lunes, 31 de agosto de 2009

40. UNA HISTORIA INCREIBLE

PRÓLOGO. LA VERDAD TRAS UNA HISTORIA.

Antes jamás me había planteado el origen de cuentos, ideas, chistes y similares.
Tal vez lo conozcan, el chiste, quiero decir. Por si no es así se lo contaré:
Los bomberos se encuentran extinguiendo un terrorífico incendio cuando de repente surge entre las llamas un buceador con su traje de neopreno, gafas... el equipo completo.
Los bomberos se quedan absolutamente alucinados y le ayudan a salir de aquel infierno. Un momento después y con más calma le preguntan al pobre hombre:
-Pero... ¿Cómo ha llegado usted en medio de este incendio, y vestido así? ¡El lugar con agua más cercano está lejísimos!.
El buzo responde tras un momento tomando aún bocanadas de aire fresco:
-¿Dónde... dónde está el maldito capullo del hidroavión? ¡¡Que lo matooo!!.
Bien. El chiste tiene su gracia, de hecho en la situación en la que nos encontrábamos, con varios amigos reunidos contando un chiste tras otro, todo el mundo estalló en carcajadas. Todos menos yo.
Imagino que en otras circunstancias esa habría sido igualmente mi reacción... Pero yo sé algo más acerca de esa historia, o aquella que la originó, al menos, y no deja de ser curioso cómo en ocasiones una simple historia se magnifica hasta hacer de ella un periplo épico o bien por el contrario termina siendo una triste caricatura de una terrible realidad…


UNA INMERSIÓN COMO OTRA CUALQUIERA.

Aunque era martes y no solíamos hacerlo, decidimos que esa noche se imponía una nocturna a la luz de aquella enorme luna de agosto. Nuria, mi pareja por aquel entonces, era una sinuosa sirena de preciosas curvas ceñidas por el neopreno. Con el equipo completo parecía bajo aquella luz, recortada contra el rielar de la Luna en el agua un ser extraño y sexy de otro planeta, con los tubos y otros adminículos alrededor de su esbelto cuerpo.
Alejé estos calenturientos pensamientos mientras terminaba de pertrecharme yo mismo y hacíamos a continuación las debidas comprobaciones en nuestros equipos antes de apoyarnos en el borde de la zodiac para dejarnos caer de espaldas.
El agua tenía una temperatura ideal y me alegré de haberme puesto el neopreno corto. A mi alrededor, los peces se movían al son de su eterna música desconocida.
Alumbré a mi derecha para localizar a Nuria que, como acostumbraba, había picado ya hacia el fondo. Me dispuse a seguirla cuando noté cómo todos los pelos de mi cuerpo se erizaban al unísono y una sensación casi de contacto físico me recorría las mejillas y la espalda. Al tiempo observé que casi todos los peces cercanos se habían quedado petrificados en el sitio, sus cabezas casi curvadas hacia arriba sobre su propio eje, algo que debía ser anatómicamente imposible para ellos en condiciones normales, pensé.
Ahí estaba sucediendo algo muy anormal.
Mi linterna comenzó a destellar a intervalos hasta que al fin se apagó, justo cuando una nueva y aún más inquietante sensación vino a añadirse al resto, y es que, de algún modo noté el paso de la ingravidez propia del agua a otra similar pero con menor resistencia a mi alrededor.
Flotaba en el aire, y parte del agua ascendía conmigo junto con algunos de los pobres peces.
Por un momento tuve una vista aérea fantástica de la zodiac allí abajo, y de toda la cala que nos rodeaba. Un instante después ya no ví absolutamente nada por partida doble.
En primer lugar no vi nada porque, aunque en aquel momento todavía no lo sabía, una trampilla se había cerrado bajo mi cuerpo, y acto seguido, cuando la extraña fuerza invisible que me había izado hasta aquél lugar cesó y logré girarme a duras penas una serie de potentes luces se encendieron dejándome ciego de nuevo.
El sonido de algunos peces retorciéndose y chapoteando en la escasa agua que había ascendido con nosotros me rodeaba, pero al momento se le unió otro bastante más inquietante.
Seguro que en alguna ocasión habéis pisado un chicle que, quedándose pegado a la suela del zapato, hace un ruido muy peculiar cuando se despega alternativamente del suelo.
Pues bien, imaginad que habéis pisado un chicle de dimensiones catastróficas y que no os importa en absoluto como suena. Al menos cinco propietarios de tan desagradables sonidos plantares se aproximaban a mi.
Cuando por fin logré abrir un ojo y enfocar lo que yo supuse que sería la zona donde debía estar el rostro de aquellos entes, descubrí que si bien aquello podía ser la caricatura de un caracol interpretada por un Jíbaro, lo más parecido a una cara se encontraba donde lo lógico sería que se hallasen los genitales.
Aquellos aliens-carapaquete me rodeaban y hacían lo que sólo puedo definir como “hablar” si bien aquello era más similar al sonido de unos dientes masticando otros dientes más blandos.
Me miraban y se miraban entre ellos alternativamente y poco a poco la “Conversación” fue subiendo de tono hasta que uno de ellos, cuya opinión debía tener mayor peso específico que la del resto, “dijo” algo y los cuerpos de los demás compinches se estremecieron instantáneamente, realizaron una suerte de flexión abdominal en acordeón y se acercaron más todavía a mi indefensa e inmóvil persona, alargando sus tentáculos mientras el líder se alejaba.

