martes, 5 de enero de 2010

FIN DEL PLAZO DE RECEPCIÓN DE RELATOS Y UN GRAN EXITO DE CONVOCATORIA

Tal como estaba estipulado en las bases del I Concurso de Relatos de Buceo, la fecha límite de recepción de Relatos, el 31 de Diciembre de 2009, ha llegado, y con ella el fin del plazo para el envío de los escritos participantes.


¡UN ROTUNDO EXITO!

Hasta ayer a última hora, último día del 2009, estuvieron llegando relatos participantes. Un total de 131 relatos enviados, lo que supone un gran éxito de participación, que ha superado bastante las expectativas de los organizadores y patrocinadores.

Desde este momento, comenzando el nuevo año 2010, gracias a todos los participantes que habéis enviado vuestros relatos para hacer de este Primer Concurso, un medio tan vivo, activo y sobre todo internacional. La procedencia de los escritos es muy amplia (Mexico, Argentina, Perú, Venezuela, Francia...) y los puntos del planeta desde donde se ha ido siguiendo esta web y su contenido tocan todos los continentes.

De manera muy especial, agradecer a los Patrocinadores de esta primera edición la confianza depositada, puesto que sin saber cual podía ser el alcance de dicha convocatoria, no han dudado en apoyar y ofrecer con toda generosidad una enorme cantidad de premios de gran calidad.

Todos los que formamos el equipo de ViajarSolo.com y BuceoyViajes.com, promotores y organizadores de este concurso, sabíamos que este tipo de inciativas faltaban en el entorno del buceo, y que podría tener un potencial interesante...
Ha sido puro convencimiento y pasión lo que nos ha llevado a apostar por ello, con insistencia y reiteración -como dijimos en la presentación, ha sido el tercer intento, y por suerte, el definitivo!- hasta ver como se ha convertido en una realidad con una participación tan buena.

Esto es lo más gratificante, y esperamos que se trate solo de un primer "despertar" a una futura y amplia "literatura de buceo", tan escasa en estos momentos. Es nuestra motivación, poner el granito de arena necesario para que deje de ser así... El medio en que se desenvuelve nuestra afición y todo lo que comporta, es inspiración más que suficiente, para transformarse en un excelente medio de lectura y escritura que acerque nuestra pasión no sólo a los que participamos de ella, si no a cualquiera que nunca haya sumergido su cuerpo bajo el agua...

!!MUCHAS GRACIAS A TOD@S!!



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131. RESPIRACIÓN

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
La respiración debe ser lenta, muy lenta; y profunda, muy profunda. Hay que ser consciente de cada bocanada de aire y sentir cómo se llenan los pulmones.
Estoy totalmente relajado, ingrávido y feliz. Cuando buceo, destierro todas las preocupaciones de mi mente: sólo existen mis compañeros, el agua y yo. O bueno, quizá debería decir que ese "yo" es, en realidad, mi respiración.
Este es mi decimonoveno viaje de buceo con Luis, Marta y María. Ellos hicieron el curso del nivel avanzado conmigo, y ahora somos inseparables.
En este momento, surcamos las cálidas aguas de Lanzarote, disfrutando de los maravillosos fondos. Estamos a una profundidad de 21 metros.

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Marta se ha girado para señalarme un precioso pez naranja. Sonrío y le hago el gesto internacional de "ok". Pero, una vez desaparecido el pez, la miro a ella. Es mi novia desde hace casi tres años, y quiero casarme con ella.
Se detiene un momento a esperarme y me toma la mano. No hay nada tan hermoso como compartir una inmersión con tu pareja. Hace que la experiencia sea aún más especial.
Delante de nosotros, a escasos metros, puedo ver a Luis y a María. Son hermanos. Él es biólogo; y ella, educadora social. Ambos conocen el lenguaje de signos, lo que les permite mantener interesantes conversaciones sobre la fauna y la flora marinas sin preocuparse por las limitaciones comunicativas que suponen los gestos básicos que se aprenden en los cursos de buceo.

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Finalmente, empezamos la ascensión. Como todo lo demás en submarinismo, debe ser lenta y controlada.
Llegamos a la superficie y, como siempre me ocurre, al quitarme el regulador de la boca me resulta difícil y extraño volver a respirar por la nariz.
Nos quedamos a comer en un bar junto a la costa porque el ejercicio nos ha abierto el apetito. Aprovechamos para comentar en voz alta detalles de algunas especies de peces, algo en lo que Luis (el biólogo) es un auténtico experto. La sobremesa se alarga hasta que tenemos fuerzas suficientes para coger las bicicletas y volver pedaleando hasta el hotel.
Llegamos allí justo a tiempo para ver una preciosa puesta de sol, y justo después nos vamos a cenar y a dormir.
Marta se tumba a mi lado en la cama y me abraza: está totalmente agotada y se le cierran los ojos.
–Buenas noches.
–Buenas noches, Marta. Te quiero.
–Te quiero.
La abrazo y la observo mientras duerme, aunque cada vez me cuesta más mantener los ojos abiertos. Han sido cuatro días de buceo: los tres primeros, con inmersiones por la mañana y por la tarde; menos mal que hoy sólo hemos ocupado la mitad del día.
Mañana por la tarde sale nuestro avión de vuelta a Madrid. Al pensarlo, no puedo evitar que se me escapen unas lágrimas. Lo paso muy mal cuando me alejo del mar, de la playa y del buceo. Y no quiero volver a mi estresante y rutinario trabajo de oficina.
¡No! Debo desterrar los pensamientos negativos de mi cabeza. Decido centrarme en mis planes para el futuro próximo. Dentro de tres meses, en octubre, vamos a ir los cuatro una semana a Bahamas.
Bahamas...
Bahamas...
Con ese dulce pensamiento, y con una respiración profunda y relajada (a pesar de no tener el regulador), me duermo y caigo en un profundo sueño.

Marta me despierta zarandeándome suavemente. Está sentada en la cama y ha traído bandeja con el desayuno.
–¿Qué hora es?
–Son las once y media, cariño. Bajé a desayunar a las nueve y traje algo de comida para ti, porque supuse que no te levantarías antes de que cerraran el comedor.
–¡Podías haberme despertado! –digo fingiendo enfado, y acaricio su mano.
–Anda, incorpórate, no vaya a ser que lo derrames todo.
Obedezco y me incorporo, pero aparto la bandeja y miro a Marta a los ojos.
–¿Qué pasa, no vas a desayunar?
–Es que lo que has traído no me gusta. Prefiero desayunar otra cosa...
La beso, la abrazo y la tumbo en la cama. Las caricias y el placer son nuestro verdadero desayuno... Comienza la despedida de este viaje de ensueño.

Tres días antes de que despegue nuestro avión con destino a Bahamas, me siento con ganas de subirme por las paredes.
Voy de un lado a otro de la habitación, haciendo un repaso mental de todos los detalles del viaje. No quiero que nada salga mal.
Me obligo a respirar con tranquilidad e intento convencerme de que todo va a salir bien, pero no puedo evitar estar nervioso. En mis manos baila el anillo de compromiso que, si todo sale bien, llevará Marta en su dedo dentro de pocos días.

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Comienza la primera inmersión de nuestro vigésimo viaje de buceo. El agua es totalmente cristalina y la visibilidad es inmejorable. Pero aunque intento relajarme, tiemblo como un flan.
Luis y María, cómplices imprescindibles en esta pequeña aventura, me sonríen y me dedican con frecuencia el gesto de "ok". Ellos no lo saben, pero no consiguen que me sienta mejor. Y Marta me nota inquieto.
Por fin llegamos a una profundidad de 22 metros, y hacemos una parada para inspeccionar los alrededores con la mirada.

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Ha llegado el momento.
Le indico a Marta que se ponga cómoda y controle que su flotabilidad sea neutra.
María comprueba que su cámara de vídeo sigue grabando y me hace una señal.
Luis saca sus láminas de especies, entre las que aparece una con una foto en la que salimos Marta y yo abrazados, en una de las inmersiones que hicimos en Mallorca hace dos años.
Marta muestra sorpresa y curiosidad.
Me acerco a ella...

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Saco el anillo y se lo coloco en su mano izquierda. Cuando miro sus ojos, em doy cuenta de que no hace falta decir nada. Ningún gesto es necesario.
Marta comienza a llorar y asiente con la cabeza. Mi corazón se sobresalta y no puedo evitar abrazarla.
Nos quitamos los reguladores y, por primera vez desde que empecé a bucear, no me siento extraño sin aire. Nos besamos durante unos instantes y luego los reguladores vuelven a nuestros labios...

María vuelve a hacerme un gesto para indicarme que lo está grabando todo. Mi sonrisa se ensancha aún más: no podía haber un recuerdo mejor de mi pedida de mano...
¡Me caso, me caso, me caso!

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.

