lunes, 23 de noviembre de 2009

93. UN NUEVO MUNDO.

Aquel verano del 2001 fue fantástico para mí, acababa de terminar la universidad, y me disponía a tomar unas buenas vacaciones, mi idea era ir con mis amigos a la montaña, pero Marcelo Cienfuegos nos comentó que tenía una cabaña a orillas del mar, propiedad de un tío, a disposición suya duramente todo un mes, la noticia nos hizo cambiar de planes y preparar nuestros equipajes con dirección a la playa.
El grupo lo completaba Juan Martínez y Pedro Astudillo, los cuatro tomamos el ferrocarril con dirección a “Playa Grande”, distante doscientos kilómetros de nuestra ciudad “San Canto”, el viaje fue acompañado por un par de cervezas, que compramos antes de abordar el tren. El convoy se detuvo en tres pequeños pueblos antes de llegar a “Playa Grande”, allí pudimos comprar alimentos para comer durante el trayecto que faltaba completar.
Al llegar a orillas del mar, las nubes opacaban el azul de las aguas, un viento fresco nos hizo abrigarnos más de la cuenta, el día comenzaba a terminar, sólo se divisaba en el agua a un grupo de surfistas que luchaban contra las enormes olas. Nosotros decidimos dirigirnos a la cabaña para comenzar las anheladas vacaciones.
“La comadreja” era el nombre del local nocturno donde fuimos aquella noche, había una banda de rock tocando un tema de “The Beatles”, nos sentamos frente a los músicos y pedimos una corrida de cervezas, Pedro Astudillo se encontró con un viejo amigo del colegio, él cual andaba acompañado por unos primos, todo el grupo fue recibido gratamente en nuestra mesa. El camarada de Pedro Astudillo se llamaba Roberto Astorga, este muchacho nos contó que tenía una sociedad con sus primos, los cuales se dedicaban a la venta y arriendo de equipos de buceo, además de impartir clases a los veraneantes.
La idea de bucear prendió fuertemente en nuestro grupo, todavía más aún con las anécdotas que nos contaban los primos Astorga, todo quedó planteado para el día siguiente, saldría el grupo completo a conocer las bellezas de las profundidades del océano. A mí me producía un poco de temor el adentrarme en las aguas, ya que había visto en mi niñez muchos ataques de tiburones en la televisión, lo cual fue descartado por Roberto Astorga, él me dijo que aquellos animales, rara vez se encontraban en esta zona, por lo tanto no debía tener miedo.
Al llegar al negocio de los primos Astorga, fuimos recibidos de muy buena manera por los locatarios, los cuales nos proporcionaron unos trajes de color negro llamados “Escafandras”, ideales para adentrarse en las aguas de baja temperatura, nos dificultó al principio ponernos esos buzos, ya que se adherían fuertemente a la piel, pero en un par de minutos quedábamos todos listos para entrar al mar.
Roberto Astorga dirigió la expedición de iniciación en el buceo, nosotros estábamos un poco nerviosos, por lo tanto nos fuimos adentrando al mar lentamente, uno al lado del otro. El líder del grupo nos pidió que nos lanzáramos al agua y sumergiéramos la cabeza, para luego empezar a nadar sobre las aguas, de esta manera podríamos ver el interior marino. Mis compañeros fueron realizando lo que Roberto Astorga les había señalado, pero a mí el temor todavía me consumía, luego de un par de minutos de ver la felicidad de mis amigos, tomé aire y me arrojé al agua, lo que vi desde el principio fue muy maravilloso, algo nunca antes visto por mis ojos, ni siquiera lo que pude ver en televisión se acercaba a la realidad, esto lo superaba con creces.
Estuvimos casi una hora disfrutando de las bondades del océano, mirando peces de mil colores, distintos tipos de corales y mariscos incrustados en rocas, cantidades enormes de estrellas marinas, entre otras bellezas de las profundidades. Todos aprobamos satisfactoriamente el primer nivel del curso, lo cual nos dejó más que satisfechos a mí y a mis compañeros de vacaciones. Esta experiencia nueva en la vida me incitó a reflexionar, lo pequeño que podemos ser y lo inmensa que es la tierra, las cosas que podemos descubrir cada día, en este nuevo mundo que conocí hoy.


FIN

Leer toda la nota...

92. AQUELLOS CABALLEROS.

Aquellas pequeñas señoras tenían a sus retoños consigo hasta que estos se abrían al mundo, y entonces recién los dejaban ir. En otros casos, antes de que nacieran, los dejaban solos, por lo que era menester que enseguida responsablemente tomaran los pimpollos los gobernalles de sus vidas. Luego estos erraban por doquier entre toda suerte de individuos, sean o no sean sus parientes. Entre sí, los chavales eran muy diferentes, si de su aspecto hablamos. Pero de tan extraño modo variaba su condición con el pasar de los días, que en poco tiempo eran muy otros. Así pues, si de chiquillos por acaso se les había visto alguna vez, ya llegados a la adultez no se podía decir éste fue el pequeño aquel. Además, su cambio físico iba aparejado con el psicológico. Ya no retozaban, pues, de acá para allá, como todo ser que en sus primeros años es todo donaires y gozo. Fijaban su residencia en alguna parte que mejor se acomodaba a sus aptitudes y características particulares para llevar una vida por completo utilitaria. Por ejemplo, si Fulano portaba un vistoso traje o destacaba por la original combinación de los colores de sus atavíos, ya se daba por descontado que sabía el oficio a que había de consagrarse. Desde la ventana o puerta de su casa, seguro de lo llamativo que era y sabedor de que el mundo conocía bien de qué honesto modo se ganaba la vida, aguardaba atento la llegada de un cliente que necesitara un servicio integral de aseo, que era para lo que estaba especializado. Arribaba el cliente, que luego se tenía quedo mientras aquél hacía su trabajo, terminado el cual lo dejaba ir quedándose con su pago en especies. Y si el cielo disponía que Zutano no había de ser notable por sus arreos, conseguía protección alojándose en la casa de un extraño. La condición para que fuera admitido en ella era que la mantuviera aseada…Pero ya es hora de decir quiénes eran esos señores, si acaso alguien no lo ha adivinado aún. Llámanse camarones. Caballeros del mar les apellidan en razón de que tienen sus vestiduras un cierto parecido con las de los caballeros del Medioevo. Mas es preciso que apunte, con temor de que se me adjetive Perogrullo, que las de aquellos en vistosidad no les quedan a la zaga a las de estos. Por contra diré que esto fue lo que saqué el día en que a las profundidades de los mares de Australia convertido en un buzo me asomé.

Leer toda la nota...

91. UN DÍA DIFERENTE

Marcial era un gran aficionado al buceo, y cada vez que su trabajo se lo permitía se iba a las costas de Garraf o a las de Calafell, en el litoral catalán, para practicar su deporte favorito.
Su otra afición importante era el senderismo. En compañía de Andrés, un vecino de la urbanización donde tenía la casa, recorrían juntos los numerosos caminos, senderos y veredas que cruzan el Garraf y el Ordal, los dos macizos montañosos más próximos a la urbanización donde ambos tenían sus viviendas.
Hacía un día estupendo aquél veintiocho de octubre, cuando Marcial llegó a las costas de Garraf, entre Sitges y Vilanova. Aparcó su coche al lado mismo de las rocas y se puso las gafas, el snórkel y las aletas. En esta ocasión no se puso el traje de neopreno porque el agua no estaba nada fría, a pesar de que era pleno otoño.
Con su equipo de buceo colocado, el cuchillo en la funda sujeta a la cintura, y el fusil submarino en la mano derecha, se arrojó al agua y estuvo nadando unos minutos observando el fondo marino, que allí tendría unos ocho o diez metros de profundidad.
Se acercó a la pared rocosa y vio varios pulpos asomando por entre las piedras, pero consideró que el tamaño de los cefalópodos era algo pequeño para lo que él tenía como norma pescar, al menos dos kilos de peso, de modo que siguió haciendo inmersiones y subidas a la superficie por espacio de media hora más.
Decidió desplazarse un poco del lugar que estaba y explorar los alrededores al tiempo que bajaba a unos quince metros, donde descubrió una entrada bastante amplia de lo que a primera vista, parecía ser una cueva de regulares proporciones.
Con el fusil preparado se adentró en aquella oquedad. Alternando las subidas a la superficie en busca de aire, con las inmersiones, fue entrando cada vez más en la gruta. Peces de muchas clases se arremolinaban a su alrededor. El agua estaba transparente, y Marcial estaba fascinado por la amplitud y belleza de aquella cueva.
Ahora lamentaba no tener a mano un equipo de submarinismo apropiado para poder explorar a placer aquel sitio.
De pronto, y cuando acababa de bajar de nuevo de coger aire, un inmenso tentáculo salió de uno de los huecos de la pared rocosa. Antes de que pudiera reaccionar y defenderse con el rifle, aquel enorme brazo lo tenía rodeado por la cintura y lo arrastraba con fuerza hacia la pared.
El hombre, a pesar de la sorpresa que le produjo verse atrapado, no perdió la serenidad, y echando mano del cuchillo, trató de cortar el tentáculo o al menos herir al animal para que lo soltara.
En el corto espacio de un minuto, estuvo dando mandobles a aquel gigantesco brazo, pero con gran desesperación por su parte, veía que el animal no aflojaba la presión, a pesar de que el afilado cuchillo iba haciendo profundos cortes en la carne del aquel animal.
El aire se le estaba acabando. Necesitaba con urgencia subir de nuevo a la superficie para llenar sus pulmones del preciado oxígeno que tanta falta le estaba haciendo. Pero, ¿Cómo zafarse del abrazo mortal de aquél monstruo?
En los pocos segundos que pasó debatiéndose para liberarse del tentáculo que lo tenía aprisionado, desfilaron por su cabeza multitud de escenas de su vida: sus primeros días buscando trabajo recién llegado a Cataluña desde su Andalucía natal, las primeras pesetas que ganó en la fábrica y que envió casi en su totalidad a sus padres para que éstos vieran que había encontrado un buen empleo…, sus primeros escarceos amorosos en las salas de baile los domingos por la tarde, hasta que conoció a Andrea que andando el tiempo sería su mujer…
Despues, la decisión que tomó de establecerse por su cuenta y montar una pequeña empresa, que con el tiempo le resultó muy rentable, eso sí, trabajando muchas horas cada día, de lunes a sábado, lo que le permitió comprar primero el piso de Barcelona, despues la casa en la urbanización…Y ahora, cuando estaba próximo a jubilarse, pues ya había hablado con uno de sus empleados, muchacho joven y trabajador, para traspasarle el negocio, tener que acabar su vida de esa manera…
Tantos cortes y pinchazos dio al tentáculo que el animal fue aflojando la presión, y cuando estaba a punto de perecer asfixiado, lo soltó. Marcial, reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban consiguió llegar a la superficie de nuevo, y llenar sus pulmones de aire.
Unos momentos estuvo parado en el agua, tratando de calmarse un poco y descansar de la terrible lucha que había tenido con aquella cosa, de la que en realidad solo había visto uno de sus brazos, pero todo indicaba que se trataba de un gigantesco pulpo o calamar, nada habitual en aquella zona, o al menos él no tenía constancia de que un animal tan grande hubiera sido visto por aquellos lugares. En aquél momento le vino a la memoria la extraordinaria narración que Verne hace de la lucha de los tripulantes del Nautilus, con el monstruoso pulpo que les atacó.
Para poder respirar mejor se quitó las gafas de bucear y el snórkel. El fusil lo había perdido forcejeando con su enemigo, pero el cuchillo aún lo conservaba en su mano derecha. Sin embargo la pesadilla no había concluido todavía, pues el feroz animal no quería renunciar de ninguna manera a una presa que ya creía segura. Cuando empezaba a nadar hacia la orilla, sintió que una de sus piernas se enredaba en algo. Acto seguido, un fuerte tirón lo arrastró de nuevo hacia abajo.
Con espanto notó que el gigantesco pulpo, ahora si lo veía enteramente, lo había apresado de nuevo, esta vez por su pierna derecha y tiraba de él, arrastrándolo a su madriguera. Afortunadamente conservaba el cuchillo, con el cual empezó a apuñalar otra vez a la bestia, pero ésta no cedía y continuaba tirando, a pesar de las numerosas heridas que le había ocasionado el hombre.
A estas alturas, el pulpo sangraba con profusión y una gran mancha azulada empezó a asomar a la superficie del agua. Sin embargo no soltaba su presa. Los pulpos son unos animales muy resistentes y fuertes, que, como es sabido, tienen tres corazones, por lo que su vitalidad y energía son extraordinarias, y más aun en este caso dado el gran tamaño del ejemplar con el que nuestro protagonista había tenido la mala fortuna de cruzarse.
A todo esto, Marcial se había quedado sin aire de nuevo, por lo que necesitaba imperiosamente salir a la superficie, cuando notó que el animal aflojaba la tensión del tentáculo sobre su pierna. Haciendo un esfuerzo enorme, logró desembarazarse de la terrible ligadura y ascendió de nuevo para coger aire.
La gran mancha azulada que flotaba en el agua, alertó a los integrantes de una barca que estaba pescando en las proximidades, los cuales se acercaron rápidamente al lugar para ver de qué se trataba. Jadeando por el enorme esfuerzo realizado, consiguió hacer entender a aquella gente de lo que se trataba, cuando un nuevo tirón en el pie lo arrastró otra vez hacia abajo.
Dos de los pescadores, equipados con gafas, snorkel y aletas, y armados uno con un cuchillo enorme y el otro con fusil submarino, se tiraron inmediatamente al agua, y nadaron con brío hacia el lugar donde estaban el terrible depredador y su posible presa, que se esforzaba denodadamente por qué esa posibilidad no llegara a ser real.
El pescador que llevaba el rifle disparó su arpón, que fue a clavarse cerca de uno de los ojos del gigantesco molusco, mientras el otro le hundió el cuchillo repetidas veces en la cabeza, donde van alojados los órganos vitales del animal, y de esta manera el impresionante pulpo fue perdiendo fuerza y ascendiendo hasta la superficie, donde quedó completamente inmóvil en medio de una enorme mancha de azulada sangre.
Marcial, completamente agotado, salió del agua ayudado por los dos pescadores que tan oportunamente habían acudido en su ayuda. De no haber estado pescando esta gente por allí, con toda probabilidad no habría podido contarlo.
Tardó tres meses en recuperarse de los muchos golpes y hematomas que su encuentro con el pulpo le habían proporcionado. A partir de entonces no volvió a ir solo a bucear, pues había visto la muerte demasiado cerca, y un considerable respeto por el mar y sus peligros se había adueñado de él.
La noticia de su encuentro con el gigantesco molusco se propagó por todas partes, y le hicieron numerosas entrevistas en la prensa y en las cadenas de radio y televisión, de modo que su rostro se hizo popular en todo el país, y aun fuera de nuestras fronteras.
De este episodio hace ya más de veinte años, y todavía hoy, cuando alguien le recuerda aquel terrible día, Marcial no puede evitar que un estremecimiento recorra todo su cuerpo y que se le encoja el ánimo, al tiempo que una sombra de profundo temor acuda a su rostro.