CARAPAQUETES.

Cuando en tu cabeza bullen mil ideas e impulsos pero tienes la total certeza de que no puedes mover ni el más mínimo músculo de tu cuerpo finalmente solo el terror y la impotencia, salpicados con una extraña dosis de curiosidad, se imponen.
La nave en la que me encontraba no era excesivamente grande, o al menos no lo era el lugar donde me hallaba, ya que mis captores entraban y salían de mi campo de visión a menudo y no parecía que se alejasen demasiado, aunque tras mis empañadas gafas todo resultaba fantasmagórico. Pululaban a mi alrededor en una danza bien coreografiada, lo cual me hizo pensar que no era ni mucho menos la primera vez que hacían aquello. Yo me hallaba recostado lateralmente y todavía respiraba por el regulador, puesto que aquello que me inmovilizaba casi desde el principio había impedido que hiciese hasta aquel momento poco más que pestañear.
Uno de los alienígenas vino con algo cónico en un tentáculo y lo acercó a mi cuerpo. El terror se impuso sobre la impotencia y la curiosidad, y por un momento estuve a punto de vaciar mi vejiga.
Con alivio momentáneo constaté que tan solo estaban retirándome el equipo. En un momento me vi privado de mi botella, mi jacket, el regulador e incluso el cinturón de plomos, uno de los cuales resbaló cayendo sobre el gomoso pié de uno de aquellos seres que exhaló una nota gutural, de fácil traducción a pesar de su lenguaje intergaláctico. Me reí por dentro ya que por fuera no podía.
Ahora me encontraba totalmente boca arriba y podía ver en la parte delantera lo que debía ser el puente de mando de la nave, donde uno de ellos se encontraba ajeno al ajetreo general que mi equipo de buceo estaba causando entre el resto.
Un alienígena apretó el botón de purga del regulador, lo cual les hizo salir a todos despavoridos por el amenazador sonido del aire a presión. Mientras volvían a acercarse, emitieron una serie de cloqueos en su lenguaje de dientes rotos que imaginé, sería el equivalente a nuestra risa nerviosa.
Uno de ellos aferró la botella con varios tentáculos y la mantuvo algo elevada sobre una superficie metálica. Tras él y de espaldas, otro se afanaba todavía en desprender tiras del jacket tocándolas con aquel artefacto cónico que ellos usaban como si de un cuchillo de alta tecnología se tratase.
Un instante después constaté que a pesar de nuestras notorias diferencias aquellos seres tenían dos cosas en común conmigo:
1-Eran unos despistados (al menos algunos de ellos).
2-No tenían ojos en la espalda (o si los tenían en este caso no les sirvieron de nada, lo que apoya más todavía el punto 1).
Tras desprender una de las últimas tiras de mi jacket, dejó caer la mano en la que llevaba el artefacto cónico despreocupadamente justo mientras el que se encontraba a su espalda movía ligeramente hacia atrás mi botella.
Lo que sucedió a continuación fue realmente rápido.
La botella, perforada por aquel extraño utensilio y todavía casi llena de aire comprimido salió disparada hacia el puente de mando donde golpeó al alienígena que allí se encontraba, lo cual hizo instantáneamente decidir a la nave que se había cansado de desafiar a la gravedad y sería divertido hacer un terrible picado mientras nos hacía girar como en una centrifugadora.
Mi cuerpo continuaba inerte y salí disparado como todo lo que se encontraba a mi alrededor. Uno de aquellos gomosos seres amortiguó mi choque contra una de las paredes (o quizá el techo) y parte de sus extrañas carnes por un momento se tensaron contra mis gafas de buceo. Constaté que tenían hirsutos pelillos, pero este fue un curioso pensamiento fugaz antes de que nuevos golpes contra diversas partes de la nave me advirtiesen lo peligroso de esta nueva situación.