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130. EN EL FONDO DEL MAR

Ana contemplaba con admiración a los nadadores. Le habría gustado nadar como ellos, sin miedo, con velocidad, sin cansancio y sin calambres en los pies. El mar la aterraba y la atraía al mismo tiempo. Su abuela le había contado cientos de historias de barcos naufragados, de delfines salvadores de hombres, de pulpos gigantescos que arrastran los barcos hasta el fondo del mar, de cadáveres de monstruos escupidos sobre la arena, de antiguas columnas sumergidas de una antiquísima civilización y de barcos hundidos con sus tesoros.
Una barca se balanceaba muy cerca de la orilla y su baile era una invitación a la aventura, una insinuación para subir y navegar por esos mares de Dios, pero se le adelantó el dueño, un pescador descalzo con los pantalones arremangados hasta la rodilla. El hombre, en un difícil equilibrio, intentaba hacer arrancar el motor fueraborda y éste se hacía el remolón con gruñidos furiosos. No lo pensó. Sin que el pescador se percatara de ello, la niña se agarró a la cuerda pendiente de la popa, la oportuna cuerda que estaba esperándola y que decía agárrame. Por fin la barca arrancó dando resoplidos, a dúo con las palabrotas del pescador y con Ana detrás, bien sujeta a la soga ¡Fantástico! ¡Esto es nadar! Y qué fácil, qué suave, sin esfuerzo, vaya, como un pez.

En el fondo del mar
matarilerilerile,
en el fondo del mar
matarilerilerán.

Ana cantaba alegremente, pues como iba agarrada a la cuerda no tenía que hacer esfuerzo alguno para nadar y ni siquiera el pescador se dio cuenta
de que llevaba una rémora. Volvió la cabeza para decir “¡Papá, mamá, abuela, mirad qué bien lo hago!”. Lo que vio la dejó paralizada: la arena era sólo una línea ocre en la lejanía y los bañistas sólo eran puntitos multicolores sobre ella. Nadó, sí, nadó como un pez…de plomo, con el susto soltó la cuerda, se hundió en la profundidad azul del mar y el agua intentaba entrar en su nariz para ahogarla. La superficie del agua iba quedando arriba, más arriba, más arriba, mientras se iban formando círculos concéntricos sobre los que brillaba la luz ya mortecina del Sol y sus pies buscaban el fondo que nunca llegaba.
No podía comprender por qué no se había ahogado aún, qué fuerza le hacía mantener la boca cerrada, no respirar, agarrarse a la vida, pero al mismo tiempo el pánico cedía y daba paso a una extraña ensoñación. Allí había belleza, colores, burbujas bailarinas moviéndose al compás de la música, peces de colores observándola con atención, algas semejantes a flecos de mantones de Manila, odaliscas, murmullos y roces sobre su piel. Ana se dejó ir en aquella lasitud placentera. Ah, esto debe de ser la muerte. Pues no es tan mala como dicen, pero me da pena de papá y mamá, y de la abuela, y de mis hermanos. Van a llorar por mí y sufrirán mucho. No, no debo morir, tengo que luchar, vivir, nadar hasta la orilla.
Un golpe terrible. Oscuridad. Silencio. Primero fue un débil sonido creciendo en intensidad, después dolor en el pecho, la cara, las rodillas, toses espasmódicas y por último el calor del Sol en su espalda. Sensaciones concretas. Gritos de voces conocidas. El calor del sol en su espalda.
Una ola caritativa la había arrastrado sobre los guijarros y los restos de caracoles y cristalillos de la arena, le había arrancado el bikini, le había despellejado el cuerpo para luego dejarla en la arena como una barquita varada.
Maltrecha, pero viva.

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viernes, 1 de enero de 2010

129. PERLA PERDIDA

- Íbamos en un bote a motor, ella y yo -le estaba contando al doctor. Estábamos en un bar de Aguas Verdes, plagado de pescadores. Yo había tomado un poco de más, no tenía idea de quién era el doctor y estaba desahogando penas.
- La había conocido esa misma semana, una chica de por acá. No me acuerdo bien el nombre, algo como Mariana o Marina... Pero ninguno de esos dos. Cuál puede ser?
El doctor pasó.

- Pero me acuerdo muy bien de su cara. Tenía pelo castaño con tintes rubios, y dos ojazos verdes que eran dos faros, doctor, perdóneme la poesía. Y cuerpo de nadadora.
(pero mientras tanto pensaba que no tenía un recuerdo visual de su cuerpo, sino únicamente la idea lejana de cómo era)
- Se había mudado a una casita que estaba al lado de la ruta, por allá, cuesta arriba. Era humilde pero tenía vista al mar. Nos habíamos metido por atrás de aquel peñasco de allá- lo señalé, pero sólo se veía en mi memoria- en un bote a motor. Ella me había prestado un equipo de buceo, y estábamos en esa zona porque tenía la idea de que ahí podían encontrarse perlas de valor. Pero era un secreto, no se lo tenía que decir a nadie. En realidad yo estaba aprendiendo a bucear en esos mismos días, en un curso que se dictaba de mañana Pero la había convencido de que era un buceador experimentado, y había improvisado un par de anécdotas que nunca ocurrieron. Soy bueno para ese tipo de cosas.
- Me acuerdo que antes de sumergirme me preguntó si estaba seguro de no sé qué cosa que no escuché bien. Yo asentí y me mostré seguro. Cuando me tiré, me arrastró una corriente algo violenta que me dejó a unos diez metros y tuve que manotear las antiparras, que estaban partiendo en otra dirección. Después me di vuelta para saludarla y seguí nadando, alejándome un poco como para pretender que todo había sido intencional. Y entonces me fui hasta el fondo. No era muy profundo, unos pocos metros. Nadé a ras del suelo hasta que algún brillo me llamó la atención y llegué a ver una curva a través de la arena. Manoteé la valva de lo que parecía ser una ostra. Estaba vacía. Pero al costado estaba la otra mitad, y parecía que resplandecía. Cuando la levanté, encontré una perla, doctor, como usted nunca vio. Era de grande como una pelota de ping pong, perfectamente redonda. Y tenía como una cierta fosforescencia verdosa. Como si en el centro tuviera algo que emitiera brillo. Usted sabrá. El momento en que la vi fue mágico, sentí como si el mundo se parara y solamente existiera yo y la joya luminosa. Y lo siguiente que pensé fue que iba a compartir esta emoción con ella, éste era nuestro hallazgo para compartir. Juntos.

El doctor inexplicablemente levantó su vaso, así que brindé con él.

- Sí, doctor- le dije –pero espere, hay más.

- Había decidido no salir a flote, sino sacar solamente la mano, con la increíble joya bien visible, para sorprenderla, e ir acercándosela. Que la fuera viendo venir de a poco y aumentando su sorpresa. Yo era joven, doctor, hacía cosas sin sentido. Saqué la perla al aire, y empecé a patalear hacia el bote, sin saber si ella estaba ya mirando para este lado, pero tratando de espiarla a través del agua. Rápidamente se me cansó el brazo izquierdo de tanto bracear solo. Así que decidí darme vuelta, como haciendo la plancha, sin bajar el brazo. Inmediatamente mi cabeza colisionó catastróficamente contra una roca de la que no tenía ningún registro. Fue un golpe duro, perdí la noción un momento y la perla se me fue. Pero después de frotarme un chichón naciente y recuperar la compostura, caí en la desesperación de haber perdido quizás el objeto más valioso que hubiera tenido en mi mano. Y para peor, probablemente mientras ella me estaba viendo. Pero la perla estaba ahí, sobre el mar, curiosamente flotando. No se había hundido.

Hice una pausa dramática y tragué un poco de whisky. El doctor debió pensar que había terminado y se apoyó para levantarse, así que lo agarré de la manga y me apresuré en continuar.
- Manoteé la perla, pero mi mano la soltó por reflejo cuando sentí un pinchazo y entonces la mano entera parecía estar en llamas bajo el agua. Y ahí la vi, un aguaviva que quedó a la vista, levantada por la marea. Era completamente blanca, parecía el animal más puro de la naturaleza, pero al mismo tiempo me producía un pánico algo primitivo. Era una especie rara de ver en nuestras costas, como usted seguramente sabrá, doctor. La ola me la tiró en la cara y me volví loco. Empecé a patalear y moverme desesperadamente mientras sentía millones de agujas pinchándome en diferentes partes del cuerpo. Me desmayé, y lo último que llegué a ver, o por ahí lo imaginé, fue una última imagen del aguaviva alejándose, con la perla bellísima arriba de su copa, como si se la llevara. Como si me la robara.

