martes, 18 de agosto de 2009

38. EL BUSCADOR DE ESPONJAS

Roberto paseaba apaciblemente por la playa. Después de la tormenta de la noche anterior, la playa había amanecido cubierta por ramas y trozos de algas pardas. El mar había trabajado sin pausa toda la noche, pensó.
Se acercó a la orilla, se remojó la cara, y bebió un trago de agua. Un sabor salado y amargo asomó por su garganta y un escalofrió recorrió todo su cuerpo, el agua a esas horas estaba realmente fría.
Siempre soñó con ser acuanauta, ni siquiera el espacio había calado tan hondo en él como aquellas profundidades marinas.
El fondo del mar estaba lleno de tantos secretos para él...
Soñaba con vivir en una estación submarina a 40 metros de profundidad.

Su padre le contaba por las noches fabulosas historias de mercantes hundidos a lo largo de los siglos, repletos de fabulosos tesoros...
Ahora sabía que la madera de un barco era lo primero que desaparecía debajo del agua, destrozada por moluscos, algas y otros seres vivos.
Roberto era buscador de esponjas y como cada mañana, se ponía sus aletas, se enfundaba en su traje de neopreno, se sumergía en las cristalinas aguas e iba en busca de ellas, extrayéndolas con largos dardos. Admiraba las formas variadas en que se presentaban ante él.
Le gustaba contemplar los caracoles marinos, arrastrándose con su ancho pie, tan inofensivos...pero no se engañaba, sabía que había especies, con dientecitos en la lengua, con aspecto de daga, conexionados con una capsula venenosa. Algunos coleccionistas habían llegado a pagar cantidades desorbitadas de dinero por algunos de estas especies tan raras.
Con el paso del tiempo, Roberto había llegado a tener una buena colección de obeliscos de diferentes tamaños, y de caracolas nobles (le parecía increíble que algunos países tropicales las utilizaran aun como instrumento musical)
Cuando buceaba, creía encontrarse en otro mundo distinto; lejos del caldo gris en el que se estaban convirtiendo las azules y verdes aguas, a causa de la contaminación.
Había sido testigo del envenenamiento y muerte de muchos peces jóvenes y le horrorizaba pensar que ese asombroso mundo, lo estuvieran usando de estercolero sin piedad.
Le encantaba observar a las medusas, tan transparentes como el cristal, moviéndose libremente por el agua, siempre las había asemejado con divertidos paracaídas, y que decir del placer de nadar entre los peces...
Le encantaba contemplar, entre campos de coral, aquellas maravillosas chisteras con sus largos tubitos flexibles en sus extremos, moviéndose de un lado para otro en la suave corriente marina.
Pero si había algo que realmente lo cautivaba, eran aquellos fabulosos caballitos de mar, con sus colas fuertemente sujetas a las algas...
Cuántas veces había provocado la huída de asustadizos pulpos,que lo dejaban solo y aislado entre aquella nube de tinta.
Por el contrario, tenía verdadero pánico a los escualos, que atacaban a todo lo que se moviera en el agua. Un estremecimiento recorría todo su cuerpo, solo con pensar en ellos. Había llegado a oír, que en el estomago de estos animales, habían hallado, latas de conserva, llaves inglesas y hasta ¡cubiertas de automóviles! rezaba para que nunca se cruzara con uno en su camino.
Tenía grandes sueños por realizar, y esperaba que el tiempo no estuviera en su contra. No quería dejar este mundo sin ir a visitar los grandes arrecifes de coral Australianos, había oído que eran tan largos, que se necesitaban meses para recorrerlo...
En su memoria atestiguaba un buen número de recuerdos, de ese sorprendente y extraordinario mundo submarino.
La inmersión, era un pasaporte que le llevaba a lugares deslumbrantes, nuevos, y desconocidos, donde toda una gama de colores, formas y sonidos, se habrían ante él. ¡Que afortunado era! se repetía una y otra vez, mientras su mirada se perdía a lo lejos en aquel el inmenso mar…