IMPACTO.

Creo que en algún momento del descenso perdí la consciencia, o quizá no del todo.
Tengo brumosos recuerdos de tentáculos agarrándome mientras continuaba golpeándome con los carapaquetes y con todo lo demás. También recuerdo vagamente una alegría extraña al recuperar el control sobre mi ahora maltrecho cuerpo. Imaginé que el dispositivo que me mantenía aletargado se había estropeado en algún golpe.
Sin duda, de algún modo lograron dominar al menos en parte el descenso de la nave, ya que de habernos golpeado sin más contra el suelo habríamos resultado en una especie de tortilla de alienígenas y metal con algo de buzo humano en el fondo de un cráter considerable.
A pesar de todo el impacto fue estremecedor.
Cuando de nuevo estuve totalmente consciente, tenía un ligero sabor a sangre en la boca, contusiones por todo el cuerpo, un pinchazo terriblemente doloroso en el pecho y las gafas con el cristal roto aún colgando de mi cuello.
Miré a mi alrededor mientras me arrastraba entre fragmentos metálicos y restos gomosos seccionados de alienígena.
A la suave luz de la luna contemplé la nave partida en dos al aterrizar en aquel bosque y pude comprobar que a parte de mi a lo lejos, en uno de los extremos de los restos, uno de ellos todavía se movía.
Me he preguntado alguna vez a lo largo de estos años por qué me acerqué a él, uno de mis captores… si mi intención era socorrerlo, rematarlo, o simplemente verlo de cerca, pero en aquel momento sé que sencillamente me acerqué porque él, como yo, había sobrevivido a la colisión y era lo único no inerte en aquel lugar.
Aunque desconocía su fisiología estaba claro que le quedaba poca vida. Uno de sus tentáculos se movía a pesar de todo ágilmente sobre una superficie metálica de la nave. Con un último movimiento hizo aparecer una especie de cono holográfico que iba poco a poco haciéndose más pequeño. Miré al paquete a aquel ser agonizante y me devolvió una enigmática mueca y aquel cloqueo tan similar al que habían emitido tras apretar el botón de purga de mi regulador.
Un escalofrío recorrió mi espalda… Había visto las suficientes películas de ciencia ficción, que a pesar de ser ficción está basada en el sentido común, para saber lo que aquello debía significar.
Salí trastabillando como pude de la zona y corrí a la velocidad que mi magullado cuerpo me permitió. Después tropecé y rodé por una ladera hasta lo que era un pequeño barranco de aguas gélidas en el que caí de cuerpo entero.
La suerte quiso que sobre mi estallase justo en aquel momento, en lo que imaginé debió de ser una explosión de llamas digna de ver a distancia prudencial, el dispositivo que había activado con sus ultimas fuerzas aquel alien-carapaquete.
Permanecí durante un rato sin sacar la cabeza en aquella pequeña extensión de agua respirando con fuerza por el único elemento de mi equipo de buceo que aún me quedaba entero, el tubo de snorkel.
Cuando por fin reuní el valor para asomarme fuera descubrí que a mi alrededor se desataba el mayor infierno que uno pueda imaginar. Llamaradas de decenas de metros se recortaban contra la noche y consumían el bosque en una danza infernal. Fuera del agua moriría, así que me sumergí de nuevo.
Permanecí durante más de una hora respirando aire y humo por mi querido tubo mientras mis lágrimas saladas se mezclaban con el agua dulce cada vez más caliente del barranco.

DESPERTAR.

