martes, 30 de junio de 2009

34. MI CORAZÓN TIENE ESCAMAS.

-Son las cuatro de la tarde, mi padre salió a pescar bien temprano señores y todavía no ha vuelto, andamos mi madre y yo muy preocupados. ¿Podrían ustedes cuatachos, salir en su busca? Yo, aunque soy un chamaco les acompaño.
Así rogué a los cofrades de mi padre que lo salieran a buscar y lo conseguí, no me dejaron ir con ellos, sólo tengo doce años, impacientes nos quedamos mamita y yo en la orilla de Puerto Juárez, paseábamos de un lado a otro de la playa, nuestras huaraches se desgastaban, llorábamos, rogábamos a la virgen de Guadalupe que dieran con su barquita, nos abrazábamos, se nos quemaban los ojos de tanto mirar al horizonte, al final como en un puntito vimos aparecer a los compadres y esto es lo que nos contaron:
Dieron mil vueltas por la zona por donde solía pescar mi padrecito, miraban en todos los puntitos cardinales buscando algo sólido entre el mar, andaban desesperados, hicieron de todo los pobrecitos, hablaban con su celular con el puerto a ver si lo habían visto otros cayucos, sonaron sirenas, encendieron focos, caía el chipi-chipi del cielo mientras rogaban a los Aluxes, lanzaron fuegos de artificio, gritaron, nada…
De pronto vieron algo inmenso que se movía, muchos tiburones con bocas inmensas que tragaban agua. Tuvieron miedo de que zozobrase la embarcación pero se acercaron hacia ellos con cautela, contaron 1, 2, 3… hasta 15 tiburones ballena se concentraban en una zona y subían y aspiraban agua con plancton y bajaban, al fijarse más apreciaron que en medio del círculo había algo anaranjado; era mi padre con su chalequito reflectante, andaban los pececitos protegiéndolo, su barquichuela se había rajado y ellos lo rodeaban indicándoles a los pescadores el centro.., le hacían compañía. Mientras nos acercábamos, conseguimos subirle a bordo y aunque dolorido y requemado estaba todavía con vida, los gigantes tiburones ballena en cuanto vieron que estaba a salvo desaparecieron, volvieron a sus profundidades, ya habían cumplido con su misión.
Y allí tapado con una cobija andaba mi buen padrecito, lloraba, llorábamos…, cuando pudo decir unas palabritas fueron estas: Mi preciosa chava, mi pequeño chavito, nunca volveré a pescar. Mi corazón no podrá ya nunca rematar a quien la vida me salvó.
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El tiburón ballena (Rhincodon typus), que puede llegar a los 20 metros de longitud, 35 toneladas de peso y vivir más de 100 años, puebla el planeta desde hace sesenta millones de años. Es ovovivíparo, albergando hasta 300 huevos y alcanza la madurez sexual a los 9 metros o 30 años de edad. No se sabe mucho sobre su reproducción, se ignora aún cómo es la eclosión natural, así como gran parte de su ciclo vital. Suele aparecer allí donde ha habido un naufragio o un accidente en alta mar, hasta el punto de que los marineros creían que él era el causante. Pero no es así. El tiburón ballena se alimenta de plancton y pequeños peces, es totalmente inofensivo y hasta “cariñoso” con el hombre, pese a que en algunos lugares aún es presa de sus arpones.

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lunes, 29 de junio de 2009

33. UNA BURBUJA EN EL MAR.

Un día como hoy hace ya muchos años cuando apenas tenía 20 años me invitó un amigo a bucear. El trabajaba como instructor de buceo. Me dijo: “vení a bucear cuando quieras para vos es gratis”. Una oferta tan llamativa y extraña no podía pasarla por alto por más conciente que fuera de mi juventud y de las intenciones de mi amigo. A pesar de todo acepté el desafió.

Le comenté que no sabía nadar y me dijo que no importaba que él me ayudaría. Me dijo también que me vistiera con el traje que traía en la mano. Cuando me lo puse me pareció extraño, era casi imposible entrar en ese traje de lo ajustado que lo sentía. Me di cuenta que tenía que ir bien depilada en caso de que no pueda sola con el traje.

Ese día sentía lo que ellos sentían, la emoción del riesgo y de la aventura. En el gomón (en esas épocas no tenían tanto dinero como ahora que tiene unas embarcaciones de lujo) entramos unos turistas, otro instructor, mi amigo y yo. Cuando llegamos a la plataforma pensé que ese era mi fin. La ciudad se veía muy lejana y yo ahí rodeada de agua y sin saber nadar. Nunca sentí tanto miedo de verdad.

Bajar no fue problema, después de cinco minutos de explicación previa de lo que había que hacer. Una vez abajo pasamos una parte oscura pero inmediatamente apareció la luz, los peces, las plantas y todo lo que había para atraer al turista, como por ejemplo un barco viejo en el fondo del mar. Era increíble bucear junto a los peces.

Un mero, un pez chato algo redondo con pequeños ojos intentaba comunicarse conmigo y me miraba fijamente a los ojos como preguntándose si yo era apta para esa excursión. Se colocó frente a mis ojos y me miraba fijamente como cerrándome el paso. Ya ahí comencé a reírme. Otro miraba mis manos porque llevaba las uñas largas y pintadas con un color llamativo. Mi querido amigo instructor se olvidó de decirme que me colocara los guantes.

Fue un instante de descuido mientras uno me miraba el otro me mordía el dedo. Sí, el mero me mordió un dedo y no lo quería soltar. Y yo tentadísima de risa quería contárselo a mi amigo por eso él me llevó a la burbuja de aire que era una especie de campana al revés debajo del agua. En ese lugar pude sacarme lo que tenía en la boca y hablar para contar lo que me había sucedido. Que el mero me había mordido y me había lastimado un poquito el dedo al forcejear los dos. Al final conseguí que lo soltara y de la mordedura salía un poquito de sangre.

Esta anécdota termina con una semana de dolor de oídos. Lamento no haber regresado por más experiencias ya que para mi era gratis. Supongo que era gratis porque en ese entonces era joven y llamaba la atención.

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miércoles, 10 de junio de 2009

32. EL AROMA DEL RECUERDO.

Cerró la puerta tras de sí e inspiró profundamente. ¿Cómo era posible que su compañera de habitación no hubiese notado el maravilloso aroma que invadió la atmósfera del cuarto? Por primera vez miró a su alrededor inspeccionando el frasco que contenía tan maravilloso perfume. Se dirigió hacia la ventana y descorrió las cortinas. La belleza del entorno la hizo estremecerse.
La situación del hotel desafiando las leyes de la gravedad sobre ese abrupto acantilado, producía la sensación de hallarse en la proa de un barco.

Solo se divisaba agua en su dimensión más profunda e inmensa. Una agradable sensación de vértigo la embargó. Ahora lo entendía menos aún. Acababa de caer en la cuenta de que siempre que ese olor anulaba sus sentidos se encontraba cerca del mar. Lo miró. ¡Que fuerza tenía! Sentía que quisiera hablarle, decirle algo, pero la magia no acababa de producirse, a pesar de que las circunstancias siempre eran las mejores.

