles que pasar, policías en las calles, todos pareciendo vivir estáticos, como si más que vida, fuera la muerte la que vivieran. Dejando pasar el tiempo bajo el radiante sol, a pesar de ser final de octubre. Indudablemente demasiado bochorno para moverse. Bastaba estar sentado a la sombra, viendo pasar a los que no tenían más remedio que moverse de sus tiestos. Los controles no servían de nada, lo sabía, la corrupción llegaba a todas las esquinas. Ya había visitado Egipto con anterioridad, lo había visto con sus propios ojos. Era el país de la propina, del dinero pasando de mano en mano, y todos envueltos.

La reunión fue más larga y dura de lo que esperaba, pero salió contento del resultado. Había logrado su objetivo principal, había creado como quien no quería la cosa, una ruta de comercio entre su compañía y una empresa local. Llamó por teléfono a su oficina para dejar un mensaje en el contestador, para que supieran a que hora había terminado. Y ahora, a las dos de la mañana, tomó otro taxi con un destino mucho más lejano, Dahab, donde esperaba encontrarse con alquien más por la mañana. El trayecto lo haría durmiendo en el vehículo. El podía dormir en cualquier parte, incluso de pié. Estaría fresco y listo para disfrutar del día. Su tiempo libre, en teoría de papeleo, nadie lo notaría, solamente su agradecida alma. Al fin y al cabo, desde que le plantearon la posibilidad de venir, solamente tuvo una idea en mente, visitar esta playa de aguas cristalinas, de la que había oído hablar en numerosas ocasiones, pero que por motivos de trabajo nunca había podido visitar antes. Su vida transcurría aburridamente, en una trabajo demasiado demandante, con poco tiempo de esparcimiento, que habitualmente incluía cuando podía, sesiones de buceo e inmersión en una mina al aire libre, ahora cubierta de agua, donde un pequeño club de buceo se había formado. Poco había que ver, pero no importaba.

Ahora, esta mañana se iba a culminar un sueño frustrado, el bucear en aguas cálidas donde el coral y la vida marina abundaban. Hoy no se trataba de paredes y papeles. Hoy iba a haber por fin color a su vista. Tras 365 kilómetros, tras años soñando, el trabajo quedaba finalmente a un lado, y él disfrutaba de un día, bien merecido, de esparcimiento. El había dado al taxista las instruciones precisas, tal y como le habían indicado por internet antes de su salida. No se pudo quejar, a su llegada, vio la furgoneta del club que contactó, y un grupo de personas preparándose. Un poco de discusión, de papeleo que ultimar, de carnet y copias de correos electrónicos que presentar y estaba listo para el ataque. En su maleta estaba parte de su equipo, aletas, botas y máscara, mas el resto lo tenía apalabrado. Bajo la sombrilla, como todos, se cambió, se presentó a quien iba a ser su compañero, hicieron el chequeo reglamentario, tal y como lo exigen los manuales, no conociendose el uno al otro, yendo por el chaleco compensador, los pesos, el aire, … pero lo más importante fue en parte ponerse de acuerdo en las señales a usar bajo el agua y tal vez la planificación de la inmersión, que realmente iba a ser un tour guiado.

Tan pronto bajo el agua, respiró tranquilo, se relajó, estaba en otro mundo, prácticamente incomunicado de todos menos de su grupo. Pero lo mejor vino pronto, el coral lo tenía ante sus ojos, en todo su espelndor, y por si no fuera suficiente, junto a él su diversidad de peces de distintos colores y tamaños. Nunca antes había estado en mar abierto buceando, nunca había encontrado el tiempo, a pesar de llevar un año buceando de forma intermitente, siempre lo había hecho en el mismo lugar, en lo que llamaban amigablemente una palangana de agua sucia, por su escasa visibilidad y porque la única vida que había visto en ella, aparte de sus compañeros, había sido algún gusanillo o pececillo gris y menudo. Esto era completamtente diferente, era encontrarse dentro de una pescera, donde todos sus inquilinos eran libres de deambular donde quisieran, donde no había cristales, no había barreras. Era un paraíso de vida y de color. Le costaba seguir el ritmo de los demás, quería permanecer en su pequeño rincón, como el pez payaso en su anémona. No quería aventurarse más allá, había encontrado el lugar ideal donde vivir, donde relajarse. Sin embargo siguió. No tenía más remedio. Sin embargo, esa sensación de perfección le quedó grabada en la mente, un pensamiento en el que podría siempre volver por calma.