Imagino que debido a la violencia e intensidad del incendio, pronto a mi alrededor ya apenas quedaban llamas, ni nada que el fuego pudiera consumir, de manera que me permití asomarme y acercarme a la pedregosa orilla sin resultar chamuscado, cayendo allí exhausto sin peligro de ahogarme. Noté cómo me quedaba por segunda vez en aquel día sin sentido, y os aseguro que en aquel momento me importó menos que nada.
Fue de este modo como los bomberos me encontraron a la mañana siguiente.
Imaginad su sorpresa al hallar a un tipo con un neopreno medio destrozado, escarpines, unas gafas quebradas y un tubo de snorkel colgando de ellas a 1200 metros de altura, en un bosque de pinos y a más de 20 kilómetros del mar.
Cuando recuperé la consciencia me acribillaron a preguntas que en principio me resistí a responder alegando que estaba confuso y agotado. Mi aspecto magullado y una costilla rota creo que ayudaron a que me dejasen tranquilo.
Por una parte para mí estaba claro que lo que había vivido era dolorosamente real, pero mi sentido común me instaba a no contarlo, ya que me hacía a la idea de lo que cualquiera que no hubiera vivido la situación pensaría cuando le estuviera describiendo a los alien-carapaquete gomosos.
Por lo visto nada se encontró en la zona calcinada fuera de lo común.
Sin embargo en el lugar del cual partió el fuego había indicios de haberse alcanzado una temperatura extremadamente elevada.
Mi respuesta fue que no podía ayudarles con el misterio.
Recuerdo que Nuria llegó más tarde, tremendamente aliviada por saber de mí. Tras mi desaparición habían empezado a buscarme por la costa temiendo lo peor, y estaba tan contenta de que siguiera vivo que en los dos días siguientes, no sé si por dejarme descansar o por que le daba lo mismo, ni tan siquiera me preguntó qué era realmente lo que había sucedido.
Cuando le conté todo no me creyó. Confiaba mucho en Nuria y creo que el hecho de que ni siquiera ella me creyese motivó que jamás tratase de contarle de nuevo a nadie todo aquello.

EPÍLOGO. HISTORIAS OCULTAS.

El caso del buzo que apareció en medio de uno de los incendios más terribles de aquel verano fue una de esas noticias absurdas que tan solo sirven para rellenar minutos en los informativos y espacio en los periódicos durante la época estival.
Y ya entonces recuerdo que se establecieron las bases para el futuro chiste, pues pude ver desde mi cama del hospital en la televisión a uno de los bomberos que extinguieron el incendio añadiendo con gracejo andaluz al final de la entrevista acerca de la noticia:
-¡Imahinate, No zé!, ¡Lo mihmo rezulta que uno de loh hidroavioneh lo agarró mientrah buceaba y luego lo zoltó en tool incendio!, ¡Vetetuazabé! - Frase que acompañó con acertada mímica y risotada final.

Hoy de nuevo anochece y me preparo para disfrutar con una buena inmersión nocturna. La persona con la que hoy comparto mi vida no bucea pero comprende mi pasión. A ella nunca le he contado mi historia, la verdadera. Mejor así.
Ya casi estoy. Compruebo el equipo de mi compañero y me siento en el borde, de espaldas al mar. Escucho la zambullida a mi lado, me coloco las gafas y mientras lo hago palpo el tubo de snorkel, mi querido tubo de snorkel.
Por un momento miro al cielo mientras comienzo a respirar por el regulador.
Cuando entro en contacto con el agua me asalta de nuevo la idea que hace un rato, mientras bromeaba con los amigos y me contaban aquel chiste, anidó en mi cerebro.
Yo conozco la historia completa, en qué puntos ha sido exagerada y en cuales atenuada o directamente anulada… es realmente curioso constatar cuando uno tiene este conocimiento, hasta qué punto se deforman las historias y cómo, del total de cosas que suceden solo somos capaces, por una u otra razón, de vislumbrar únicamente y a duras penas la punta de un gigantesco iceberg de sucesos.
Es un pensamiento inquietante y extraño.
Comienzo a bajar mientras los peces a mi alrededor danzan mecidos como siempre por el son del mar… pero… ¿por qué demonios se quedan de repente petrificados?.
Un escalofrío recorre mi espalda.