miércoles, 14 de octubre de 2009

58. EL HOMBRE QUE SE DIJO A SI MISMO QUE PROVENÍA DEL MAR

Cuando piense no responda. Se tomaba su tiempo en sincronía y forma, no titubeaba, es más se mantenía absorto en sus pensamientos constantemente, situado a una distancia exactamente entre la tierra y el mar. Sin paradero. Y no era de extrañarse que regresara cada día al mismo punto de encuentro. De los encuentros casuales.
Una vez soñó lo que había estado pensando desde hace unos días y hasta creyó que soñando estaba viviendo. Estando a la orilla del mar un hombre de edad avanzada se acercó hasta él y le dijo que lo que estaba buscando estaba más allá de un paso pero él no decía nada, se mantenía en la misma posición sin cambiar de gesto ni postura corporal. Era un hombre de reflexión continua porque así decidió ser. El viejo al no ver respuesta alguna se convirtió en cenizas que el aire arrastró cayendo con elegancia al mar. Y el despertó.

Se sacudió el polvo del sueño y miró hacia el techo donde tenía colgado su reciente atrapa sueños, lo había comprado con un nativo unos días antes. Curiosamente aquel día el nativo se acerco a él contándole el origen de este instrumento e inevitablemente sus novedosos sueños acerca del mar se convirtieron en el principal protagonista de los encuentros casuales. El nunca compraba nada, pero este atrapa sueños estaba elaborado con piezas del mar y plumas de águila que lo hacían muy peculiar.
Regresó al sitio de los encuentros casuales, recordemos que estaba perfectamente ubicado entre el mar y la tierra y plantó su devoción a través de un canto, observó amaneceres y atardeceres. Las imágenes hablaban por sí solas, el sol acariciando de manera distinta al mar, de verdad que disfrutaba de tan semejantes escenas –¡Dale más duro cielo, deja derramar tus encantos bajo este hermoso lugar! - pensó.
Continuó con su contemplación y su canto, pero esta vez escuchó un sonido lejano que lo empezaba a acompañar en ese momento y en ese lugar sin embargo él no abandonaba su dedicada melodía, a lo lejos veía unas formas que salían y entraban al agua. Se fueron acercando.
Un delfín saltó hasta él y se colocó frente al hombre, cara a cara, el hombre lo miró detenidamente e interpretó su lenguaje, de nuevo se introdujo al mar señalando al hombre que entrara con ellos. Espontáneamente sin pensar se echó al agua y se percató que se encontraba en medio de una manada de delfines que iban presentándose uno a uno. Se sumergió con ellos trasladándose en un vaivén de energía y canto. Viajaban a una velocidad interestelar y cada vez más profundo. En las profundidades podía escuchar las voces más sublimes que jamás encontró en tierra. Con los ojos bien abiertos como si le hubiese explotado un cosmos dentro, miraba a un margen de 360 grados. No era necesario voltear a ningún lado, ni volverse hacia atrás, todo lo percibía. Los encuentros casuales se convirtieron en algo normal.
Caballitos de mar de múltiples colores formaban una simpática fila de bienvenida, a lo lejos un despampanante tiburón ballena hacia grandes círculos alrededor de la pista, unos peces velas chocaban sus bocas interponiendo el inicio de una bella melodía, las langostas comenzaron a tocar los caparazones de las sabias tortugas, mientras que las manta rayas al ritmo de esta canción movían sus alitas simulando hermosos vestidos para esta elegante ocasión. Las extensas morenas salían de sus cuevas figurando postes de luz, ya que en sus bocas tenían lámparas que los buzos con pocas habilidades les habían regalado alguna vez en los nocturnos. Un cardumen de peces moviéndose de un lado a otro, ahora izquierda… ahora derecha…¡Venga! ¡Vamos! ¡Una vez más!
El grupo de los leones marinos venía llegando, empujándose entre sí y buscando la cercanía del hombre abrieron pista, la música sonando, las luces encendidas, completa armonía.
A distancia se oyó el motor de un barco quizá pesquero; sin embargo el festín marino seguía a su máximo esplendor… nada más importaba ahora, los peces trompetas tocaban la parte de las fanfarrias y la caracola Macumba salió a danzar también. No era para menos que tan lindo retrato atrajera a los más temidos animales de las profundidades: el Megalodón disfrutaba a distancia desde la oscuridad la brillantez que se tornaba en las aguas.
Pero qué pasó de repente que aquél sonido nítido del barco pesquero se volvió más persistente que hasta acaparó toda la escena.
Rotundamente y sin titubear el barco arrojó a las aguas una enorme red pesquera y absolutamente todos y todo paró en ese momento.
Ese día, aquel hombre que soñaba con el cielo y el mar, aquel hombre que regresaba día tras día al punto de los encuentros casuales despertó con su atrapa sueños en la cara y se dijo a sí mismo que debía regresar allá…
Allá de donde dijo que provenía…