Son casi las cinco y media de la mañana, faltan unos minutos para que suene la alarma del despertador pero ya estoy consciente, todavía no me levanto, recuerdo, y esos pensamientos me hacen sonreír, era pequeño y la noche anterior a la excursión, al viaje, jamás podía conciliar el sueño placidamente, siempre me despertaba inquieto antes de que sonara el despertador.
Me incorporo, pero la sensación es que solo lo hace mi cuerpo, mi espíritu, sigue dormitando tranquilamente en la cama, jamás he sido aceptable por la mañana. Voy al baño, listo, me visto y como un autómata recojo chaqueta, gps y mi inseparable equipo de fotografía submarina. El equipo de buceo está en el coche, siempre lo preparo el día antes, por la mañana soy incapaz, tardaré un buen rato en ser persona, en este momento funciones básicas y poco más. Antes de cerrar la puerta, miro por el rabillo del ojo hacia la cama, mi alma sigue ahí.
El contacto con el aire de la calle me despabila un poco, definitivamente el otoño está aquí, cierro los corchetes de la chaqueta y me dirijo hacia el garaje por una calle oscura, a esta hora desconocida, con aspecto casi post-nuclear.
Hace rato que conduzco y mastico chicle, ya he escuchado todas las previsiones meteorológicas y memorizado los repetitivos boletines de noticias. Llego al punto de encuentro, y a pesar de no ser la hora mi compañero ya está ahí, sonriente, esperando. Nos abrazamos de corazón como hacen siempre los buenos amigos, tu coche mi coche, cargamos los equipos en uno y salimos zumbando, vamos bien de tiempo pero quedan muchos kilómetros.
Charlamos, charlamos y mientras viajamos damos cuenta del frugal desayuno, hoy toca croissant de chocolate y zumo de naranja, es lo que he podido “aligerar” de la despensa, vale, lo sé, no es alta cocina, ni está nada elaborado, pero va a valer para la ocasión. Amanece lentamente y los colores vuelven a ocupar con precisión sus lugares de gala, el día parece perfecto, en el cielo apenas se descubren tres nubes de algodón de feria, de esas de hacer bonito en las fotos, no sopla el viento y ya presiento la proximidad del mar, cientos de hormigas se pasean por el interior de mi estomago, me encanta sentir esa sensación, una vez mas vamos a bucear, pero es tan emocionante como la de la primera vez, me hace sentir vivo, me hace sentir feliz.
Es pronto y antes de llegar al centro de buceo, paramos un rato en la desierta playa, bajamos del coche y andamos unos metros sobre la arena en dirección al mar, el sol ilumina todavía bajo y mirando hacia levante hiere nuestras pupilas, como bengalas de bienvenida todo el mar centellea en esa dirección, más hacia el sur el azul es majestuoso, profundo, lleno de misterios, la brisa es fresca y nos regala el mejor de sus perfumes, mientras que unas gaviotas revolotean y rompen el sonido de la marea con sus gritos.
Llegamos al centro de buceo, nos conocen de otras ocasiones y nos reciben entrañablemente, como corresponde, como amigos que hace tiempo que no se ven. Ya estamos todos, preparamos el material, nos equipamos, cargamos la furgoneta y nos montamos en ella dirección al puerto, la embarcación ya está lista y equipada correctamente, estibamos nuestros equipos, soltamos amarras y a navegar, el punto de inmersión hoy está un poco lejos, por eso podremos disfrutar de la travesía y de la visión de esa magnifica costa, de sus cíclopes y titanes de roca, siempre atentos, siempre vigilantes, sobre ese mar, que hoy baña sus pies suavemente.
Amarramos, “breafing”, últimos chequeos y paso de gigante, que magnifica sensación entrar en contacto con el agua siempre fresca, vamos a proa, hay un poco de corriente en superficie, cabo del fondeo, ok, ok, y descendemos, primeros metros, primeras bocanadas, exhalo, compenso, dejo de ser hombre y en segundos me convierto en pez, ya no ando, ya no nado, estoy volando dentro del azul, la relación espacio tiempo entra en otra dimensión, llegamos al fondo y a los pocos metros aparecen los primeros ejemplares que voy a fotografiar, parece que posen como “top models” y yo agradecido les guiño varias veces el ojo de mi flash.
El tiempo transcurre rápido, inexorable y el manómetro hace rato que indica la medianoche, la carroza se vuelve calabaza, los blancos caballos ratones, y el pez se convierte otra vez tristemente en hombre, empiezo a ascender y a respirar por los pulmones, la inmersión ha terminado, el sabor es agridulce, entre el placer de haber buceado y la impotencia de volver a la realidad de la superficie. Suerte de las memorias de las cámaras de fotografiar repletas de ilusiones capturadas i de las pupilas de los ojos, que retendrán instantes de sueños vividos, recuerdos necesarios que nos permitirán hacer menos duro el regreso a casa.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
49. YO BUCEO.
buceo inmersiones azul mar
Primera edición,
RELATO