jueves, 31 de diciembre de 2009

126. A 30 METROS

30 metros. ¡30 metros! ¿Cómo había dejado que mi compañero me convenciera de hacer el curso avanzado? 18 metros de profundidad bastaban y sobraban para realizar las inmersiones que tenía en mente. Bueno, a decir verdad La Torre siempre me había causado curiosidad, y se encuentra a 33 metros.

Narcosis, descompresión… las palabras de advertencia que había leído en el libro de texto la noche anterior eran lo único que pasaban por mi cabeza. Un sinfin de cosas podían ir mal allí abajo. ¿Y si me perdía del resto?,¿O si se me acababa el oxígeno sin que me diera cuenta? ¡No tendría tiempo de hacer la parada de emergencia! ¿Y si me arrancaban la máscara de una patada? Aunque ya había tenido que quitarme la máscara varias veces bajo el agua y volvérmela a colocar las perspectivas de tener que hacerlo a 30 metros de profundidad me aterrorizaban, siempre lo había hecho relativamente cerca de la superficie.


El barco se detiene indicando que hemos llegado a la Isla de los Puercos. Mi compañero Jaime comienza a colocarse el equipo rápidamente, sus ojos brillan de excitación. A mi me tiemblan las piernas.

Después de que nuestro instructor, Sergio, nos hiciera una breve descripción del terreno y lo que haríamos en la inmersión estábamos listos. Una idea se cruzó por mi cabeza:¿Y si me quedaba en el barco y no hacía la inmersión?
Imposible, deseché la idea rápidamente. Si no hacía la inmersión todo lo que había logrado y vivido en los últimos días se perdería. Además, no podía fallarle a mi compañero.
3,2,1 cierro los ojos y me dejo caer de espaldas por la borda. El agua empapa en unos segundos mi traje y siento el shock del cambio de temperatura. Emerjo del agua. ¿Ok? me pregunta Sergio por señas. Ok le contesto, y se sumerge.

Los tres concordamos y comenzamos a desinflar nuestros chalecos al mismo tiempo. Aunque el agua está a veintidós grados, advierto que mi mano tiembla mientras se sumerge. Dejo que mi cuerpo descienda lentamente mientras disfruto del paisaje. Al principio, como todas las veces anteriores, se me hace difícil respirar de esta forma tan antinatural, pero pronto me acostumbro y el miedo y la ansiedad se disipan. Observo los colores del paraje que se acerca poco a poco a través de la nitidez del agua y percibo que un banco de peces pasa bajo mis pies. Llego al fondo y miro la aguja de profundidad, ocho metros. Faltan veintidós. El miedo me invade otra vez, no consigo imaginar el descender casi tres veces más la misma distancia.

La visibilidad en la inmersión es bastante buena, unos diez metros. Seguimos a Sergio quien bucea cerca del suelo que va en declive. Vuelvo a mirar la aguja, diez metros. Es entonces cuando lo veo, un caballo de mar enorme, de unos diez centímetros. Nos acercamos pero se aleja asustado. Más adelante veo otro, y otro, vemos cangrejos, pulpos, estrellas, cada uno tan espectacular como el anterior. Pasados unos minutos Sergio se detiene y nos pide que nos arrodillemos en el suelo. Los tres flotamos extrañamente en el agua. Sergio saca una tablita y un rotulador negro. El día anterior en clase, nos había comentado que para asegurarse de que no sufríamos de narcosis nos haría escribir nuestros nombres en la dicha tablita una vez que llegásemos a 30 metros. Observo con sorpresa el indicador de profundidad que ya marca 30.8 metros.

Involuntariamente le doy dos ligeros golpes, pienso que debe de estar roto ya que es imposible de que ya estemos a treinta metros. Lo que me habían parecido escasos minutos habían sido en realidad unos quince minutos, exactamente la mitad de nuestra inmersión. Había estado tan absorta con el paisaje que no me había percatado. Miro hacia la superficie y por primera vez me doy cuenta de lo lejos que está. Escribo mi nombre con orgullo en la tablita, se que no será mi última inmersión de 30 metros.

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125. EL HELICÓPTERO

Se dice que hará unos treinta años, cierto empresario multimillonario, dueño de una gran cadena hotelera, se hallaba de vacaciones con su esposa en esta isla cuando recibió una llamada urgente en la que se le comunicaba que debía de volver urgentemente a la ciudad.

Una impresionante tormenta azotaba la isla esa noche, pero aún en contra de las indicaciones de su piloto, el empresario y su joven esposa decidieron despegar en su helicóptero particular rumbo a Río de Janeiro. El helicóptero nunca llegó a su destino. La guardia costera en seguida inició una búsqueda y rescataron al piloto y a la esposa del empresario que se encontraban nadando cerca de la costa contra el mar agitado. Se habían separado del empresario después de que el helicóptero se precipitara contra el agua. El cuerpo del empresario nunca se encontró. Unas tres semanas después la joven esposa, ahora millonaria, contrajo matrimonio con el piloto y nunca se pudo probar que la muerte del empresario fuera intencional. Fred, nuestro guía, concluye su relato y nos echa a cada uno una mirada macabra intentando dar más emoción a su relato.


Unos minutos después la lancha se detiene, hemos llegado a nuestra inmersión. Sergio nos explica que la inmersión tiene unos doce metros de profundidad, la flora y fauna es similar a la que hemos visto en la anterior inmersión, es decir, bastante abundante y exótica y que la gran particularidad de esta inmersión es que los restos del helicóptero en el que presuntamente murió el empresario multimillonario de su historia se encuentran allí. Han nombrado la inmersión El Helicoptero, un nombre bastante apropiado pienso yo.

Descendemos lentamente y, directamente a mi derecha, a unos veinte metros de distancia, distingo el enorme helicóptero que se alza impresionante y soberbio. Lo primero que me llama la atención es el completo silencio y carencia de movimiento que reina en el lugar. “Parece una tumba” me digo para mis adentros y me estremezco al pensarlo. Doy un giro de trescientos sesenta grados para mirar a mí alrededor. Por alguna razón desde que he descendido siento que alguien me observa, pero todos los ojos están concentrados en el helicóptero a nuestra frente. El grupo, sigue a Fred que se aproxima hasta el helicóptero. Está completamente corroído por el óxido pero conserva la forma básicamente intacta. Parte de una de las hélices se encuentra a unos metros de distancia en el suelo.

Como acordado en el barco, Fred se separa de nosotros con el grupo ya que tienen que hacer exámenes para su curso de open water y mi compañero de buceo, Jaime y yo salimos a explorar los alrededores.

La visibilidad es mala, de unos 4 metros. Me parece ver un pulpo y siguiendo un impulso sigo la figura, pero resulta ser solo un alga. Hecho un vistazo a mi alrededor en busca de Jaime pero no lo encuentro. La visibilidad se vuelve cada vez peor, ahora casi no consigo ver a un metro de distancia. Miro alrededor pero no consigo divisar a Jaime aunque debe de estar cerca. Diviso una figura frente mí, y decido seguir hacia delante hasta que me topo con el helicóptero. Alguien tiene que estar cerca de él me digo a mi misma. De pronto advierto que hay alguien dentro del helicóptero, un buceador, aunque no consigo distinguir cuál de ellos, su máscara es completamente opaca y el traje de buceador negro le oculta completamente. El buceador me hace señas exasperadas para que abra la puerta del helicóptero. Con horror me doy cuenta de que se ha quedado encerrado y no consigue salir. Intento abrir la puerta pero está atrancada, tiro y tiro pero solo se abre unos dos centímetros.

- ¿Cómo habrá podido quedarse encerrado allí? - Me pregunto.
De repente recuerdo la hélice que se encontraba cerca del helicóptero. La levanto del suelo con dificultad e intento hacer palanca para abrir la puerta. El buceador golpea la puerta desesperadamente hasta que entre ambos conseguimos abrirla lo suficiente para que pueda pasar. El misterioso buceador se desliza por la rendija de la puerta. Ante mi sorpresa, una vez libre pasa atropelladamente frente a mí y comienza a nadar alocadamente alejándose rápidamente del helicóptero. Intento seguirlo pero es mucho más veloz que yo y me extraña que en vez de nadar hacia la superficie lo haga en dirección hacia la costa. Es ahí cuando me percato de que no lleva tanque de oxígeno.
Alguien me toca el brazo y me doy vuelta rápidamente sobresaltada pensando que es el misterioso buceador, pero es Jaime que finalmente me ha encontrado. Miro con estupor a mi alrededor y advierto que la visibilidad a mejorado notablemente. A lo lejos diviso el ancla del barco.

Una vez en él le cuento a Jaime lo ocurrido. Les preguntamos a todos en el barco si han visto al misterioso buceador pero nadie ha visto nada y Fred encuentra inexplicable que no tuviese un tanque de oxígeno. Creo que todos piensan que me lo he inventado.

Unos días después la guardia costera encuentra el cuerpo de un hombre en la playa que vestía un traje de buceo negro. Lo identifican como el empresario desaparecido hace treinta años. Esperamos con anhelo que se publique el resultado de la autopsia.

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124. TRAS LA HUELLA DE ATLANTIS

“En dicha isla, Atlántida, había surgido una confederación de reyes grande y maravillosa que gobernaba sobre ella y muchas otras islas, así como partes de la tierra firme.” Platón en su obra Timeo
“Tras un violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una noche terribles, la clase guerrera […] se hundió toda a la vez bajo la tierra, y la isla de Atlántida desapareció de la misma manera, hundiéndose en el mar”. Platón en su obra Timeo
“El hombre que la soñó la hizo desaparecer”. Aristóteles

Misterio entre los misterios, enigma ancestral, durante cientos de años Atlantis, ha sido objeto de búsqueda desde el Renacimiento. Desde místicos, ocultistas, historiadores, ingenieros hasta marinos se han interesado en el continente perdido. Lo cierto es que aunque abundan cientos de leyendas y habladurías acerca de esta isla, pocas son las indicaciones geográficas que hacen factible su búsqueda. Existe una gran diversidad en cuanto a las teorías sobre su supuesta localización: Peter James la sitúa en Anatolia; Robert Graves en la antigua Cartago, actual Túnez; Charles Hapgood, por el contrario, la ubica en la Antártida; mientras que Augustus Le Plongeon, en cambio, la relaciona con las culturas maya y azteca. Basta con ver la cantidad de teorías existentes, y cuánto difieren unas de otras, para comprender la controversia que han causado.

El 20 de febrero de 2009 salió a la luz el verdadero paradero de Atlantis. El periódico inglés The Sun publicó en portada, el hallazgo ingeniero aeronáutico Bernie Bamford. Usando un satélite buscador muy famoso en la red, cuyo nombre no cabe citar aquí, encontró la ciudad perdida a unos 965 kilómetros al oeste de las Islas Canarias, en el océano Atlántico. La noticia se hizo eco en los medios, generando una gran polémica. Al fin, casi 2500 años en que Platón citó por primera vez esta metrópolis en su obra Timeo, ha sido hallada. La imagen, mostraba unas líneas rectas formando rectángulos entre las cuales se apreciaban puntos. Claramente, esas formas eran producto de la mano del hombre. Sin embargo, la empresa responsable del satélite, declaró que dichas líneas eran trazas de embarcaciones que, mediante sónar, se dedicaban a recopilar datos batimétricos. La noticia quedó desmentida y todo el mundo la olvidó; bueno, a decir verdad, todo el mundo no.

El marinero gallego Miguel Saldaña se encontraba en su barco mercante en la costa oeste de África cuando la noticia llegó a sus oídos. Queriendo sacar un dinero extra, pues debido a la crisis se encontraba mal económicamente, puso rumbo al norte, para fotografiar la zona del hallazgo. El viaje le llevó casi un día completo, pero estaba seguro de que merecería la pena. Según había calculado, midiendo la latitud y la longitud, se encontraba justo encima de Atlantis, mas allí no había indicio de vida. No estaba dispuesto a haber realizado el viaje en vano, no señor. Así que tras colocarse el traje estanco, los zapatos de suela de plomo, el snórkel, comprobar el oxígeno… se aventuró, en solitario, a explorar el fondo submarino.