Giró sobre si misma y cerró los ojos, no podía dejarse llevar por esa laxitud casi cercana al éxtasis, había ido allí a trabajar. Apenas le habían concedido tres días para terminar el reportaje “El submarinismo, deporte urbano de principio de milenio”. Ana la había acompañado para hacer las fotos pero se marcharía al día siguiente. A ella le concedían dos días más.
Fue ella también quien eligió esa pequeña escuela de buceo tras estudiar distintas posibilidades. En su publicidad prometían un fondo marino tan rico que solo era comparable a ciertas zonas del Caribe: El Mar de Alborán, su nombre tenía cierta evocación de misterio, piratas, romanos, fenicios... Sacudió la cabeza y se dirigió a la puerta de salida, llevaba más de una hora soñando despierta y tenía una cita, había que ponerse en marcha.
Se dirigió hacia el mar. La embrujaba. Era como si el murmullo de las olas, la hipnotizase nublando sus sentidos y su voluntad. Movió la cabeza intentando escapar y centrarse en lo que la había llevado hasta allí. Estaba citada a las 5 con el dueño de la escuela. Fue puntual y absolutamente encantador, le enseñó las instalaciones y la invitó a hacer una inmersión con el grupo de la mañana. Le entusiasmó la idea. Su corazón se aceleró al imaginar el fondo del mar a la vez que ese extraño aroma la envolvía de nuevo. Por un momento creyó atrapar su significado pero como en tantas ocasiones se le escurrió entre los dedos.
Esa noche soñó con corales y caracolas, con medusas y peces de mil formas y colores, y sintió que todo le era familiar y cercano.
Al día siguiente cuando acudió a la cita, iba entusiasmada como una niña, ansiosa y divertida ante la inesperada aventura. Había engañado al monitor. Le aseguró que había realizado varias inmersiones. No lo hizo adrede, sencillamente la conversación la llevó a ello y casi fue un malentendido, cosa que no se molestó en aclarar, por eso él insistió en que los acompañara. Dilató su turno todo lo que pudo para observar cómo lo hacían los demás y no le pareció especialmente complicado. Cuando por fin llegó suyo, lo hizo con tanta soltura que nadie hubiese pensado que era la primera vez que se sumergía.
Lo primero que la sorprendió fue el silencio y la cortina de luz que formaban los rayos del sol dando una luminosidad al fondo marino que nunca hubiese sospechado. Su propia liviandad la sorprendió aún más, sentía que volaba. Contrariamente a los comentarios que había escuchado sobre la presión y sus terribles consecuencias, ella se sentía cada vez más ligera. Tanto es así que poco a poco se fue alejando del grupo. Sabía que iba demasiado rápido y que podría perderse, pero le daba igual, algo dentro de ella la animaba a seguir, sentía que estaba en su casa.
Y fue entonces cuando lo sintió. El aroma misterioso la embargó completamente. ¿Cómo era posible? Su nariz estaba dentro de las gafas, aprisionada como una ventosa, ¿cómo podía percibir ese olor? Sin embargo su intensidad crecía por momentos, haciendo que su corazón se desbocase con él.
En un irresponsable gesto se arrancó las gafas y el respirador, milagrosamente comprobó que podía respirar sin ayuda externa, es más, podía oler ese aroma cada vez más intensamente. Se dejó llevar por él y de repente el silencio también se quebró. Podía oír sonidos que nunca había imaginado, pero que a la vez le eran familiares . Embriagada por los descubrimientos que sus sentidos no alcanzaban a catalogar, siguió nadando dejándose arrastrar por las corrientes. Un murmullo que fue in crescendo, la hizo cambiar de dirección, hasta que de repente las vio.
Tumbadas sobre el fondo marino, sentadas sobre enormes peces manta, un grupo de hermosísimas sirenas la miraban anhelantes como si la esperasen desde el principio de los tiempos.
En un impulso irracional se miró y comprobó entre asombrada y temerosa que sus piernas habían desaparecido y en su lugar una fantástica cola la impulsaba por la inmensidad del mar a su antojo. De repente todo cobró sentido, por fin identificó el origen de ese olor que la había acompañado desde siempre y en un grito de alegría incontrolada se lanzó hacia sus hermanas que la esperaban con los brazos abiertos.

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miércoles, 3 de junio de 2009

31. LA BUZA NOVATA.

Después de entrar en el maravilloso mundo de las hipotecas, me siento mal, estresada, triste…, como quiero darme un premio por ser tan valiente y atarme a un banco durante el breve periodo de veinticinco años, me apunto a un bautismo de buceo, ¡hala!
¿Y qué mejor fecha que el 31 de diciembre? Va a ser un regalo magnífico, siempre he soñado con ser una intrépida reportera submarina que se enfrenta a gigantes octópodos, ferocísimos tiburones, malvadas medusas…
Me dicen en el centro de buceo que como soy novatilla y el agua está a punto de congelación me van a dejar un traje seco de neopreno (palabras textuales de las que no entiendo nada), digo, -mira que genial, saldré tal y como he entrado, igual con suerte me dura el pelo de peluquería que me he traído para nochevieja. Ay, ingenua de mí… Me pongo mi mejor bikini y me traen el mono ese, en la vida había visto un traje tan tieso, parecía que venía andando solo, amenazadoramente hacia mi, uf, tenía que haber creído en su amenaza.
Empiezo a ponérmelo, meto las dos piernas y… ya está, no sube ni loco, miro a los demás y veo que todos andan saltando dentro del traje y pienso: ¿y si en lugar de un club de buceo estoy en el vestuario de los toreros? Busco alrededor algún monosabio que me ayude con el traje, un buzo galante viene hacia mí y estira y estira hacia arriba, misión imposible, me siento gorda y miserable, veo al buzo ponerse sucesivamente, blanco, anaranjado, violeta… y zas, entro en el traje al fin.
Empiezan a enseñarme los mil y un aparatitos que necesito para bucear:

- Regulador: que es como una especie de micrófono con gomas de butano.
- Chaleco. Ser ortopédico, duro, sin mangas, lleno de bolsillos cerrados, bastante pesado y que me va gigante, tiene el complemento de mil tiras de licra y enganches que no tengo ni idea de dónde se abrochan.
- Gafas con tubito, bien, algo conocido, me siento más segura, recuerdo su utilidad en la playa de Salou, para ver por debajo del agua y no tropezar entre millones de piernas.
- Escarpines, especie de calcetines con suela que al no tener de mi número en el club, andan coagulándome la sangre del pie.
- Aletas, inmensos plásticos, para que los peces puedan comparar lo torpes que somos imitando a la naturaleza.
- Plomos, hierros cuadrados unidos por una cinta, supongo que para sumergirte y no flotar nunca más.
Como soy novata, novatilla me dicen que ya no necesito nada más pero que cuando haga el cursillo, necesitaré muchos más utensilios como, ordenador (pregunto ¿pc o Macintosh?) cuchillo (¿ah pero se descuartizan a los pobres peces abajo?) linterna (mira, eso me hace gracia, igual tengo que hacer de acomodadora y todo)… y eso de lo que entiendo, porque no veas qué palabras, qué giros, qué idioma, vamos, que no me entero de nada de lo que hablan los otros buzos, es una jerga criptográfica…¿Cuándo viniste del rojo? (pienso…debió estar en China), ¿Qué tal el T-black descubapro? (este debe ser un rumano descubridor) ¿hiciste el dive master por fin? (¿será profesor de filología inglesa?). Supongo que será para ahuyentar a ingenuos aspirantes y conmigo, casi, casi lo consiguen, pero no, yo soy fuerte, y mi decisión de ser una gran buza es firme.