FIN

Leer toda la nota...

90. RECONCILIACIÓN.

Siempre que conocía a otro aficionado al buceo lo primero que hacía era preguntarle qué era lo que más le llamaba la atención de estar bajo el mar. En general la respuesta estaba relacionada con el esplendor de la vida submarina: los increíbles y brillantes colores, colores con vida propia que no se limitan a ser percepción visual de luz sino también textura; los cardúmenes que nadan como un solo macroorganismo desdeñando las propiedades de la materia y que, al atravesarlos, te convierten en un fantasma; la arena que de repente se convierte en una estela de partículas dejada por un pez camuflado huyendo a toda velocidad; esos enigmáticos animales que más bien parecieran ser plantas; todo es vida, incluso lo inerte vive. Desde las briznas suspendidas que flotan en su vaivén sempiterno hasta el organismo más grande del mundo, toda esa majestuosidad convive ahí, oculto a los ojos de la mayoría de los mortales. A ella, todo esto también la llenaba de asombro pero no era lo que hacía que se sumergiera cada vez que tenía la oportunidad. Lo que le despertó esa afición casi obsesiva fue la sensación de inmensidad.

Había terminado por resignarse al encerramiento, casi claustrofóbico, que desde niña le producía el mundo: su casa, el colegio, el centro comercial; todo era un amasijo de cemento en forma de muros y techos que la aplastaban, provocándole una ansiedad que la dejaba sin aliento. Procuraba estar en espacios abiertos pero aun así la sensación solo se atenuaba; los árboles se doblaban hacia ella tratando de cernirse sobre su cuerpo. Aún en las grandes planicies, donde en metros a la redonda no había nada, le era imposible deshacerse de la sensación de opresión, del lastre que la gravedad ejercía sobre ella. A pesar de que su vida era aparentemente normal, este constante estado de tensión no le permitía ser feliz.

El día en que un amigo la instó a que tomaran clases de buceo pensó que no podría resistir el estar atrapada dentro de esa mayúscula masa de agua. Tanto le insistió que aceptó probar. Su sorpresa, y su dicha, fue increíble cuando estuvo allí sumergida. No podía contener la emoción de sentirse por fin liberada del agobio que durante toda su vida la había tenido presa; de ahí en adelante no pudo parar. Pensó incluso en dejarlo todo para dedicarse plenamente al buceo, pero después de fantasear de mil formas sobre cómo hacerlo, llegó a la conclusión de que no tenía el valor necesario para desmontar su vida. Se resignó a disfrutar de su placer como un amante furtivo, atesorando cada momento, aprovechando cada ocasión que se le presentaba. Con el correr del tiempo alcanzó un conveniente equilibrio, guardando su oasis personal apartado del resto de su vida, sabiendo que aunque allá afuera todo se derrumbase sobre ella, su refugio siempre estaría bajo el mar.

Le resultaba bastante incómodo el equipo, así como el desagradable paso por su garganta del aire frío proveniente del regulador, o tener que preocuparse por todos los detalles para tener una inmersión segura, pero todos esos inconvenientes se habían convertido en nimiedades que aprendió a soportar y a mecanizar, con tal de poder experimentar la plenitud de sumergirse, aunque solo fuera por los pocos minutos que duraba. Era irónico que lo que a muchos les producía aprensión del mar abierto a ella la reconfortaba. Estar en esa profundidad rodeada de sombras que se escabullen, de brillos difíciles de interpretar y de una constante incertidumbre, inexplicablemente le proporcionaban seguridad; sabía que allí todo estaba bien. Mejor que bien, era la perfección de la inmensidad, sentirse minúscula mecida en esa ingravidez, sin barreras, sólo espacio eterno.

La inmersión de ese día comenzó como tantas otras, pero esta vez le urgía escapar, abrumada por el cansancio de los problemas que, en su hermeticidad, nunca dejaba translucir. Descendió y por fin se encontró en paz. Estaba tan ensimismada que no se percató de que un compañero estaba teniendo problemas con su equipo y ella era la persona más cercana para ayudarlo. Cuando fue consciente de las señales que hacía con el sonajero nadó lo más de prisa que pudo hacia él, pero estaba más lejos de lo que pensaba y para cuando logró alcanzarlo éste ya estaba bastante mal. No iba a poder socorrerlo sola así que, haciendo acopio de fuerzas, lo llevó consigo dirigiéndose hacia el resto del grupo. Al ver que algo iba mal los otros fueron a su encuentro y se hicieron cargo de él.

Se sentía débil, el estrés que había tenido que soportar en los últimos días la había afectado hasta tal punto que había dejado mermadas sus fuerzas. El delicado estado en el que se encontraba, sumado al esfuerzo que tuvo que realizar, le produjo una hipercapnia. Por primera vez estaba experimentando en el mar el malestar y el agobio que sentía fuera del agua, solo que ahí fuera había aprendido a controlarlo; ahora el pánico la vencía. De repente dejó de oír el sonido de la columna de burbujas ascendiendo; todo fue silencio. Fue cuestión de segundos pero la revelación que tuvo la tranquilizó, la salvó. Descubrió que para ella bucear era el estado máximo de huida de la muerte, que el océano era el éter en el que su alma estaba en completa calma. Aún sin recordar claramente las lecciones de filosofía del colegio, vino a su cabeza sin saber porqué la idea del “cielo superior”, de cuya pureza emana la vida. Nunca había sido creyente, pero en ese azul infinito descubrió que tenía un alma, y que ésta no había podido superar el trauma de materializarse, de dejar el éter; el trauma de nacer.

Recobró la consciencia y supo que tenía que subir. Y a medida que ascendía, también ella fue renaciendo, dejando atrás el lastre de la angustia que el mundo le producía. En la superficie lo vio súbitamente todo con ojos nuevos, llenó sus pulmones con el aire más limpio que jamás había respirado y, sintiendo que podía reconciliarse con el mundo que por tanto tiempo le había parecido hostil, como nunca, rió.

Leer toda la nota...

89. DE LO QUE ACONTECIÓ AL FAMOSO DON QUIJOTE Y SU ESCUDERO SANCHO EN SU SEGUNDA LLEGADA A BARCELONA Y LAS EXTRAÑAS AVENTURAS QUE ALLÍ PASARON.