- Me desperté, en algún momento, en mi habitación, y lo primero que comprobé es que estaba vivo. Y esto implicaba sí o sí que ella me había salvado, y había tenido que ser un rescate de lo más heroico. Arrojándose al agua y arrastrándome de vuelta, quizá dándome respiración boca a boca. Cómo me perdí eso! Pero en fin, como se imaginará, me ardía todo el cuerpo. Estaba cubierto de gasas y tenía una venda en la cabeza. Pero el mayor dolor, la peor picadura la tuve en la pierna derecha. Y ahora le voy a mostrar que todavía tengo la marca. Y a veces duele cuando la toco. Y además de todo esto tenía que soportar la terrible vergüenza de la increíble estupidez que había hecho. Tratando de impresionarla casi morí ahogado y ella debió rescatarme de forma milagrosa. Y perdí la perla, cosa que estoy seguro de que ella vio. Habíamos quedado en ir a una fiesta esa noche, pero yo no estaba en condiciones ni de moverme. Ella no vino a verme. Ni ese día, ni el siguiente, ni el resto de la semana. Después tuve que tomarme el bus a casa, y nunca la volví a ver. Declaré esas vacaciones un fracaso.
- Y no pasa mucho tiempo sin que maldiga esa aguaviva. Sobre todo en ciertas noches en que me despierto, con dolor en la pierna y el recuerdo bien presente.
-Ahora decidí pasar un par de días acá, quería pescar, y como mi señora no estaba interesada, nos peleamos y me vine solo. Pero esto es lo interesante: ayer, mientras estaba pescando, la vi. A unos cinco metros, estoy seguro de que era el aguaviva que me atacó años atrás. Y se dirigía hacia atrás del mismo peñasco por el que pasamos entonces. El mismo lugar. Doctor, usted tiene que ayudarme. Yo sé que conoce algún capitán de algún barco de la zona. Si encuentro esa aguaviva, puede conducirme a la joya que perdí, puedo recuperarla. Es una idea loca, doctor, pero creo que tiene algo de sentido. Y usted puede estudiar esa aguaviva cuando la atrapemos. Es una especie única, completamente exótica.

Permanecí en silencio, con la cabeza intencionalmente apuntada hacia un capitán que estaba en la barra, al que el doctor había saludado antes.
El doctor finalmente se levantó. Y se volvió a sentar, para levantarse nuevamente. Se fue caminando erráticamente hasta el capitán. Le puso una mano en el hombro, y pareció que estaban hablando. Yo miraba atentamente al capitán, y de repente éste me apuntó la vista y levantó su porrón de cerveza en ademán.
Las condiciones estaban dispuestas.

A la mañana siguiente, todos nos encontramos en torno al barco pesquero en el que íbamos a navegar. La tripulación iba a estar conformada por:

- El capitán: un hombre de incontables anécdotas, pero mayormente callado. Solitario, algo excéntrico y secretamente enamorado del mar como cualquier buen capitán. Y con un instinto sobrenatural.
- El doctor: un experto biólogo marino, conocedor de todas las especies y sus categorías. Un hombre de ciencia, que podía explicarlo todo haciendo uso de sus conocimientos, y predecir unas cuantas cosas.
- Nolan: un muchacho que asistía al capitán en varias tareas. Si no había escuchado mal, provenía de Groenlandia. Y se rumoreaba que era un gran arponero. Probablemente podía ayudarnos a reducir y capturar al aguaviva o cualquier otra monstruosidad que se nos atravesara.
Y yo, que no quisiera presumir, pero me convertí, con el tiempo, en un buceador que puede moverse en el agua como si hubiera nacido en ella.

Todo esto tenía para mí un cierto tinte a aventura como las que mi tío solía contar o leerme cuando era niño, y eso me entusiasmaba. Por otra parte, sabía que los demás estaban interesados en el dinero que podrían sacar de tan fantástica joya. Pero la verdad es que yo tenía otros planes. Mi idea era que recuperar la perla me iba a dar una excusa para ir a visitarla. Una iniciativa y un tema de conversación, y además creía que de pronto todo aquel incidente pasado nos iba a resultar cómico. Y no trágico, que es la forma en que lo recuerdo. Además de resarcirme también debo admitir que tenía cierto sentimiento de venganza hacia el aguaviva.
Así que subimos a bordo y soltamos el barco, que respondía al nombre de ‘El holandés errante’. Lo ocurrido a continuación va a ser mejor que lo cuente en base a lo anotado en la bitácora de viaje que escribí.

Jueves 16 de agosto, 10 horas
El doctor, un gran previsor, pronostica lo que podría ser un día de intenso calor. Esto produce alguna preocupación. Por ahora el clima es ideal.

Jueves 16 de agosto, 10:50
El joven Nolan es el primero en abandonar la travesía. Argumentando que está aburrido y quiere volver, el capitán le da permiso. Seguramente por su seguridad.
Jueves 16 de agosto, 11:30
Ninguna novedad particular. El mismo tiempo. El mar está calmo y el barco avanza de continuo. El capitán timonea con una botella de coñac al costado y de vez en cuando se manda un trago. En un momento lo vi en proa, alejado de todos, con la vista perdida en el mar. Aquel hombre solitario seguramente tenía mil anécdotas pero jamás contaría ninguna. Quién pudiera saber qué cruzaba su mente, qué recuerdos lo atormentaban y qué era realmente preciado para él. De pronto se sujetó de un candelero y vomitó por la borda. Parte del vómito cayo sobre sus pies, y en un momento pegó una resbalada tal que creí que iba a seguir la misma suerte de su devolución gástrica, y tuve el instinto de correr a sujetarlo. Pero vino caminando normalmente y se metió en la cabina, habiendo perdido su gorra y pipa en el incidente. Tomó el timón, e inexplicablemente se cayó contra una pared, sobre la que estuvo dormitando unos pocos minutos. De alguna forma yo estaba confirmado todo lo que siempre había oído sobre la excentricidad de los capitanes de mar.

Jueves 16 de agosto, 12:20
El calor es abrasador y todos están apantallándose con los elementos más aplanados que encuentran a bordo. El doctor, saca un agua mineral y unos sandwichitos de miga que compró antes de venir y los reparte. Sentado con él en la cubierta, sostuvimos recientemente un interesante intercambio de conocimientos sobre los delfines, ya que me parecía haber visto uno a la distancia. El doctor confesó que no sabía nada de delfines, pero me dijo que un paciente suyo había tenido un sueño extraño, en el que volvía a Mar del Plata, donde había pasado su adolescencia, y recorría lugares familiares. Entraba a un acuario donde recordaba que había un hermoso delfín, y lo veía en su compartimiento, pero al darse vuelta descubría que era un amenazador tiburón. Después cruzaba la calle para ir a la casa de una chica que había sido su amiga. Pero en vez de ella, en su casa encontraba una ballena gigante, y después descubría que el tiburón venía nadando por el aire atrás de él, intentando comérselo. Y entonces se daba a correr, huyendo de Mar del Plata.
Después de escuchar tal cosa, supuse que lo mejor que podía hacer era reírme.
Poco después el doctor decidió también que iba a desertar. Intenté hacerlo entrar en razón, pero me dijo que estaba por empezar el partido de la selección, y que había aceptado venir la noche anterior porque estaba borracho. Tuve que comprender que la cobardía se había apoderado de él. Pero de todos modos ya había cumplido su parte de la comisión, y quizás no era necesario de ahí en más. El capitán acercó el barco a un muelle que había a unos cinco metros y el doctor pegó un saltito y se fue caminando. Se llevó la sección de clasificados para apantallarse por el camino.
Sólo quedábamos el capitán y yo.

Jueves 16 de agosto, 12:50
Estuvimos un rato largo anclados en el lugar de destino, sin ningún tipo de pista de qué hacer a continuación. Yo estaba vestido de buzo. El capitán de repente vino gritando algo, pero no llegué a comprender. Caí en cuenta de que hasta entonces nunca lo había escuchado hablar, y que quizás era brasilero o hablaba en algún otro idioma, porque no entendía una palabra de lo que decía. Pero señalaba un punto del mar. Eso sólo podía significar una cosa: había hecho contacto visual con el aguaviva, que era de un aspecto completamente inconfundible. Me apresuré a traer un catalejo. Me paré en la proa y estiré el instrumento, pero la lente salió despedida y cayó al agua. Y al bajar la vista, ahí mismo la vi. Era el aguaviva blanca, no había error posible.
Dejé la bitácora, me puse las patas de rana, antiparras y tanque y saludé al capitán. Quizás no volveríamos a vernos. Estaba moviendo un televisor chiquito donde intentaba sintonizar el partido. Y me sumergí.
Hacía tiempo ya que no buceaba. Había olvidado lo acuoso y verde de la experiencia.
La gravedad dejó de tener efecto y empecé a moverme tridimensionalmente a voluntad, yendo hacia las profundidades. El aguaviva había tenido tiempo de desaparecer, así que tenía que explorar la zona.

Pero tengo que advertir al lector, que a veces el ambiente subacuático puede jugar malas pasadas a los sentidos, y uno ve ciertas figuras a la distancia que no resultan ser lo que parecen. Y aún desconfío de algunas cosas que vi.
Algo me rozó la cabeza, y pasó con tal velocidad que sus ondas me siguieron golpeando por algunos minutos. Pero no llegué a ver qué era, y en realidad estaba un poco confundido con respecto a qué dirección había seguido. El mar puede ser un lugar misterioso.

Al costado de un peñasco que tenía a la vista, vi un hermoso arrecife de coral rosa. Parecía entero como una gran planta hecha únicamente de flores de algodón. Se me hizo tan sensual al tacto que no pude evitar acercarme. Pero cuando mi mano estaba aproximándose, una de sus ramas desplegó espinas de un color rojo intenso. Así que la alejé cobardemente, y vi como volvía a su forma original. Si uno ponía atención, podía escuchar pequeñas vocecitas agudas. Como miles de ellas, discutiendo. Pero al acercarse mucho, se silenciaban completamente.
Tuve que dejar de estudiar el peculiar coral cuando vi un tiburón viniendo en mi dirección y se me erizaron todos los pelos del cuerpo. Me puse nervioso y por un momento me quedé paralizado, pero sentía como si diferentes miembros de mi cuerpo se movieran para huir en diferentes direcciones.