Se zambulló a las gélidas aguas atlánticas tras comprobar que todo estaba en orden, comenzó a descender. Según iba bajando, pudo distinguir cada vez mejor… ¡Una gran cúpula de cristal! De pronto, una inesperada ráfaga de misiles se abalanzó contra el submarinista, que nada pudo hacer para defenderse.

Abrió los ojos muy lentamente. Todo le daba vueltas y no recordaba qué había sucedido. Miguel Saldaña estaba totalmente desconcertado. Luces blanquecinas lo cegaban, a la vez que alguien hablaba de forma ininteligible. Se incorporó en la cama en la que se encontraba y pudo enfocar a un extraño ser humanoide.

–Hola. Soy Kailash, bienvenido a Atlantis – su voz sonaba algo extraña.
–Hola, ¿qué ha pasado? ¿Dónde estoy? – respondió Miguel, que parecía no haber escuchado a Kailash.
–Hola Miguel. Te repito que estás en Atlantis, sobreviviste al ataque de misiles, y antes que dejarte morir en el fondo del océano, te recogimos.
– ¡¿Cómo?! ¿Atlantis? Debo estar soñando, esto no puede estar pasando.
–Sí, eres el segundo homo sapiens sapiens que logra traspasar los muros de la ciudad.
– Esto es increíble ¿Y quién fue el primero, si puede saberse? –preguntó fascinado Miguel.
–Se llamaba Platón. Era un gran hombre. Nuestra percepción de la raza humana cambió a partir de él, su sed de conocimiento era increíble y le enseñamos mucho.
– ¿Platón? ¿No estarás hablando del famoso Platón? ¿Del mismísimo filósofo griego?
– ¿Griego? Sí, me suena –respondió Kailash algo dubitativo.
– ¡Ay madre! ¡Esto es increíble! ¿Y qué hizo exactamente Platón aquí? – Miguel iba despertando a medida que Kailash lo sorprendía más y más.
–Hicimos un pacto, nosotros le enseñamos matemáticas y filosofía y él nos confirió el gran pilar que ha permitido que Atlantis no sucumbiera ante el desastre –pronunció Kailash dándole un énfasis apocalíptico.
– ¿Qué pilar? ¿Qué os confirió? –Miguel comenzaba a despertar una curiosidad inmensa.
–Mira, nosotros vivimos aquí en la clandestinidad desde hace millones de años. Pero según tu raza, el homo sapiens sapiens fue evolucionando, nuestra posición corría peligro de ser descubierta. La juventud se revelaba y exigía salir al mundo exterior, Atlantis corría un grave peligro. Entonces llegó Platón, él nos otorgó la clave, la gran obra escrita que nos salvó, La República. En él nos dio las pautas de cómo dirigir la ciudad, nos explicó cuál era la mejor forma de gobernar un estado. Por tanto, haciéndole caso, el gobernador de Atlantis otorgó a cada ciudadano el derecho a opinar, actuar, discernir, discutir y preguntar libremente, siempre y cuando todo el mundo respetase la condición de no salir al exterior. Nos dio muchas más explicaciones.
– ¡Guau! O sea que Platón escribía la famosa “República” dirigiéndose a vosotros. Es increíble. Pero hay algo que no acabo de entender, ¿por qué no podéis salir al exterior? ¿Cuál es ese peligro?
–Lo cierto es que es muy largo de explicar. Nuestra civilización existe desde hace millones de años, llegando a convivir con los dinosaurios. Por lo general, todos nosotros fuimos grandes matemáticos y astrólogos, construíamos observatorios astrológicos gigantes y nos fascinaba el universo. De hecho, Platón me confesó que muchos observatorios sobrevivían hoy día, me habló especialmente del Stonehenge y de algún otro. Bueno el caso es que algunos de nuestra especie se echaron a la mala vida. Rehusaron estudiar, no seguían ningún tipo de valor moral y pasaban el día copulando. Convivimos así unos cuantos miles de años, pero estos indeseables fueron sobrepasándonos en número. Se reían de nosotros por estudiar y nos excluían socialmente. La solución fue escondernos a cientos de metros de profundidad en Atlantis, ya que en caso de no haberlo hecho, hubiéramos sucumbido ante tus ancestros.
-¿Mis ancestros? –Miguel no daba crédito a lo que oía.
–Sí, desgraciadamente aquellas gentes fundaron una nueva especie o raza, el homo Sapiens Sapiens. Por eso la sabiduría de Platón nos sorprendió tanto.
–O sea que es por eso por lo que permanecéis aquí escondidos.
–En efecto –Kailash quedó satisfecho ante la buena comprensión de Miguel.
–Pues tengo una noticia que daros. Habéis sido localizados y la noticia se ha extendido entre la raza humana.
–¿Cómo? No es posible –Kailash no daba crédito.
–Sí, ha sido con un potente satélite.
El extraño humanoide se levantó y rápidamente llamó por un extraño aparato telefónico para comunicar la noticia. Minutos después suspiró y dio gracias.
–Me han comunicado que han camuflado Atlantis con el gran artilugio preparado para estas ocasiones. No hay peligro.
Ambos personajes estuvieron conversando durante un rato manteniendo una animada charla en la que intercambiaban impresiones de ambos “universos paralelos”.
–Y dime Miguel, ¿siempre acostumbráis a vestir así de raro? –preguntó Kailash señalando su traje.
Miguel rió un rato ante la pregunta de Kailash:
–Oh, no. Se trata de un traje especializado para bucear. Normalmente llevamos otro tipo de atuendo.
–¿Bucear?¿De qué hablas?
–No me digas que nunca has buceado.
Miguel le contó mil maravillas acerca de bucear junto a todo tipo de seres submarinos.
–Es lo mejor, uno desconecta del estrés y la malacostumbrada sociedad y disfruta de la compañía de mil y un preciosos peces. Es lo mejor, el sosiego y la paz son inalcanzables en tierra, tienes que probarlo.
–Es una lástima, como ya te he dicho, no nos está permitido salir de Atlantis.
–Oh, es cierto, no me acordaba. Bueno, no te preocupes, supongo que vivir aquí puede compararse con bucear. Además, aquí tenéis la ventaja de que no tenéis que andar pendientes de la bombona de oxígeno –quiso hacer un chiste.
Tras pronunciar estas palabras, a Miguel se le vino el mundo encima. ¡No se había acordado de consultar la bombona en todo este tiempo! Miró el marcador y se encontraba al límite, lo justo para volver a la superficie.
–Lo siento Kailash, debo partir o quedaré aquí enterrado de por vida.
Kailash entendió perfectamente la situación de su amigo, pero le recordó los inconvenientes de Atlantis:
–Como ya te he dicho, no creo que te permitan salir de aquí.
–Pero si yo no soy ciudadano de aquí. No me queda apenas oxígeno, tengo que escapar.

Miguel se apresuró a toda máquina al techo de la cúpula y golpeando la cristalina cúpula con la semivacía bombona de oxígeno, logró hacer un agujero del tamaño suficiente como para escapar. A continuación soltó el poco oxígeno que le quedaba y ascendió a toda máquina. Pudo ver como desde abajo disparaban a matar, no podían permitir que ningún ciudadano de Atlantis huyese.

De repente despertó, se encontraba en la superficie. Sus camaradas del barco lo socorrían preocupados. “Con cuidado, que no se hiperventile” pudo oír Miguel.

–Tranquilos chicos, si he sobrevivido a una ataque de Atlantis sobreviviré a esto. Además allí sabrán construir observatorios astrológicos pero no pueden bucear. Jajaja no saben lo que se pierden.
La falta de oxígeno debe haberle afectado al cerebro” pudo oír Miguel, pero tras la incesante fatiga se durmió. Mas en sueños se despidió de Kailash como es debido, buceando entre delfines y pececillos.


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123. UNA INMERSIÓN DE INICIACIÓN

Amanece en Puerto Mogán, al sur de Gran Canaria.
Acabamos de sacar el título inicial Open Water, de la escuela PADI de buceo. Hoy realizaremos nuestra primera inmersión con un grupo de buceadores más experimentados. Después de ejercicios en piscina, teoría en el bar de la misma por la tarde, algo de estudio, examen médico y técnico, por fin somos buceadores.

Tengo la misma sensación abdominal de nervios anterior a un examen; aún la conservo y padezco antes de cada inmersión.
Paseo por el buffet de desayuno del hotel sin mucha apetencia ante la impaciencia de sumergirnos una vez más.
Nos llevan a ver un pecio, un barco hundido, que hoy día sirve de arrecife artificial en el que conviven corales y varias especies de peces, crustáceos... , no se encuentra a mucha profundidad, pero algo más de lo que hemos bajado hasta ahora.


Tras picotear algo y encomendarme a todos los santos para que hiciera buena mar, nos dirigimos al centro de buceo. Mi cabeza repasa mentalmente la extraordinaria y calmada sensación de bucear, todo tranquilidad, entremezclándola con mi primer contacto con el mar ”había mar de fondo, la corriente levanta la arena del suelo marino, mis lentillas en el hotel, ¡¿por si acaso?!, no se veía nada a más de 4 ó 5 metros francamente, toda una experiencia. Tuvimos que realizar un ejercicio para simular que habíamos agotado el aire haciendo la señal correspondiente al compañero y él nos facilitaria su regulador de emergencia. Suelto mi regulador, le trasmito la señal a mi compañera quien parece no enterarse de nada y se queda mirando al instructor como preguntando ¿acaso me toca a mí hacer algo? literalmente, me lanzo a su pecho para coger el regulador de emergencia, es fácil de localizar porque es amarillo al efecto, y con los nervios de pensar "no me da aire", se me olvida purgarlo, (lleva un sistema de vaciado a presión que se me olvida presionar), aspiro, bocanada de mar, trago, purgo y pienso, "o lo que sigue es aire, o yo tragarme el mar completo, no puedo"; mi monitor se da cuenta, pero me deja para ver cómo reacciono, lo hago bien. Si estamos en tierra la mato”.
Hoy tampoco las llevo, las lentillas, pero bien aprendido “purgar, antes que aspirar”.
Nos realizan un pequeño “briefing”, donde se resume el recorrido de la inmersión, qué veremos y los animales que podremos encontrar por ser habituales en la zona. El desarrollo de nuestra actividad no debería afectar al medio, no tocar, otra lección aprendida, tras otra inmersión. Ese día vi algo rojizo que me llamaba la atención en el fondo, y allí voy, a tocar, recuerdo una foto de algo así como un gusano, sí gusano de fuego, que nos enseñaron como “peligroso”, un animal vistoso y venenoso, solté aquello enseguida y salí inmediatamente hacia otro lado simulando que nada hubiera pasado al ver a mi compañero entretenido tras una sepia. Al finalizar la inmersión mi instructor me preguntó que qué tal lo había pasado jugando con una pata de cangrejo.

Cogemos el equipo, la botella llena pesa lo suyo, y yo más bien poco. Durante la realización del curso en el camino del centro de buceo a la pasarela del hotel de acceso directo al mar, a unos 20m., pude caer de bruces en más de una ocasión. Me costaba levantar los pies del suelo, subí uno escasamente, y doblándose la parte delantera de la chancleta hacia el talón, pisé sobre ella…, gracias a mi compañero, pendiente, que me agarró cuando tenía ya cerca el suelo. Y es que en esto siempre hay que llevar y tener un buen compañero, el mío siempre bucea unos metros por encima para tener mayor control visual, yo más cerca del fondo, si es posible, me da más sensación de seguridad.