- Nos encontramos de nuevo, Sancho, en aquesta ciudad valerosa y en sus mares que hemos de desfacer el entuerto en el que nos hemos metido
- Por Dios nuestro señor que, con las andanzas que llevan encima estas bestias que montamos, nos vemos obligados a ir al paso en vez de galopar por este agreste paraje.
- No te quejes, Sancho, mi buen amigo, que otros pagos peores hemos visitado y aventuras hemos corrido tan peligrosas y agitadas que por más que debiéramos de llamarlas desventuras si no hubieran resultado al final tan provechosas.
- Mire vuestra merced do cabalga su rocín pues interfiere en el camino de mi jumento y sólo faltaría que las patas de las dos bestias se enredaran cayendo nosotros a la arena desta playa y por lo que más quiera vuestra Merced le suplico que así no sea pues en mi cuerpo no ha más sitio para cardenales, bultos, heridas y cicatrices.
- Así lo haré, Sancho, mas por mucho que dirija los destinos de mi caballo, el pobre rocín poco puede facer entre piedras, hierbas, maderas y tantas otras cosas como ha de tener la arena desta playa.
- Eso es porque nuestros animales son de secano y no están acostumbrados a este arenoso suelo ni a tan húmedo ambiente que los marea; que ya dijo don Rucio de Mintonela que no ha de mezclarse y no han de confundirse churras con merinas y que cada mochuelo a su olivo y cada oveja con su pareja y no sacarse de su hacienda al rico ni metello en casa del pobre ni…
- ¡Para ya, cabeza de alcornoque, que si no callas tu lengua incansable habré yo de cercenarla con mi espada!
- No puede mi boca enmudecer, mi señor don Quijote, pues bien es sabido que el que tiene hambre no calla y el que cansado se encuentra su cabeza le da vueltas y la lengua suelta.
- Malditos tú y todos tus refranes. Mas tienes razón, Sancho, que ha horas que no probamos bocado y tampoco nos hemos procurado reposo, pero así ha de ser puesto que parar no quiero hasta haber terminado nuestra empresa.
- Dígame otra vez, mi señor don Quijote, de lo que trata este nuevo lance pues por ventura que non mi ricordo.
- Mi desmemoriado escudero, ¿acaso no recuerdas que por querer mermar mi gloria y manchar mi honra y también para mortificarme, mi villano enemigo, el sultán Ibosodoro, sirviéndose de un oscuro encantamiento, fizo chica como una pulga a mi señora Dulcinea y encerróla en un anillo y tiróle este anillo al mar para que yo no lo encontrara?
- Recuerdo remotamente.
- ¿Y que pude saber que tal anillo se encuentra aquí, en el mar de Barcelona, merced a que me lo dijo Cristo crucificado que se me apareció en la forma desta imagen de alabastro que conmigo llevo?
- Bueno, pues alabastro sea el Señor.
- ¡Calla, lenguaraz! Por las barbas de san Pedro que te desollaré como un cordero como vuelva a salir de tu boca una blasfemia semejante.
- Mire mi señor Don Quijote que no hubo ningún Ibosodoro que le fastidiase pues todo fue un mal sueño que tuvo vuestra merced la otra noche, que yo lo oí gritar que yo al lado suyo dormitaba y que no se le apareció ningún Cristo, que esa tal imagen de alabastro la encontró vuestra merced en el pajar de la venta do acertamos a pedir posada la mesma noche de aquel sueño malo que tuvo.
- Qué poco sabes aún de encantamientos, hechizos, agüeros y nigromancias, Sancho, a pesar del tiempo que llevas conmigo. Voto a tal que no se te pegó ni un poco de lo que yo te he enseñado y que de ninguna de nuestras aventuras has sabido sacar provecho.
- Uvas tiene las parras del cura y no peras; que lo que las cosas son, son y no lo que la mucha imaginación quiere que sean.
- Da gracias a Dios nuestro señor que tiempo no tengo de darte un buen escarmiento, que si no, te azotaba hasta caérseme el brazo. Anda, desmonta que parar hemos agora.
- ¿A yantar?
- ¿Sólo piensas en llenar tu panza? Por ventura que te mereces el nombre por el que te conocen.
- El que no zampa no…
- ¡Silencio, descarado! Ya basta de majaderías.
Don Quijote y Sancho bajaron de rocín y asno y sentáronse en la arena. Sacando la imagen de alabastro, don Quijote se arrodilló y una oración en silencio dijo.
- Amigo Sancho, este Cristo me indica que es justo aquí, en este trozo de mar, do el malvado Ibosodoro tiró el anillo do mi señora Dulcinea se encuentra hechizada. Tú te lanzarás al fondo del mar y me traerás esa alhaja.
- Pero mi señor, si yo floto menos que la bolsa de un rico.
- ¿No ves que yo te voy a amarrar con esta cuerda, pedazo de mendrugo?
- Pero si yo estoy sin el respir un poco y ya creo que me voy a criar malvas. Mire mi señor don Quijote que puedo acabar esta aventura ante la puerta de san Pedro. ¡Que me esperan en casa mi mujer y mi Sanchica! Entre vuestra merced en el mar que por gracia de Dios es más flaco y hundirse no puede.
- ¿Pero dónde se ha visto que un caballero andante tenga que facer semejantes trabajos? ¿Acaso no eres tú mi escudero? Baja al mar, Sancho, haz lo que te ordeno. Si fuera yo quien buscara el anillo, por desventura no lo encontraría pues a buen seguro que Ibosodoro, sirviéndose de alguna magia, sabrá que soy yo quien lo busca y volverá a esconder el anillo en otros mares.
- Llevadme do quisiéredes, pues siempre fue vuestra merced bueno y generoso conmigo y es cierto que apenas sé de conjuros, ensalmos y alquimias, pero su señoría ha de prometerme una buena pitanza tras los trabajos que he de facer.
- Los mejores manjares y el más dulce vino tendrás a tu disposición, mi buen escudero. Agora, no perdamos resoplo. Ven que te ataré la cuerda y no pierdas cuidado que yo mantendré bien firme la soga y cuando veas que te faltare el resuello tira della que yo te sacare.

Don Quijote pasó un buen trozo de cuerda por el lomo de Sancho y amarró unos buenos tramos sobre la barriga del escudero que dolíase de tan apretada. Luego el propio caballero andante se amarró otra parte de la soga y se apostó tras una roca.

- Agora, Sancho, entra en el mar y busca el anillo do se encuentra embrujada por encantamiento mi señora Dulcinea, que te espera tras tu hazaña buena mesa.
- ¡Ay, virgen María, en buena hora me encomendaste este señor que a cada día que pasa más disparates dice y a más extrañas cosas me obliga!- pensó Sancho y al punto entró en el mar.

No llevaba el buen escudero metido el agua ni el tiempo en que tarda un cuco en cantar, que bien corta es su cantinela, cuando la soga que tenía bien asida don Quijote empezó a moverse.

- ¡Diablo!, ¿ya se quedó este pedazo alcornoque sin resuello?- dijo para sí el caballero y al punto tiró de la soga con más ánimo que fuerza pues no acordóse de que su escudero estaba gordo como un chorizo y sus buenas arrobas pesaba, tanto que apenas pudo el buen hidalgo tirar del fardo.

Tardóse tanto don Quijote en sacar a Sancho de la inmensidad azul que cuando el escudero por fin tocó tierra el hidalgo lo encontró hinchado como un cuero de vino, con los ojos como huevos y los cachetes encarnados que pareciera le habían pellizcado todas las amas de Barcelona una por una y en conjunto.

- ¡Qué mala cara traes, Sancho! Y yo no he de tenella mejor pues más me ha costado sacarte del agua que al Amadís de Gaula derribar a tres gigantes. ¿Pero no me dices nada?

Don Quijote observó la barriga hinchada del escudero y tocóla con un dedo. Como viera que Sancho soltaba agua por la boca, apretó el vientre de tal forma que buenos chorros de agua echaba Sancho empapando al hidalgo y dejándolo todo mojado.

- Ay, mi señor don Quijote- dijo Sancho recuperando el habla- Por ventura que ésta casi no la cuento.
- ¡Cómo!, pero si estuviste menos tiempo en el agua que lo que tarda la araña en abalanzarse sobre la mosca.
- Mire vuestra merced que nada más meterme en el mar subióme agua por entre las cinchas y agujeros de mi vestimenta y faltóme el aire y bocanadas di mas no sino mar salada entraba a mi boca y nublóseme la vista pues el agua entraba a mis ojos y nada veía y flotar no podía ni nadar por más que los brazos y piernas movía y qué frío pasé y qué agonías.
- Cierto es que somos de secano, Sancho, pues si ya el agua poco podemos ver en tierra firme, dentro desta inmensa masa desconocida habremos de procurarnos protección. Descansa bajo este árbol, mi buen escudero, que voy a la ciudad que no está lejos desta playa.
- ¿Dónde va mi señor que solo me deja? Mire que las bestias marinas son malas, que dicen que en cuanto huelen la carne de persona salen a la tierra y devoran.
- No digas más disparates que yo, Sancho. Ninguna alimaña saldrá del mar a comerte y, si eso pasare, tú bien te defendieres, ¿acaso no eres mi valeroso escudero? Mucho no he de tardar. Mira que voy a la ciudad a encargar que pongan un cristal en mi casco, así no te entrará agua a los ojos.

No acaba de decir el caballero tales palabras cuando el escudero comenzó a roncar como un molino viejo.
Al rato largo llegó don Quijote y despertólo.

- Mira, Sancho, un herrero de Barcelona, que hablaba extraña lengua y yo poco le entendiere, mi fizo esta cosa para ti; un cristal unió con resina a la visera de mi yelmo y apretólo de tal manera que aseguróme que no sólo no te entrará más agua a los ojos sino que verás tanto en el agua como un águila en el aire.
- Bien, mi señor, ¿pero cómo resolveremos lo de respirar? Mire que esas profundidades no están hechas para cuerpos de hombres.
- Calla, que se me ocurrió que juntar podemos juncos destos que pueblan esta playa que son huecos por dentro y puestos unos encima de otros hasta facer muchos y poniéndolos en la boca y sacándolos a la superficie mientras abajo te hallares podrás respirar como si estuvieras en los campos de la mesma Mancha.
- ¿Y si me da frío y entra agua por mis ropas?
- Todo lo tengo pensado. Te pondrás mi cota de malla y, encima, mi armadura toda, como te hallas tan rollizo a buen seguro que cabrás tan justo en ella que no te entrará ni el pensamiento.

Puestos en esto, don Quijote ayudó a Sancho a ponerse la cota de malla, luego la armadura con sus cinchas, peto, espaldar, gola y celada y luego el casco con el cristal y ayudólo de tan buena gana y con tantos cuidados que diríase, cosa curiosa, que era el hidalgo el escudero de Sancho Panza y no al contrario. Cuando hubo terminado de preparar a su vasallo, don Quijote mirólo y una risa contener no supo y escapóse de su boca.

- Mira, Sancho, que más que un caballero andante pareces una urraca dentro de un cubo. Está claro que no está hecha la miel para la boca del oso.
- No se ría vuestra merced que bastante tengo con lo mío.
- ¿Cómo te encuentras agora?
- Me aprietan las armaduras estas de vuestra merced y apenas moverme puedo.
- Mejor, Sancho, mejor, así nada de agua entrará a tu vestimenta.
- Mire vuestra merced que agora ha de atarme bien con más cuerda puesto que si yo ya era pesado antes agora pesaré más del doble con toda la quincalla que su señoría me puso encima y si no reforzare la cuerda que me atare yo hundiéreme en el mar y allí muriere.
- No pierdas cuidado, pues por más que soy caballero todo previsto tengo. Dos buenas cuerdas compré en la ciudad desas que sirven para atar naves y con ellas he de ligarte tan fuerte que no te escapares ni aunque Belcebú a por ti viniere.

Don Quijote eso fizo y Sancho se encaminó con gran pesar y no pocos trabajos al agua con el junco largo metido en la boca y poco a poco descendió en el agua hasta el punto en que sólo una pequeña parte dél se veía y luego nada y sólo el junco sobresalía del agua.
Don Quijote amarró bien las tres cuerdas que a Sancho sujetaban a una roca grande y se entretuvo en mirar los andares del junco que sobresalía que, ora se acercaba ora se alejaba sin estarse quieto.
Tras algún tiempo que a don Quijote le parecieron horas y como viera que no parara de moverse el junco, tiró de las cuerdas a una y, como notara que Sancho se resistiere, ató las sogas a Rocinante y a la burra y azuzó a las bestias que con mucho trabajo sacaron a Sancho metido bien dentro del amasijo de hierros y acero.

- Sancho, ¿cómo es que salir no querías del mar cuando hace unos momentos luchabas con desaforo por hallarte fuera dél?
- Mi señor don Quijote, que no sabe vuestra merced las maravillas que bajo destas aguas vi y todo de lo que yo me asombré, animales y cosas de resplandores y colores tales que ni todas las joyas, alhajas, preseas, greguescos, saltaembarcas y tocadores de la tierra podrían comparárseles a ellas.
- ¡Por todos los haberes del mundo, Sancho! Si es cierto lo que dices, más tesoros hay bajo el mar que sobre dél. Pero, ¿no me estarás engañando, desfachatado, y es todo una treta para no seguir con la búsqueda?
- Yo le juro a fe de pobre hombre que lo que abajo yo encontré jamás lo vi y que si vuestra merced en el mar entrare no creería lo que allí viere y que es más fantástico y maravilloso que todos los encantamientos que brujos y nigromantes puedan facer.