El consabido club de buceo está a unos quinientos metros de la zodiac que nos va a llevar, así que me hacen un petate inmenso que casi no puedo levantar y me dicen que vaya allí, a veinte metros ya ando agotada, me consuelan diciendo que luego tengo que ir a buscar las botellas, digo, - bueno por lo menos beberemos algo. Pero no, que va, cuando llegamos a la lancha, después de confundirnos tres veces de andalán o como se llame eso, volvemos al club y nos dan dos bombonas que no puedo ni levantar. Mi cara de desesperación debe ser inmensa, pues un buzo bueno me ayuda con ellas, embarcamos. Al fin, ya llega la aventura.
Y tanto…, llevo el traje a mitad de poner, luzco mi preciosa parte de arriba del bikini, el viento me da en la cara, para ser diciembre hace una tarde bonita, miro a los demás, andan sonrientes y con su lenguaje criptográfico,
Empezamos a salir de las tranquilas aguas del puerto, empieza a hacer frío, voy abrochándome las cremalleras del aparatoso traje, al llegar arriba veo que tengo que meter la cabeza por una especie de raja…, imposible, no me cabe, me ayudan entre todos y al final sale por ahí, adiós a la peluquería, bueno es igual, tampoco hay que ser tan mística.
Esa goma maldita del cuello empieza a ahogarme, dejo de respirar por unos instantes, mi color se vuelve violeta. Con la mano, intento agrandar el cuello y que me entré el oxígeno y ahí estoy cuando noto que tengo ganas de mear, consulto, con los buzos vecinos y me dicen que me tengo que aguantar, que no piense en ello, pero la cosa va a más y más, pregunto al dueño del club, me mira con cara de odio, supongo que piensa en su traje seco que se va a convertir en humedísimo. Por respeto a él, no lo hago, pero mi vejiga se hincha muchísimo, parece que voy a reventar y en esas estamos cuando el mar se empieza a cabrear, la zodiac, va dando saltitos por las olas y mi estómago con su vejiga flotante piensa que está en el Dragón Khan, todo me da vueltas, ahora tengo dos puntos de contención: abajo y arriba, como abajo no me dejan usarlo, decido que voy a vomitar, por lo menos algo de peso me quito. Mis compañeros criptográficos, me dicen para que me anime cosas simpatiquísimas como que estoy dando de comer a los peces, que mire la línea del horizonte, que me debería haber puesto un esparadrapo en el ombligo o un garbanzo… a mí me hacen una gracia inmensa y entre arcada y arcada pienso si alguna vez habrán probado los dulces pececillos la comida japonesa y si no se sorprenderán de comerse a sus congéneres después de haber pasado por mi estómago.

Me quedo más aliviada, y en ese momento llegamos al punto de la inmersión, si antes la zodiac cabalgaba las olas como un corcel, ahora es todavía peor, vuelvo a marearme mientras mi mentor me explica todo lo que vamos a hacer, como me ve un cierto color verde, decide hincharme el traje, encajarme las aletas de rana y tirarme al agua, dice que allí me vestirá. ¿Aun me van a poner más cosas? No sé si podré soportarlo. Caigo al agua como un muñeco michelín, podrían asesinarme o violarme en ese momento, no haría nada por defenderme. Cual globo sonda, ando alejándome del barco así que me gritan que me agarre a un cabo y allí estoy a la merced de las olas, noto que cae cerca de mi cabeza el chaleco con una pesada botella fosforito, después cae mi monitor, me viste cual princesa, primero intenta ponerme el chaleco lleno de cintas que enredadas como nudo marinero se me van liando por brazos y piernas, plomos, gafas que yo coloco en la cabeza y se van navegando hacia Ibiza. El pobre me mete mano por todos los sitios para poder ajustar semejante desbarajuste, si hubiéramos estado en tierra ligando en una discoteca le cae una bofetada de impresión, pero allí era muy agradable que una mano amiga me atase todo el látex y neopreno de forma correcta, allí estaba yo esperando que al final sacase el látigo para hacer nuestra sesión Sado cuando veo que empieza a hacerme señas para bajar por una cuerda. Yo le hago caso como dócil alumna que soy y por primera vez miro a mi alrededor, ¡ayyyy que bonito!, veo una roca llena de colores y más colores, una estrellita de mar regordeta que enfoca mi tutor con la linterna, una sensación de ingravidez que no la tenía yo desde que era feto dentro de mi mamá, unos ojos azules los de mi profesor preciosos un... pitido inmenso en mis oídos -aaaaah, ahora me acordaba de algo que en el barco me explicaba mientras yo andaba pensando en mi vejiga: -Cuando empieces a tomar profundidad tienes que compensar. Se debía referir a esto y yo creyendo que tenía que tener el mismo peso compensado a un lado y al otro y venga a equilibrarme el cinturón para que los pesitos estuvieran simétricos. ¡Qué dolorrrrr!, el pobre hombre venga a hacerme gestos para ver si estaba ok y yo saliendo disparada como un cohete hacia arriba, me perdió del campo de visión en un momento, era igual que volar en un comic de superman, destino kripton, subió detrás de mí maldiciendo la torpona que le había caído como aprendiz. Los que estaban en la zodiac, al ver mi cara descompuesta, me ayudaron a subir cogiéndome cual atún y soltándome en el suelo con un ruido de ventosa, sólo me faltaba que me quitaran el arpón y me enlataran.

Y así, esperando y desesperando con mi malestar a todos mis compañeros de inmersión, anocheció, se trataba de hacer una segunda inmersión para los expertos y después una mini cena allí y celebrar la entrada del nuevo año, yo me quede en la barquita mirando cómo se divertían el resto de mis compañeros y a la hora clave todos subieron y uno de ellos repartió las uvas, mojados y con cara de felicidad empezaron a comérselas al romántico sonido de un hierro contra una botella amarilla. Y yo, como no podía ser menos, vomité doce veces al compás, tan.., tan.., tan.., tan…, empezando mi vida de buza con una limpieza interior que ya la querría para sí mi eminentísimo profesor de yoga. Y que conste que no debe de ser tan malo empezar enero así, vomitando las uvas, ya que ha sido un año muy feliz en el que ya me voy enterando de todos los artilugios que me parecían marcianos y voy disfrutando alucinada de la belleza e ingravidez lunar que me produce volar bajo el mar.

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30. LOS HIJOS DEL AGUA.