Vamos con el equipo caminando hasta la zona del puerto, muy cerca del centro de buceo. Subimos todos a la lancha neumática que hay esperándonos, equipada con soportes y enganches para el adecuado transporte del material. El patrón y el resto de compañeros parecen muy simpáticos. En el grupo viene también un alemán con su mujer, ella no puede bajar por un problema temporal de oídos y se conforma con realizar snorkel en la zona; nos envidia, me siento bien, aunque tensa, chapurreo en inglés para olvidar los nervios y repaso la rutina aún no adquirida, cerrar la botella, durante el trayecto, accidentalmente podría pulsarse el regulador, perdiéndose el aire y dando por finalizada la inmersión sin comenzar, colocar bien el pelo para que no moleste en la cara, y otras rutinas genéricas y personales. Enfundados en nuestros neoprenos partimos rumbo a la zona de inmersión, mi compañero suele marearse, así que en cuanto estamos en la zona se tira por la borda ya que si no hay mucho oleaje se siente mejor dentro del agua. Nos montamos el equipo, afortunadamente esta vez bajaremos por un cabo que va de la embarcación al fondo, el neopreno tiende a flotar y me cuesta más sumergirme sin una guía de referencia, cuando lo practicamos durante el curso mis compañeros abajo y yo cual cucaracha panza arriba intentando que me pesara más el culo o tener más plomos, o más paciencia, madre de muchas ciencias. Bajan primero el grupo de experimentados y luego nuestro instructor con mi pareja, otra chica y yo. Comienza nuestro descenso, vamos bajando por el cabo compensando los oídos para habituarlos a la presión ejercida por el agua, voy bien, vamos bien, nos miramos y hacemos la seña de todo OK, mi compañero me guiña el ojo. En el hermoso silencio del mundo submarino se acompasan los sonidos de nuestras burbujas con ritmo de una respiración normal y tranquila. Queremos que la experiencia sea buena y duradera, y eso depende en parte de nuestro propio autocontrol respiratorio. Se distinguen sonidos propios del océano, lleno de vida, similar al sonido de una aspirina de efervescencia ralentizada, tan agradable, respirar, tranquilidad. Antes nos han advertido de que si oímos motores tengamos cuidado, existe un submarino para que los turistas vean el fondo, el barco, y a nosotros, como una atracción más, ¡pero si cualquier animal acuático se desenvuelve mejor…!
De repente la otra chica, rota su muñeca de derecha a izquierda con la mano extendida y la palma hacia abajo en señal de problema, se señala el entrecejo, el instructor no entiende lo que le quiere trasmitir, la sube unos metros y nos indica si nosotros estamos bien, que esperemos. Entre ellos se hacen señas, yo espero algo ansiosa por no poder ayudar y por no saber si se acabó la inmersión por ese día. Resulta que se le olvidó descompensar las gafas y si no soplas por la nariz para igualar presiones, el aire de la gafa se comprime y succiona la cara, normal que le hiciera daño, mi instructor le separa la gafa de la cara, se la llena de agua, ella la vacía soplando por la nariz, volvemos a estar todos OK. Hemos perdido algo de tiempo, no veremos más que una parte del barco, se encuentra fragmentado en dos y una parte dista de la otra.

Por fin, nos movemos, el grupo avanzadilla se encuentra situado frente a la popa del barco, nunca olvidaré la imagen de los cuatro buceadores, como suspendidos, en vertical, todos trasmiten felicidad, reconozco al alemán por su neopreno azul chillón y su capucha, haciendo una fotos, durante el trayecto en barca me agobiaba un poco ser tanta gente, pero abajo se ve que sitio hay para todos, en el inmenso azul. Uno de los guías tiene un pulpo pequeño en sus manos, me acerco a verlo, al intentar escabullirse buscando la oscuridad se le mete entre el chaleco, mi instructor le ayuda a sacárselo, sacar el pulpo y volver a ponérselo, parecemos espectadores viendo un espectáculo. Nuestro guía nos señala que lo acompañemos, encuentra un cangrejo araña que vive en el barco y lo deposita sobre mi mano extendida, al ir a dejarlo en su casa le pellizca con una pequeña tenaza un dedo, si es que no hay que tocar... Seguimos rodeando el barco por la parte opuesta al otro grupo y me señalan algo amarillo digo esto que es, unos corales, ¿gorgonias? me aproximo y se mueven, y se mueven justo como el banco de peces de la película de Disney “Buscando a Nemo”, creo recordar que nos dijeron que eran roncadores, porque al sacarles del agua realizan un sonido similar al ronquido. Juego con ellos, o ellos conmigo, me río porque para mi era una planta y son muchos peces moviéndose con una armonía de conjunto envidiable, intento sin éxito separarlos pasando a través de ellos.
Cojo confianza e intento bucear panza arriba, he visto a los expertos moverse y desenvolverse realmente bien y allá que voy, aleteo un poco, me desplazo, me siento feliz haciendo burbujas y viendo como suben a la superficie. Desde luego lo mío es la cucaracha, unas veces porque no bajo, otras porque lo hago demasiado, mi botella pega contra el suelo asustándome un poco pero a la señal de mi instructor únicamente puedo decir que estoy OK y reírme, realmente estoy disfrutando.

Como aún no controlamos completamente la flotabilidad y voy con bastante peso y bastante cerca del suelo mi instructor pone un poco de aire en mi chaleco, otras veces ya lo había hecho, pero esta vez tengo la mala fortuna de que es demasiado y asciendo, cuando intento sacarlo ya es demasiado tarde, de la horizontal he pasado a la vertical, no debo aletear sino quiero subir, me quedo inmóvil, con cara de pánico y hago un gesto de hasta luego, sigo asciendo, me agarran por los tobillos y me bajan señalándome que vuelva a compensar, susto.
Para distraer nuestra atención nos movemos otra vez hacia una parte del barco por la que nuestro guía se mete. Busco a mi pareja y no le veo, como suele estar a otro nivel más arriba aparte de mirar a ambos lados, miro en todas las direcciones y dimensiones, reconozco el final de sus aletas por el hueco dónde había pasado el instructor, pensaba "por favor, que acabo de tener un susto, y que me da miedo meterme ahí dentro, ¡no quiero!", pero, o pasaba, o, aparentemente, me quedaba sola. Le echo valor, junto los brazos al cuerpo para no tocar nada y paso rápido, era como un pasillo metálico con salida al otro lado y allí estaban esperándome, ¡que alivio!.

Tras todas estas peripecias hemos consumido la mayor parte del aire, tenemos que volver. Para finalizar, me marcan un mero, al parecer enorme, bajo el barco, que no logro ver y desisto en el empeño. Nos queda poco aire, nos agarramos al cabo y subimos lentamente. Durante la parada de seguridad, pienso que es todo por hoy y siento nostalgia. Volvemos comentando la inmersión y al parecer todos hemos disfrutado de ella, nos sentimos satisfechos, nuestra compañera con los ojos morados como si le hubieran dado un par de puñetazos pero con la lección, compensar las gafas, aprendida.

Regreso al hotel pensando, definitivamente, que ha merecido la pena, toda una experiencia. Paseo por el buffet de almuerzo con impaciencia por hincar el diente sobre la mezcla de alimentos que voy recopilando en mi plato. Mientras pienso en que el miedo sólo te limita, qué importante es no perder el respeto por un deporte de riesgo y en las satisfacciones que produce.

A día de hoy en mi cuaderno de inmersiones figuran unas cuantas más, he disfrutado buceando con tiburones, tortugas, peces loro de diferentes tamaños y colores, peces ángel, mantas raya, he visto peces flauta, corales de mil formas y colores, langostas, sepias, estrellas de mar y he aprendido acerca de comportamientos animales, aplicables incluso a nosotros mismos. Bajo el mar existe un mundo maravilloso y la actividad de conocerlo permite aprender a conocerse y controlarse.. La consigna “Stop, Think and Act” (Para, Piensa y Actúa), la aplico a mi vida y si por un momento siento ansiedad, pienso en el mar y me relajo para poder disfrutar.

Anochece en Tetuán un barrio de Madrid.

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122. UN MAL COMIENZO.

Estoy sentada en la terraza del restaurante… en la caleta de L’Escala.
Son solo las 9 y pico de la tarde pero ya se ha hecho de noche, se nota que ya es 13 de septiembre, domingo trece para ser exactos. El último día que abre el restaurante, parece el último día del verano, y allí estoy yo, saboreando una cena exótica con piña y escuchando el maravilloso sonido de las olas…
Hay una pareja joven en la mesa de al lado y un señor delante de mí hablando con el móvil, una pareja de ancianos y una cuadrilla de chicos y chicas adolescentes dentro del restaurante.

Recuerdo lo que me dijo Victoria: “Igual es que en realidad no quieres bucear” cuando la llamé en el último momento, para preguntarle si había gafas graduadas en el centro de buceo, no se me había ocurrido hasta entonces… me parecían tantas las dificultades en un principio, que esa se me pasó por completo, de hecho di por sentado que no habría problemas con esto.
Tuve un accidente de tráfico muy grave a los dieciocho años en el que estuve a punto de morir, por un traumatismo craneoencefálico. A mis 38 años tengo una discapacidad reconocida del 33%, pero mis limitaciones reales son mucho mayores, desde entonces es como si tuviese un cuerpo de más de setenta y una mente que ha ido evolucionando pero que al principio no tenía más de cinco o seis años (ahora ya debo de andar por los veintitantos).

Victoria, que me ayudaba a preparar el curso de buceo hasta entonces, había sido muy comprensiva y muy simpática conmigo, por lo que me sorprendió que le diese tan poca importancia a mi problema de visión. Seguramente desconocía que con 6 y 7 dioptrías de miopía es cierto el dicho “no veo más allá de mis narices” aunque en un sentido real.
Victoria dijo que sólo estaba poniendo una excusa para echarme atrás, pero después de estar preparando el viaje con ella desde julio,me parecía que la que se estaba echando atrás no era yo sino ella.

Ya son las once de la noche, si me descuido me van a cerrar el hostal, así que me dispongo a regresar, no sin antes pedir la cuenta y leer el cartelito pegado a la vidriera: “Diumenge 13 de Septembre, tanquem per fi de temporada. Gràcies”, siento nostalgia y es sólo el primer día….
Quizá ayude el hecho de que el hostal está amueblado más o menos como debía estar hace cuarenta años, es auténtico, pero se ve que tampoco han hecho muchas reformas en la fontanería…el desagüe del baño no traga bien y la ducha es una alcachofa estilo Psicosis.

Al día siguiente pasan a recogerme con una furgoneta para ir al centro de buceo que está en el pueblo nuevo… yo todavía no me lo conozco, no había estado nunca.
No me da tiempo de desayunar porque hemos quedado a las 8 y los desayunos empiezan a las nueve. Luego la dueña del hostal, Mercé, me dijo que si se lo hubiese dicho antes me lo habría preparado porque ella se levanta a las siete y media… es un sol de mujer, el trato en el hostal es muy familiar y me siento como si estuviese en casa de mi tía Mercé.
Entro con la mochila en la furgoneta, para empezar Ramón, el instructor, al que no conozco de nada me echa la bronca porque llevaba un rato esperando… después se disculpa porque cambió la hora para quedar también con dos franceses que quieren hacer un bautizo y no me avisó…
Ya no soy la única aprendiza, los franceses han quedado con él en el centro de buceo. Llegamos y el instructor me pone un video mientras él está preparando las botellas, también me da un libro que casi no tengo tiempo de abrir. A continuación me da un traje de neopreno, está nuevo pero es una talla o dos menor que la mía y no tengo forma de ponérmelo. Se lo digo y unos segundos más tarde vuelve con otro que huele a perro está mordido y tiene hasta pelos cortos pegados… pero me está bien… me lo coloco encima de mi bañador nuevo, hago de tripas corazón al calzarme las botas sin calcetines y monto de nuevo en la furgoneta con mi mochila, el instructor y los dos franceses que han cargado detrás las botellas y las aletas.

Llegamos a unos apartamentos y nos bajamos de la “furgo”, al borde de la piscina, nos ponemos las botellas y las aletas… ¡y al agua!, ¡No es cuestión de tenerle ahora miedo al frío! es una sensación rara la de meterse vestido al agua y sentir el frío sin mojarse mas que las manos y la cara… Empezamos a practicar los ejercicios que nos enseña Ramón, no es difícil desplazarse por el agua, pero sí controlar los movimientos, me cuesta ir a donde quiero… por eso me entra la risa varias veces y tengo problemas con el respirador… Ramón se cabrea como un mono sin darle más motivos (después he llegado a la conclusión de que debía pensar que me reía de él y de los gestos tan exagerados que tiene que hacer para explicarnos las cosas debajo del agua…)

Después de una media hora ya estamos “listos” –por cierto las gafas graduadas son imprescindibles para cualquier miope, sin ellas no habría podido seguir las explicaciones del instructor, que eran por señas debajo del agua- En mi caso también eran por señas en la superficie, ya que Ramón hablaba en francés primero pues la mayoría del grupo (dos de tres) hablaba francés y luego hacía un escueto resumen en castellano para mi.
¡Vamos al mar! ¡Ya estamos preparados!