Mucho pensó el caballero andante en las palabras de su escudero y, tras meditallo bien, dijo que él mismo se pondría su cota de malla y su armadura y casco con cristal y, que en vez de luchar contra gigantes, bajo el mar miraría qué aventura podría ofrecérsele y con qué maravillas allí se podría tropezar y el anillo do su señora Dulcinea hallábase encontrar y que ya no temía que Ibosodoro lo viera y escondiera el anillo pues bajaría al agua con la imagen de alabastro para que lo protegiera, a lo que le contestó Sancho que no se preocupare pues él mismo descendiere otra vez a las aguas y que mucha priesa se diere por encontrar tal anillo mas don Quijote respondióle que de ninguna manera pues él era caballero y que sería él el que bajare pues a él le correspondiere buscar el anillo do se hallaba su señora y desta manera estuvieron un tiempo peleando y arguyendo y rodaron por la arena y se propinaron patadas y empellones hasta que acabó el caballero andante la pelea pues tenía la cachiporra más grande. Así que con mala gana, puesto que quería otra vez ver las maravillas que en los fondos desos mares se hallaban, Sancho armó a su señor, atóle con las tres cuerdas, púsole en la boca los juncos engarzados unos sobre otros y don Quijote, tras ajustarse bien su morrión que tenía el cristal y armarse con su lanza por si se encontrare con algún infortunio, entró, no sin mucha dificultad pues molido acabó de la pelea con Sancho, en el mar.
Lo que allí vio pareciéronle los más portentosos prodigios que en su vida viere y que su imaginación produjere o en sus sueños hallare.
Se maravilló ante la visión de extrañas criaturas de ojos feroces y cuerpo de serpiente, grandes plantas de colores ondeando suavemente cual abanicos de ilustres damas, pequeños seres con cabeza de rocín colgando delicadamente de ramas amarillas, batallones de diminutos peces plateados avanzando velozmente cual soldados encaminándose a la batalla. Vio también nuestro caballero rocas de tonos rosáceos provistas de patas que avanzaban por el fondo, agujas puntiagudas con ojos saltones sobresaliendo de la arena, peces moteados nadando a media agua con forma de cofre y hasta se topó con un enorme ejemplar de ancha panza y labios carnosos que intentó darle un gran beso al cristal de su yelmo.
Maravillado y atónito, avanzaba suavemente con la corriente hasta que vio un pulpo gigante que a él se acercaba y parecióle en su disparatada imaginación que era el sultán Ibosodoro que por merced de algún extraño encantamiento habíanle salido muchos brazos y piernas y que en el centro de su grande cabeza sólo había un ojo y el que lo viere se mareare y que dentro de ese ojo hallábase el anillo do su amada Dulcinea encontrábase hechizada.
- ¡Por fin, vil, ruin, bajo e infame Ibosodoro! Suelta de una vez a mi amada o he de jurar que yo te desmembrare como a un conejo y luego te comiere en adobo. – gritó el brioso caballero mas cuenta no dióse de que al decir aquestas palabras gran cantidad de agua salada entrara en su boca y al poco estuvo de ahogarse si no hubiera presto metido otra vez la boca en el extremo del junco.
Don Quijote avanzó todo lo rápido que el mar le permitió hasta el pulpo y con su lanza acertó a dar en el ojo a la bestia marina que, con terrible berrinche, empezó con sus muchos brazos a tirar al hidalgo tantas piedras y arenas y conchas y otras formas marinas duras y punzantes que en el mar se hallaren que por desventura el hidalgo no encontrare más brazos que los dos suyos ni más armadura que la que llevaba para parar tantas cosas como el pulpo lanzara y por más valor que tuviera el caballero el ataque de la bestia atajar no pudo y vióse obligado a mover las cuerdas que era señal convenida para que Sancho lo sacara fuera. El escudero tiró al pronto de las sogas y el caballero iba a ser izado pero el monstruo marino atrapóle con una de sus grandes colas por una pierna y tiraba el pulpo de un lado y Sancho tiraba del otro y de tanto tirar de un lado y de otro don Quijote hallábase como uno desos infelices moros mortificados por la Inquisición a los que ataban un caballo a cada extremo y al pronto empezó a faltarle el resuello al valeroso y mareábase con tanto vaivén. Por fin acertó don Quijote a dar otro leñazo al pulpo con las últimas fuerzas que le quedaban aflojando la bestia la tiesura de su rejo momento que aprovechó el caballero para con mucho apuro mover de nuevo las cuerdas tan apriesa que Sancho entendió que debía tirar con toda su fuerza y eso fizo y don Quijote dio por fin con su cuerpo en tierra firme tan maltrecho que si hubiera tardado más su sirviente en sacarle no hubiera precisado maestro que le curare pues perecido hubiere.
- ¡Ay, mi valeroso señor, flor de la caballería, qué destrozado encuentro a vuestra merced!
- Sancho, por las barbas de barrabás que he pasado la aventura más fascinante de toda mi vida como caballero andante y que doy por bienaventurados los molimientos a los cuales Ibosodoro, en forma de bestia terrible, me sometió por haber podido presenciar las maravillas que este vasto mar encierra.
Don Quijote refirió a su escudero la contienda con el pulpo con tanta precisión que al buen Sancho se le erizaron todos los pelos del cogote.
- Mas lo peor de todo, ¡oh Sancho!, es que el mil veces protervo Ibosodoro no soltó el anillo. Fracasé en este fantástica aventura como caballero y ya no sé do se haya mi señora. No sé qué facer, mi buen amigo.
- Quite, quite vuestra merced que ya alguna cosa se nos ocurrirá. Descanse.
Tan abatido vio Sancho a su señor que sintió pena por él y cuando empezó a quitarle el yelmo, armadura y cota de malla notó que salían muchas conchas, piedras de colores y otras cosas de entremedio y al punto vio varios guijarros que podían ser tomados como un anillo mágico y resolvió que, por tener contento a su señor, podría inventarse una fantástica historia sobre una desas piedras, haciéndola pasar por el anillo verdadero y que, merced al poder de la imagen de alabastro, el anillo pasó de Ibosodoro a su señor sin que éste cuenta se diere y cuando en la tierra el anillo se encontró, el hechizo se desbarató y Dulcinea, mágicamente, volvió a La Mancha.
Así le dijo el escudero al caballero y tan contento quedó don Quijote desta explicación, a pesar de lo disparatada della, que al punto levantóse con gran brío y sin señal de fatiga y luego arrodillóse a rezar y dar gracias al Señor.
- Sancho, bien sabía yo que la imagen de la que tú tanto te burlabas iba a sernos de gran ayuda en esta aventura. Ten en cuenta que no nosotros sino Dios nuestro señor, gracias a su simpar bondad, ha sido quien ha recuperado para su bien y el mío a mi fermosa Dulcinea a su tamaño natural y que se encuentra en nuestra tierra tan contenta. Y agora vamos.
- ¿Dónde hemos de ir, mi señor? ¿A casa?
- No, mi buen escudero. Encontrándose mi señora sana y salva no hay prisa por volver a La Mancha, por lo tanto, iremos tú y yo primero a comer, que un buen banquete nos hemos ganado y luego iremos por la ciudad a procurarnos unas nuevas armaduras para mí y para ti y les haremos tantas mejoras para que no entre agua y para ver con buen tino y para respirar mejor que podamos andar a nuestras anchas tú y yo por los fantásticos mundos bajo el mar que recién hemos descubierto.
- ¡Estupendo, mi señor! Es lo más cuerdo que le he oído decir a vuestra merced en muchos meses.

Y en diciendo esto, el caballero andante y el escudero fuéronse contentos a Barcelona.



FINIS.

Leer toda la nota...

88. Y YO QUE PENSABA QUE ERA BUCEADOR...

Quien me lo iba a decir a mi, como podía imaginar yo que ese susto siendo un chaval seria mi primer contacto con el mundo del buceo.
Jamás hubiera imaginado que años después me atraparía de esta manera...
Yo siempre he sido uno de esos chicos que veían los documentales de la 2, pero de verdad, no por quedar como un joven culto e intelectual, nada mas lejos de mi intención, eso acabaría con la reputación de adolescente malo y rebelde que me había estado forjando a lo largo de los años.