Es verano, todavía.La chica ha dejado de nadar y saca su cabeza a la superficie, regresa del ensueño. Se ha dejado ir una vez más y ahora, como no tarda en constatar, la mecen aguas que le son por completo extrañas. Se ha quedado sola. Y no encuentra la oscuridad, como había esperado, ni tampoco el choque enfurecido de las olas. Ni siquiera el chapoteo del resto del grupo nadando a sus espaldas. Sólo el silencio, y una penumbra de plata que le permite adivinarse flotando en medio de la noche mas mansa que jamás haya tenido mar alguno. Unos pocos metros más allá de donde se encuentra, la mole oscura de una pared de roca recortándose contra el fondo añil estrellado del cielo. Una casa arriba con las luces apagadas y un bosque de pinos a su alrededor. Y bajo todo esto, dejando que en su arena chisporroteen los últimos rescoldos del calor diurno, el refugio de una playa escondida que apura sus horas de descanso.
Se acerca al rompiente de las olas nadando de espaldas, cara a cara con la luna que le esquiva la mirada. De asuntos íntimos entre la luna y el mar sabe la chica algo. Un comportamiento sembrado de coincidencias que los delata como amantes viejos. Y por esa misma lógica, por el vínculo secreto que la une también a ella con los mecanismos de la noche, no es extraño que la invada ahora esta paz adormecida que sólo es comparable a la que reina fuera. Cuando siente cercana la arena del fondo deja de impulsarse y se queda flotando con los ojos perdidos en el otro océano, el que ahora le guiña cien millones de ojos con complicidad. Si tan sólo pudiera dejarse caer hacia arriba, piensa, y zambullirse de súbito en él. Allí sí que se acabaría mirar hacia atrás, y sería solo nadar y nadar para siempre. Y en este momento parece tan fácil hacerlo...
-¡Hola!
No ha notado la presencia del chico hasta que lo tiene encima. Pero su voz ya ha violado el instante, y en una ráfaga de espuma su cuerpo abandona la horizontalidad para ocultarse. Para ocultar su desnudez. Sólo ahora una cabeza que parpadea sobre la superficie, mirando con aprensión al recién aparecido. Moreno y delgado, de pelo enroscado y piel casi tan oscura como el agua que le cubre hasta el pecho. Es guapo, o al menos a ella se lo parece.
-¡Oye, no te asustes!-dice- Creí que me habrías oído llegar. Estabas ahí tan quieta... me dije, a lo mejor le ha pasado algo.
También su voz es bonita y tranquilizadora. Aún así, ella no destensa los músculos, ni abandona su posición. Ningún gesto en falso por parte de él. Mantiene la distancia mientras la examina intrigado.
-Ese pelo rubio, esos ojos azules- le dice después-,¿Tú no eres de por aquí, verdad?.
La chica mueve la cabeza un poco a cada lado, negando o quizás analizando posibles vías de escape.
-¿Hablas mi idioma, al menos?.
-Un poco- tarda en contestar ella con un susurro parecido al de la espuma a sus espaldas.
-¡Perfecto!-la risa del chico también burbujea y se mezcla con el siseo del rompiente.-Me ha sorprendido encontrar a alguien aquí, a estas horas...Las veces que vengo siempre está vacío.
-Es un buen sitio-dice ella, ya más alto.
-Lo mismo me parece a mí. Pero la gente de por aquí no piensa igual. Esta playa no tiene buena fama, ¿sabes?. Dicen que ocurren cosas misteriosas...
Cosas misteriosas. Dos palabras, y la debilidad por los secretos de la chica aflora y explota como una burbuja, y su cara se ilumina. Pasajera por la edad del sueño, al fin y al cabo, y más permeable que nunca a la belleza de lo extraño. ¿Cómo iba a estar teniendo esta conversación si no fuese así?. -¿Qué cosas?.
-Cosas. Apariciones. Eso. Creo que tiene que ver con un hecho trágico que pasó aquí hace mucho. Pero supongo que no es momento para viejas historias, ¿no?.
Ella sacude otra vez su cabeza, pero no para negar. Tan sólo mira a su alrededor, estimando cuánto tiempo le queda aún a esta cita improvisada, cuánto mas pueden tardar en aparecer sus compañeras nadando tras el recodo y lo que éstas dirán si la ven así. Y luego toma una decisión.
-Vale- dice bajito.- Cuéntame, si quieres...pero rápido.
-Como quieras. –dice él. Y comienza.