Mientras permanecía congelado por el terror, como en una pesadilla, el alivio fue llegando progresivamente a medida que se acercaba: el tiburón era más bien pequeño y me había engañado algún efecto óptico de magnificación acuática, o bien no estaba muy acostumbrado a mirar abajo del mar. O serían las antiparras. Resultó ser tan chico como mi mano, y de hecho venía con toda la intención de mordisquearme un dedo. Lo agarré con esa misma mano, y no pude evitar reírme de su minúscula ferocidad. Pero la verdad es que no sabía que hacer con él, mientras lo veía tirar mordiscos. Traté de quebrarlo apretando fuerte, pero no hubo caso. Así que lo guardé en un bolsillo.

Pero una amenaza mucho más real me esperaba más abajo. Mientras nadaba, sentí que algo me tocaba el hombro. Pensé que era el tubo, así que lo corrí. Volví a sentir el contacto, y giré la cabeza para ver un tentáculo de alguna monstruosidad moluscosa de la que tuve que alejarme un poco(desesperadamente) para poder comprender su forma. Era un calamar gigante, que tenía, por alguna razón, un pico debajo de su único ojo. Y de hecho se lo escuchaba cacarear, lo que me produjo extrañamiento y horror. No podría decir de qué color era porque cambiaba todo el tiempo. Lo único que me había dado un poco de tiempo para reaccionar es que un grupo de salmones estaba justo atravesando nuestro espacio. Eran cinco, y cada uno de ellos fue alcanzado por un tentáculo y devorado.
Hubo una explosión de color, el agua se nubló de tinta roja. Mientras me alcanzaba la nube, seguía avanzando en la dirección en la que iba originalmente, pero completamente desorientado. Un tentáculo se me pegó a la cabeza mientras miraba hacia atrás y me envolvió. Estaba delante de mí. Y ahora me arrastraba hacia su monstruosa cabeza, en la que de pronto llegué a ver una boca dentada abierta entre los tentáculos, que se abría y cerraba siniestramente, como anticipando la masticación de mi pobre cuerpo. Nadar o esforzarme por salir parecía ser inútil. Y entonces vi algo recto en ese cuerpo de curvas zigzagueantes, algo cuyo brillo reflejó luz dichosamente hacia mis ojos. Un hacha clavada en lo alto de un tentáculo. Por lo visto alguien había intentado luchar contra el monstruoso cíclope valiéndose de esa arma y probablemente había sido devorado. La manoteé y la hice mía con el más fuerte tirón que haya pegado. Y en vez de resistirme, nadé en la dirección en la que me llevaba el tentáculo, pasé de largo la boca y me dirigí hacia el ojo, que partí con un hachazo devastador. Y de él comenzó a emerger líquido de todos los colores, el agua se opacó más y ya no podía ver nada. Con el siguiente hachazo corté el tentáculo y pude al menos nadar libremente, aunque mi lucha con el tentáculo continuó un rato más y tomó varios cortes. Cuando miré hacia atrás, había un espectáculo de colores, procedente del calamar, con figuras que se agrandaban y achicaban. Había círculos, espirales y todo parecía tener una cierta simetría. Pero no quería quedarme mirando mucho aquello, así que huí.

Mientras seguía descendiendo, encontré un pez linterna. Lo tomé porque mi visibilidad no era muy buena y me venía como anillo al dedo. Pero no sabía cómo prenderlo o activarlo, probé haciendo presión en diferentes puntos y no pasó nada. Finalmente, cuán sabia es la naturaleza, cuando descendí algunos metros más y la oscuridad se volvió más densa, el pez se prendió automáticamente, con un aura verdosa que me trajo tranquilidad. Y noté que estaba frente a un mástil enorme.

Había una gran embarcación escondida atrás de una formación rocosa. Quién sabe de qué siglo. Estaba decorada por corales bailarines, pero era verdaderamente sombría y daba escalofríos. Sin embargo, no pude contener mi ansia explorador, y además tenía el presentimiento de que ése era el camino a seguir.
Mientras nadaba hacia él noté el fondo un poco más abajo, cubierto por brillantes estrellas de mar amarillas.
Encontré una puerta entre dos escaleras en lo que parecía ser el castillo de popa. Estaba trabada y la abrí de una patada. Adentro encontré un amplio ambiente de pura oscuridad.
Lo primero que llegué a iluminar fue una mesa, que arriba tenía un plato con un langostino rojo servido. Pero ni bien me vio, se fue nadando y desapareció.
Pero lo que vi o me pareció ver a continuación no necesitaba ser iluminado. En el centro del cuarto parecía haber dos figuras, como espectrales. Una pareja de un pirata y una sirena parecían estar bailando vals, levemente iluminados por alguna luz inexistente. Era un efecto óptico extraño, parecía que mientras me acercaba seguían manteniéndose a la misma distancia. Y de repente ya no los vi. Y no puedo asegurar que los haya visto realmente en primera instancia, pero mi corazón palpitaba.

Atravesando una puerta entreabierta me encontré en la cabina de mando. El timón estaba ahí, y el capitán con él, manejando. Era otra aparición espeluznante, pero por alguna razón me causaba gracia. Era imposible no reírse viendo al hombre, timoneando tan apasionadamente una embarcación encallada en el fondo del mar, y con un enorme peñasco por delante que parecía haber destruido parte de la proa.
- Tenga cuidado capitán-le grité- me parece que hay alguna formación montañosa en su trayectoria. No vaya a ser que ocurra una tragedia!
El hombre, o su fantasma, seguía girando el timón ridículamente. Era evidente que no me escuchaba y no tenía noción de dónde estaba.
De pronto giró. Tenía un corte muy fino que no parecía haber cicatrizado, dividiéndole la frente. Habló y su voz parecía salir de todas partes:
- Usted cree que sabe dónde está? En realidad no tiene ni idea. En este momento está tirado en el suelo, retorciéndose por la resaca de su noche de borrachera. Y se quedó sin tiempo para hacer todas las cosas que cree que está haciendo.
No tenía idea de qué hablaba. Pero le pegó violentamente al timón, que quedó girando a gran velocidad. Y de repente sentí como una fuerza que me empujaba bruscamente y salí expulsado por la ventana.

La suerte me llevó al tesoro. En frente mío había un brillante cofre, abierto, sobre la arena. Estaba lleno de riqueza reluciente de todos los colores. Alguien había tratado de huir probablemente con el botín del naufragio, pero había desistido o fracasado en el camino. Entre mis manos se escurrían monedas de oro, perlas plateadas y amarillas, aguamarinas azules y una gran concha de plata. Pero algo resplandecía en el fondo, y revolviendo llegué finalmente a dar con mi objetivo gloriosamente: la perla perdida del título, ahora había sido encontrada y estaba en mi mano de nuevo. Y esto me trajo de repente multitud de recuerdos. De ella.
Pero debo decir que no era exactamente tan grande y tan luminosa como la recordaba. O quizás había desmejorado? Como fuera, estaba seguro de que era la misma.
Y levantando arena se presentó mi némesis, el aguaviva blanca. Ahora pensaba que quizás había usado ese cofre oculto para guardar sus riquezas. Y entonces venía ahora a defender lo suyo.
Recordando nuestro anterior enfrentamiento, sabía que no tenía una buena oportunidad cuerpo a cuerpo, así que como primer medida retrocedí cobardemente. Como había visto el esqueleto de un pez espada colgado de una pared en el barco. Me metí nuevamente por la ventana y lo tomé para usarlo como arma. El capitán seguía timoneando.
Para cuando salí, el aguaviva parecía estar huyendo con mi perla nuevamente. La luz la delataba. Me propulsé hacia ella usando como apoyo la pared tras de mí.
Parecía ir hacia la superficie, hasta que logré acercarme a un metro y se detuvo. Se volvió y me embistió, probablemente con la intención de picarme. Yo esgrimí un espadazo tratando de ensartarla, pero se desplazó muy rápidamente hacia mi costado.

Parecía haber movimiento a mi alrededor, pero no podía prestar atención, tan concentrado como estaba en una pelea por mi vida. Mi rival trató de acercarse y tuve que usar el pez como escudo para evitar que conquistara mi torso. Pero con un solo toque sobre mi mano desnuda, sentí el dolor y dejé ir la espada. Mi mano se agitaba sola, sin saber qué hacer.

Una corriente bastante fuerte pareció llevarse súbitamente al aguaviva, que salió disparada. Y otra me llevó en dirección opuesta, para mi mayor sorpresa.
Había un vació de aire adelante, y empecé a notar entonces que probablemente estaba atrapado en algún tipo de remolino.