Corrían los años 80 y yo que siempre he sido de secano, (he sido y soy, inexplicablemente no me gusta bañarme, eso si me enfundo mi neopreno y me trasformo...)estaba en un embalse de castilla, era agosto y hacia una temperatura cercana a los 40 grados, hasta un lagarto como yo necesita refrescarse...
Pero para meterme en el agua necesito una motivación; entonces recuerdo que hay unas viejas gafas de agua en el coche, son unas de esas antiguas, de las de un solo cristal y una goma negra con dos pequeños bultitos que se meten en los orificios nasales.
Me las pongo y me dispongo a ver peces de colores como en los documentales de Costeau que dan por la TV... pasa un rato y nada, luego aparecen dos o tres pequeños peces de tonos grisáceos, donde esta nemo y compañía me pregunto. Ya sé, que tonto soy, los peces grandes y coloridos están en las profundidades.
Pues nada habrá que bajar ahí, cojo aire meto la cabeza, subo el culo y con los pies fuera del agua pataleo para descender, tras varios intentos lo consigo, ya estoy buceando.
No puedo evitar imaginar a esos buceadores de los documentales y yo hago lo mismo, voy por el fondo con el pecho pegado a un suelo arenoso, cada vez que exhalo el aire se levanta una fina nube de polvo, llevo varias inmersiones seguidas y cada vez son más profundas, en esta ultima ya estoy cansado, he descendido al menos metro y medio o dos metros sin resultados hasta el momento, pero cuando ya casi no me queda aire y estoy apunto de subir “aparece”, en una de mis exhalaciones tras la consiguiente nube de polvo apareció, era un monstruo de las profundidades, hay no había colores, no había bonitas aletas alargadas, era una criatura oscura con una enorme boca llena de dientes y dos ojos redondos que me miraban fijamente, yo haciendo gala de una enorme Valentía y serenidad, di un gran grito bajo el agua quedándome sin un ápice de aire en los pulmones; mi instinto de supervivencia me dijo que debía ascender rápidamente si no quería morir ahogado y devorado por aquel enorme ser acuático.
Mire para arriba y veía los rayos del sol entrando en el agua, di un enorme impulso y empecé a mover piernas y brazos hasta alcanzar la lejana superficie, pense que no llegaba, nade los al menos 10 metros que me separaban de la orilla, salí del agua corriendo sin parar hasta llegar a un sitio seguro, una zona elevada donde aquella criatura enorme no pudiera alcanzarme...
Mi familia no podía creer que lo que les contaba, un pez de esas dimensiones con unos dientes tan grandes y una mirada tan penetrante... y encima a esas profundidades.
No volví a bañarme allí en todo el verano, seguro que estaba esperándome.
Con los años fui profesionalizándome en esto del buceo, amplié mi equipo comprando un kilt de gafas, tubo y aletas.
También me hice más exigente con los puntos de inmersión, ya no me conformaba con un simple embalse, ahora buscaba lagos limpios o tranquilas zonas costeras con aguas transparentes.
A demás practicaba un buceo mas seguro, ya no descendía a esas profundidades, me mantenía en superficie y cerca de la orilla.
Pero un año veranee en el Cabo de Gata, eso era otra cosa, el agua estaba mas caliente, más tranquila y mucho más transparente.
Sin hacer otra cosa que meter la cabeza en el agua podía ver decenas de peces, tenían rayas y colores. Descubrí una zona con pulpos, erizos, estrellas, etc.
Al año siguiente repetí, pero había medusas y me picaron un par de veces, tenia que decidirme entre quedarme en tierra o dar un paso mas como buceador y lo di, me compre un neopreno, ahora pasaba menos frió, me costaba menos entrar al agua y me protegía de las picaduras...
Por tercer año consecutivo repetí destino, ya era todo un experto buceador, tenia un equipo completo, con escarpines, guantes, capucha...
Cerca de donde me pasaba horas y horas en el agua había un centro de buceo, estuve curioseando por allí varios días, también me fijaba en los pueblos de alrededor cuando veía las embarcaciones salir o llegar con buceadores, me mezclaba entre ello y les escuchaba... me picaba la curiosidad.
Por fin un día me decidi y entre a preguntar, me explicaron que es lo que tenia que hacer, cuanto me podía costar, y el tiempo que me llevaría hacer un curso... ya era tarde se acababan las vacaciones.
Al año siguiente cambie de destino, el Cap de Creus... agua limpia pero muy fría y con el mar más movido, practicar mi particular buceo era complicado ese verano, pero había gente cargada de equipo que salía todos los días en barco y volvía contando lo genial que había ido, los bichos que habían visto y lo bien que se sentían tras una mañana de buceo.
Mi mujer que me conoce bien, sabia que los demonios me comían por dentro y me dijo que por que no me animaba de una vez y hacia el curso.
Por un momento estuve a punto pero era una semana estudiando y saliendo hacer las inmersiones y ella se tenia que quedar sola.
Decidimos que lo mejor era hacer un bautizo y luego si me gustaba a lo largo del año y con calma hacia el curso en casa...
Dicho y hecho, fui al centro de buceo hable con ellos y me dijeron que si quería esa misma tarde podía hacer el bautizo.
Así fue, me dieron unas nociones sobre como compensar al descender, me enseñaron unas señas para indicar al instructor como me encontraba y fuimos a una cala cercana para equiparnos y entrar en el agua.
Mentiría si digo que no estaba algo nervioso, pensaba si seria capaz de hacerlo, si no me agobiaría... pero aunque pueda parecer lo contrario por como he empezado mi historia, soy un tío bastante atrevido así que no dude en entrar por aquella pendiente de piedras hasta que me llego el agua a la cintura, con la ayuda de mi instructor me puse las aletas, gafas y regulador y empecé a nadar. Luego a la señal convenida de pulgares para abajo vació mi chaleco y comencé a hundirme, tarde unos segundos en relajarme y comenzamos el paseo... eso era otra cosa, peces, estrellas, pulpos, cangrejos...
Durante toda la inmersión mi instructor estuvo pendiente de mí de manera que me sentí cómodo y seguro todo el tiempo, me fue mostrando la profundidad a la que descendíamos, el aire que me quedaba en la bombona( si yo también llame bombona a la botella), me enseñaba peces y paredes de colores y cada vez que me preguntaba si estaba bien yo le decía que si, que bajara mas... el me hacia entender que no podía ser, pero a mi algo me estaba pasando, no se que es lo que tiene el buceo que nos engancha tanto pero yo empecé a sentirlo desde ese momento... Transcurridos 35 o 40 minutos y con mi manómetro a punto de entrar en reserva me dijo que se acabo, había que salir, yo le decía que un Poco mas, pero no había negociación posible así que empezamos un ascenso progresivo por la pendiente del fondo hasta ponernos de pie y salir a la orilla.
No sé que con que cara salí del agua pero mi mujer al verme de dijo: “ Ya esta liada” se acaba de despertar el buceador que llevabas dentro desde hace tantos años.
¡Como me conoce!, a los días, nada mas llegar a casa empecé a buscar centros de buceo cercanos, a pedir información sobre cursos y a la semana estaba sacando mi primer titulo.
Según acabe el open empecé con el avanzado y continue con otro de nitrox, todo ello así del tirón en memos de 2 meses.
Ya era un buceador titulado, podía bucear donde y cuando quisiera.
Han pasado dos años y más de 120 inmersiones y todavía de vez en cuando estando sumergido a mas profundidad de la que puedo contar, mirando cara a cara algún congrio más grande que yo, alguna morena con su boca llena de dientes o rodeado de barracudas, no puedo evitar sonreir pensando en el susto que debí darle a aquel pobre pez del embalse, años atrás cuando jugaba a ser Costeau...


Leer toda la nota...

87. NARCOSIS YO...

Prepárate rápido que en cuanto lleguemos saltamos, hay que bajar los primeros si no queremos encontrarnos con el interior turbio...
Tú baja tranquilo, detrás de mi, respira despacio y controla el aire que te queda.
Atento al tiempo que tienes antes de entrar en deco... ten en cuenta que puede aparecer narcosis... por lo demás, tranquilo que yo me encargo.
“Por lo demás”, qué es lo demás, ¿acaso va aletear por mi?
En fin no pasa nada, mi compañero es un instructor con mucha experiencia, gran conocedor de la zona y yo voy bien.

Llegamos y casi sin parar el barco saltamos al agua, nadamos por superficie hasta llegar a la pared... ¿ estas bien?, pues venga, para abajo...
El descenso es pegados a la roca hasta los –18 mts, luego entramos en una pequeña cueva que baja hasta los –25 mts, esta totalmente negra, solo se ve lo que iluminan nuestros focos.
De momento todo va bien, estoy tranquilo, voy bien de consumo y no noto nada raro, además yo he bajado alguna vez hasta los – 33 mts y no he tenido problemas de narcosis.
Miro a mi compañero y me hace señas de descenso, descenso a dónde me pregunto.
Al fondo de la cueva en un recoveco aparece un estrecho paso que desciende fuertemente... no doy a basto, compensar oídos, inflar chaleco, mirar el ordenador... cada vez respiro mas agitado y seguimos bajando sin que aparezca el final del túnel...
Estamos a –38 mts y seguimos bajando, sigo respirando de manera incontrolada.
Intento dominar todo, nos acercamos más a tiempos de deco, el aire baja muy rápido, no se si es buena idea seguir bajando... paro unos segundos, intento coger el ritmo respiratorio, miro todos los instrumentos y pienso, si yo entro en deco mi compañero también, no será la primera vez, si ha decidido bajar conmigo hasta aquí será por que lo tiene controlado, de todas maneras no puedo darme la vuelta no hay sitio para girar... pasado ese instante, breve pero suficiente para centrarme nuevamente, continuo el descenso.
Sigo sin ver la salida y estamos a – 45 mts, esto no se acaba nunca y supera todo lo que yo esperaba, pero de narcosis nada.
Por fin tras girar ligeramente veo la salida, ya esta, ya esta... ya estamos a – 50 mts.
El agua esta muy fría y turbia, la visibilidad apenas llega a los dos metros, allí no hay nada, ni un solo pez, la respiración es muy agitada y parece que el aire fuera espeso, pero de narcosis nada...
Tenía que pasar, entramos en deco, me quedan 100 bares y mi compañero me dice que tranquilo que todo va bien, me ilumina con su potente foco un pequeño arco justo delante de mi, me acerco y veo una langosta enorme con sus grandes antenas moviéndose frente a mi...
Controlo mi emoción, miro mi ordenador y le indico que estoy con una parada de 5 minutos, que tengo media botella.
Él me pregunta si estoy “ok” y le digo que si, al fin y al cabo tengo todo controlado y de narcosis nada.
Me hace señas para que me gire y allí estaba, era un bogavante gigantesco, mediría mas de un metro, tenia unas enormes pinzas que intentaban cogerme, sus grandes ojos del tamaño de pelotas de golf me miraban fijamente siguiéndome en cada uno de mis movimientos y salía de su agujero rápidamente para pinzarme, pero yo con la enorme rapidez y agilidad que se tiene a más de 50 metros de profundidad lo esquivaba mientras sonreía a mi compañero y le decía ok, ok, ok... todo eso sin dejar de controlar los instrumentos... y de narcosis, nada.
Noté como me cogían del brazo y me giré pensando, no puede ser el bicho ese, lo tengo delante.
Era mi compañero que me decía que se acabó, que había que subir, me señalaba el ordenador y el manómetro.
Yo asentía y le decía tranquilo que estoy “ok”, si tu dices que subimos, subimos pero estoy bien, controlo, y de narcosis nada...
Empezamos el ascenso por una pared a nuestra derecha, nada mas subir 10 metros el agua empezó a limpiarse, la temperatura subió y aparecían los primeros peces, después una inmensa pared de gorgonias.
De camino a la superficie hicimos varias paradas a distinta profundidad y mi compañero me señalaba como el ordenador cambiaba la duración y la profundidad de las paradas.
Ya a – 10 mts tirando de brújula nadamos lentamente hasta una zona de rocas llena de vida donde estuvimos todo el tiempo necesario para que la deco desapareciera, ahí la respiración era tranquila y el aire parecía durar eternamente, no como abajo.
Una vez limpios de nitrógeno cogimos dirección al barco y nuevamente paramos a –5 y – 3 metros.
Estábamos rodeados de peces y el paisaje era increíble pero yo no podía dejar de pensar en aquel descenso, en como había controlado la situación, en el bogavante gigante y como había estado a mas de 50 metros de profundidad y de narcosis nada...
Ya en el barco, mientras volvíamos a puerto intercambiamos experiencias con los otros buceadores.
Yo les conté lo que habíamos visto, como había sido el ascenso, como habíamos llegado hasta la otra punta para la parada y que mi compañero me había guiado hasta el mismo cabo del barco en una demostración de navegación subacuatica impecable.
Él, que no quería parecer exagerado, contó lo del bogavante con más modestia, decía: era grande si, pero bueno, los he visto mayores ya sabéis a esa profundidad se ve poco pero lo que se ve es grande...
Y ya entre risas les dijo lo bien que había ido yo, controlando en todo momento y lidiando con serenidad ante los ataques de semejante bestia marina, y todo ello sin que apareciera en mi el mas leve síntoma de narcosis...

Leer toda la nota...

86. ALEERA.

Desde que era joven, los padres de Aleera le habían contado cuentos crueles acerca de los buzos para intentar asustarla y mantenerla alejada de ellos.

-Hace mucho mucho tiempo, había una ballena llamada windy. Windy perdió a sus padres siendo muy joven, así que fue criada por el resto de la manada. Windy comió y creció hasta hacerse la ballena mas fuerte y grande de todas. Pero a pesar de su tamaño, siempre se comportaba bien con el resto de los animales, siempre amable, siempre intentando ayudar en lo que podía. Logicamente Windy acabó siendo la lider de su manada, la cual llegó a ser la manada mas numerosa y feliz de todo el oceano. Hasta que un aciago día llegaron unos cuantos buzos armados con arpones y empezaron a matar animales por puro placer. Windy intentó ayudarles pero no pudo hacer nada y también acabo muerta.

-Por eso, Aleera te dijo que no debes acercarte a esos buzos, siempre van con malas ideas.
-De acuerdo mama, no lo haré.

Aleera siempre había oido este tipo de cuentos en contra de ellos, pero nunca se los había creido, siempre miraba a los buzos desde la distancia. Siempre oculta, para que ellos no tuvieran ni la más minima idea de que eran vigilados. La verdad es que Aleera hacía mucho mas que vigilarlos. Estaba obsesionada con ellos. Siempre se mantenía a una distancia razonable, aunque a veces la tentación era tan grande que se acercaba demasiado a ellos a pesar de que sus padres se lo habían prohibido numerosas veces. Aleera pensaba que no podía ser tan malo unas personas que ponían tanto esfuerzo para adentrarse en un medio que no era el suyo, los riesgos que los buzos corrían para descubrir las maravillas del oceano.

Aleera también disfrutaba recorriendo las profundidades del océano, pero en su caso no era tan peligroso, pues siendo una sirena, bucear era tan fácil como respirar debajo del mar. Mover su cola y recorrer su profundidad.