Mario y Sergio, dice, nacieron en el pueblo de aquí al lado. Sergio era hijo de un pescador, y el padre de Mario era el dueño del hotel. Un día, cuando los dos eran tan sólo unos renacuajos, se escaparon de la escuela y vinieron hasta esta playa a pasarse la tarde jugando, y se quedaron dormidos junto al mar con la frente ardiendo de felicidad. Dos cosas sucedieron en ese día de descubrimientos que les marcarían para siempre y unirían su destino hasta las últimas consecuencias. La primera de ellas fue que ambos se juraron amistad hasta la muerte, tan en serio como siempre lo hacen los niños. La segunda fue que mientras dormían a su lado, el mar, que es siempre caprichoso, lanzó hasta ellos su tentáculo transparente y los embrujó. Marcó sus corazones y a partir de ese momento los dos pasaron a pertenecerle. Y a medida que crecieron y desarrollaron sus capacidades, la influencia de estos hechos fue cada vez mas evidente. Por un lado, su amistad fue haciéndose más y más fuerte con los días. Por el otro, el encantamiento les llevó de vuelta una y otra vez al abrazo del agua, primero con algo de miedo, pero poco a poco aceptando, comprendiendo, cabalgando. Se convirtieron en los mejores buceadores que jamás hubiera visto nadie del pueblo. Tan sólo unos críos, y ya parecían dos peces resabiados, por cómo se lanzaban al gran azul como si fuera su casa y por la facilidad con la que se movían cuando estaban dentro. Al final de cada verano, coincidiendo con las fiestas del pueblo, se celebraba en el puerto una competición de buceadores que había llegado a ser bastante famosa por los alrededores. La reina de las fiestas arrojaba al mar un doblón antiguo de oro, perteneciente al tesoro histórico del pueblo, para que todos los participantes lo buscasen por el fondo, hasta que alguno de ellos emergía con él. Imagínate. Allí se citaban los mejores nadadores de la región, y el que recuperaba la moneda era considerado el mejor durante un año entero. Aunque a los dos niños les había fascinado este concurso desde muy pequeños, la participación estaba limitada a mayores de edad, y se habían tenido que conformar siempre por verlo desde la primera fila, conteniendo las ganas de quitarse la ropa y saltar al agua. Pues bien, el verano en el que los dos tenían once años ya no pudieron resistirse más. Apenas hubo engullido la superficie del agua el doblón y sonado el disparo de salida ambos se abalanzaron mezclándose con el resto de los jugadores. Y mucho antes de se hubiera desvanecido la última onda ya habían llegado a dónde se había visto por última vez brillar a la moneda. Allí se pararon, y la gente atónita del pueblo los vio tomar aire una última vez antes de que se los tragase el agua. Hubo un silencio total. Los demás participantes habían dejado de nadar a mitad de camino, y miraban alternativamente a los espectadores y al sitio donde habían desaparecido los chicos. Pasó un minuto, y luego otro. Y casi otro más cuando ya todo el mundo se temía lo peor, pues no les parecía posible aguantar tanto sin respirar. Y de repente fue una línea de burbujas, y luego el agua hirviendo. Luego un estallido, la erupción súbita de un volcán de espuma. Y en una bocanada triunfal los dos emergieron al aire llevando en sus manos alzadas y unidas algo parecido a un retal de sol. El doblón. Los dos juntos lo habían conseguido y los dos eran ganadores. Y ya nadie volvió a ganar aquella competición en los años siguientes. Pronto fueron conocidos en toda la zona. Tan diferentes y sin embargo iguales como gotas cada vez que se zambullían, de tal manera que era imposible decir cuál de ellos era el mejor. Como un solo ente en el agua, dotado de dos cuerpos. Siendo todavía unos imberbes ya los había contratado el padre de Mario como monitores de submarinismo para los turistas del hotel, cosa que les permitió pasar mucho más tiempo juntos. Ellos dos, y el mar. Tiempos felices que como tales pasaron rápido. Se hicieron casi adultos en un suspiro, y llegó el tiempo de la responsabilidad y la preparación para el futuro. Mario partió a finales de Septiembre para empezar sus estudios en la capital, y Sergio se quedó en el pueblo ayudando a su padre en la faena mientras esperaba el verano. Y cada vez que su amigo regresaba, no había terminado éste aún de deshacer las maletas y ya estaban corriendo juntos al abrigo del mar. Cuatro o cinco años exprimiendo las vacaciones hasta que Mario terminó su carrera. Y llegó el último Junio, cuando desde la caseta donde se guardaba el equipo Sergio vio el coche de su amigo encarar la entrada del hotel. El automóvil se detuvo y él salió, delgado y pálido como cada vez que regresaba de la ciudad. Tengo una sorpresa, le dijo tras abrazarle, mira ahí. Y la otra puerta se abrió y de ella salió la chica más hermosa que Sergio hubiese visto en su vida.
Así que tú eres Sergio, dijo ella. Mario me ha hablado mucho de ti. Sí, contestó Sergio con un poco de rubor, ¿y tú?. Laura, le respondió Mario.¡Vaya!, exclamó Sergio mirando a los dos, ¡o sea que mi buen amigo se ha echado novia en la ciudad!. Ya ves, contestó Mario. Se quedará hasta septiembre y luego ya veremos. Quiero enseñarle todo esto. El pueblo, el mar, la playa... ¿ No te importa que venga ella también a nuestra playa?. Quedaron las puertas del coche abiertas mientras las risas de los tres ya se perdían tras el recodo que llevaba de regreso a la cala. Fue aquella una estación calurosa en la que el mar se mantuvo tranquilo, y esto atrajo a muchos más turistas que los años anteriores. A Mario le tocó pasarse muchos días encerrado en la oficina ayudando a su padre con las finanzas hasta tarde, y Laura se pasaba casi todo el día sola, tomando el sol o leyendo. Sergio empezó a enseñarla a bucear con bombona, y aprendía rápido. Pronto los dos, con Mario cuando podía unírseles, empezaron a profundizar en sus exploraciones y a hacer más largos y sorprendentes sus paseos submarinos. Ella estaba fascinada desde el primer instante. Por la belleza del mar, en principio, pero también cada vez más por el misterio que parecía envolver a su nuevo profesor. Una tarde, mientras guardaban el equipo le dijo, sois muy amigos , ¿verdad?. Los que más, contestó él. Se nota, dijo ella. Tenéis la misma mirada, como si tuvieseis por seguro que estáis destinados a algo grande, algo que no está al alcance de los humanos corrientes. Pero en él esa fuerza está ya contenida, limada por el mundo. En ti, sin embargo, se ve aún tan fuerte. Tan salvaje. ¿Y eso qué significa?, preguntó Sergio, bajando la vista de repente. Nada, contestó ella, o todo, en realidad. En ese momento llegó Mario y la conversación hubo de volver a los cauces normales. Pero esa noche, después de haber despedido a la pareja, Sergio no pudo dormir. Sólo tenía clavado en su cabeza el torrente dorado del pelo de Laura, la piel pecosa y algo quemada en sus hombros, el olor a bronceador y a sal que a ratos le enviaba. Cuando a la mañana siguiente regresó al hotel y volvió a verla comprendió que había dejado de ser dueño de su destino y que estaba condenado a acabar en donde el revés de la tempestad quisiera dejarle. Ni una palabra antes de la inmersión, ni después. Pero cuando hubieron terminado corrió hacia este lugar, y se sentó en la arena a esperar. Y, como temía, ella no tardó en aparecer. Jamás la había deseado tanto Sergio como en aquel instante, al ver descender el camino su pareo florido, su camiseta descosida, el lazo rojo alrededor de su pelo soleado. Siento lo de ayer, dijo ella. No debí decir eso. Sergio callaba. No quiero que me entiendas mal, continuó, yo jamás le haría daño a Mario, y sé que tú tampoco. Yo te lo dije porque... porque... y ya tenía los labios de Sergio presionados contra los suyos, y su cuerpo impaciente cayendo en ella para descubrir los misterios oscuros y cálidos de sus profundidades.
Mario tiene que saber esto, dijo Sergio después, cuando ya los dos reposaban desnudos sobre la arena. Tenemos que decírselo. Mientras se amaban, el calor dulzón de aquella mañana se había convertido en un bochorno pegajoso y eléctrico que pegaba a sus cuerpos los rastros de sudor culpable. Yo se lo diré, contestó Laura. Soy la causante de todo.¿Y qué pasará entonces?, dijo él, ¿Te quedarás conmigo?. No puedo hacer otra cosa, le contestó ella. Mario lo comprenderá, ya verás, dijo Sergio. Después de todo somos los mejores amigos. Lo golpeó un frío latigazo de arena mientras hablaba. Se había levantado un viento cortante que los hizo correr por toda la playa a la caza de sus ropas. Tú vete a casa y espérame, le dijo Laura, me reuniré allí contigo cuando todo haya terminado. Mientras comenzaban a clavarse en la arena, alfileres dispersos, las primeras gotas del temporal, Laura y Sergio se besaron por última vez y se separaron.
Esa tarde las horas pasaron lentas. Sergio recorrió su habitación mil veces, escuchando el repiqueteo de la lluvia y los truenos, incapaz de mantener un mínimo pensamiento coherente. Laura se retrasaba. Hacía tiempo que debería estar con él, pero no aparecía. El corazón le dio un vuelco cuando escuchó los golpes en la puerta. Pero no era ella quien apareció, sino Mario. Sergio, le dijo, tenía que verte. He venido corriendo en cuanto terminé de trabajar.¿Qué pasa?, contestó Sergio desconcertado. Quería hablarte de Laura, dijo él. Ya sé que la has tratado muy bien, y que ha aprendido mucho contigo este verano .Pero ¿Qué piensas en serio de ella?.¿Te gusta?. No sé por qué me preguntas esto, contestó Sergio nervioso. Te lo pregunto porque ella es lo que más quiero en esta tierra, y necesito saber que a ti también te parece bien. Ella te aprecia. No veo a donde quieres llegar, intentaba escaparse Sergio. No veo a dónde quieres llegar. Sergio, le cortó su amigo, esta tarde le he pedido a Laura que se case conmigo y ella ha aceptado.