Pero pude ver la perla, entre mis piernas, en un instante. Venía atrás mío, así que me di vuelta y traté de alcanzarla. Pero no llegaba, y no tenía forma de desplazarme. No mucho después la perdí de vista, desafortunadamente. Veía pasar muchos objetos que el remolino había succionado. Un salvavidas que vi pasar y tampoco pude alcanzar. Ignoro de qué barco. Una pipa. Corales varios. Algún molusco deforme. Huevas negras. Un par de cubiertos. Una pipa. Y lo que parecía ser una lata de espinacas.
Confusión.
Algo me golpeó en la cabeza y todo se tornó como un poco más difuso. Creí ver una última triste imagen del aguaviva huyendo con la perla verde. O eso me pareció. Entonces se apagaron las luces y se corrió el telón.
Me desperté, tirado en el suelo y apoyado contra la pared, en el bar. Mi baba estaba a un milímetro de tocar mi chomba. Algún empleado estaba pasando un trapo y de vez en cuando me tocaba con el secador de piso.
Probablemente todo había sido una especie de sueño. Pero sin embargo, ahí a mi costado, estaba el mini-tiburón que antes había guardado en mi bolsillo. Y con esta imagen quisiera terminar mi relato, dejando al lector sus propias conclusiones.
Un niño que andaba por ahí, probablemente el hijo del capitán (que yacía inconsciente sobre la barra) se acercó al tiburón y le dio cuerda. Y éste comenzó a mover sus fauces mecánicamente, con un rugido algo chillón.

Unos días después, ya estábamos volviendo a casa. Marta estaba dormida a mi costado y yo conducía. Aprovechando que no estaba despierta había hecho un desvío por Aguas Verdes. Había tomado una calle que subía por el monte. Y sabía que al bajar iba a pasar por donde recordaba que quedaba la casa de ella.
Después de algunas curvas bajé un poco la velocidad y vi la casa, adelante. Miré atentamente, había una figura, tendiendo ropa. Una figura femenina. Tenía un pañuelo en la cabeza. Justo cuando la sobrepasaba, se volvió, pude ver su cara. Tenía ojos verdes, iguales a los de la chica que recordaba. Noté que había un niño a su lado, y estaba embarazada. Pero no era ella. Era otra persona.
Y tan de pronto había quedado detrás. Solamente visible a través del retrovisor.







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128. UN MAR DE SORPRESAS

Me encontraba en casa, terminado de abrir los ojos recién despertado, un día normal de primavera. Los rayos del sol entraban por la ventana, calentando y llenando de claridad la habitación. Buen presagio del día que empezaba, cosa que me llenaba de ánimos y ganas de saltar de la cama. Eolo se había calmado después de soplar como pocos los últimos días, una mañana soleada ofrecía buenas expectativas. No eran inusuales los temporales de poniente por estas fechas, aunque no con la violencia e intensidad de días atrás.