Simpre que se alejaba de su familia, su madre le reñía una y otra vez, pero Aleera siempre conseguía escabullirse. Le gustaba conocer los secretos marinos, los arrecifes, los barcos hundidos...
Cuando era pequeña, le asustaban los grandes animales, pero poco a poco fue descubriendo que ninguno les herían. Su tribu le explicó como sus lejanos antepasados habían hecho un fuerte sortilegio para asegurar su supremacía.

Cuando Aleera cumplió los 10 años, se atrevió a visitar por si misma a su primer tiburón. Se escabulló de su ribu y se puso a recorrer por el océano, notaba la libertad con el agua moviendo sus largos cabellos, vio un par de tiburones y decidió acercarse a uno de ellos. El tiburón notó su presencia pero no huyó de ella, e incluso dejó que Aleera se acercara a él y lo acariciara sin miedo. Todos los animales aceptaban a las sirenas como sus superiores, todos excepto uno, el animal más grande y peligroso de todos. El único animal capaz de asustarlas.

Unos años más tarde Aleera empezó a obsesionarse con los buzos. No erán como el resto de animales, eran libres y libremente deseaban llegar hasta el océano para mirar para disfrutar de sus misterios.

Aleera no entendía porque el resto de las sirenas se comportaban de modo tan extraño. Eran libres, podía recorrer todo el océano si les venía en gana, pero en vez de ello se pasaban el día escondidas, sin llamar la atención por miedo a que las descubrieran los habitantes de la tierra. Aleera no soportaba más estar siempre escondida teniendo la inmensidad del océano a su alrededor, así que un día decidió abandonarlo todo para explorarlo todo. Tenía miedo de perderse y no volver a ver a su familia pero no soportaba más ese confinamiento.

Pasó dias, semanas buceando libremente por lo más profundo del océano y entonces decidió hacer lo que nunca había hecho nadie de su familiá, puso dirección a aguas menos profundas en busca de los habitantes de la tierra. Entonces vió un extraño movimiento en un buque hundido y decidió acercarse. Era uno de ellos, un buzo. El corazón de Aleera dió un brinco, tal vez por fín podría ver a uno de cerca por sus propios ojos... pero algo andaba mal, Aleera sabía que los habitantes del mar no eran como ella y se movían de forma diferente, pero los movimientos del buzo eran demasiado raros, agonizantes, se dió cuenta de que se estaba muriendo. Estaba atrapado sin poder salir de allí.

No tuvo ni un instante de duda, tenía que ayudarle, por los ojos que puso el buzo al verla, supo sin duda que él estaba pensando que tenía un a alucinación. Un minuto después Aleera ya lo había sacado de allí y lo dejo semi inconsciente en la superficie cerca del barco y volvió a sumergirse, pues no quería que nadie más la viera.

Aleera quería conocer a aquel buzo, así que se escondió cerca del barco hundido durante unos días pensando que el buzo volvería para verla y darle las gracias. Efectivamente, al cabo de unos días el mismo buzo volvió al buque, Aleera decidió ir hasta él para conocerlo de cerca, sabía que podía ser peligroso, pero quería verlo de cerca. Lentamente se acercó a él. El buzo la vió y con movimientos suaves sacó un extraño aparato, ¿qué sería eso? Tal vez realmente fuera peligroso tal como decía su tribu. Repentinamente el aparato lanzó unos fogonazos de luz. Unas luces cegadoras asustaron a Aleera más de lo que nunca se había asustado y huyó rápidamente. El buzo trató de perseguirla, pero Aleera era mucho más rápida.

Dos días habían pasado y Aleera se dió cuenta de que los fogonazos de luz no le habían producido ningún daño, tal vez el buzo no había querido herirla, tal vez le quería enseñar las herramientas que ellos usaban o tal vez dar fogonazos era la forma en la que los habitantes de la tierra daban las gracias... Así que decidió darle una nueva oportunidad y pusó nuevamente rumbo al barco hundido una vez más, aunque esta vez mucho mas lenta y cuidadosamente.

Algo estaba mal, había demasiado movimiento en aquella area... Aleera se mantuvo alejaba. ¿Qué hacían tantos barcos en la superficie? ¿Habían ido a verla a ella? ¿Tenían tanta curiosidad por conocerla como tenía ella? ¿Entonces por qué llevaban armas? ¿Por qué llevaban los objetos con los que capturaban al resto de animales? Aleera temió que intentaran capturarla, su tribu tenía razón, no debía haberse acercado a ellos. Así que empezó a huir de ellos.

Acababa de salir de esa zona cuando descrubrió que la estaban siguiendo, eran un par de buzos pero no eran lentos como el resto, tenían algo que los hacían tan rápidos o incluso un poco más que Aleera y estos también tenían herramientas capturadoras. Aleera temió lo peor. Puso a bucear todo lo rápido que podía pero ellos iban ganando terreno poco a poco. Aleera estaba desesperada, se estaba cansando y ellos empezaban a sacar sus herramientas.

Entonces Aleera se dió cuenta de que reconcía esa holor, sabía que él estaba cerca. Entonces ideó un arriesgado plan, se dirigió hacia la criatura a la que ninguna sirena se atrevia a seguir desde sus antepasados. Aleera se sorprendió de que los habitantes de la tierra no tuvieran miedo, ¿acaso no podían oler la muerte a su alrededor? Unos segundos mas tarde unos gigantescos tentáculos trataron de atraparla, pero Aleera era agil como nadie. Y consiguió evitarlos. Los buzos no corrieron tanta suerte. En cualquier otra ocasión el kraken hubiera perseguido y acabado con Aleera, pero hoy estaba demasiado ocupado con sus presas de extraña especie para hacerle caso.

Aleera, muerta de miedo salió de allí tan rapidamente como pudo y se pasó semanas buscando a su tribu para pedirles perdón y volver a ser parte de ella y aunqué siguió explorando las profundidades del océano, nunca volvió a acercarse a los hijos de la tierra.

Leer toda la nota...

lunes, 16 de noviembre de 2009

85. AL OTRO LADO DEL ESPEJO.

Algunos ya saben, muy pocos quizá, que existe otra dimensión junto a la nuestra, donde la magia es posible y es real. Donde podemos deslizarnos suavemente como Campanilla y Peter en un interminable vuelo ligero y suave hacia donde nos plazca ir, ya sea sobrevolando montañas o haciendo vuelos rasantes sobre la hierba verde y alta, o sobre la arena de la playa. Porque en esta dimensión no hay arriba ni abajo y la infinidad de los maravillosos colores aparecen, cambian y desaparecen con la luz a su capricho. Tampoco hay horizonte en esta dimensión, pero el infinito es mayor que nuestro infinito conocido.
En este lugar todo parece calmado y en paz, incluso la vida y la muerte coexisten con tal naturalidad que no parece haber ni miedo, ni dolor, y el tiempo parece no existir, o al menos da la sensación de que transcurre mucho más despacio de lo normal. Allí todo es vida y la vida lo es todo, y todo está vivo, incluso las rocas, que no son inertes como en nuestro mundo conocido, sino que están hechas de vida misma. En cada milímetro respira un ser vivo, a veces minúsculo, a veces tan enorme que aparece casi invisible ante nuestros ojos porque no alcanzamos a reconocer su gigantesco tamaño.
Claro que para poder ver en ese mágico mundo no es posible hacerlo con nuestros ojos humanos y normales. Para ello es necesario, preciso, imprescindible e incluso muy recomendable, utilizar las gafas mágicas de visión tridimensional espectral y procurar adquirir rápidamente la habilidad de mantener la justa presión entre nuestros ojos y sus mágicos cristales. De otro modo no seríamos capaces de distinguir a ninguno de los duendecillos y espíritus que habitan tan increíble y maravilloso lugar. Ni sus brillantes colores ni sus gestos simpáticos y graciosos. Tampoco podríamos distinguir sus interminables correteos, sus espectaculares cabriolas y las infatigables carreras que hacen unos con otros.

A diferencia de los seres de nuestra dimensión, éstos no hacen ruidos molestos ni discuten por cualquier tontería, y el sonido que te envuelve en su mundo, que no se sabe muy bien por dónde viene, suena como chisporroteos de palomitas dentro de los oídos. Esto también es muy importante y no hay que olvidarlo, pues hay que procurar siempre tener los oídos bien cuidados para estar en esta dimensión, por si alguna vez tienes la increíble suerte de toparte con alguno de los espíritus del mar, ya que éstos saben cantar bellas canciones que pueden oírse desde muy lejos y que suenan maravillosamente. Aunque la mayoría de los seres mágicos que habitan en esta dimensión no saben cantar, y si saben disimulan muy bien, pero casi todos saben volar estupendamente.

La mayoría de las veces van en grupos más o menos numerosos. Vuelan graciosos y en formación con tal precisión que pareciera que fueran a chocar unos con otros, pero eso nunca ocurre, nunca, como lo hacen nuestros pájaros conocidos. Estos seres, a diferencia de los pájaros, suelen ser muy curiosos y no dudan en rodearte por todos lados para observarte muy cerca y desde todos los ángulos posibles, y así poder opinar sobre nosotros con gran criterio. Alguna vez puedes verles de uno en uno. Muy altaneros y orgullosos de ser especiales y mágicos. En estas ocasiones suelen mirarte fijamente a los ojos y puedes sentir cómo te psicoanalizan y pueden mirar tu interior y, si te descuidas, pueden llegar a hipnotizarte y hacer contigo lo que quieran, como por ejemplo hacer que vayas tras ellos durante un tiempo, el justo hasta que se cansan de ti, o simplemente se divierten contigo jugando al escondite, haciendo que te pierdas en su mundo y no encuentres el camino de vuelta a tu casa. Aunque afortunadamente los efectos de su magia duran poco tiempo, ¡menos mal!, porque si no estaríamos siempre perdidos y correríamos un serio peligro ya que, lamentablemente, solo se puede acceder a esta mágica dimensión por un limitado espacio de tiempo.
Son las cosas que tienen los mundos de las hadas y los duendes, son sus reglas. Como el aire mágico de su mundo que, solo es respirable por ellos mismos y que es demasiado denso para un ser humano corriente, por lo que los primeros hombres que supieron de la existencia de un mundo tan especial y fascinante se sirvieron de un conjuro para guardar el aroma de los bosques y los valles dentro de una vasija y llevarla consigo todo el tiempo que dura el vuelo, y para así poder recordar de dónde venían en cada momento y salir de la hipnosis. Esta operación es, probablemente la más delicada, y hay que hacerla muy poco a poco, esperando con paciencia y olvidándose las prisas antes de cruzar a este lado, a nuestro mundo de gravedad, para no retener mas que las maravillosas sensaciones experimentadas que, una vez vividas, nunca podrán ser olvidadas. Si haces todo esto bien, no tienes nada que temer, al contrario, sentirás la vida de un modo diferente y especial. Con la seguridad de haber formado parte de un universo más grande y puro, y sentirás un profundo respeto por todos y cada uno de los seres que te rodean. Serás más humano.
Si alguna vez encuentras el camino hacia esta maravillosa dimensión, cruzando al otro lado del espejo, siempre querrás volver.

Leer toda la nota...

miércoles, 11 de noviembre de 2009

84. EL DESCUBRIR DE UN NUEVO MUNDO.

Mi inicio en el buceo llegó de forma inesperada.
Un día a mi novio no se le ocurre otra cosa que decirme que me va a llevar a un lugar, pero no me quería decir dónde y yo ya me esperaba algo raro, raro, raro.
Me plantó en la escuela de buceo de bruces y me dijo que aquí comenzaba mi aventura en el buceo, que me sacara el Open Wáter y empezara a bucear lo antes posible porque él quería volver al rojo, de donde me había enseñado fotos. Me pareció apasionante el espectáculo natural que ofrecían sus aguas.