Los apartamentos están cerca de una calita, desde la piscina al mar sólo hay 200 metros, después de atravesar el jardín (“siguiendo los senderos de hormigón para no encontrarnos con sorpresas”) Atravesamos también una playa pedregosa (llena de pedruscos para más inri).
Nos quitamos las aletas, pero llevamos las botellas a la espalda y los chalecos chorreando agua por los cuatro costados. A mi me parecen 200.000 metros no 200, aunque al final consigo llegar, mis gafas se quedaron en la furgoneta pero me coloco las de buceo, que están graduadas, aunque estemos en tierra firme.
Ya en el mar… ¡Qué maravilla! Y a la vez que decepción, el día está gris y el agua parece del mismo color…. Ya son las nueve y media pero el sol sigue sin aparecer. Después de avanzar como puedo por el agua hasta la boya y comprobar que solo es una cadena colgada del techo de luz que es la superficie, lo máximo que alcanzo a ver son unas plantas acuáticas llenas de algas microscópicas que se parecen a la borra de debajo de la cama y un pequeño pez plateado del tamaño de una sardina. Como no hay nada más que descubrir la decepción va en aumento y el cansancio también, no veo la hora de que termine esta broma de mal gusto. Lo peor es el dolor de oídos, tengo miedo de que me estalle un tímpano (aunque ahora sé que eso no pasa a seis metros de profundidad, entonces no lo sabía ni tampoco que solo había seis metros).
Pero siempre se puede estar peor… las fuerzas terminan por abandonarme no logro seguir al instructor y empiezo a flotar, Ramón, que parece estar todo el rato renegando en vez de enseñando, se da cuenta y me dice que me agarre a él…, y yo encantada de la vida le hago caso y empiezo a disfrutar de la inmersión dejándome dirigir como superman por el brazo pero en este caso el brazo va agarrado a Ramón.

Al salir del agua no siento las piernas y la botella me pesa como si llevase plomo, por la “playa” de vuelta a la furgoneta estoy a punto de caerme hacia atrás cuando tropiezo con una piedra. Gracias a mis compañeros, los franceses, no lo hice.
A la vuelta limpiamos los trajes en la trastienda, con unas mangueras en un contenedor gigante que parece lleno del agua sucia de una obra.
De regreso en el hostal me trago la comida y me tumbo encima de la cama, no tengo fuerzas ni para desvestirme… intento dormir un poco a ver si se me pasa el dolor de oídos como decía Ramón que ocurriría.
Esa misma tarde teníamos hora con el médico que iba a firmar el informe de apta, después de más clases, pero no tengo ánimo para dar otra clase y sin ducharme ni nada me dirijo al centro de salud más cercano, “preguntando se va a Roma”… Mercé, la señora del hostal, me indicó, pero tuve que preguntar varias veces a la gente (ya que la mitad hablaban francés) para no perderme entre callejuelas y llegar cuanto antes al centro de salud que está también en el pueblo nuevo… No sé cómo en mi estado de agotamiento total llegué tan rápido, mi ángel de la guarda debió de hacer un montón de horas extra ese día
Llegando al ambulatorio el clima ha mejorado mucho y estoy a punto de volver, pero los oídos me siguen doliendo y ya he tomado una decisión… Llamo al centro de buceo y les digo que no voy a ir esa tarde que estoy en urgencias a ver que les pasa a mis oídos.
Allí hablan castellano aunque muchos carteles están sólo en catalán, tengo la misma sensación que cuando fui a Munich a vivir en la casa de un párroco de las afueras, todo me es familiar
pero a la vez extraño, parece que estoy en el extranjero pero sin sentirme extranjera, en una realidad paralela, como si aún no hubiese salido del agua.
El problema saltaba a la vista, la enfermera me lo vio nada más mirarme con el endoscopio, es un tapón de cera en el oído derecho, me da unas gotas para ablandarlo y me dice que vuelva a los cuatro días… Creo que le voy a hacer caso… así conoceré el pueblo antes de empezar con la clases de buceo y no dependeré de Ramón para que me lleve y me traiga, me alquilaré una bicicleta… hay un local donde alquilan bicis cerca del hostal, cuando vuelva me pasaré por allí.
Poco antes de llegar al centro de salud me llama Ramón para decirme que me irá a buscar cuando termine la clase…

Cuenta mucho la voluntad pero también el empeño… había estado preparando el viaje desde la segunda semana de agosto para hacerlo en la segunda semana también pero de septiembre y en Menorca.
Cuando surgió el problema de las gafas de buceo graduadas, inexistentes, me pareció extraño porque hoy en día la mitad de la población lleva gafas, increíble pero cierto, no solo no las fabricaban en Zaragoza, sino que no había forma de conseguirlas a través de una óptica, me las consiguieron en el centro de buceo que me recomendó Fofi, el amigo de mi hermana.
El verdadero problema era el tiempo, había que encargar las gafas con antelación y tardaban aproximadamente un mes en hacerlas y en llegar y siendo verano la cosa se complicaba… pero Eva supo desde el principio dónde podía conseguirme gafas graduadas con cristales ya fabricados graduados en una escala de media en media dioptría.
Debí de estar mucho tiempo esperando a que me viera la enfermera porque cosa curiosa, a la salida Ramón me estaba esperando, no me extrañé… otra vez tenía haciendo horas extra a mi ángel de la guarda…
Me llevó en coche al hostal, pero antes nos paramos a tomar algo en una terracita del pueblo viejo en la playa de L’Escala, porque quería hablar conmigo...Aproveché mi oportunidad para hablar con él y preguntarle como lo ve, si merece la pena que me quede cuatro días más hasta que me quiten el tapón del oído para volver a intentarlo… -“no es cuestión de forzar la máquina, sino puede que no quieras volver a bucear nunca más…”
Me dice que aún así no soy tan mala buceadora para ser mi primer contacto con el mundo del buceo, pero que necesito estar más en forma y hacer unos cuantos bautizos desde el barco… O incluso empezar a practicar yo por mi cuenta haciendo snorkel, como había hecho Fofi, el amigo de mi hermana que me recomendó el centro de buceo de L’Escala…

Cuando llego al hostal tengo la idea de leer hasta quedarme dormida, pero en vez de eso me ducho y bajo a cenar… Ha empezado a diluviar, me siento en una de las mesas que están al lado de la ventana, solo se ve una furgoneta blanca aparcada al otro lado de la callejuela bajo la luz fosforescente de la única farola… El sonido de la lluvia sobre el asfalto me envuelve.
Llega Mercé con la carta y me devuelve a la realidad. Le cuento a grandes rasgos lo que me pasa y me deja su ordenador para buscar el viaje de vuelta por Internet… no hay autobús desde Barcelona a Zaragoza para mañana, el día 15… en medio del regreso vacacional… así que tengo que buscar un tren… sólo quedan billetes para el Ave… además tengo que llegar a la estación de trenes con el maletón, lo que implica coger un taxi desde la estación de autobuses a la de trenes o arriesgarme a coger el metro y a llegar tarde y tener que hacer noche en la estación… y ya se me acabó el cupo de riesgos por estas “vacaciones” mi ángel de la guarda debe de estar “estresadico”…
Como hay bastantes billetes sin vender en el Ave y aún no sé a que hora podré coger el autobús de L’Escala a Barcelona, no hay tren y no se puede reservar billete de autobús a menos de 24 horas de la hora de salida, me voy a mi habitación con el teléfono, el horario de autobuses y el de RENFE.
Reviso el maletón, como no sabía qué necesitaba me he traído de todo, hasta el equipo de bici para practicar y no dejar que mi rodilla empiece a fallarme, allí tampoco hay nada que me ayude a quedarme. Esta vez si que logro empezar a leer el libro que traje “La carta esférica” de Arturo Pérez-Reverte… pero la lectura me dura poco, caigo dormida como una ceporra a la tercera página… El sonido de la lluvia sigue repiqueteando en la terracilla contra la minimesa y las dos sillas de plástico blanco que la ocupan por completo.

Entonces pienso que perder el tiempo y el dinero no es lo peor que me podría haber pasado… cruzo los dedos porque aún no ha acabado el viaje y sigo con mi dolor de oídos, sin cobertura para el móvil… bajo un cielo desatado que parece haberse enfadado conmigo por llegar tarde…me siento sola, pero estoy conmigo misma y duermo tranquila porque ya he planeado lo que voy a hacer mañana:
1º- Hacer el equipaje
2º- Desayunar y llamar a RENFE desde el hostal y reservar billete de vuelta
3º- Ir a la oficina de turismo y comprar el billete de autobús a Barcelona (si no está abierta esperaré en la pastelería cafetería que hay al lado, he visto que preparan zumos de naranja
naturales y té negro de diferentes sabores)
4º- Llamar a Eva, la jefa de Ramón, para preguntarle lo que le debo, ir a la caja y sacar el dinero y dejárselo a Mercé.
5º- Dejar la maleta en la cafetería del Hostal e irme a coger el tren de paseo a Ampurias, hay uno a las diez y otro a las once de la mañana... comer allí.
6º- Volver a por la maleta al hostal media hora antes de coger el autobús, está a escasos trescientos metros de donde para y la maleta tiene ruedas.
7º- Coger el autobús
8º- Pillar un taxi a la estación de RENFE en Barcelona.
9º- Subir en el Ave hacia Zaragoza
10º- Agarrar un taxi para casa ¡por fin!

Las cosas no siempre salen como se planean aunque en esta ocasión salió incluso mejor de lo que espera:
Saqué el billete de autobús y me tomé un zumo de naranja natural y un té negro esperando a que viniera el trencito turístico.
Fui hasta Ampurias y luego volví andando y sacando fotografías hasta la caleta del pueblo. Hice una comida ligera en la terraza de un restaurante que tenía toldo, el cielo seguía encapotado… conocí a un hombre muy interesante que tenía la fisonomía de un chico joven y delgado pero llevaba una barba blanca y su mujer parecía su madre.
El viaje en autobús lo hice en primera línea de asientos, el paisaje era precioso, me encontré de nuevo a la misma chica con la que había hablado a la ida, iba a coger otro autobús para Zaragoza, pero yo ya tenía sacado el billete del Ave. Llegué pronto así que pude adelantar una hora la salida y en la estación de trenes solo esperé unos veinte minutos….

El viaje no estuvo mal, fue una experiencia más, en verano aún, y junto al mar… pero yo iba a hacer un curso de buceo en condiciones para aprender despacio, con preparación, poco a poco…. Soy consciente de mis limitaciones físicas pero no me acobardo fácilmente…. y lo que me encontré fue un bautizo, exactamente lo contrario de lo que había estado planeando todo el verano… La verdad es que un bautizo así no se lo recomiendo a nadie que no haya hecho buceo ni snorkel en su vida y que no tenga una excelente forma física…

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miércoles, 30 de diciembre de 2009

121. VOLVER A NACER EN EL FONDO DEL MAR

Nací en el seno de una familia humilde muy precipitadamente y con mucho amor pero con muchísimas carencias, sin ilusiones, ni futuro de estudios. Mi meta (la de mis padres) era ponerme a trabajar lo más pronto posible para ayudar en la casa.
A mis maravillosos catorce años fue cuando tuve la gran suerte de conocer a mi primer y único gran amor, él y solo él me ayudo a seguir adelante. A los diecisiete años me case embarazada con el que hoy es mi marido, hace ya 21 años y a los seis meses de embarazo perdí a mi niña (Como les digo mi vida siempre fue muy precipitada).Me fui a vivir a otro pueblo, con otra gente sin conocer a nadie y sin ninguna ayuda ni apoyo de nadie. A los siete años fruto de un gran amor nació una hija maravillosa llamada Carolina lo malo era que llegaba en el peor momento de nuestras vidas ya que montamos un negocio y nos arruinamos por completo. Pero ella nos dio fuerza y con el amor de los tres seguimos adelante.
Carolina me recordó un poco mi infancia y no me gusto nada, pensé que tenía que superarme día a día por mí, por ella, por todos y no iba a conformarme con poca cosa porque yo quería lo máximo para mí y mi familia. Tuve la suerte de entrar a trabajar en una gran empresa, los fines de semana trabajaba de camarera y por las noches estudiaba para sacarme el E.G.B. nada fácil pero ahí estaba el, mi gran amor, el amor de mi vida que siempre estaba allí para ayudarme y apoyarme en todo. A los seis años entre en otra empresa muy importante, fija con un buen salario. Al final conseguí mi estabilidad profesional y personal ya que con el trabajo de los dos conseguimos nuestro gran sueño, una casa propia, una estabilidad económica y muchísima felicidad.