Como un autómata, después de salir del baño, me preparaba el desayuno, fantaseaba con la inmersión que iba ha hacer. Sentado, mientras me tomaba mi tazón de leche caliente con cacao, miraba por la ventana de la cocina, desde la cual veía la costa y las islas de poniente, no muy lejanas. Se apreciaban las olas y como estas batían contra las islas, salpicándolas de blanco. Una detrás de otra, sincronizadas, sin pausas. No eran las condiciones perfectas para bucear, pues no tenía ninguna gana de salir con la barca a ese sin fin de montaña rusa. Todavía recordaba la ultima vez que al terminar de bucear no muy lejos de allí, se había levantado mal tiempo, con olas como hoy, dando saltos durante todo el camino de vuelta, tardé el triple de tiempo de lo normal en llegar a la playa, cansado como si hubiera corrido una carrera de obstáculos. Este último pensamiento terminó por decidirme. – Hoy iría a Cala Rotja, que esta resguardada de la mala mar y puedo dejar el coche cerca de las piedras por donde entrar cómodamente al agua-- pensé yo. Conocía muy bien esa playa, había buceado cientos de veces. Era una zona de arena con posidonia y alguna piedra aislada. A partir de los treinta metros de profundidad, en un claro de arena se alzaba una piedra desde el fondo hasta la superficie del agua, con paredes verticales, que conocíamos como el “bajo de dentro” en la que se podía ver algún mero, morenas, sargos, cabrachos, doncellas, castañuelas… una pequeña, pero variada fauna típica, revoloteando y dándole vueltas. Más de una vez hasta barracudas había visto patrullando y controlando esos pececillos pequeños que corrían a refugiarse entre las posidonias o entre los muchos agujeros que ofrecía la roca, nada más verlas. Unido a la claridad del agua, hacia de esta inmersión un lugar tranquilo, que solía utilizar para llevar a mis amigos “novatos” y también muy a menudo cuando tenía que probar algo de mi equipo para asegurarme que funcionaba correctamente.
No tardé nada en cargar en el coche con todo el material y llegar al lado de la playa. Una hora después me encontraba equipado y preparado para saltar al agua. Una vez en el liquido preciado, última revisión y ya estaba buceando.
Quería probar el regulador que había modificado, mi inseparable Apex tx-100, siempre se comportaba, hasta en las condiciones mas exigentes, pero pensaba que todavía se le podían sacar mejores prestaciones y le había aumentado la presión de trabajo un poco más, hasta las 12 atmósferas. Así que me dedicaría a probarlo y verificar que la modificación funcionaba bien, disfrutando de una tranquila inmersión.
Desde la superficie hasta los 10 metros, el fondo era un continuo mar de dunas pequeñas, como a escala, y a partir de ahí empezaban las plantas de posidonia, con sus raíces tupidas que las anclan al fondo, comiéndole poco a poco terreno a la arena. Sus ramas o hojas llenas de pececillos, nudibranquios y algún que otro cangrejo con un casi perfecto camuflaje, se difuminaban con el azul intenso del agua. A partir de ahí, el fondo iba ganando profundidad hasta llegar a los treinta metros, en una pendiente continua pero suave, alternando algún claro de arena con la posidonia, hasta solo quedar arena en los cuarenta metros, estabilizándose en esa profundidad en toda la pequeña bahía que forma la resguardada cala.
Llevaba media hora buceando. En el fondo se apreciaban los estragos que había hecho el temporal en las zonas más expuestas, la arena estaba removida, algas y posidonia arrancadas flotaban sobre la arena, al compás de las olas. Había probado el regulador y estaba satisfecho. Funcionaba bien, no había fugas, tenia suficiente caudal para el jacket y las dos segundas etapas funcionando a la vez, hasta notaba más aire cuando aceleraba mi respiración. Miré el manómetro, ya solo me quedaban 80 Bares, suficientes para volver. Estaba flotando a pocos metros del fondo y del bajo, miraba una morena que igual que una serpiente se deslizaba entre las piedras, entrando por un agujero y saliendo por otro, camino del siguiente escondrijo en busca de su ansiada comida. Un extraño ruido capto mi atención junto a un rápido pero profundo escalofrío, no sabía de donde venía, pero este se repetía. Extrañado ya que no veía nada por más que mirara en todas las direcciones. Me pareció ver una sombra, si, detrás del bajo debía haber algo, se veía, donde acababa la pared de piedra y empezaba la arena del fondo, a cierta distancia y oculto por este, una gran nube de arena, igual que la que producen las turbulencias del aletazo de un buceador. ¡Qué extraño! ¿Qué pez podría hacer eso? Y el extraño ruido continuaba. De golpe, disparada hacia la superficie, una mancha gris, apenas a diez o quince metros de mí, a una velocidad increíble, en un acto reflejo me paré en seco, mientras me recorría un nuevo estremecimiento, como un calambrazo. Parecían torpedos, saliendo del fondo, decenas de veloces sombras seguían a la primera, paralizado por la sorpresa, seguía los movimientos alocados, desesperados diría yo, hasta que desaparecieron, en dirección a la superficie, tan rápido como habían aparecido. Me di cuenta, después de descartar el alubión de ideas que intentaban explicar lo que acababa de suceder, que lo que veía, ¡eran delfínes! Unos pacíficos y simpáticos ¡delfines!. Me tranquilice al comprender que no pasaba nada, solo una pandilla de veloces delfines. En el agua donde habían estado, flotaban pequeñas partículas que brillaban. Al acercarme más, vi que eran escamas de peces que reflejaban la luz del sol que llegaba hasta el fondo. ¡Menudo festín se debían estar dando!. Seguramente los delfines al verme, mas asustados que yo, habían salido disparados, desapareciendo hacia la superficie, huyendo de un “pez” muy raro y torpe, expulsando burbujas, que al ascender hacían un ruido ensordecedor. Tampoco se oían los ruidos que me habían llamado la atención, seguramente producidos por sus sonares naturales que utilizan para detectar y aturdir a sus presas. Al mirar el manómetro solo me quedaban 70 Bares. Empezaba a nadar para volver a la playa cuando de nuevo, sin previo aviso, una vez más, una extraña sensación, recorría mi cuerpo, esta vez no parecía ocurrir nada fuera de lo normal, no oía ruido alguno, ni veía nada extraño… Me quedé nuevamente parado a media agua, mirando de reojo al bajo y lo que se extendía detrás de él, todo uniforme, arena sin ningún relieve ni mancha de diferente color que delatara algo que no fuera arena. Hasta que llegué a la superficie, perdiendo de vista el fondo.
Que inmersión mas extraña, iba pensando mientras regresaba a la orilla. Después de salir del agua y colocar todos los ”trastos” de buceo me tumbé en las rocas, al sol de primavera que tanto se agradece después de los fríos y oscuros inviernos, pensando en la comida que me esperaba al regresar.
Una semana más tarde. Llegaba a casa con la compra del supermercado. Tenía invitados a cenar, y me tocaba cocinar a mí. Para el menú lo tenía todo comprado y listo, no me llevaría mucho tiempo prepararla, una hora a lo sumo. Ahora solo me quedaba conseguir algo fundamental para hacer un magnífico mero al horno ¡el mero! Era pronto, y hasta las nueve de la noche no empezarían a venir los invitados, eso me daban seis horas para ir a pescar, ducharme y preparar la cena.
Recogí mis trastos de pesca y me fui en moto hasta la playa. Después de ponerme el traje con agua y jabón en la orilla acabe de equiparme dentro del agua. La pesca en apnea es más cómoda que el buceo ya que no llevas tanto peso, ni botella, ni jacket. Llevaba hora y media nadando y lo único que había visto era un erizo negro y pequeño. Decidí cambiar de zona, buscar un poco mas de profundidad por donde esta el bajo de “dentro” que suele haber algún mero, pensé. Al llegar y hacer las primeras bajadas mirando todos los agujeros que conocía, no se veía ni un pez, día raro, de esos que parece que el mar no tiene casi vida. Bueno, si no encuentro ningún agujero con pescado, probaremos a cambiar de técnica. Empecé a hacer esperas a unos 25m de fondo, escondiendo todo mi cuerpo entre la posidonia, asomando solo la cabeza y teniendo el fusil apoyado en una piedra listo para disparar al pez que mostrase curiosidad por mí entrando en el campo de tiro. No aparecía ninguna presa, seguía sin tener suerte. El tiempo iba pasando, y empezaba a pensar que tendría que volver al supermercado a comprar el pescado, cuando estando a media apnea, por un lateral de mi campo de visión apareció un bonito dentón, al principio se mantuvo fuera del campo de tiro, pero poco a poco, fue nadando hacia mí, vencido seguramente por la curiosidad. Estaba apuntándole, sin moverme un milímetro, sin pestañear si quiera, ya sin casi aire, al límite de la apnea, un metro más, medio metro, y como si hubiera sido a mí al que dispararan, me entró un escalofrio, de punta a punta del cuerpo. Me quede paralizado, con los pelos de punta, viendo como el dentón seguía nadando cada vez más lejos de mí, hasta desaparecer en el azul. En superficie, casi asfixiado, no me explicaba lo que había pasado. Volví a bajar, una vez en el fondo sentía una extraña sensación, como de malestar, estaba intranquilo. Una nueva bajada, seguía estando incómodo, mi ritmo cardiaco se aceleraba en exceso, las apneas se acortaban por el frio que empezaba a sentir también. La ultima bajada, cerca del bajo de “dentro”, miraba debajo de una piedra apoyada en otra, cuando vi de refilón algo que llamo mi atención, separado una veintena de metros, en la arena y casi en el limite de la visibilidad, algo mas oscuro que la arena, algo borroso, y alrededor pequeños brillos, intermitentes, alternativos. Primero en un extremo y luego en otro, por mas que intentara centrar la vista, no lograba verlo claro. Una sensación de agobio me inundaba, el aire se iba consumiendo y las ganas por respirar iban creciendo. Empecé a subir sin despegar la vista de la mancha oscura. Seguía sin ver nada y, a medida que iba ascendiendo desaparecía. En superficie respiraba intentando relajar mi ritmo cardiaco, empezaba a tener frío de verdad, casi a tiritar. Y como si no fuera poco, se había hecho tarde y no llevaba pescado para la cena, sin pensar siquiera en lo que había visto. Con esos pensamientos me dirigí nadando a buen ritmo a la playa. Al llegar y cambiarme, me marché con la moto refunfuñando yo solo y pensando en el viaje que me quedaba todavía hasta el supermercado a comprar un pescado que había sido incapaz de capturar, habiéndolo tenido tan cerca.
Esa misma noche, en la cama, después de que se hubieran marchado los hambrientos invitados no podía dejar de pensar en lo que había pasado con el dentón, esas extrañas sensaciones y ver una mancha oscura, borrosa, con unos brillos no menos extraños en la arena, donde solo debería haber arena. Algo no me cuadraba. No me había pasado otras veces, o si. Me acorde de la inmersión de la pasada semana, también en Cala Rotja, y cerca del bajo. También esas raras percepciones. Y lo de los delfines, ¿casualidad?. Más bien extraña causalidad. Tantos delfines en esa zona. La verdad es que no había visto nunca un solo delfín cerca, sin pensar en la decena que había esa mañana, y con ese comportamiento tan atípico. Pero lo que mas me intrigaba, era lo que había visto o, pensaba haber visto en la arena. Sin conseguir llegar a ninguna explicación, pensé que lo mejor seria volver por la mañana con las botellas y explorar con calma la zona. Con esa idea me fui quedando dormido.
Por la mañana me despertó una intensa claridad. Al mirar el reloj, me di cuenta que eran mas de las doce del mediodía. Se me habían pegado las sabanas. Cosa habitual después de la copiosa cena, con sus postres y sus chupitos hasta altas horas de la noche. De un salto me incorporé, como un muelle y, después de desayunar y meter en el coche todo el equipo de buceo me dirigí a la playa.
Al llegar, con ganas de aclarar mis dudas, me equipe y sin perder un segundo, fui entrando en las tranquilas y claras aguas. En superficie nadaba en dirección al bajo, que me servia de referencia para no perder tiempo en rodeos por el fondo. Mientras bajaba por la pared rocosa del bajo, vertical, como si estuviera cortada a cuchillo. Descendía hasta los treinta metros, donde empezaba la arena. Me decía a mi mismo que me relajara. Estaba ansioso, torpe. A medida que ganaba profundidad y como si la presión del agua me sirviese de bálsamo, mi respiración se relajaba y me iba sosegando más y más. Al llegar al fondo comprobé que todo funcionaba bien y estaba en su sitio. Mirando para orientarme me percaté que algo inusual sucedía. No se veía ningún pez, ¡que raro!. En dirección a la arena no se veía nada. Con el bajo a mi espalda calculé que tendría que ir nadando hacia el norte unos cincuenta metros para llegar donde creí ver el día anterior la mancha borrosa con los brillos. Estaba a veinticinco metros de profundidad y empecé a nadar en la dirección calculada. No veía nada anormal, solo arena y agua, ni un pececillo. Tampoco oía nada inusual. Empezaba a sentir en el estómago como si me diera vueltas. Concentrado en la inmersión y en lo que tenía delante seguía nadando. La respiración cada vez se me hacia más audible, más intensa. Arena y más arena. Cuando de súbito, un fugaz brillo capto mi atención, y luego otro, y otro. Veo claramente la arena, ya no es uniforme, el rizado de dunas pequeñas típico, ha desaparecido y, estas son más grandes. Pienso que también a esta profundidad los últimos temporales han removido la arena. Y sobre esta, en el limite de la visibilidad, un intermitente reflejo plateado. A su derecha otro. A medida que avanzo, aparecen más y más brillos. Desde aquí percibo que tienen tamaños diferentes, son alargados, de formas rectangulares, sin cantos ni bordes, unas grandes y otros pequeños. ¿Qué será?. Sigo nadando. Ahora ya los tengo en todo mi campo de visión. De golpe me detengo, veo lo que es, pero no puedo creerlo, me niego a aceptarlo. Cientos, quizás más. Inertes sobre la arena se encuentran peces de todos los tipos. Silvias, sargos, raones, doradas, rayas boca arriba…. ¿Qué habrá pasado aquí?. Todos muertos, sin movimiento, tendidos en la arena. Sigo nadando, mirando detenidamente el fondo, como si de un cementerio se tratase, intentando buscar una explicación. Paso por encima de un gran mero, con la boca abierta, y al lado otro más pequeño junto con un par de corvinas. Ahora ya me rodean, mire donde mire, hasta el límite de visibilidad, todo son peces muertos. Increíble, todavía no me lo creo. Cansado ya de tan triste visión, mientras me daba la vuelta, regreso a la playa, a mi izquierda veo un montón de arena más alto, sobresaliendo del fondo. Extrañado y movido por la curiosidad, me voy acercando a la vez que asciendo sobre el fondo para conseguir ver lo que es, con mejor perspectiva. La respiración se me vuelve a disparar, a medida que me acerco la imagen se va haciendo mas clara. Las piezas van encajando en el puzzle. Ahora ya no tengo dudas. Ya no me parece tan raro el comportamiento de los delfines. Ni las escamas en suspensión que dejaron estos al huir. Tampoco mis extrañas sensaciones, como si un sexto sentido me quisiera avisar. Ni la falta de vida por los alrededores. Dentro del agujero, en la arena, a treinta y cinco metros de profundidad, desenterrado seguramente por algún temporal. Como si de la columna vertebral de una persona se tratase, sobresaliendo de la arena del fondo, terminando en el oscuro agujero, destapado por casualidad. ¿Tendría algo que ver la reciente urbanización que habían construido al lado de la playa, en su lado leste?. Vomitando por su agujero negro, como si fuera una cascada sin fin, transportado por la leve corriente, viajaba su asesino silencioso. Esa era la causa de la matanza en esta bella Cala Mediterránea. Como huracán que arrasa y luego desaparece, dejando en su camino solo destrucción.