Él hace años que bucea y tenía ganas de que yo aprendiera para que fuéramos juntos al agua. A mí también me apetecía pero era una de esas cosas que vas dejando, va pasando el tiempo y nunca ves el momento, así que se adelanto al posible hueco que yo le iba a hacer en mi agenda y me plantó en las clases sin yo esperarlo.
Siempre me ha gustado la piscina, y nadar me encanta pero soy muy miedica y hay que darme mi tiempo para que me relaje y se me pase el susto.
En las inmersiones que hice en la piscina durante el curso me costó al principio lo de expulsar el agua de las gafas, hasta que lo pensé bien y me dije “solo es agua, sigues respirando y ya sacaras antes o después el agua, relájate”. Os puede resultar de risa que tuviera miedo de algo así, pero es que ya dije que soy un poco miedica… ¡si una vez me hizo un video mi novio porque estuve diez minutos para saltar un rio que no media mas de un metro...! vamos, que me lo pienso todo mucho, demasiado dice él.
Bueno, el caso es que iba acojonada el día que toco la inmersión en el mar, aparte de que aunque soy muy grande la botella ¡como me pesa...ufff…! Pero allí estaba yo, hoy era el gran día después de varios lloros por lo hecha polvo que acabé después de las sesiones de piscina.
Hoy me atreví a ir a la playa, había pensado hacerme la enferma pero claro eso era muy infantil, había que ir, sabía que podía hacerlo.
Fuimos a Tossa a hacer la inmersión a tirarnos de barca, éramos un grupo de unos 12 y fuimos saltando uno a uno. Yo me sumergí agarrándome a la cuerda del ancla al principio poco a poco, pensaba que sumergirme muchos metros me daría miedo pero no fue así, de hecho una vez estas dentro quieres bajar más y más y el miedo da paso a la curiosidad.
Había microclimas y me iba moviendo buscando el calorcito y donde más peces veían mis ojos. No me podía creer la diversidad que veía junta ¡Qué bonito!
Nunca me gustaron las peceras porque me daban pena los peces, verlos casi sin espacio haciendo una y otra vez el mismo recorrido y ahora estaban en un mar inmenso donde podían ir a sus anchas de un lado al otro, era fantástico.
Los colores del fondo eran tan hermosos que me recordaban a la luz de los cuadros de Velázquez y me sentía como si estuviera descubriendo un nuevo mundo donde nadie hubiera estado. Si, ya sé que no era la primera en verlo, pero es que allí dentro es tanta la paz que es imposible sentirse estresado o agobiado y los ojos se te ponen como platos porque te gustaría tener mas campo de visión para no perderte detalle. Pensé que mi novio estaría preocupado por mi primera inmersión y me seguiría de cerca pero que va, iba con la cámara de fotos buscando la imagen que perduraría en el álbum para siempre y bien que hacía porque mi memoria no es muy buena y así luego lo veríamos todo.
Hicieron tanda para hacer foto a un nudibranquio y cuando le toco a la última del grupo le dio por hacerle la foto y después chafarlo. Pues se le puso el dedo hinchado y aquello le dolía un montón. ¡Quién le manda tocar nada! Hay que ver, mira que nos lo había dicho el profesor de buceo, que no había que tocar si no se sabe lo que se hace... y sobre todo respetar al máximo lo que encontremos, ¡pues vaya! la chica tuvo su escarmiento y por lo visto ya no toca nada, según me han dicho no le quedaron ganas.
La experiencia resultó fantástica y tengo ganas de recorrerme todos los mares que el presupuesto me permita, eso sí, respetando el entorno y estudiando lo que me voy a encontrarme por el camino para no llevarme sorpresas. El profesor de buceo cuando lo veo no para de tentarme para ir a seguir descubriendo este mundo subacuático, le pienso hacer caso y para la siguiente inmersión me apunto.
¡Nos vemos allí abajo aventureros!

Leer toda la nota...

83. LOS MARES DE CHINA.

I

Camilo siempre contaba historias en el bar de Manolo. A la hora que uno fuera, allí estaba Camilo narrando aquella vez en que casi perdió la vida mientras intentaba sacar a un compañero atrapado entre las llamas de un incendio en la guerra civil o los días que pasó en shock a causa del escorbuto mientras surcaba los mares de China. Contaba que, en aquella ocasión, estuvo varios días delirando y, en sus delirios, unos seres con cuerpo de agua se lo llevaban a los fondos para enseñarle los caminos de las corrientes, hasta donde se escondían los secretos más profundos del mar. En sus días de escorbuto, Camilo contaba que, desde China, los seres de agua le habían llevado hasta la entrada submarina de la isla de Kalúa, en el mar del Caribe y allí se había adentrado en las entrañas de una isla hueca, llena de pasadizos labrados en su interior.

Teniendo en cuenta el origen coralino de Kalúa, costaba imaginación creer que sus entrañas fueran huecas, como podía haberlo sido una isla de origen volcánico. Ángel se planteaba estas dudas mientras no perdía detalle de las historias de Camilo, historias a las que llegó a hacerse adicto. A veces se sorprendía esperando a que Manolo abriera el bar para sentarse a escuchar a Camilo que, sorprendentemente, siempre entraba antes que él, a pesar de que nunca lo vio llegar. El día que no podía ir al bar de Manolo a escuchar a Camilo, no conseguía conciliar el sueño, se pasaba la noche imaginando seres de agua que entraban a Kalúa desde la entrada submarina o quizás es que soñaba con ellos o quizás sólo eran pesadillas o quizás ilusiones de insomnio.

Desde que la gente del pueblo recordaba, Camilo había contado historias en el bar de Manolo. Con lo cual, opinaban todos, era imposible que a sus 55, quizás 60 años que debía tener, a pesar del blanco de sus cabellos y su cara envejecida por el sol, hubiera vivido todo cuanto narraba. Aun así, siempre hubo alguien escuchando a Camilo hablar de cuando una nevada dejó aislada la estación meteorológica canadiense donde trabajaba y tuvieron que subsistir con apenas unas latas de atún de Malasia y el agua que obtenían de fundir el hielo que les rodeaba; hasta que, después de 6 semanas, el rudo invierno apaciguó en Canadá y pudieron recibir los víveres que estaban esperando para afrontar el resto de la temporada.


Ángel nunca preguntaba, se quedaba absorto imaginándose entre las pieles que Camilo contaba que usaba para protegerse de aquellas heladas o petrificado ante la mandíbula de aquel enorme gran blanco de los días que estuvo buceando en las costas de Sudáfrica. Pero, en sus sueños, el gran blanco rodeado de pieles perdía los dientes en la guerra civil mientras los seres de agua guiaban sus pasos hasta la entrada de la isla de Kalúa, momento en que siempre despertaba, como despertaba Camilo en sus días de escorbuto en los mares de China y como despertó en aquella habitación de hospital, en el último sueño donde se le aparecieron los seres de agua, justo en el instante en el que por fin iban a adentrarse en las oscuridades de Kalúa e iban a revelarle el gran secreto de las corrientes, el que por fin liberaría los océanos del acoso del hombre.

Camilo contaba que dejó de comer fruta y verdura a ver si de nuevo conseguía que el escorbuto le llevara a las entrañas de Kalúa, porque Camilo pensaba que aquellos delirios eran el camino que tenían los seres de agua de llegar hasta él, porque necesitaban de su ayuda para hacer algo importante. Es más- aseguraba- me cuentan que durante aquellas semanas no salí de la cama del barco primero y del hospital después, pero yo se que estuve allí, yo se que ellos me llevaron porque, al despertar, siempre sentía el sabor salado de mis labios y el cansancio en las piernas del aleteo contracorriente de alguno de los caminos que iban desde los mares de China hasta la entrada de Kalúa, en el mar del Caribe.

II

“Un día de noviembre- me contaba Ángel- entré en el bar de Manolo como muchas otras veces, pedí una cerveza y un pincho de tortilla y me senté en la mesa de siempre con el periódico del día, dispuesto a fingir como cada día que lo leía, cuando por el contrario escuchaba sin perder detalle las historias de Camilo. Me había terminado el pincho y leído toda la editorial cuando levanté la cabeza y vi a Camilo mirando fijamente a la barra, sin decir palabra. Manolo estaba discutiendo con el repartidor sobre los costos del último pedido de barriles de cerveza y llevaba tantos años oyendo las historias de Camilo que no prestaba atención al silencio de este. Camilo se levantó, sacó del bolsillo de la chaqueta un par de euros y dejó el dinero sobre la barra, para pagar la copa de chinchón que pedía cada día y que en aquella ocasión no se había tomado. Entonces se acercó a la mesa donde yo estaba sentado y me dijo: “Ellos han vuelto y quieren que tú vayas” ¿Adonde? –pregunté. Abrió su mano y me enseño una pequeña alga que años después averigüé que se trataba de una especie endémica del caribe. Aún estaba húmeda, como si acabara de salir del mar. Se volvió y se fue, dejándome el periódico mojado y la mente totalmente nublada. A los dos días de no ver a Camilo en el bar, le pregunté a Manolo y me contó que alguien le había dicho que lo vieron salir muy temprano de su casa el día anterior y que, al preguntarle donde iba, respondió que no sabía pero que, por si no volvía, yo sabría donde encontrarle.“¿Pero donde vas?”- me gritó Manolo mientras yo salía apresurado del bar. “A Colombia” - le respondí yo.

Cogí mi equipo de buceo- continuaba narrándome Ángel- y me fui hasta el aeropuerto. A los dos días había conseguido llegar a Cartagena y buscaba un barco que me llevara a Kalúa. Tardé dos días más en encontrar a alguien que pudiera llevarme y, mientras me acercaba a la isla pude ver un barco con tres buceadores y al menos cinco tripulantes más. Se disponían a saltar al agua cuando, entre los buzos, creí distinguir el rojo y las estrellas de la bandera China que Camilo llevaba cosida al pecho del neopreno. Les grité, justo un instante antes de que saltaran al agua. Cuando llegamos a la discreta embarcación, de no más de diez metros de eslora, pude enterarme de que Camilo llevaba años trabajando con ellos para, según él, batir el record del mundo de profundidad en buceo. A pesar de que le habían asegurado que el fondo en aquella zona no estaba a más de 250 metros, él seguía afirmando que si, que lo sabía con certeza. Durante la hora siguiente fueron llegando a intervalos irregulares a la superficie las boyas con el “OK” de las profundidades establecidas. La última que vimos, fue la de 250 metros. Esperamos una hora más, dos, tres y entonces vimos asomar a la superficie a los dos buzos que horas antes vi saltar al agua con Camilo. Ellos habían bajado las botellas para amarrarlas en las paradas establecidas hasta los 150 metros de profundidad, donde Camilo debía haberse reunido con ellos hacía una hora. Habían aguantado quince minutos más de lo planificado esperando a Camilo, pero este no llegaba, se les agotaban las botellas y tuvieron que subir.