Pero un día conocimos a un chico que le encantaba el mundo del submarinismo y así fue cuando mi gran amor se adentro en el. Comenzó poco a poco y después de unos años ya era Divemaster. Yo por mi parte no lo entendía pero no decía nada, era bonito que al menos tuviera una ilusión, una afición, incluso le llegué a tener una pequeña envidia sana. El problema fue que comenzó con el grupo de amigos a irse los sábados, después ya eran sábados y domingos……y de aquí se pasó a los viajes con el grupo de amigos. A mí la verdad no me importaba nada, nunca me habían dejado sola y la verdad me gustó ya que me dedicaba a mi hija y a mi casa y, ¿porque no? también tiempo libre para mí. El problema era que yo no tenía ninguna afición personal y con el paso del tiempo llego mi gran temor que siempre ha rondado por mi cabeza ¡¡ LA RUTINA!!.

Pero como siempre, llegó mi tabla de salvación, mi gran amiga Carmen me dijo que en el mes de marzo se iban una semana de crucero por el Mediterráneo con un grupo de once chicas y me pregunto si quería ir con ellas, me lo pensé lo hable con mi marido y me animo a unirme al grupo, les dije que sí. Nunca en mi vida había salido de viaje a ningún sitio y la verdad es que me daba pavor pero me fui con ellas. Un día por la mañana estando en el crucero me sentía sola y vi una ventana impresionante en donde se visionaba perfectamente el gran océano azul me senté en una comodísima butaca frente a él y me di cuenta que era lo más bonito y al mismo tiempo misterioso que nunca había visto en mi vida, yo no quería perderme ese mundo tan maravilloso que tantas y tantas veces me explicaba mi marido, así fue cuando me decidí que ese año yo también bucearía.

También descubrí que la vida no solo era familia y trabajo si no que yo quería tener ilusiones y al mismo tiempo las quería compartir con mi marido. Cuando llegue del viaje muchas cosas cambiaron, y llego el momento una noche le dije que quería hablar con él, era el mes de junio hacía calor estaba temblorosa ya que siempre me decía que le encantaría que fuera su pareja bajo el agua, pero no sabía si le gustaría la idea, ya que yo para nadar era muy torpe y patosa, nos sentamos en nuestra terraza y le explique todas mis inquietudes y dije que me gustaría experimentar con el todas esas sensaciones que tantas y tantas veces me explicaba a la llegada de cada inmersión que realizaba, y me dijo que si!!!!!.

Era un sábado por la mañana yo estaba sentada en la terraza de mi casa cuando veo a mi marido llegar con un equipo de buceo y me dijo que era para mí!!!! Me volvía loca, la emoción me envolvía todo mi cuerpo ¡y tan solo era para realizar mi primer bautismo! Primero me explico muy tranquilamente y con mucho amor la parte técnica del buceo. Me puse el equipo con la ayuda de mi marido y me ayudo a bajar con muchísima delicadeza por las escaleras de la piscina y poco a poco empezamos a sumergirnos me enseño a controlar la flotabilidad a quitarme el agua de la mascara, etc. Y cuando salimos me dio un beso y me pregunto si estaba bien, ¿bien? Estaba pletórica pero yo quería algo mas necesitaba entrar otra vez y al día siguiente lo repetimos y me dijo que el fin de semana siguiente me enseñaría una calita preciosa que está a media hora de casa. Esa semana estuvo explicándome toda la parte técnica y practica del buceo viendo videos y leyendo libros de buceo. La noche del viernes al sábado no pude dormir con el temor de fracasar ya que no quería decepcionar a mi amor ni a mí misma.

Y al final llego el gran día era sábado por la mañana con un sol radiante y sin nada de viento, con el estomago en un puño cargamos los equipos en el coche y nos fuimos a la aventura ¡¡¡¡a mi gran aventura por primera vez en mi vida me sentía especial!!! Llegamos a una calita preciosa con muchísimos árboles centenarios y descargamos los equipos. Mientras tanto mi amor me enseñaba como montar el equipo yo no podía creérmelo estaba a punto de cumplir mi sueño tenía el corazón en un puño y nos adentramos al mar me puse las aletas nadamos un poquito hacia el fondo y cuando paramos me pregunto si estaba bien, me miro a los ojos y dijo…cariño no tengas miedo y confía en mi me cogió de la mano y empezamos la inmersión.
¡¡Dios mío¡¡¡ ¡¡qué bonito!!! ¡¡que paz!!! El silencio era impresionante sólo interrumpido por el sonido de mi corazón que al principio latía muy rápido pero poco a poco se fue tranquilizando. Comenzamos a bucear cuando ya pude controlar la flotabilidad empecé a disfrutar, nunca en mi vida podía imaginarme que el fondo del mar fuera tan bonito. La visibilidad era perfecta yo iba al lado de mi marido cuando vimos unas rocas en forma de puente y me hizo pasar por debajo y ¡¡¡allí estaba!!! Un lenguadito con unos ojitos saltones mirándome que parecía que me daba la bienvenida, al minuto nos encontramos con un banco impresionante de peces que ni sabia el nombre pero me daba igual mi marido me dijo que no me moviera y ellos al principio muy tímidamente se acercaron a mí y me rodearon hasta el punto de curiosidad por parte de ellos rozarme las manos y cuerpo. Yo no podía ni creérmelo enseguida pensé en mi madre mi amiga Carmen mi hermana mis compañeros del trabajo ¿Cómo se puede ser feliz sin conocer este momento mágico? Es un mundo donde solo existes tú y el fondo marino. Allí rodeada de toda esa inmensidad de pequeños peces de diversos colores y con el gran amor de mi vida me di cuenta que VOLVI A NACER EN EL FONDO DEL MAR. Nos adentramos hacia las rocas y allí escondidos estaban los erizos de mar con colores diferentes marrones, lila, negros. Joan cogió un erizo le clavo el cuchillo y llegaron los peces de todos los lados, pequeños, grandes no importaba su tamaño eran de colores azules naranja y rojos era como estar dentro de un acuario artificial, al mismo tiempo era como si las ortigas de mar bailaran al mismo son con todos ellos, continuamos y vimos un grupito de castañuelas y allí descansando tranquilamente en una roca una escórpora roja preciosa, más abajo el rey!! la elegancia de un mero mediano que me miraba, dios que impresionante!!!! Y al lado en la cuna de una roca un gran descubrimiento una liebre de mar!! No podía ser era preciosa!! Pero entonces mi marido me dijo que teníamos que salir, como siempre lo bueno termina y mi primera inmersión termino a los 52 minutos cuando salimos nos dimos un beso y allí nos prometimos ser pareja de buceo para siempre.


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120. SIN PODER PENSAR

Estaba seguro de que aquél sería un día precioso, tenía que serlo. El amanecer en el Mar Rojo tiene la capacidad de atraerme como un imán. Cada mañana, antes de la llamada general, subía a la cubierta superior del Pearl con un café muy caliente, para contemplar el espectáculo del sol y el viento... “¡Qué maravillosa oficina tengo!”.

El nuevo grupo llegó ayer. Algunos belgas, españoles, portugueses, y británicos. Hemos navegado toda la noche y hoy empezamos las inmersiones en las Brothers. Todos los que han buceado aquí saben de la maravilla de los corales, lo apasionante de la vida marina, la magnífica sensación de libertad y, especialmente, recordarán lo salvaje, lo extremadamente salvaje de las corrientes. El Mar Rojo es, en sí mismo, un larguísimo canal de agua abierto por sus dos extremos. Y las islas Brothers están en medio de ese canal, expuestas a la furia del mar, a la fuerza de sus corrientes.

Para cuando todos están levantados ya me ha dado tiempo de tomarme al menos dos cafés. Ahora el brieffing. Alí, el instructor jefe, cuenta la inmersión, lo de siempre, con la misma broma de siempre:
- Recordad: máxima profundidad 40 metros, tiempo máximo 60 minutos, no 40 minutos a 60 metros, ¿vale?.

El Akhawein, conocidas por islas Brothers, son dos islas que quedan casi en el centro del Mar Rojo, a la altura de El Quseir, a unas 70 millas marinas al sudeste de Hurghada. Big Brother tiene unos 500 metros de largo y un faro construído por los ingleses hace más de un siglo, fácilmente visible. Small Brother, un islote de unos 50 m de largo, queda a unos 800 metros al sur de Big Brother. Los barcos de buceo fondean al sur de la isla, al abrigo del viento y las fuertes corrientes. El modo operativo es sencillo: con las barcas auxiliares los buceadores saltan al agua en el extremo norte de la isla. Hacen una entrada negativa para evitar que la corriente les desvíe y, por la mañana, se bucea en la cara este, arrecife en el hombro derecho, y por la tarde buceo la cara oeste, arrecife en el hombro izquierdo. Al llegar al extremo sur de la isla las auxiliares les recogen o, si no hay excesiva corriente, nadan hacia el barco.

La primera inmersión de la mañana, que se inicia sobre las 7, suele ser la mejor para ver pelágicos. La idea es alejarse del arrecife al inicio de la inmersión, aprovechando la fuerza de la corriente en la punta del islote, de forma que, sin perder de vista la sombra del arrecife, nos adentramos en el azul, profundos, sobre los 35-40 metros. Esperando, y tras no más de 3-5 minutos, siempre pueden verse tiburones. Prácticamente siempre.
Bueno, en realidad son ellos los que suben a verte a ti.
Esta ha sido siempre mi inmersión preferida, es el mejor momento del día para bucear, se inicia la actividad de los depredadores, y te despiertas entre bestias majestuosas, a 40 metros, en medio del azul...

Perfecto, es un día perfecto. El viento es fuerte hoy. Bueno, y cuándo no. La tripulación ha echado ya a popa la botella de seguridad. Parece que la corriente hoy es especialmente fuerte, "¡Hace un ángulo de casi 45º con la superficie! Tengo que decírselo a Alí.”

Mientras todos preparan sus equipos, discuto con mi jefe la inmersión, serán 11 buceadores en mi grupo. Le comento la fuerza de la corriente a popa. Alí es quien organiza todo lo referente al buceo y a los clientes. Es, además, el hijo del dueño del Pearl.
- No pasa nada, lo has hecho antes. Puedes hacerlo. Además, no hay más opciones, te toca el grupo grande

Sin comentarios.

Todo parecía rutinario. Todo parecía perfecto. “Otro día en el paraíso”.

Lo de siempre, equipos preparados, saltamos a la Zodiac, remontamos las olas hasta la punta norte del islote, salto al agua, señal de OK, todos conmigo, inicio la inmersión... Hasta aquí todo fue rutinario.
Iniciamos el descenso hasta 35 metros, y nos separamos del arrecife unos 30 metros, siempre manteniéndolo a la vista. Aparecen varias sombras en el azul, estoy casi seguro de que eran grises y martillos. Cómo me gusta mirarlos, son tan gráciles, tan majestuosos. Se mueven y, al nadar, parecen estar diciéndote algo así como "Mírame, soy perfecto"


Algo se mueve debajo, será a unos 55-60 metros. La visibilidad es fabulosa, pero no puedo distinguir con seguridad si es un tiburón martillo. Vuelvo a contar al grupo, señal de OK. Control visual del arrecife. Busco el arrecife. No llevábamos ni diez minutos de inmersión cuando me di cuenta de que el arrecife no estaba.

El procedimiento de emergencia es claro. Piensa. Estás en el azul. La corriente ha podido desviarte. Sube. Reoriéntate con la brújula. Sigue subiendo. Estábamos a 8 metros, y el arrecife no estaba donde lo dejé, no al oeste. Decido subir a la superficie. “Debería estar ahí. No es posible que la corriente sea tan intensa”. Todo el grupo me seguía.

Cuando llegué a la superficie el ordenador marcaba 14 minutos de inmersión, y el Pearl estaba a unos 300 metros de nosotros... La popa del Pearl. ¡La popa!.

Volví a bajar, dejando en superficie mi boya de seguridad, e hice la señal de abortar la inmersión y ascenso a todo el grupo.