Fuera del agua, discutiendo sobre la experiencia, sobre el peligro que el cambio climático acarreaba, sobre el daño de las pescas ilegales a pesar de ser zonas protegidas, no pudo sino comparar la situación con la que había visto sobre las arenas del desierto. La grandeza y el colorido de la antigua civilización, que tras miles de años aún atrae turistas de todo el mundo, con la sociedad actual, con la miseria del ladrillo que había visto en El Cairo. Igualmente estaba pasando con el coral, resultado de miles de años de evolución, ahora en todo su esplendor, con toda su riqueza de vida y de color, pero no por ello tan delicado que el hombre simplemente buceando a sus alrededores puede causar irreparable daño si no anda con cuidado. ¿Era allí donde iba a acabar todo el maravilloso y colorido arrecife, en una simple piedra gris, muerta y sin encanto? ¿Será capaz algún día el hombre de aprender de su pasado o seguirá tropezando en las mismas piedras hasta que acabe consigo mismo? A veces uno se lamenta de pertenecer a una especie a la que se le responsabiliza de tanto mal, de tanta destrucción, de tanta misease. Si de alguna manera el hombre pudiera aprender de la historia…

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72. RETORNO AL PARAISO

Estuvo mucho tiempo ausente y el regreso al lugar donde disfrutó los veranos de su niñez le produjo sentimientos encontrados que se enredaban en medio de la bruma espesa de sus recuerdos: por una parte tenía sensación de añoranza, como si siempre lo hubiese echado de menos; pero por otra parte, algo en aquel lugar le sabía a distancia a rechazo. De lo que no cabía duda era de la belleza que exhibía y de la paz que acompañaba a esta. Pronto supo que aquel era el jardín con el que había soñado toda la vida y por primera vez se percataba de que lo que creía irreal y onírico, había formado parte de su vida en una edad temprana. Lo que tenía ante sus ojos era una maravilla. Era, sencillamente, su paraíso.