La volvió a encontrar en la playa, como había supuesto. Había echado a correr dejando a su amigo con la palabra en la boca. Pero ya no le importaba lo que éste pudiera pensar. Era poco más que un demente con una única obsesión: Tan sólo plantarle cara a ella, afrontar el frío verdoso de su mirada, arrancarle a la fuerza un porqué. Ella estaba ahí arriba, casi donde las rocas, mirando al mar encabritado golpear el arrecife. El mar, que parecía haber estado reservándose durante todo el verano para estallar precisamente en este día. Cuando ella se giró, sin que Sergio hubiese dicho aún ni una palabra, relucían en su cara gotas diferentes a las de la lluvia, picantes y amargas, tan difíciles de tragar como la propia verdad. Entonces ya te lo ha dicho, le habló sin atreverse a mirarlo. ¿Y tú?, contestó él. ¿Tú que tienes que decir?.No pude contárselo, Sergio. No pude. Ni siquiera me dejó tiempo para hablar.¡Pero has aceptado!, gritaba él. Sí, contestó ella.¿Y qué otra cosa iba a hacer?. El futuro, Sergio, es algo demasiado complicado y demasiado serio para arriesgarlo por el capricho de un verano.¿Capricho?, Sergio no podía creer lo que escuchaba.¡Esta mañana dijiste que me querías!. Y no te mentía, dijo Laura. ¿Y entonces por qué me niegas ahora?, le replicó él cogiéndola del brazo. ¿Por un buen partido? ¿Por una seguridad?. No, Sergio. No sólo por eso, y ella le devolvió la mirada por primera vez. También acepté porque lo quiero, igual que te quiero a ti. Sin darse cuenta, se abrazaban de nuevo bajo aquella lluvia que les calaba hasta el alma, y Sergio notaba muy fácil y muy cercano el dejarse arrastrar. El besarla de nuevo y aceptar las reglas del juego diabólico que proponía entre líneas. No le hizo falta ni pensar si era capaz de hacerle aquello a su amigo, porque lo hizo volver a la realidad el sonido de un grito a sus espaldas. Como respondiendo a sus dudas, el resplandor crudo de un rayo iluminó en lo alto del camino la silueta de Mario.
¡Cómo has podido hacerme esto!, gritaba. ¡Eras mi amigo!. Ambos pronto fueron un revoltijo de furiosa carne rodando por la hierba mojada¡ Siempre me has envidiado, eso es lo que te pasa!, decía Mario,¡Siempre has querido tener lo que yo tenía, incluso si para ello era necesario robarlo!.Entre trueno y trueno, estremecía el aire de este lugar el eco de palabras que tal vez deberían haber sido dichas hacía mucho.¡Tú jamás la quisiste!, contestaba Sergio, ¡Sólo era una posesión más con la que hacerme sentir inferior!. ¡Sabes que siempre he sido mejor que tú en todo!¡Incluso buceando! dijo Mario.¡Cállate!, gritó Sergio. ¡Yo te podría machacar en cualquier momento!.¡ ¡Incluso ahora, si quieres, con este mar!.¿Ah, si? ¿Pues por qué no probamos?.¡Basta!, gritó Laura curvada sobre sí misma, ¡Basta!. Una furia aún mayor que la de los dos contendientes la invadía. ¿Es que eso es lo que soy para vosotros?, les inquirió. ¿El premio de una competición? .¿Es eso ,le dijo a Mario mientras se quitaba el anillo de compromiso que horas antes éste le había regalado, lo que yo represento para ti? .¿Y para ti?, le dijo también a Sergio. Y ninguno de los dos contestó. Pues entonces competid si es eso lo que queréis, dijo mientras arrojaba el anillo a la boca de las olas salvajes, porque yo seré tan sólo del que rescate el anillo del agua.

No era posible y ella lo sabía. Sabía que nadie era capaz de sacar aquel trozo de metal a pulmón desde las profundidades, y lo había lanzado para intentar demostrarles a los dos lo absurdo del enfrentamiento, hacerlos recapacitar. Pero cometía un error. No tenía en cuenta que Mario y Sergio estaban hechos al mar y eran aún muy jóvenes y orgullosos. No había dicho ella nada más, y ya habían desaparecido los dos en el rugir del agua, contentos de que aquel día ,por fin , se decidiese en duelo privado quién era el mejor. El vientre del océano era más inhóspito y violento si cabe que su exterior, y aquí y allá flotaban jirones de algas que dificultaban el descenso de los jóvenes. Tenían que hacer verdaderos esfuerzos para que la fuerza de las corrientes no les destrozase contra el filo negro de las rocas. Sin embargo, ellos habían aprendido a conocerlo bien, hasta en sus malos momentos, y aún en una situación como ésta eran capaces de plantarle cara con dignidad. Era un momento mítico aquel, dos semidioses rebelándose contra el poder desatado de una fuerza de la naturaleza. El agua sabía a tierra, a sangre negra y a electricidad. Ramalazos de furia los llevaban como peleles en todas las direcciones. Sergio no era capaz de ver casi ni sus brazos agitándose frente a sí. Subir a tomar aire, y bajar, y a veces entre la turbulencia aparecía la figura de Mario, también loco en la búsqueda, y entonces los dos se empujaban e intentaban ahogarse durante unos segundos antes de continuar cada uno por su lado. Y fue en uno de estos encuentros donde los sorprendió el golpe de corriente. En un segundo de pavor ambos se vieron lanzados al corazón de un torbellino que, tras vapulearlos con mil vueltas, los lanzó derechos a la boca negra del arrecife. Mario pudo nadar hacia arriba y alcanzó la superficie. Sergio también esquivó las rocas por muy poco, pero no pudo evitar ser arrastrado hacia abajo por la violenta descarga. Se dejó girar, convertido él en otro remolino, hasta que sintió cómo su mano rozaba el áspero fondo arenoso. Le quedaba poco aire. Asentó sus piernas en la arena, y se dispuso a impulsarse hacia arriba. Y cuando iba a salir lanzado lo vio frente a él. Semienterrado en la arena, pero aún así rodeado de un halo fantasmal, como un rayo de sol rebelde en aquel infierno de esmeralda oscuro. Sergio estiró su brazo temiendo que fuese sólo una ilusión, otro engaño más de aquel mar traidor y sediento de sangre, pero sus dudas se disiparon cuando sintió en la palma de su mano el abrasador mordisco del oro maldito. En el rápido ascenso posterior pasó una vez más al lado de Mario, que descendía tras haber tomado aire. No tuvo mejor ocurrencia para ese momento que mostrarle su trofeo. La superficie y la victoria estaban ya muy cerca. Pero no contaba con que Mario, no pudiendo soportar la visión de su rival triunfante, haría todo lo posible porque no saliese del agua tan fácilmente. Nadó contra él y lo hizo volver a hundirse, cogiéndolo por la pierna, y luego comenzó un forcejeo furioso por abrirle la mano y arrebatarle el tesoro. La lucha volvió a llevarlos muy profundo, donde la luz desaparecía. Y a medida que se hundían, Sergio fue sintiendo cómo su visión se nublaba de rojo y dejaba de controlar su cuerpo. Fue entonces cuando comprendió que jamás volvería a respirar el aire del exterior. Justo antes de dejar entrar instintivamente una bocanada salada que lo inundó por dentro, abrió el puño y puso el anillo en la mano de su amigo. Luego tan sólo se dejó ir hacia el fondo. Lo último que vio en su caída fue la figura de Mario recortada contra la luz del exterior, haciéndose lejana y borrosa . Luego la oscuridad lo cubrió.