Me sorprendía la fuerza inusitada de aquella corriente. Pero aún me sorprendía más que no oía ningún motor. “¿Y las Zodiac?. Deberían estar siguiendo las burbujas del grupo. No puedo oír sus motores”. Hice mi parada de seguridad y volví a la superficie. El resto del grupo seguía sumergido. El Pearl estaba ya a unos 500 metros de nosotros.
Y seguía alejándose.
Decido dejar al grupo unos minutos más debajo. “En realidad será mejor evitar el pánico. Para cuando quieran darse cuenta, estarán aquí las Zodiac... ”.

Supe más tarde que, en la segunda Zodiac, un buceador se hirió en la nariz al saltar y decidió no bajar, con lo que la primera Zodiac, la nuestra, tuvo que volver al barco para recoger al tercer grupo. Para cuando todos los buceadores del tercer grupo estaban sumergidos, ambas barcas comenzaron a buscar burbujas. Pero para entonces nosotros ya estábamos a más de 500 metros de la popa del Pearl.

Nuestro grupo estaba formado por doce buceadores, dos eran mujeres; cinco británicos, dos belgas y cuatro portugueses. Entre ellos sólo uno era instructor, uno de los británicos.

Pasaban menos de 30 minutos desde que se inició la inmersión, y ya estábamos todos en la superficie. Llegamos a hinchar ocho boyas de seguridad. Para entonces el Pearl estaba a más de 1.000 metros, y se inició una discusión sobre qué hacer.
Yo supe enseguida que, a esa distancia y en esa posición, al suroeste de la isla y del barco, y con el sol de frente, el Pearl no sólo no nos podría ver, ni siquiera iba a poder buscarnos.
Alguien sugirió nadar hacia el barco.
- ¿Cómo?, ¿estáis locos?, no se puede nadar contra esta corriente, las olas y el viento de cara. Simplemente, no se puede.

No podía esperar tranquilidad, pero podía intentar aparentarla, inspirarla.
No, no es que pudiera, es que debía.

- Nos llevaría más de una hora nadar hacia el barco, nos agotaríamos. Además, dividiríamos el grupo. Y es básico mantener el grupo unido, física y mentalmente.
A los 45 minutos del inicio de la inmersión, ya no podíamos ver el Pearl, ni siquiera el faro de Big Brother.

"No puede ser. No puede ser". Empecé a darme cuenta de la situación real. Y fue uno de los momentos más duros. Nos mirábamos, intentábamos flotar separados, ahora pienso que para evitar poder hablarnos, poder decirnos, unos a otros, que “esa” era la realidad.

Estábamos perdidos.
Estábamos perdiéndonos, millas y millas al sur y al oeste de ningún lado, y a gran velocidad.
Y sabíamos que, cada minuto, cada segundo que aquella corriente y aquel viento nos arrastraban a quién sabe dónde, perdíamos una esperanza de volver al barco, a la vida real. Pero es que “eso” era la vida real.

“¡¡No puede ser!!”. Recuerdo que aquél fue unos de mis momentos de ira. “¡¡Dónde diablos están las Zodiac. ¿¿Porqué no nos ha visto los vigías de la cubierta superior??. ¡¡Son dos, tiene que haber dos personas en la cubierta del Pearl!!. Y dos barcas. Los motores, no he oído motores en todo este tiempo. ¡¡¿Pero donde diablos están?!!”.

Supe, también algunos días después, que uno de los vigías de guardia en la cubierta abandonó su puesto y se volvió a la cama. Realmente es cierto que los accidentes no ocurren sólo por un único fallo en la seguridad.

Inicié un rápido proceso mental. Por alguna extraña razón mi mente trabaja mejor, mucho mejor, cuando estoy bajo presión. Y ésta, que duda cabe, era una de esas situaciones. Lentamente, fui reagrupando a todos. Uno a uno, les indiqué que tirasen los plomos, conservando los cinturones. Intentaba mantener el contacto, y las mentes claras, alerta, pero también quería evitar reacciones de angustia, agresividad o miedo.

Habían pasado tres largas horas cuando vimos la primera Zodiac que nos buscaba. Pasó a más de 500 metros al norte y al este de nuestra posición. Eran las 10 de la mañana. Y no podían ver un enorme grupo de doce buceadores con sus globos de superficie hinchados.

Es increíble como funciona la mente humana. Las siguientes horas pasaron como minutos. Flotábamos separados, pero cercanos. En silencio. Es como si fuésemos máquinas y alguien nos hubiera puesto en “Modo supervivencia”. Quiero decir que no pensábamos en nada. Mentalmente semi-inconscientes, tratando de no gastar neuronas, sabiendo que había que ahorrar esa energía, que éstas horas podrían ser sólo un comienzo.

Tampoco nos decíamos nada. “¿Por qué?. ¿Cuál es la razón por la que doce seres humanos perdidos, a la deriva en alta mar, a mitad de camino de ningún lado y sin medio alguno de supervivencia, no hablan entre ellos?.” ¡He pensado tantas veces en aquellas horas!. Aquellas largas horas de inercia mental, de apatía emocional. No quisimos enfrentar la realidad, que era la muerte. No quisimos saberlo. No lo aceptábamos.

Es difícil entenderlo sin haberlo vivido. Es incluso difícil para mí el explicarlo, el explicármelo incluso ahora.

Estábamos flotando en el Mar Rojo, agosto, mediodía. El agua del mar está a unos 28º C a esas latitudes. El sol nos quemaba las cabezas. El sol nos estaba abrasando la piel. Pero el mar empezaba a estar frío. Si, es que son casi diez grados menos que nuestro cuerpo.
Los chalecos de buceo, en superficie, rozan constantemente algunas zonas del cuerpo, especialmente en el cuello. El oleaje puede empeorar mucho la situación, salpicando en los ojos y en la boca, llenando de agua salada la piel ya quemada por el sol o rozada por el equipo, y haciendo el dolor aún más insoportable.
No podíamos quitarnos las máscaras porque el agua del mar salpicaba tanto que los ojos nos dolían. Han pasado varios años y aún pueden verse en mi cara las cicatrices de las quemaduras que la silicona nos produjo, al fundirse en la piel.

No sé porqué no puedo recordar más que algunas fases aisladas de tiempo, lapsos de minutos, imágenes sueltas. Y los momentos clave, como cuando, hacia el mediodía, empezaron a levantarse olas de hasta 2 metros de altura. Dos miembros del grupo comenzaron a vomitar. Aquello desencadenó una de las primeras situaciones de estrés entre nosotros. A esas alturas, todos sabíamos que los líquidos del cuerpo eran preciosos.

Sobre las 3 y las 4 de la tarde se inició una gran excitación. Apareció un barco de buceo a unas dos millas de nosotros. Aquello no sólo significaba que nos estaban buscando, que era evidente. Significaba que iban en la dirección correcta, y que, además, la búsqueda estaba siendo coordinada. Todos reunimos fuerzas, y el grupo pareció despertar. Poco después vimos por primera vez el avión de rescate.
Pero ni el barco ni el avión nos vieron, nadie nos vio. Todos se quedaban al este de nuestra posición. No podían vernos. “Sí, nos buscan, pero en la zona equivocada. Esta corriente está haciendo un arco que se abre hacia el oeste, y cuanto más tiempo pasa y más lejos nos arrastra, más nos desvía de la zona teórica en la que nos están buscando. MIERDA”. Que yo me diera cuenta de aquello no fue lo peor. Lo peor fue que los demás también lo hicieron. Y se inició el inevitable enfrentamiento. Parte del grupo quería que nadásemos hacia el este, para que los equipos de búsqueda dieran con nosotros. Los demás pensaban, conmigo, que tarde o temprano, la zona de búsqueda se ampliaría. La discusión fue intensa.

Por fin, uno de los británicos sugirió nadar hacia un barco mercante de miles de toneladas que pasaba cerca. Entonces fui consciente de que la situación podría escapárseme de las manos en segundos. Supe que debía mantener la calma entre todos, y en mi mente. Y había que mantener a un líder.
- No digas barbaridades. No puedes nadar hasta allí. Y, aún suponiendo que lo consiguieras, no te verían. Hemos dicho que no vamos a separarnos.

Pero no conseguí evitarlo, y cuatro de ellos nadaron hacia el mercante. Llegaron a separarse unos 800 metros. El mercante, claro, no les vio. Y afortunadamente, tampoco los arrolló. Volvieron.
Ahora el oleaje empezaba a bajar, se acercaba el ocaso. Eran sobre las cuatro de la tarde.

Poco más tarde, de nuevo el avión de rescate. Volvía la agitación. Esos momentos eran realmente terribles. Fueron los peores. Todos queríamos saltar, gritábamos, llorábamos, nos agitábamos. La tensión acumulada, el dolor, el frío, todo parecía desaparecer en esos segundos de alegría, de entusiasmo por la inminencia del rescate. Todo el grupo levantó aletas, boyas, linternas... el avión pasó esta vez tan cerca que pudimos ver la cara del piloto... pero él no pudo vernos a nosotros. Giró hacia el norte y volvió a alejarse, esta vez para no volver. Serían las cinco de la tarde. Quedaban apenas dos horas de luz.

Y de todos los malos momentos que puedo recordar, aquel fue sin duda el peor. Toda nuestra esperanza, todo el esfuerzo, el cansancio, la indignación, el dolor, la ira... todo saltó por los aires. El silencio fue lo único que nos quedó.

“No van a encontrarnos nunca.”

Nos quedamos flotando en silencio. Mas tarde nos dimos cuenta de que el grupo se había disgregado y volvimos a reunirnos. Después de aquella excitación, la calma, y probablemente también el cansancio, empezaron a hacernos mella.
Inicié los planes para enfrentar la noche. Dos personas del grupo tenían ya los síntomas iniciales de una hipotermia y, en pocos minutos, la puesta de sol agravaría la situación. Decidí que debíamos atarnos entre nosotros, con cuerdas y cinturones. Asigné un número a cada persona del grupo con el fin de que se repitieran en alta voz cada cierto tiempo y así saber que seguían despiertos, o evitar que alguien se durmiera sin que los demás nos diéramos cuenta.
Durante la puesta de sol pudimos ver un horizonte montañoso, lo que nos hizo pensar que si durante la noche nadábamos hacia el oeste, podríamos acercarnos algo más a la costa. Aún a sabiendas de que eso nos alejaría aún más de la zona de búsqueda, los barcos de recreo podrían vernos más fácilmente por la mañana. “Además, nadar nos mantendrá calientes durante la noche.”

La puesta de sol terminó. Y fue preciosa, un espectáculo. Nadábamos sobre nuestras espaldas, orientándonos con las brújulas y con las estrellas. Alguien empezó a cantar. Eran las ocho y media de la noche. En un momento determinado tuvimos que detenernos para liberar una botella de emergencia que impedía bastante la progresión del grupo. Aprovechamos para descansar. Fue entonces cuando vimos unas luces muy lejanas, que parecían dos barcos. Se dirigían al sur, muy muy lejos de nosotros.
Uno de los focos tenía una gran potencia, así que intenté atraer la atención de aquellos barcos con él. Durante quince minutos, todos hacíamos señas con nuestras luces. Supimos más tarde que, cuando aquellos barcos nos vieron, pensaron que sería un barco de pescadores, por la gran distancia que había entre las luces, pero, como el radar no les dio ninguna señal, decidieron “ir a ver”….

Se inició entonces una larga discusión, intensa. Discutimos mucho más en aquellos minutos que en todo el día: “No orientéis las linternas arriba, no a las boyas, no así sino así, reservemos la batería de al menos una de ellas...”. Intentábamos no ilusionarnos con un rescate, ¡antes estuvimos tan cerca!, pero no pudimos evitarlo.
Estábamos en plena agonía. Alguien dijo que los barcos se acercaban, que podía ver las luces verde y roja de la borda. Y eso es algo que sólo ves cuando un barco se dirige directamente a ti.

Aún les llevó 50 minutos más llegar hasta nosotros. Calculo que habían recorrido unos 10 Km. Empezaron a encender y apagar sus luces para hacernos ver que venían en nuestra busca. A unos 30 metros de distancia enviaron la primera Zodiac, que nos recogió del mar y nos dejó en el Storm, donde su tripulación nos dio una increíble bienvenida.