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127. GALAPAGOS

No recuerdo cuando soñé con ir a Galápagos, no se cuando fue la primera vez, quizás como dice la canción “Recuerdo que hace tiempo, creo que antes de nacer…”
Todo empezó hace casi un año, con la frustración de un viaje a Isla de Coco que no pude hacer por problemas de fechas. “Ahora no me iré – me dije – pero cuando lo haga lo voy a hacer bien, ¡me voy a Galápagos!”

Debido a unas bajas, quedaban cuatro plazas para Septiembre, ahora faltaba buscar compañeros de viaje, pero por una u otra razón, nadie se apuntó. Puse un post en el foro por si alguien se animaba y nada. Pasaban los días, las plazas estaban disponibles para todo el mundo, iba a perder la oportunidad, siempre había viajado con amigos y no concebía ir solo. Pero tras una conversación con mi Mari que fue la que me animó a cumplir mi sueño, despejó mis dudas y porque no decirlo, también mis miedos, unos días antes de Reyes de este año, formalicé mi reserva.

A ella le dedico este relato, sin ella no lo hubiera cumplido.

03/09/09

Tras pasar una noche en el Hilton de Guayaquil, impresionante el hotel por cierto, salgo para el aeropuerto para volar a Galápagos, entre los nervios y el maldito cambio horario llevo despierto ya,desde las 6 de la mañana.

Tras un vuelo de hora y media llegamos a San Cristóbal, capital del archipiélago, allí nos esperan los que van a ser nuestros guías la próxima semana, Giancarlo y Rubén y conozco a mis compañeros de crucero, parecemos la ONU, 4 americanos, un inglés pareja de una holandesa, un sueco pareja de una inglesa, un japonés (que sería mi compañero de camarote) y los cinco españolitos, dos catalanes César y Toni (buena gente son del Español, no del Barca), un vasco Juan Carlos (también muy buena gente), un madrileño Ángel (éste de bueno no tenía nada) y servidor, un murcianico (el peor de todos).

El trayecto del aeropuerto al puerto, es de apenas cinco minutos, allí ya vemos leones marinos en el mismo puerto justo al lado de donde embarcamos, tan cerca que podemos hasta olerlos.

Pequeña presentación en el barco, preparamos los equipos y tras comer, partimos a Isla Lobos, a hacer un chequeo para ver el lastre que necesitamos. Y poco más se pudo hacer, por que no había nada que ver, de no ser por un par de leones marinos jugando, la inmersión hubiera sido bastante frustrante. El chequeo del lastre fue desastroso, primero cometo el error de pensar que el menor peso del botella de aluminio se compensa con la menor salinidad del agua, me tiro el agua y floto como una boya, luego le unes que las pesas que decían que pesan 2 Kg, no pesan 2 Kg, bueno al final acabé por el fondo cogiendo rocas, que como eran volcánicas y porosas no pesaban nada, tuve que acabar cogiendo una enorme para no irme como un globo, empezaron las risas.

04/09/09

Nos proponemos realizar la primera inmersión seria, y ya se nota en el briefing. Lo primero que se explica son las normas en caso de que alguien se quede solo arrastrado por la corriente, para arriba y a sacar una bandera despegable (no se utiliza boya), y en caso de no ser visto, a todos nos han puesto una baliza en el chaleco, para localizarnos vía satélite con un alcance de 9 Km.

Realizamos dos inmersiones en SEYMUR NORTE, el agua fría sobre 18º C, visibilidad sobre 20 m, corriente moderada, nada del otro mundo para quién le han salido los dientes buceando en Cabo Palos. Nada más caer al agua empieza el espectáculo, una cueva con tiburones puntas blancas y antes de darme cuenta, una sombra por encima nuestro, una manta de más de 4 metros, al fondo una tortuga y no llevo ni 5 minutos de inmersión. Dejándonos llevar por la corriente seguimos la inmersión, los puntas blancas están por todos lados, en cuevas descansando o nadando a media agua, más tortugas, bancos enormes de peces cirujano, el jardín de las anguilas, bueno impresionante

Al llegar a una especie de saliente la corriente arrecia, me acuerdo de la chulería de pensar, “tampoco es para tanto” al empezar la inmersión. El brazo del flash se dobla, me tengo que enganchar con un cabo de corriente y sujetar la cámara con las dos manos, aún así me cuesta. En estas condiciones imaginaros las fotos, la mayoría de recuerdo.

Al final nos quedamos solos mi compadre Angel y yo, él va con vídeo y yo con fotos, nos llevaremos bien, nos perdemos con la misma facilidad.

Repetimos una segunda en el mismo sitio, la corriente es aún más fuerte, al final de la inmersión en un segundo que me entretengo con unas fotos a unos tamboriles pasa todo el mundo arrastrado por la corriente, yo pienso que todavía no han llegado y me quedo esperando, tras un rato sólo decido subir y tengo el dudoso honor de ser el primero en estrenar la bandera.

Por la tarde realizamos una visita terrestre a Seymur Norte, a ver fragatas, piqueros patas azules, que estaban anidando, iguanas tanto marinas como terrestres y como no leones marinos. Como destacar, la ausencia de miedo de los animales hacía el ser humano, los podíamos haber tocado si hubiéramos querido. Giancarlo, el guía nos habla sobre la fauna y la vegetación de la isla. Tengo ocasión de comprobar como pega el sol en el Ecuador, aunque me he embadurnado de crema, acabo como un bote de Coca-Cola.

Tras esta excursión, partimos hacia uno de los dos grandes objetivos de este viaje, nos esperan 14 horas de navegación que se hicieron eternas, no por las condiciones de la mar, que fueron muy buenas, sino por las ganas de llegar a unos de los mejores sitios de buceo del mundo, la isla de WOLF.

05/09/09

A las 6 de la mañana ya estaba arriba, en el solarium, viendo como nos acercábamos a WOLF, es impresionante en medio de la nada la gran roca, alguien del foro (no recuerdo quién) dijo que le había impresionado las paredes verticales hundiéndose en el mar, y no puedo estar más de acuerdo, 300 m me dijeron, sino más, de pared de roca totalmente vertical.

En el briefing, se nos explica como va a consistir la inmersión, bajar rápido evitando que nos arrastre la corriente, sujetarnos como podamos y ver el espectáculo que vamos a tener delante. Nada más sumergirnos, me doy cuenta de que la temperatura del agua ha subido a unos 25ºC, la visibilidad regular, unos 15 m, y es curioso no es que tenga el agua partículas en suspensión, es como si hubiera niebla. También veo la total ausencia de corriente. Esto último me mosquea un poco, ausencia de corriente significa ausencia de vida y así es, no pillamos WOLF en pleno apogeo, aun así el espectáculo es grandioso.

Tiburones martillos por todas partes, en pareja, solos, en pequeños grupos, son tímidos y no se acercan mucho, algunas veces dan giros bruscos como asustados. En un momento de claridad se ve un grupo de unos 40, con sólo 15 m. de visibilidad, lo que tiene que haber en ese azul. Aparecen las omnipresentes tortugas, rayas águilas, bancos de cirujanos, morenas dentro de cuevas y aún más fuera de ellas. Las condiciones para las fotos son malas, si pongo el flash salen sucias y si lo quito oscuras, en fin hago lo que puedo. En la parada de seguridad, pasan rápidos unos delfines, que luego pudimos ver en el barco, saltando sin parar, por todas partes, sería una manada de más de un centenar de ejemplares.

Hacemos dos inmersiones por la mañana, pero por la tarde cambia la cosa y aparece la corriente, llevadera, y con ella el incremento de vida. Sobre todo en la última inmersión del día, ya atardeciendo, vemos un espectáculo aún mayor que el de esta mañana. Los martillos se les ve más activos, se acercan más, las rayas águilas vienen en grupo de 8 o 10 y aparecen los tiburones galapeños, mucho más confiados que los martillos. Con su ojo color bronce, nos observan al pasar a apenas 2 m de distancia, alguno incluso menos. Hay hembras enormes de 3 m. Tras permanecer unos minutos en un sitio, nos dejamos arrastrar por la corriente hacia otro lugar. No sabes donde mirar, donde no lo hagas, seguro que te pierdes algo. Esa imagen de un galapeño, saliendo de esa especie de niebla que había y pasando a escasos 2 m de mí, es una imagen que nunca podré olvidar. También se ven puntas blancas oceánicos.

Durante la parada de seguridad veo a los martillos pasar por debajo de mí, salgo del agua sabiendo que acabo de realizar la mejor inmersión de mi vida.

Después de haber estado buceando rodeado de tiburones sin ningún tipo de temor, una vez en la zodiac al ver las aletas cortando la superficie del agua, es curioso la sensación de desasosiego que produce.

Hacemos noche en WOLF, y muy temprano saldremos hacia el segundo gran objetivo de este viaje, el ARCO DE DARWIN.

06/09/09 – 07/09/09

Si impresiona WOLF, aún lo hace más la isla de DARWIN y su majestuoso arco, aún más en medio de la nada. Tranquiliza ver el mar, prácticamente como una balsa de aceite, estamos teniendo mucha suerte en este aspecto.