Volvió en sí cuando ya había anochecido, respirando el aire limpio de después de la tempestad. Habían llegado las estrellas, y el mar que hacía un momento desplegaba su ira era una inmensa e inofensiva balsa de aceite plateado. Se descubrió tumbado sobre la arena, cerca de donde iban a deshacerse las olas. Vivo, y también solo. Sergio se levantó, y miró alrededor. No recordaba muy bien lo que había pasado, y no veía a Laura por ningún sitio, ni a Mario. Frente a él destacaban sobre la arena dos líneas de pisadas. Unas, más profundas, como si el que las hubiera hecho llevase encima un gran peso, saliendo del mar. Otras, más leves, perdiéndose de regreso en él. Sólo entonces, al mirar abajo, reparó Sergio en que había mantenido el puño cerrado desde que se despertase. Y sólo entonces lo abrió.

En el centro de su mano, circular y perfecto como el corazón de algunas historias, estaba el anillo.

-Es triste- dice la chica tras unos segundos de silencio- pero no entiendo su final. No tiene sentido. A lo mejor Mario hubiera salvado a su amigo, sí. Pero, ¿por qué le devolvió el anillo?¿Y por qué regresó después aquí?.
-Ya veo que no has entendido nada- la corta él. Mientras contaba la historia se ha escondido la luna y ahora su voz sale de la oscuridad, profunda y ampliada por un eco de caracola.
-¿Entender?, dice ella. ¿Entender el qué?.
-Tú eres muy joven aún, niña. -contesta su voz- Pero seguro que sabes ya que el amor en la tierra es voluble y frágil, y está condenado a ir apagándose mientras cambia con cada edad. Y que el amor del mar, por el contrario, es fiel e inmutable y por tanto eterno. Quizás Mario entendió eso mismo cuando casi era ya tarde, pero no demasiado. Y a lo mejor, sólo a lo mejor, al lograr entenderlo fue él, y no Sergio, quien acabó consiguiendo a su verdadero amor aquel día.
- ¡¡¡Pero eso no puede ser!!!-contesta ella enojada, y saca sus manos del agua para golpear la superficie a cada frase.-¡El mar jamás pudo corresponderle en su amor!¡Mario no era de aquí! ¡No estaba hecho para vivir aquí, ni para amar esto con tanta intensidad ¡Pero si él era, él era...- se para un momento antes de decir la palabra, como valorando la totalidad de su significado-...era un hombre!.
-¿Y qué?-le contesta el chico, y su voz va sonando más alta cada vez. Se está acercando- ¿No salimos nosotros los hombres también de aquí, al principio? ¿Y no estamos hechos, al fin y al cabo , de agua y sueños y de poco más?.¿Y no son las corrientes de nuestro corazón a veces más impredecibles y misteriosas aún que las suyas?.¿Qué diferencia nuestros sueños, entonces, de los que tienen los de aquí?.Dime, niña- pregunta ya al oído de la chica.- ¿Es que no podemos ser nosotros también hijos del agua

igual que tú?.

Y de pronto ella tiene enfrente su cara, y puede oler por primera vez el aliento amargo y salino, triste, monótono como el de los ahogados. Y puede ver cosas que no había visto antes, cuando hablaba con él a distancia. Puede ver cómo ha reverdecido el tiempo sus facciones, cómo le ha dado a sus dientes el caoba profundo de la madera corroída y a sus ojos el brillo frío del fuego de San Telmo. Cómo le ha pegado la piel a los huesos hasta volverla pergamino húmedo, escrito con quién sabe qué palabras. Pero lo importante son sus ojos, la chica lo comprende al fin. Esos ojos que pueden ver a través del agua, que son el mismo agua. Esos ojos que la ven desnuda, que han sabido desde el principio lo que ella es. La chica grita con el chillido de la gaviota hambrienta. Pero no puede hacer nada , porque todo él es ya una ola oscura que se abalanza y la obliga a debatirse bajo el agua en un colear histérico y furioso. Terror, terror absoluto, y en medio de él una mano firme y real que la agarra del brazo, y tira hacia afuera de su cuerpo.

-¡¡Te pillé!!

En la superficie ha vuelto la luz, y son perceptibles las cabezas de todo el resto del grupo a su alrededor. Han tardado en alcanzarla. Aquí y allá nadan todas, soltando de vez en cuando alguna onda reveladora a sus espaldas. Mientras que aún se recupera del susto, la rodean con ojos curiosos y preguntas.
-¿Dónde te habías metido?-dice una.- Llevamos un rato buscándote.
-Me perdí.-miente.
-¿Y porqué gritabas?- pregunta otra.-¿Porqué estabas agitándote así cuando llegamos?.
-Creo que me quedé dormida, y soñé que hablaba con alguien.
-¿Con alguien?, le inquieren todas a la vez,¿Y con quién?. ¿Con un humano?
-No- les contesta ella algo triste.- En realidad, no.

Dejan las aguas de la playa sin decir más, y nadan despacio hacia el cabo para encontrarse con el fresco abrazo del mar abierto. Y sólo ella le devuelve la mirada al mundo de los hombres antes de dar la curva, y le parece quizás ver una sombra o una pequeña turbulencia en el sitio donde hace un momento escuchó a la alucinación. El guiño de dos ojos dorados tras lo oscuro. Pero sólo es el halo de la luna, que ha asomado su nariz por entre la colcha de nubes para ver que todo sigue bien. Antes de partir, saca del agua su larga cola y la estira, moviéndola un par de veces arriba y abajo, y dice adiós a la manera lenta de las ballenas con el reflejo bailando sobre sus escamas. Y poco después todo el grupo es una colonia de estrellas fugaces hacia el horizonte, otro relámpago plateado por la ancha estela .Ella va la primera de nuevo, y tiene en su garganta una canción extraña que habla sin palabras de la inmensa fortuna que es poder tocar con las manos los secretos y estar sin embargo libre para olvidarlos a cada instante. Para olvidarlos como ha olvidado ya la playa, y la mirada fija del chico, y su historia significase lo que significase. En un momento, cuando encare sola las corrientes del sur y silben en sus oídos otra vez las promesas vibrantes del amanecer, habrá olvidado incluso a sus compañeras, ya que corta es la memoria del agua y más corta aún la de sus hijos. Y ella siempre ha sido, después de todo, la mejor nadadora.

Mejor, mucho mejor, que cualquier otra del grupo.

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29. CÓMO SER BUZO Y MORIR EN EL INTENTO.

El cuchillo enterrado en la arena, yo tres metros sobre él, mi compañero Dios sabe donde, treinta de aire en el manómetro, veinticinco en la aguja del profundímetro y mi pierna derecha atrapada en un amasijo de cabos pertenecientes a un maldito pesquero hundido, del que ni el mismísimo Harry Houdini podría escapar.
Decididamente esto no pinta bien, para que decir otra cosa. Mi situación es lo que mi instructor denominaría sin dudarlo como un serio contratiempo. Y es que como en quince minutos no me salgan branquias, voy a respirar lo mismo que respiró Leonardo DiCaprio al final de la película Titanic, o sea, litros de agua por un tubo.