Nos encontraron 13 horas y media después y a 42 Km al suroeste del punto de inmersión de las islas Brothers.

Ninguno de nosotros pensó en cómo pasar toda una noche en el mar.

Ninguno de nosotros creyó sobrevivir a la hipotermia y al sueño.

Nadie quiso siquiera imaginar en pasar otro día como aquel, flotando a la deriva en el Mar Rojo.

Sin poder pensar.


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(Basado en un hecho real)

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119. LA PRIMERA MAÑANA DEL MUNDO

Hay un momento del día en el que todo lo que imaginemos es posible. Por un extraño encantamiento el tiempo se vuelve espacio para alojar a los sueños que quieren ver la luz y darles cobijo más allá de nuestra mente. Ese lugar donde se forjan los sueños existe y se encuentra en el límite entre la noche y la alborada, sus fronteras son imprecisas, tanto como los primeros destellos de la mañana pero mucho menos que las mil quimeras que cobran vida en él.

Historias de un buzo

Poseídos por el ansia de hallar ese rincón mágico salimos una madrugada siguiendo un sendero de estrellas y dispuestos a abandonarnos al abrazo de la marea, tal vez lo que buscábamos no era otra cosa que el origen de un sueño, ese que se desvanece antes de llegar a ser y que se pierde para siempre en la tiniebla sin que logremos retenerlo en nuestras manos. Quien sabe si las olas esconden tan sutil tesoro y si, al entregarnos a su vaivén nos concederían el don de descubrirlo.
La Luna cual Diana cazadora de sombras lucía casi plena sobre el mar trazando un derrotero inmenso que se perdía más allá del horizonte, su mantilla de plata dejaba entrever unos ojos morunos de mirada embaucadora que invitaban a la complicidad con la noche. Siguiendo su estela llegamos hasta una orilla donde nos dispondríamos a quebrantar los confines de la aurora. En pocos minutos ya estábamos preparados, un movimiento bastó para deslizarnos bajo las aguas y fundirnos con el misterio de la oscuridad.

A la luz de nuestros focos iban saliendo a escena todos los personajes, algunos de ellos, trasnochadores invictos, otros aún sumidos en el sosiego de su descanso como si por encima del velo de agua el tiempo no existiera para ellos. En cada roca dormitaba algún cabracho mimetizándose con las rugosidades de su lecho pétreo, las fulas apenas asomaban la boca desde su refugio, como queriendo atraer a un beso imaginario; la viejas, recostadas sobre la arena y con sus colores desvaídos cobraban el aspecto inquietante de figuras de cera, completamente inmóviles pero con los ojos abiertos, parecía que desde su letargo controlasen cada uno de nuestros movimientos. Alguna sepia ingrávida se dejaba mecer a media agua ondeando su manto de gasa. Mientras tanto, unos metros más adelante, una silueta fugaz cortó la oscuridad, era un jurel que no entendía de horarios y vagaba como lobo solitario en la noche. Sobre el fondo, una figura sinuosa cruzó ante el haz de nuestras luces, un congrio de arena que irrumpió en el lugar haciendo gala de una elegancia altiva con la arrogancia de quien se sabe bello e inusual, su contoneo cadencioso nos evoco por un momento imágenes de danzarinas orientales perfumadas de jazmín y sal.
Sobre un saliente un pequeño chucho dormía con la serenidad de un niño, su cuerpecito menudo se movía al ritmo de su respiración transmitiéndonos la ternura de los sueños infantiles, al contemplarlo una sonrisa se dibujo en nuestro rostro, toda la dulzura del océano había tomado forma en aquel ángel de paz.
Y en medio de ese sosiego absoluto, poniendo el
Contrapunto a la quietud que nos rodeaba, la ciudad que no descansa y sus habitantes que, en una actividad frenética se encargan de dar vida al arrecife cuando todo parece rendirse al abandono. En cada recoveco cientos de gambitas escalaban la roca, bajaban, se deslizaban por la arena e iban desapareciendo tras el relieve en perfecta formación, las centellas de sus ojos se desgranaban por la arquitectura caprichosa de la pared, insinuando el alma de fuego que una vez esculpió aquel paisaje. En el seno de la noche la lava retorna a la vida y refulge en la mirada de las criaturas del mar. En un intento de dirigir aquel movimiento perpetuo, los cangrejos araña alzaban sus patas delanteras marcando el compás con la corriente, un grupo de cuatro de ellos custodiaban la entrada de una grieta balanceándose al unísono; una minúscula gambita de lunares se unió al jaleo agitando alegremente sus antenas; mientras, en su cueva, una cigala asomaba las pinzas presta a abalanzarse sobre el último bocado de la jornada; un pulpo reptaba sobre su terreno de caza alargando sus tentáculos en un gesto que desafiaba al hambre. Y desde sus balcones de roca las gambas jorobadas contemplaban con actitud impasible el espectáculo que les brindaban los noctámbulos empedernidos.

Al percibir una tenue luz que despuntaba, dejamos a nuestras espaldas a los habitantes del veril y su entusiasta faena, apagamos los focos y buscamos una roca plana en la que asentarnos, un altar sobre el que la Diosa del Alba, tras el sacrificio de la noche pudiera depositar su ofrenda luminosa ante nosotros, humildes mortales en busca de un milagro. Y el milagro se hizo, y la luz nació. Poco a poco el negro fue tomando tonos de añil y malva, azulón tornando a turquesa, matices blanquecinos donde no había otro color que el de la nada, ensamblando la vidriera de aquel templo sumergido. En un arrebato final la claridad rompió bajo las aguas erigiéndose en dueña y señora del lugar, coronando de esplendor la entraña del océano.
A la llamada de la aurora iban acudiendo tímidamente lasCriaturas diurnas, deslizándose desde unas sombras que poco a poco se diluían en el agua. Sus perfiles se dibujaban en el azul cada vez con más nitidez y, en el tiempo que dura un bostezo toda la vida brotó a nuestro alrededor: bancos de sargos prestos a comenzar su ronda matutina, el fulgor del amanecer arrancaba chispitas de platino a su librea recién abrillantada. Al igual que estos, las bogas abandonaron su tono gris y lucieron mil reflejos metálicos con los que cortar el agua a su paso vertiginoso. Las viejas liberadas ya de su inercia revoloteaban entre las rocas con renovado brío en su atuendo, parecía que una bandada de aves exóticas hubiera invadido el lugar para salpicar de carmesí el lienzo de la marea. Mientras, pequeñas cuadrillas de barracudas iban a la caza de su desayuno sobrevolando un arenal cuajado de anguilas jardineras cuyo balanceo cadencioso se perdía en ese punto del infinito donde no alcanza la vista.
Súbitamente nos sentimos invadidos por una inquietud extraña, como si el halo de un espectro rondara tras de nosotros. No tardamos mucho en descubrir que ese espectro era tan real como corpulento, su tamaño se equiparaba sobradamente con el nuestro; se trataba de un imponente chucho negro que nos agasajaba con su danza seductora. Su manto ondulante recreaba juegos de luz con el fulgor incipiente, nos envolvía en un embrujo del que no queríamos librarnos, aquel animal rotundo quebrantaba toda lógica posible al transformar su contundente figura en la esencia sutil de la armonía. Cuando se alejaba su baile se fue con él, que no su magia, ella perdura en cada movimiento del agua y, si alguna vez sentimos de nuevo una presencia espectral, quizá se trate de esa magia que regresa a nosotros para hacernos bailar a la deriva.

Aún embargados por la maravilla del encuentro proseguimos nuestro rumbo al filo de la mañana descubriendo la metamorfosis asombrosa que había sufrido el espacio que nos alojaba. La fauna nocturna había desaparecido en el vacío, el mismo del que surgieron de repente todos los pobladores que ahora nos acompañaban; las fulas ya no buscaban besos entres sueños sino que fuera de sus guaridas moteaban el paisaje; pejeverdes, herreras, medregales afanados en sus respectivas tareas; los peces trompeta exhibían solemnes su elegancia de día de fiesta. Y de la oscuridad que reinaba momentos antes solo quedaba un trazo en la memoria. La luz había vencido a la tiniebla y de la noche extinguida había engendrado al día.

Amparados por el veril emprendimos nuestro regreso a la orilla que había servido de punto de partida de nuestro viaje a través del alba. Pero el amanecer aún nos tenía reservado un último regalo, el espectáculo más bello, la escena más sublime que puedan captar unos ojos. Diluyéndose en el velo de la superficie un torrente de partículas doradas centelleaba por encima de nuestras cabezas. El sol recién nacido había derramado su esplendor sobre las aguas quebrándose en destellos de fuego y ámbar, profanando las profundidades con el galanteo de un amante lujurioso. Toda la superficie estaba cubierta por esa pátina, tan delicada que se resquebrajaba en cada rizo de las olas. Y entre los recovecos de cristal que se abrían en ella haces luminosos de un dorado purísimo caían a plomo cortando el azul. El oro milenario que una vez forjara el alma del astro rey se había devanado en las manos de una sirena con vocación de Penélope que, sabiamente iba hilando los rayos que sustentan la bóveda celeste. Y en ese laberinto de púrpura las hadas de la luz jugaban a perderse para luego aparecer extendiendo sus vestiduras de tul y recibir así a la mañana. Era un homenaje a la vida que renacía victoriosa bendiciendo a todos los seres de la creación desde el fondo del mar al infinito. Y nosotros estábamos siendo partícipes de esas bendiciones inmersos en aquel alud incandescente.

En la primera mañana del Mundo todo tuvo que ser de esa manera, las tinieblas se esfumaron en el vacío y tímidamente la claridad fue tomando posesión de sus dominios, las criaturas de la noche cedieron el magma de su mirada a la fragua donde se moldearían los perfiles de la Tierra, miles de seres huidos de las sombras colmaron de vida el seno del océano y una amalgama de contraluces puso marco al altar de sal y roca donde una diosa triunfante proclamó su consagración. En la primera mañana el sol ocupó las aguas sin pedir permiso y unas manos de sirena entretejieron con hilos de oro el nido donde nacen las quimeras, las hadas danzarinas desgranaron en el azul las centellas robadas a un cardumen y su risa puso música a la aurora madre de los elementos.
Un brazo de luz nos rodeó para depositarnos suavemente sobre la arena. El día había despuntado por completo y en nuestras caras se dibujaba la sonrisa de quienes habían logrado su cometido, no hacían falta palabras para adivinarnos el pensamiento, habíamos acudido a aquel rincón del tiempo para encontrar la cuna de los sueños y conseguimos tocarlos, retenerlos y nacer con ellos mecidos por el alba. A partir de ahora ya sabremos donde hallarlos, allí aguardan pacientes a que los descubramos y les hagamos existir. Quizá los sueños, como el mundo tuvieron también su primera mañana, por eso al rayar el sol vuelven a la vida guiados por la esperanza de resurgir y, ataviados de azul y oro celebrar por fin la vida en todos los hijos de un océano vibrante.

A veces por las noches vuelvo a sentir esa presencia espectral, inquietante a mis espaldas, como si un ser inmenso desde las profundidades nos envolviera en su manto ondulante para llevarnos con él y arrastrarnos a su baile de marea. Tal vez sea el momento de tomar el sendero de plata que conduce hasta una orilla, de abandonarnos a las olas y buscar, bajo el mar guardián de los tesoros el punto impreciso entre el letargo y la vigilia en el que todos los sueños son posibles. Y allí, donde tiempo y espacio se confunden se harán entonces realidad, y nos acompañarán eternamente cada vez que la mañana nos sorprenda despertando entre dos aguas.


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118. POR QUÉ BUCEO SI SOY DE SECANO

Llevo muchos años soñando con algo, bucear, es un sueño de esos que cuando eres niño y crees que nunca se podrá conseguir. Pero hace un mes mi sueño se hizo realidad.
Viajamos a Centro América, a un resort de los de TI, súper chulo con su piscinita, playita, etc. Con una playita de arena blanca y aguas turquesas. Los típicos de la zona.