En el briefing, se nos explica lo que vamos a hacer, caer a unas especie de terrazas, mirad al azul y buscar nuestro gran objetivo en DARWIN, el tiburón ballena. Los guías sólo utilizarán la maraca, para avisar que han visto uno, por ninguna otra razón. Cuando se vea uno, se sale al azul, se nada un poco con él y se vuelve a la roca a ver si se ven más. Recomendaciones al bucear con ellos, cuidado de no ponerse delante, no tocarlo, y mucho ojo con la profundidad, en el azul y sin referencia te pueden hacer subir o bajar sin darte cuenta, y doy fe de ello.

Caemos a una de estas terrazas a unos 25 m y nada más aterrizar ya vemos el primero, está casi en superficie y es “pequeño”, unos 6 m., volvemos a la roca, no merece la pena. Pasan los minutos mirando al azul, se hacen eternos, me entretengo con alguna foto, un banco de caránjidos ENORME, y siguen pasando los minutos.

Cuando llevamos ya casi media hora la desesperación ha podido conmigo, ya estoy pensando en la siguiente inmersión, “quedan cinco todavía” me digo, sigo mirando el azul, me duelen los ojos de tanto esforzarme, al final la vista me enfoca, no al azul, si no a las partículas que flotan en él. Doy la inmersión por perdida.

Cuando menos me lo esperaba, suena una maraca, no me lo puedo creer, miro a mi izquierda y veo a Rubén, uno de los guías, saliendo hacia el azul, con una mano hace sonar ese aparato que produce un ruido que aborrezco pero que ahora sonaba a música celestial, con la otra señala delante de él. Salgo dando aletas y miro donde señala, pero no veo nada, vuelvo a mirarlo y le veo insistiendo en la misma dirección, sigo sin ver nada pero le sigo ciegamente.

De repente y justo allí donde Rubén me señalaba, aparece, al principio el azul un poco más oscuro, luego ya se dibuja la silueta que poco apoco se va definiendo, se le empiezan a ver sus característicos puntos blancos, hasta que se define por completo y aparece delante mía, el animal más impresionante que he visto en mi vida. No sabría decir lo que medía, 15 m, que se yo, me los imaginaba delgados, estilizados, de eso nada es ancho, muy ancho. La emoción me puede, pongo la cámara en modo P (semiautomático), no me pienso perder este momento abriendo o cerrando diafragma, y empiezo a dar aletas como si me fuera la vida en ello. Me pongo a la altura de su cabeza, me siento insignificante al lado suyo, aunque parece que no se mueve va a una buena velocidad, al no mover la cabeza ni el tronco y propulsarse sólo con la cola, da impresión de lentitud, pero de eso nada.

Con el rabillo del ojo veo que la gente empieza a volverse a la pared, decido seguir, no he venido a batir el record de avistamientos de ballenas, pienso aguantar este momento todo lo que mis piernas puedan. Me quedo sólo con él pero me empieza a echar adelante, su cuerpo es enorme, su aleta caudal tiene que tener 2 m o más, sigo dando aletas pero ya tengo las piernas como si estuviera subiendo el Tourmalet, hace tiempo que hiperventilo, me ha bajado a 29 m desde unos 15, aguanto un poco más, sigue bajando y a 32 m ya no puedo más, lo veo irse, se marcha, se pierde en al azul con la misma majestuosidad con la que vino.

Inicio el ascenso, mi preocupación es ahora recuperar el ritmo de respiración, no lo consigo hasta los 5 m donde hago la parada de seguridad, y allí solo, en el azul, en la inmensidad del Pacífico me doy cuenta del momento que acabo de vivir, se me cierra la garganta, se me humedecen los ojos, tanto tiempo soñando este momento y al fin.....

En esa inmersión se vieron 5, “Están aquí” me dijo Giancarlo “y los vamos a seguir viendo” y así fue, hasta un total de 22 avistamientos, récord de la temporada. Yo seguí con mi táctica aguantar lo máximo posible, y viví más momentos como el que os he relatado. A veces en el azul y sin referencias aparecían por donde menos te los imaginabas, en una ocasión uno que apareció por detrás casi me pasa por encima. El último que vi fue una pasada, cuando se retiró todo el mundo yo estaba encima de él, creo que no me veía y pensó que ya estaba solo, entonces bajó la velocidad y pude nadar con él, me acerqué mucho noté como cuanto más cerca estaba más fácil era seguirlo, lo tenía al lado, justo al alcance de la mano, si estiraba el brazo lo podía tocar y perdonarme los más puristas, no lo pude evitar, alargué el brazo y puse la mano sobre él, su piel era suave como el terciopelo, fue un instante, pero fue la mayor experiencia que he tenido nunca buceando, algo mío se quedó con él para siempre. Nunca había visto un animal tan impresionante.

En la última inmersión en DARWIN se vieron incluso orcas en superficie, hubiera sido ya demasiado verlas bajo el agua.

De vuelta para el centro del archipiélago, paramos en WOLF otra vez, haciendo otra inmersión memorable en el Derrumbe, definitivamente había realizado las mejores inmersiones de mi vida.

08/09/09

Volvemos al centro del archipiélago, vamos a hacer dos inmersiones en COUSIN’S ROCK (la Roca del Primo, vamos). Aquí cambiamos totalmente el chip, el objetivo son caballitos de mar, peces rana y vida más pequeña. La temperatura del aire ha vuelto ha bajar, y la del agua ni os cuento, 16ºC.

Las inmersiones son sencillas, sin corriente, localizamos los caballitos, los guías, Giancarlo y Rubén, nos localizan los peces ranas uno de ellos blanco, según parece muy raro de ver, y como siempre más tortugas, los leones marinos que hacen que las paradas de seguridad se pasen en un suspiro. Siempre hay alguna sorpresa, dos mantas aparecen, de las que yo vi sólo una, una escuela de rayas doradas y en la última localicé un caballito de mar embarazado, una buena noticia.

Por la tarde hicimos una excursión terrestre a la isla de San Bartolomé donde se puede apreciar claramente el origen volcánico de las islas, subimos a lo alto donde hay una vista increíble, observamos que estamos en una isla independiente de la más grande (Santiago), desde abajo parecía sólo una.

A continuación volvemos al barco y nos disponemos a hacer snorkel con pingüinos, no tuvimos mucha suerte y los pocos que había al ver a unos tíos con traje y gafas en el agua salieron de ella sin darnos oportunidad y los vimos fuera, no obstante por estas fotos sobre todo por la del león marino, creo que mereció la pena.

09/09/09

El último día lo empezamos con una excursión a la isla de SOUTH PLAZAS, seguía siendo impresionante la falta de miedo de los animales al ser humano. Una cría de lobo marino se nos acercó como un perrito, dejándose acariciar y también pudimo ver a una iguana híbrida, cruce de una marina con una terrestre, aunque los hábitos alimenticios ha heredado los de esta última. Como todos los híbridos son estériles.

Y llegamos a la última inmersión del viaje, inmersión que el trancazo que arrastraba del día anterior me pedía el cuerpo que no la hiciera, pero ¡que coño! ¡era la última! Alguno también se lo pensó, pero ya sabéis como son las cosas, “no hay huev….! y todo el mundo de cabeza, y la verdad es que nos podíamos haber quedado en el barco, porque no fue nada del otro mundo, un martillo y una tortuga a la vez nos vinieron a despedir en nuestra última inmersión, poco más destacable.

Después de comer nos acercamos a Puerto Ayora, donde visitamos la Estación Científica de Chales Darwin, donde se intenta con gran éxito la recuperación de las diversas especies de tortugas terrestres de Galápagos. De la especie de la isla de La Española de la que sólo quedaban 14 ejemplares ya se han reintroducido más de dos mil. No se dejó ver George, el último ejemplar de la tortuga de la isla Pinta, con noticias esperanzadoras, ya que hace pocos meses se habían descubierto en la isla Isabela, tortugas con un ADN casi idéntico. Seguramente llegaron allí desde la isla de la Pinta debido al naufragio de un barco que las transportaba y dan un rayo de esperanza para la conservación de esta especie.

Luego un paseito por el pueblo, compras, alguna cervecita, y tras pasar otra vez por el barco, vuelta a tierra para la última cena con alguna copilla después.

Y de vuelta a casa con un montón de fotos, unas regulares, otras directamente malas y mil experiencias que contar hasta aburrir. Ahora sólo me queda seguir soñando, seguir soñando que estoy buceando en Galápagos, la diferencia es que ahora al despertar sonreiré, porque sabré que mi sueño, lo he hecho realidad.

Agradecimientos:

A Bill Gates por poner corrector ortográfico en el Word, si se ha escapado alguna falta las culpas a él.

A la cerveza Fuster y al vino chileno.

A Giancarlo y Rubén por ser una guías inmejorables y profesionales, a Carlos el mejor camarero y a toda la tripulación del Agresor I, de las mejores que he tenido.

A mis cuatro compañeros de viaje por las risas, a ver donde preparamos el próximo. En especial a Ángel por grabar “mi momento”, como dice el tío Rosendo “Prometo estarte agradecido”.

A Scarlett Johansson, esto son cosas nuestras.

A todos los que os habéis tragado el ladrillo. Y también a los que no y sólo habéis visto las fotos.

Y por último y no por eso menos importante sino todo lo contrario, muy especialmente a mi Mari.

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