No tardó en sumergirse en su pasado para empezar a saborearlo desde el inicio, despertando los sueños que lo habían mantenido vivo. En aquel sensacional paisaje, había diferentes cromatismos de verdes, amarillos, rojos; colores indefinidos distribuidos por una amplia extensión en la que dominaba el ocre; terminaba por el noroeste en una vasta prolongación de arena, mientras en el lado opuesto, desaparecía el colorido paisaje en una repentina hondonada. El conjunto era salvaje e irregular, y sin embargo, no resultaba caótico.
Decidió recorrerlo palmo a palmo y recrear cada imagen en su cerebro. Fue entonces cuando empezó a despertar su memoria: ¡claro que había estado allí!; el recuerdo le devolvió la energía de antaño, pero con una mirada mucho más ávida para escudriñar cada centímetro y deleitar al máximo su mente. Tras un vistazo prolongado a cada conjunto particular que decoraba el escenario, la nostalgia empezó a apoderarse de ella; le venían a la mente escenas protagonizadas por sus hermanos -a veces con ella-, que hasta ese momento tenía totalmente olvidadas. Quiso repasarlas despacio, pero se agolpaban a la salida como queriendo escapar del encierro en el que habían pasado tantos años. Decidió dejar aquellas imágenes para más tarde y aprovechar la luz del sol en su paseo. Empezó por explorar un promontorio próximo cuyas plantas exhibían sus filamentos, poco más gruesos que un fideo, que ondeaban rítmicamente con sus tonos grises y anaranjados. En la base, cobijaban alguna actinia carnosa cuyo rojo intenso contrastaba con los tonos apagados de sus protectoras.
En los roquedos adyacentes, las padinas y las acetabularias se entremezclaban en la parte superior; abrían hacia al cielo su circular plataforma gris azulada, con contrastadas rayas concéntricas las segundas, que permitían diferenciarlas de las primeras. Permanecían unidas a la roca también por un corto filamento de aspecto frágil, pero apenas se apreciaban algunas arrancadas alrededor. Los verdes poliédricos de las ulvas rígidas y el lecho alfombrado de las membranosas daban un aspecto señorial a toda la zona, a cuyos pies, se consumaba la majestuosidad con pequeños grupos de clavelinas, perforadas en su transparencia por un rayo de sol. El conjunto estaba tapizado en la parte vertical por agrupaciones naranjas de astroides que, con su amplia gama de matices −en la que destacaban los fosforescentes−, realzaban el perfil de cada roquedo. Bajo cada pequeño saliente, se podían observar algunas ramas de las gorgonias blancas (parecían arbolitos invernales) que se hallaban allí cobijadas. Vio erizos, que recordaba siempre perezosos, acompañando a la flora en pequeñas grietas a la sombra y gorgonias violáceas a las que sí alcanzaba la luz. Cuando quiso mirarlas de cerca, tan absorta como estaba en cada detalle, algo que se movió de repente le produjo un sobresalto. Sonrió para sí misma y se tomó un respiro que aprovechó para memorizar y grabar en su cabeza cada imagen, incluso aquellas en las que no se había detenido en un primer momento, como los helechos plateados o los plumeros de penacho amarillo, que parecían retar a las filamentosas anémonas, y que ahora aparecían bajo sus párpados con nitidez; y… lo vio de nuevo, pero otra vez se le escapó la silueta ¿qué sería? Solo había sido capaz de captar una sombra de aspecto alargado.
Más sosegada, continuó la exploración de su paraíso secreto. ¡Cómo lo había añorado! Aquella sensación de vacío que siempre iba con ella, como si hubiera perdido algo importante en el pasado, había recibido de pronto en su edad adulta como una bocanada de aire fresco y de pronto todos los huecos, los espacios que creía que no llenaría nunca, habían quedado cubiertos. ¿Cómo se podía añorar algo sin saber qué era lo que se añoraba? Eso era un misterio, pero ahora estaba feliz y solo deseaba desbordarse de esa emoción; las preguntas llegarían más tarde, que ya habría tiempo.
Recordó, al verlas, unas pequeñas fallas casi paralelas, en cuyas paredes había multitud de oquedades; el espectáculo era impresionante: la luz se proyectaba sobre la arena que cubría el fondo de los surcos, y esta devolvía el reflejo dejando el espacio lleno de minúsculas partículas brillantes suspendidas; al trasluz se distinguía toda una diminuta fauna llena de vida y movimiento que parecía alimentarse de aquellas iridiscentes galaxias flotantes. En las paredes, había unos cilindros de dos o tres centímetros de largo, de color pardo unos y otros grisáceos, de cuyos orificios asomaban esporádicamente unos plumeros preciosos. No eran todos iguales: los había de color lila, naranja claro, marrón, amarillo, rojo, blanco… Dotaban a la pared de un singular colorido capaz de transmitir vida a la piedra. A la izquierda de las fallas el jardín tenía un aspecto más tenebroso, pues era un arenal en el que crecían praderas de posidonias que alcanzaban una altura considerable; sus cintas, verdes y pardas, ocultaban un pequeño mundo animal que iba desde las podas planas camufladas en la arena, hasta las plateadas obladas y sargos, pasando por las preciosas y abundantes crías doradas de salpas.
Siguió una de las zanjas. Como iba mirando el fondo, se sorprendió de pronto ante una oscuridad azulada, expresiva en sus matices y reflejos, que le instaba a penetrar dentro de la cueva que la producía. La tentación de aquella belleza venció a sus temores. Llevaba una linterna con la que enfocó las paredes. Había en ellas una amalgama de vegetación que con la incidencia de un rayo irisado y el enmarcado de la luz azul, parecía abrir la puerta a un mundo de fantasía. Se fijó en lo que su padre siempre había llamado “mano de muerto”. Brotaba de la pared con una base gruesa, como la palma, que después se dividía en cuerpos independientes entren sí con forma de dedo, alguno de los cuales parecía tener la última falange doblada. Las “manos” lucían guantes de encaje blanco con pequeñas incrustaciones de color perla, y como color de base tenían el granate o el morado. En el todavía claroscuro de la cueva, como el aspecto era tan real, daba la sensación de que alguna estiraría de repente el brazo para agarrarla por el cuello o darle un bofetón.