Durante varios días, se rastreó superficie y fondo en busca de alguna pista de Camilo. Durante meses, exploré los fondos de Isla Kalúa buscando algún vestigio de cueva o entrada sin éxito. Aquello era puro y macizo coral sin posibilidad alguna de pasadizo o escondrijo. Dejé Colombia dispuesto a continuar formándome acerca del buceo técnico con la intención de volver y me fui a vivir a Francia. Con el tiempo y las circunstancias, me hice instructor y ahora imparto clases de todas las especialidades del buceo técnico. No he olvidado a Camilo pero en mis sueños dejaron de aparecer los seres de agua y he descubierto la satisfacción de enseñar las maravillas del fondo a cuantos vienen a mi buscando algo distinto, algo más. He aprendido de las corrientes y, aunque sigo sin entenderlas, he conseguido que nos llevemos bien”


III

Han pasado diez años desde aquella aventura en Kalúa y hoy Ángel me cuenta todo aquello sentado en el bar de Manolo, a donde vuelve cada vez que está de vacaciones en el pueblo y donde se sienta a ojear el periódico mientras charlamos. Se queda absorto leyendo una noticia y, al increparle, me deja leer el periódico. La noticia trata de los resultados de un estudio de la flora y fauna marinas de todo el mundo que aseguran que, en los últimos diez años, el coral de las grandes barreras ha crecido de forma sorprendente permitiendo, con ello, que aumente considerablemente la vida en los fondos. El estudio aseguraba algo así como que las corrientes marinas alteradas por la contaminación, pruebas nucleares y demás experimentos humanos parecían haber vuelto al orden lógico de la naturaleza y con ello, el ecosistema marino había recobrado el equilibro, lo que suponía un respiro para el malogrado ecosistema mundial.

En la misma página, aparece un pequeño recorte que notifica que la UNESCO ha designado ocho nuevas reservas marinas entre las que se encuentra una pequeña isla colombiana llamada Kalúa que en los últimos años ha presentado un crecimiento de coral y un desarrollo de su flora y fauna marinas sin precedentes.


Apéndice

A varios miles de kilómetros, en ciudad de Panamá, en una cafetería, una chica lee en otro periódico la misma noticia, mientras oye las historias de un señor mayor con el pelo blanco y la cara tiznada por el sol. Él cuenta historias de heladas en Canadá y de nuevo empieza a hablar de los mares de China. Ella levanta la cabeza y le escucha mientras recuerda aquel día, hace diez años ya, en el que encontró en el canal aquella banderita roja con estrellas doradas que aún conserva cosida en el pecho de su primer neopreno.

Leer toda la nota...

82. EL RESURGIR DE LOS MARES DE TOSSA.

Dicen que siempre hay una inmersión que marca la vida de un buceador. Tras esa experiencia, el mar no vuelve a tener el mismo color. Ya no será azul, gris o violeta, si no que será la exacta combinación de azul, gris o violeta que tuvo aquel día. Mucho tiempo después, quizá todavía nos despertemos escuchando el rumor de aquellas mismas olas, como un eco atrapado y enroscado a lo largo de una caracola. Dicen también que todos tenemos una conexión con la belleza absoluta al menos una vez en la vida. Probablemente, para el amante que recorre cada noche el cuerpo desnudo de la amada, ese momento llegará al descubrir en su cuerpo un detalle sublime que hasta entonces le había pasado desapercibido. Para el músico volcado en sus pentagramas, esa experiencia la tendrá al dar con el orden exacto y perfecto en una secuencia de notas. Para un buceador, esto ocurrirá, con toda seguridad, en el mar. En mi caso, la inmersión que dejó el regusto de lo irrepetible tuvo lugar en la Costa Brava hace ahora exactamente tres veranos.
Llegamos a Tossa bañados en el rojo incontenible del crepúsculo, envueltos en esa luz decadente que embellece todo lo que acaricia. La fortificación medieval, antiguo baluarte de la ciudad, se erigía aún imponente sobre una colina al lado de la playa. Mi compañero Pau se acariciaba la barba con gesto distraído, hablándome de ataques piratas y del papel del castillo en la defensa contra los franceses. En el cielo, las nubes agonizantes del atardecer formaban figuras mágicas que presagiaban el espectáculo que nos ofrecería el océano.
Ya era noche cerrada, sin luna, y los dos estábamos ansiosos por empezar. El susurro acompasado de las olas nos había embrujado, como si no fuera el mar quien lo produjese, si no sirenas que aguardaban en la orilla para ofrecernos sus cuerpos de escamas y sabor a sal. Una vez pertrechado con todo el equipo, un submarinista se convierte en un animal exclusivamente acuático. El anhelo por alcanzar el azul puede llegar a ser muy intenso, y la imagen es parecida a la de las tortugas que nacen en la arena y recorren pesadamente el trayecto hasta el agua. En efecto, nuestros pasos hasta el mar fueron torpes y lentos, y sólo allí pudimos sentirnos por fin livianos.
Nadamos durante varios minutos, el mar estaba, como se suele decir, como un plato, y fuimos recorriendo aquel manto negro salpicado de estrellas que se reflejaban como si se hubiera colocado un enorme espejo bajo ellas. Los astrónomos dicen que el Universo que vemos no es real ni actual, por ello, aquel cielo reflejado no me parecía menos auténtico, ni menos sobrecogedor. Se podría decir que cruzamos la constelación de Andrómeda hasta la Osa Mayor, tras apartar Venus de una brazada, y llegamos así al punto de inmersión, muy cerca del cinturón de Orión. Hubo un momento de duda, pues no es fácil dejarse hundir en la oscuridad más absoluta. Pau recitó de memoria una arenga, con frases como “mientras menos seamos, mayor la porción de honor para cada uno”, que solía pronunciar en momentos de nerviosismo, y que creo recordar que se atribuía a un rey medieval inglés. Aquello fue, sin duda, una excentricidad, pero nos dio el valor suficiente para desinflar el chaleco y dejarnos engullir por el mar. Hay algo de muerte aparente en todo ello, la renuncia a la flotabilidad es, en cierta medida, contraria al instinto de todos los animales. Deberíamos perecer ahogados, pero burlamos ese destino con nuestro equipo de buceo. Se trata de un quiebro y un engaño en el reino de Hades, donde tantos buceadores han perdido la vida, por no poder mantener hasta el final esta mentira, como jugadores de póquer descubiertos en la vital partida.
Me aferré a mi linterna como un gladiador a su espada, como si su rayo pudiera atravesar cualquier enemigo que se me acercase. Si alguien lo hubiera visto a unos pocos metros, tan sólo distinguiría dos candiles tenues y temblorosos, amenazados por una oscuridad envolvente, como una brisa que juguetea con una llama antes de hacerla desaparecer por completo.
Toda mi inquietud desapareció cuando, a unos veinte metros, el haz de luz enfocó rocas y algas, todo ello geografías extraordinarias…la sensación debió ser parecida a la de los tripulantes de la expedición de Colón al divisar Guanahani después de meses perdidos en alta mar. Y no, no era el reino de Hades, ya que un sinfín de formas de vida se desplegaban ante nuestros ojos.
En una pequeña grieta sorprendimos a unas diminutas gambas que nos miraban con ojos brillantes tremendamente aterrorizadas agrupadas como antiguos soldados de Roma. Más allá, un joven mero de figura altiva nos observaba como si debiéramos rendirle pleitesía y pagar tributos por pasar por su territorio.
De repente, un formidable pulpo se erigió de forma majestuosa y, una morena pintada de amarillo nos amenazó fieramente para defender su territorio como lo hiciera el rey Leónidas en la batalla de las Termopilas.
Un pez manta apareció al girar un cantil, reposaba en el fondo, medio cubierto por la arena, de aspecto extraño parecía sacado de la mitología Pensé que era el legendario Leviatán que aterrorizaba a los antiguos pescadores del mundo antiguo. Pero de monstruo marino más bien poco tenia, se dejo acariciar e incluso nos pareció que nuestra presencia le era grata, pero una vez satisfecha su curiosidad se desperezó sacudiéndose la arena partiendo hacía a la oscuridad. Y, cuando todo parecía concluido, nos sorprendió una visita inesperada; un pez de San Pedro nadaba ajeno a nosotros con la aleta dorsal alzada como las lanzas de la rendición de Breda del cuadro Velázquez.
Mientras realizábamos la parada de seguridad nos pusimos de acuerdo y apagamos las linternas para sentir más aún si cabía el poder de ese reino. Entonces sucedió un prodigioso fenómeno de la naturaleza, miles de partículas luminiscentes revoloteaban y nos envolvían embelesando nuestros sentidos haciéndonos olvidar que éramos humanos. La magia volvió a cobrar sentido en mi vida.
Erramos a la salida, derivados unos treinta metros y emergimos en medio de la oscuridad. Pero gracias a esto tuve una de las mejores sensaciones que recuerdo .Al no haber luces un manto de cielo estrellado apareció ante nosotros y en el pude observar el resplandor rojizo Antares.

Leer toda la nota...

81. 010100

Año 2010, los caladeros de pesca están agotados.
Tres de Junio, seis de la mañana.
Estaba nerviosa, a veinte metros de profundidad, cuando decidí detonar el explosivo. De repente una luz cegadora se erigió en la superficie. Mi nombre es Elisabeth y un día decidí pasar a la acción.
Dos horas después.
Ocho de la mañana, boletín informativo: “Nuevo ataque terrorista a un barco de pesca de la multinacional Fishtreends que faenaba a unas cinco millas de la costa. Dicho ataque ha sido reivindicado en un escueto comunicado por un grupo eco-terrorista, el denominado F.L.M. (Frente de Liberación del Mediterráneo).

A continuación leemos comunicado colgado en una página web de defensa del medio ambiente firmado por Elisabeth:
“Desde el Frente de Liberación del Mediterráneo nos atribuimos el ataque al pesquero Mare Nostrum de la multinacional Fishtreends que faenaba en zona restringida usando artes de pesca ilegales. Se advierte a todas las empresas que incumplan la normativa, que serán atacadas sin distinción de nacionalidad.”
Es el segundo ataque contra la flota pesquera de esta empresa en este último año. No ha habido bajas humanas ya que el mismo grupo había alertado al pesquero del ataque, pero sí cuantiosas pérdidas económicas.
El modus operandi de estos eco-terroristas desconcierta a la policía, según fuentes consultadas a dicho cuerpo creen que son un grupo entrenado de submarinistas que utilizan equipos de alta tecnología denominados “rebreathers”. Estos equipos, a diferencia de los convencionales, no generan burbujas al trabajar en un circuito cerrado, lo cual les hace difíciles de detectar desde la superficie. Además usan “scooters” subacuáticos, lo que les permite desplazarse a grandes distancias desde su barco nodriza hasta el objetivo y, muy posiblemente, algún sistema de emisión de radiofrecuencia que les hace invisibles a los sónares. Según la policía, han recibido un video del grupo con la localización exacta del barco en el momento antes de la explosión, en el cual también se aprecia que las redes usadas por este pesquero son cuatro veces más grandes de lo permitido por normativa.

¿Héroes o villanos? Entre los mismos pescadores la opinión está dividida. Muchos están a favor de estos ataques. Dichos pescadores y entidades ecologistas están hartos de denunciar las malas artes y la competencia desleal de las grandes compañías pesqueras a la administración, la cual, según ellos, les hace caso omiso a sus protestas. Otros, sin embargo, opinan que el uso de la violencia para resolver cualquier tipo de conflicto no es la solución y exigen la captura de los responsables y su encarcelamiento.
Lo que sí es cierto es que desde que los caladeros del Atlántico y de África se han agotado, los grandes buques de pesca se han desplazado hacia la zona oeste del mediterráneo, donde llevan faenando desde hace varios meses sin ningún tipo de control y con total impunidad. La policía baraja la posibilidad que sean los mismos pescadores organizados quienes perpetuán estos ataques. Otras fuentes advierten que pueden ser grupos de mercenarios contratados por entidades ecologistas…”
-Elisabeth, ¡Despierta! ¡Te has vuelto a quedar dormida, tenemos que volver al trabajo! Recuerda que no todos los días se cambia de milenio, y hay que cubrir esta noticia…
-Antonio, dime una cosa- responde ella- ¿tú sabes donde hacen cursos de submarinismo?

Leer toda la nota...