El primer día empecé a ver las escuelas de buceo de la playa donde yo me encontraba y después de pasear media mañana. Encontré mi escuela, en la playa del hotel que era en el único lugar donde no pregunté. Hable con el relaciones y él me la ofreció.
Al día siguiente empecé mi OWD, mi primera inmersión en piscina fue un poco agobiante, pero eran los nervios de haber conseguido mi sueño de tantos años. Realice mi curso y en el trascurso de éste, lo más esperado mi primera inmersión en mar. Yo creía que estaba soñando. Una chica como yo de interior y a mi edad como podía imaginar que algún día llegaría ese momento, aunque lo deseara con todas mis ganas.
Nada, subimos a la motora y en menos de 10 min ya estaba dentro del agua con mi jacket hinchado y recibiendo las instrucciones de Ricardo. Miramos la hora, 9:45AM, un punto de referencia, un gran hinchable de colores, sacamos el snorkel y colocamos el regulador, ay dios, qué nervios me temblaba hasta la nariz, jeje.


Por fin después de los minutos previos, deshinchamos el jacket y bajamos, eso fue increíble en menos de tres metros estaba rodeados de unos peces grises con una franja amarilla, muy curiosos, la verdad es que yo he recorrido unos pocos acuarios y nunca tuve el placer de conocerlos. Pero seguimos bajando, que hay más, a parte de un poco de mar de fondo, lo suficiente como para que fuera divertido. Realizamos los ejercicios y aprovechamos a bucear un poco porque aun teniamos aire.
Después de unas pocas patadas mi primera presentación una mantita pequeña, preciosa por cierto, aunque esquiva claro.
Se nos estaba terminando el aire, por lo que para arriba.
Esto no es todo después de obtener mi carnet de OWD. Mi primera inmersión como OWD, un barco destrozado. Mi primera entrada al mar desde barco un gran paso y para el agua ya es casi normal realizar los 5 puntos, tiempo, ubicación, snorkel, regulador y Jacket.
Según bajamos se empieza a ver parte del barco, multitud de peces de colores, parece mentira que algo que el hombre dejo allí cree tanta vida y te das cuenta que si no tenemos cuidado con ello podríamos quedarnos sin nada.
Buceo cerca de Leo, me han dicho que le gusta descubrir animales escondidos y eso para mí es interesantísimo, pues nada, junto a él toda la inmersión. Me encantaba girarme y mirar al resto del grupo puede que todos sintiéramos lo mismo, la libertad a tu alrededor en esos momentos es como la que puede tener un pájaro volando o uno de aquellos peces que nos acojina en su gran hogar. Me sentía una privilegiada. Pero bueno no me voy a poner blandengue.
Seguimos mirando un pececito pequeñito en una oquedad, la gran hélice del barco llena de algas, corales, pececitos, no se puede que nunca… imaginara algo así.
Mi botella por mi poca experiencia se está acabando y tengo que salir un rato antes que el resto porque si no me quedo sin aire. Me despido de ese hermoso lugar y rezo porque puede volver en breve.


Esta es mi última inmersión, ya he llegado a España y busco un lugar cercano a mi cuidad que se pueda bucear. Pero nada todo está muy lejos y el mar Atlántico no se lo recomienda mucho por mi falta de experiencia. Espero que este invierno pueda ir a uno de esos lugares a los que todos queremos ir alguna vez en nuestra vida, el Mar Rojo. Para por fin conocer a Nemo.



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117. LA ÚLTIMA INMERSIÓN

Ahora los rayos del sol se filtraban como haces de cuarzo, infinitos, entre miles de pequeños espejos desordenados, conformando una superficie plástica y maleable de luz y reflejos. Su movimiento hipnótico, la antigua sensación de ingravidez y mi ligereza hasta entonces desconocida me transportó a un sueño nuevo. Llevaba cerca de treinta años buceando, había enseñado a bucear y a amar al mar a cientos de personas, a mis hijos y a mi amada esposa, a muchos amigos y en ese día, en esa mañana, sentía la misma sensación nerviosa del primer día.

Mirando a la superficie, dando la espalda al fondo, veía las burbujas como viajaban rompiendo en explosiones de destellos hacía su mundo. Como esferas plateadas, como gotas de mercurio, con sus formas caprichosas moldeadas por el mar, se alejaban vigorosas contrariando desafiantes a la natural ley de la gravedad. Yo desde mi mundo, viajaba hacia la profundidad en busca de la fusión en alma y cuerpo con mi elemento, con mi amante la mar.


Hace treinta años que una mujer, desconocida e imprevisible, me embrujó y me robó el alma y la razón, la mar. Diez años después, otra mujer, diosa de la sensibilidad y del amor en estado puro, me enamoró y me robó el corazón y el destino, Claudia. Estos dos amores han esculpido la felicidad en mi vida. Un día, con el embrujo de uno y con la fuerza del amor del otro se hizo realidad mi sueño, y desde entonces habito en él. Vivir junto al mar.

Debajo de mi veía las figuras del resto del grupo descendiendo lentamente, dejando tras de sí una estela de perlas huecas, blandas, como residuos de la adaptación del cuerpo de aire al de agua, sintiendo la presión, el sabor salado que alerta los sentidos y nos transporta al mundo buscado.

Habíamos fondeado en mi punto de inmersión, en mi lugar sagrado. Lo llamábamos “El fin del mundo”. Así lo bautizo Claudia el día que lo encontramos. Al salir de aquella inmersión, única e irrepetible, dijo: -“Si el mundo debe tener un final, y dar por acabado las bellezas que nos ofrece, debe ser este.”
El descenso comenzaba sobre un pequeño bajo colonizado por algas de colores vivos, esponjas y explanadas de poseidonia que se agitaba con el movimiento del mar como campos de trigo por el viento. Entre ellas bancos de salpas fosforescentes jugaban en grupo iluminadas por sol. Resbalando por la ladera del lado este de arena y bloques de roca impregnadas de estrella rojas, de erizados puntos negros puntiagudos, de arboles otoñales de coral rojo poblados de castañuelas, de julias, de peces verdes que hacían del fondo una paleta de cientos de colores en movimiento, se llegaba una pared de suave pendiente sobre la que nacía un saliente en forma de cráter. En su interior el paisaje se transfiguraba en bloques rasgados de roca caliza, en surcos arrancados al fondo del mar por los que se navegaba por el tiempo como son las arrugas en el rostro de nuestros mayores, en una imagen lunar de columnas huecas, de chimeneas como esponjas gigantes. Y al llegar a aquel lugar, como siempre, recordaba lo que un día le dije a Claudia y que a ella le enfurecía amorosamente:”-El día que muera quiero que traigas mi cenizas aquí, quiero pasar la eternidad aquí.”
Mientras recordaba, advertí que el grupo al que perseguía era más numeroso de lo que habitualmente solíamos bajar. Se pararon sobre este punto y Roberto, el fiel amigo por el que se entrega la vida, con ayuda de mis hijos, introducían en uno de los huecos un cofre de madera. Pero no era un cofre cualquiera, era el cofre donde yo guardaba mi colección de pequeños objetos rescatados del mar, como epilogo a una vida de inmersiones. No entendía que hacían y me acerque hacia ellos en busca de una explicación. En ese momento, una pareja me distrajo la atención al pasar a pocos metros, iban de la mano, haciendo apnea, algo que a esa profundidad no era muy normal, pero nadie les hizo caso. Con un compás parsimonioso, como quien pasea por el parque sin intención de gastar el tiempo, dejando pasar el momento sin esperar al siguiente. Me saludaron. Les contesté con un ok y se perdieron hacia el suroeste.

Al retornar mi mirada hacia la escena anterior ya no estaba el grupo. Sentí un escalofrío por todo mi cuerpo, como si de repente sintiera la temperatura del agua, como cuando se inunda el traje al saltar del barco. Desplazando el calor acumulado, mojando e invadiendo el espacio, vistiéndote de mar.
Ahora el racimo de burbujas viajaban hacia el oeste. Miré mi ordenador, en busca de tiempo y deco, pero otro hecho desconcertante me confundía. La pantalla no marcaba nada. Estaba apagado. Y ¿cómo podía ser, si se activaba automáticamente al contacto con el agua? Estará sin batería. Pero en mi vida me ha pasado, siempre compruebo la batería. Bueno, es una maquina y se estropean. A fin de cuentas esta inmersión la conozco de memoria.
Me dirigí hacia el grupo. Ahora sobrevolaban la historia pasando sobre la cubierta de Amazonia, una goleta de primeros de siglo que reposaba sobre el arenal acostada sobre su banda de babor. Los palos erguidos como esperando volver a ser vestidos con sus jarcias. Sus cubiertas intactas, sus bodegas abiertas como quien abre el corazón a su amigo confidente. Se podía oír la campana repicar clamando la salvación, las voces de sus tripulantes gritando en la tormenta que los derrotó en un golpe de mar.

Desde allí y llevando los reflejos de sol a la izquierda, navegando dirección sur se llega a un cortado cuyos límites no se ven. Te dejas caer, flotando en un aire pesado que te sostiene amable. Miras al infinito y un universo azul se extiende ante ti sin final, sin márgenes. Vas volando suave, descenso retenido en el tiempo hasta llegar a un entrante en el muro donde de un fogonazo se cubre la pared de un manto violeta, extensión de terciopelo vivo que te arropa. Las gorgonias, como si de una alfombra de bienvenida al final de este mundo se tratase, te enfocan hacia el punto de partida. Dejando la pared y navegando con el sol de frente llegas al pequeño bajo y sobre él, sujetos en el cabo de fondeo nos despedimos de nuestro momento, como parte del acto final de la danza tribal que todos celebrábamos al acabar el ritual que nos despide del mundo salado para convertirnos de nuevo en seres de aire.

Al salir a la superficie, a pocos metros de ellos, levante los brazos sobre mi cabeza indicando que todo estaba bien, pero nadie me contestó. Sabían que yo con eso no jugaba. El mar, siempre amado, nunca perdona los descuidos y la seguridad para mí era algo fundamental. Nunca había tenido un accidente y ese exceso de confianza y falta de atención me molestaba.
Me fui acercando al barco con intenciones de reprimenda, pero a pesar de mi enfado sentí una sensación ambigua de alegría y satisfacción muy extraña. Mientras esperábamos en la popa del barco para subir, ironicé con comentarios sobre el asunto pero nadie los atendió. Me hacían el vacio. Pensé que me estaban gastando una broma y así la seguí. Subieron todos al barco. Yo seguía esperando a que me ayudasen a subir, pero nadie aparecía por la borda. La broma ya no tenía gracia y de un esbozo de sonrisa pasé a la seriedad y de ésta al enojo. Quise gritar pero no pude. El extraño sentimiento de felicidad y de paz impedía mi enfado, lo bloqueaba. Y así del enojo volví a la sonrisa bobalicona.
El motor del barco rugió.

Vi asomarse a Claudia, mi mujer. Me percaté de que no llevaba puesto el neopreno sino mi abrigo marinero de paño azul, con el que me tachaba de pordiosero siempre que lo usaba e insistía en tirar constantemente y a lo que yo me negaba con testarudez. “-Este abrigo conoce más puertos de mar que yo” -la contestaba, siempre perseverante en la defensa de mi fiel y cálido amigo. Alrededor de su cuello llevaba anudada la bufanda de rayas blancas y negras. La que le regalé el día en que nos conocimos y desde entonces quedo sentenciado nuestro futuro a vivir juntos. Únicamente se la ponía cuando yo no estaba.
Miró al mar. No a mí. Con una mirada perdida, desenfocada, infinita. Como si quisiera ver al mar entero en un solo parpadeo, como si con ella le quisiera robar el alma. Sus lagrimas recorrieron su rostro, cayendo, en busca de los millones de gotas saladas sobre las que se mantenía en pie, para mezclase en el último acto de amor, en un último orgasmos robado por la tristeza.
Y el barco se alejó.
Quise gritar y de nuevo no pude. Quise agitarme irritado para llamar su atención, en un arrebato de rabia. Pero mi cuerpo no reaccionó. De nuevo el extraño sentimiento me bloqueó y a esa paz se le sumó la añoranza y el desasosiego y quedé en silencio, confuso.

Volví a sumergirme inconscientemente, sintiendo una ligereza anormal, una calma angustiosa que hizo desaparecer el tiempo, como quien no espera el momento siguiente y en ese momento comprendí que aquella era mi última inmersión.
Y entonces sentí mezclarme con el mar.
Por fin mi sangre era salada, mi alma marina.

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