¡Otra vez! Ensimismada en las “manos” el susto fue mayor. En esta ocasión vio una silueta alargada, como una serpiente grande, pero demasiado veloz para definirla con claridad.
No creía que allí pudiera sentirse amenazada. Sin embargo, le extrañó no recordar esta parte del “jardín escondido” de cuando era niña. ¿Es que su padre no la llevaba? Tampoco recordaba haber oído hablar de la cueva. Entonces, de forma fugaz, algo en su interior se estremeció. Cuando su madre se ahogó, ella era todavía un bebé y después nadie le explicó los pormenores. ¿Y si había sido allí? Comenzó a avanzar lentamente hacia la profundidad de la cueva, alumbrando continuamente a su alrededor. Tenía la sospecha de que el silencio sobre la misma estaba relacionada con la muerte de su madre. La cautela le aceleró el corazón. Había una pequeña gruta en el fondo de la cueva. En horizontal cabía de sobra, así que se atrevió a introducirse por ella.
De pronto, algo salió de la oscuridad y la atacó, mordiendo sin piedad el brazo en el que llevaba la luz. La linterna cayó hecha trizas y… ¡aaaaahhhh! ¡No! Parte de su brazo también. Se estaba desangrando y sentía un dolor tan agudo que la llevó al borde del desmayo. Ahora no veía, pero era fácil dar la vuelta en la gruta y salir. Se anudó el brazo con la cuerda de la bolsa que llevaba siempre. Se pegó al fondo tratando de mantener la tranquilidad, pues de lo contrario podría quedar allí para siempre; salió de la pequeña gruta. Tenía que seguir guiándose por las paredes y así lo hizo, aferrándose con la mano útil a la arena del fondo para no perderse, pues en la roca podía haber animales peligrosos. Entonces, sintió otro mordisco que le rozó los dedos de los pies. Tuvo suerte de que la aleta le protegiera, pero la próxima vez no sería igual. Estaba segura de que era una morena y, si se había enfadado, no la dejaría en paz. Los sollozos empezaban a hacer mella en su respiración. Ya se le había escapado de la boca el tubo dos veces y no podía permitirse el lujo de quedarse sin oxígeno en la cueva.
Todo seguía demasiado oscuro como para que la salida estuviera cerca. Flojeaba y empezaba a sentir que no lo lograría; casi se arrastraba literalmente por el fondo, empujándose con la mano. Algo palpó en la arena que instintivamente provocó la retirada del brazo, pero se dio cuenta de que era sólido a pesar de que su tacto, a través del guante, no era muy fino. Al menos eran objetos inanimados, duros, que seguro que no mordían. Volvió a desplazarse por tanto de la misma manera, ayudándose del fondo; había más piezas sólidas diseminadas por allí, las cuales, de forma monótona y maquinal iba cogiendo y dejando caer en su camino hacia la boca de la cueva. Estaba extenuada por el dolor que sentía en el brazo y la costosa manera de avanzar que tuvo que emplear. Entonces, empezó a ver la claridad de la salida y calculó sus posibilidades, tenía que lograrlo.
Antes de darse el último impulso para salir de allí nadando con la aleta que le quedaba, tomó algo casi esférico del suelo. Otra pieza como las anteriores o, al menos al tacto así lo parecía, como si formaran parte de un todo. Era más ligero que una piedra y estaba cubierto de plantas; pero no podía entretenerse en eso ahora, la cabeza le daba vueltas, y si venía la morena, no tendría muchas oportunidades de salir de allí con vida, así que tenía que apresurarse. Sin embargo, se quedó con aquel extraño cuerpo circular porque tal vez si atacaba de nuevo aquel bicho podría metérselo a tiempo en la boca; Ya empezaba a tener visibilidad y tal vez la interceptara a tiempo.
Justo llegó a la entrada de la cueva y ya iba a iniciar el ascenso cuando presintió algo: giró un segundo la cabeza y la vio. Cuando aquel animal serpenteante abrió la boca, sin pensarlo dos veces le empujó dentro el objeto. La morena se fue masticando y mellando su presa mientras ella iniciaba el ascenso lo más rápido que pudo. Solo había unos doce ó catorce metros hacia arriba (subiría directamente, por supuesto) y otros veinte hacia la orilla; lo conseguiría, a pesar de su estado y de llevar solo una aleta; pero la morena no la seguiría a la superficie.
En cuanto salió del agua, perdió el conocimiento. Su marido la estaba esperando unos metros más lejos y rápidamente se dio cuenta de que algo no iba bien; llamó a emergencias mientras se acercaba a ella con el coche. Observó los daños, aflojó el torniquete y lo colocó de nuevo mientras oía, a lo lejos unas sirenas. Ella luchaba contra unas imágenes que ocupaban su cerebro en contra de su voluntad. Todo el arenal del fondo se encontraba lleno de piezas pequeñas, algunas mordisqueadas. Al coger una de ellas, comprobó que se trataba de un trozo de vértebra. Bueno, será un esqueleto, se oía decir; pero justo cuando iba a soltarlo se le apareció el rostro de su madre medio ahogada luchando por encontrar la salida de la cueva. Rápidamente descendió a coger más huesos del fondo, y comprendió...
La ambulancia llegó enseguida y tras hacer la primera evaluación para estabilizarla, se la llevaron al hospital de la comarca, donde quedó ingresada con pronóstico reservado.
Al día siguiente, unos chiquillos encontraron en la costa, cerca del lugar de la desgracia, una pieza dura con forma de esfera irregular (evidentemente era algo roto), con marcas de dentelladas, y en cuyo interior había restos de caracolas y otras especies marinas. Parecía recubierto de un musgo baboso. La madre de los chicos, absorta como parecía en su lectura, enseguida levantó la cabeza y reclamó el objeto para averiguar qué era, porque siempre cogían porquerías. Se lo quedó mirando durante unos segundos y se lo devolvió, no sin las consabidas palabras: “siempre cogéis guarrerías”. Y volvió a su lectura mientras los niños se llevaban su preciado tesoro: un trozo de boya que contenía parte de la inscripción del Club Náutico y que seguramente llevaba tiempo hundida.


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