¿A cuento de qué me metería yo en esta historia?.
Todo empezó con el clásico pique masculino que te corroe las entrañas y que se compone usualmente de estupidez y testosterona al cincuenta por ciento, aunque hay quien dice que ambos ingredientes son completamente indivisibles e irrenunciables en sí mismos.
Exactamente. Solo hizo falta que un amigo nombrara las palabras aventura, cerveza y chicas en la misma frase para que el alter ego que rige mis pensamientos y mi cuerpo, o lo que es lo mismo, mi mente calenturienta, desarrollase fantasías de buceo en cálidas aguas caribeñas rodeado de chicas extraordinariamente voluptuosas y bellas. Buceos en enormes, y antiquísimos pecios buscando tesoros aún por descubrir. Y por supuesto ríos de cerveza y concursos de Miss camiseta mojada en los descansos de las inmersiones.
Al día siguiente ya estaba buscando un curso que se adaptara a mis necesidades. Es decir, que tampoco tuviese que matarme estudiando el librito que imponía la organización y
que fuese lo suficientemente barato para no tener que economizar en mis salidas de fin de semana.
Evidentemente lo encontré, y la verdad es que no puedo decir que me equivocase, ya que me enseñaron más de lo que yo estaba dispuesto aprender. Además el dueño tenía tanto amor a la teórica como yo, y prácticamente la misma querencia a la barra fija; Con lo que a un par de clases de acabar el curso aún no habíamos abierto el libro pero ya había hecho más inmersiones de las preceptivas y nos habíamos bebido media cantina del puerto. Cojonudo.
Recuerdo con especial cariño mi segunda inmersión en mar. En superficie estaba cayendo la de Dios. Realmente aquello poco se tenía que diferenciar del diluvio universal. Llegamos a Marina del Este, que era donde hacíamos algunas de las practicas, y el mar se veía bastante picado. Me volví a Juan que era el instructor ese día y le pregunte si nos íbamos a meter a lo que me respondió que por supuesto, que ya que estabamos mojados no teníamos nada que perder, y que después de todo a doce metros de profundidad no se nota que llueve.
En el aparcamiento nos cambiamos muertos de frío, y nos embutimos en los reconfortantes neoprenos desgastados y pasados después de cursos y cursos sin ser repuestos. Nos colocamos los plomos en la cintura y nos anclamos a la espalda la botella agarrada al chaleco. Cogimos las aletas, guantes y gafas y pusimos rumbo a la orilla. Una vez allí escupimos en los cristales, nos calzamos las aletas, reguladores a la boca y poco a poco nos fuimos metiendo de espaldas al mar con los jackets completamente hinchados. Cuando estuvimos todos, Juan hizo la señal de inmersión y todos deshinchamos los chalecos para sumergirnos como si fuésemos fantasmas en el gran azul.
No lo quiero ni pensar. No se veía una mierda, de hecho me costaba Dios y ayuda no perder de vista las aletas de la pareja de buzos que nos precedía, y cada diez segundos alargaba la mano para tocar a mi compañero, para ver si aún seguía ahí.
Un infierno bajo el agua. Allí no había ni peces luna, ni sargos, ni pulpos, ni nada de nada. Se habían quedado todos en casita viendo pasar el temporal y a ocho locos vestidos con trajes de goma, que mantenían a duras penas una especie de formación mientras respiraban como podían a través de un tubo conectado a una botella.
El caso es que entre las corrientes, la poca visibilidad, el esfuerzo físico, el mental, y coño, que era un condenado novato; empecé a consumir aire como si fuese lo último que iba a hacer en la vida. Más que respirar, succionaba oxígeno, era como si me hubiesen abierto el grifo de entrada de aire, y éste se colara desde mi boca a través de mí, saliendo por el mismo sitio sin llegar a pasar por los jodidos pulmones. No veía nada, solo escuchaba mi taquicárdica respiración. Me dolían los gemelos de dar aletas, y por si fuera poco el manómetro indicaba cien, me había cargado la mitad de la botella.
Como buenamente pude busqué a quien me parecía que era el instructor, ya he dicho que apenas se podía ver nada, y le hice la señal de media botella. Seguimos la lucha, yo veía las aletas del que iba delante de mí como iban de un lado para otro, de pronto subía un metro, al instante bajaba dos, hacia la derecha, hacia la izquierda. Era un pelele en manos de la corriente marina. Y yo, intuí, era otro naturalmente. Más nervios, más aire consumido, más cansancio, más dolor en los gemelos, menos oxígeno en la botella.
Al fin llegamos a una calita rodeada de rocas donde la corriente no era tan fuerte, y se veía algo más. Juan, el instructor, hizo la señal de reunión y todos nos aproximamos a él. Leí mi manómetro y al ver la aguja en cincuenta, muy decidido y muy académicamente le hice a Juan la señal de reserva. Parecía que los ojos se le salían de las gafas, se acercó, observó mi manómetro y acto seguido hizo la señal de que me iba a dar una ostia, y después, la de todos para arriba.
No veas la que me cayó allí arriba en la calita, entre el oleaje, la corriente y los gritos de Juan, que se podían escuchar creo yo hasta en Marruecos. Se decidió que yo iría junto al instructor y que regresaríamos buceando en tres metros para consumir menos aire.
Hay que decir que el aire que consume un buzo es entre otras cosas directamente proporcional a la profundidad. A más profundidad, más aire consumido.
Dicho y hecho bajamos a tres metros y colocado junto al instructor pusimos rumbo a la orilla, pero nada más salir de la cala no había ser humano capaz de avanzar con una profundidad de tres metros, nadábamos un metro y la corriente nos retrasaba dos. De modo que de tres metros nada, seis y a Dios gracias.
A mitad de camino me quedé sin aire, por lo que Juan me pasó su segundo regulador, de modo que cuando llegamos a la orilla, me había chupado prácticamente toda la botella del instructor. Fue mi primer percance y la inmersión que me dio mi nombre de guerra. “El Rémora”.
Y a pesar de lo mal que lo pasé seguí erre que erre, hasta verme donde ahora me veo. Jodido y medio ahogado.
Cualquiera diría que estando como estaba mi situación, enredado y sin aire apenas en la botella, lo mejor sería abandonarme y resignarme a morir. Pero el ser humano lo último que pierde es la esperanza y más aún si el ser humano en cuestión es un perfecto cobarde que no quiere morir. Es entonces cuando el ingenio sale a flote y mi caso no es distinto al resto. Como por arte de magia, recordé que en mi bolsillo del chaleco llevaba una maraca, así que decididamente la saqué del bolsillo y empece a hacerla sonar como un loco arriba y abajo, una y otra vez con toda la fuerza que pude poner en el empeño. Y con
tanta fuerza lo hice, que en una de las veces que subía la maraca, me di un tremendo golpe en la cabeza que me hizo sangrar abundantemente, y debido al dolor y al chock la maraca se me escurrió entre los dedos para ir a hacer compañía a mi cuchillo en aquel puñetero y odioso fondo marino. No somos nadie.
Si, ya sé que antes dije que en situaciones críticas el ingenio del ser humano sale siempre a flote. Pero también he dicho que era un cobarde, y como tal especimen inundado de desasosiego y con las ansias de ser salvado olvidé pasarme la cuerda de la maraca a la muñeca, bueno nadie es perfecto.
Las ideas se me agotaban, y lo peor era que el tiempo y el aire también. Miraba hacia un lado y hacia otro pidiendo, rezando por que apareciera mi compañero. Aquel miserable que había pasado de mí. Pero lo único que apareció fue una pareja de tiburones que sin duda habían sido atraídos por mí A positiva, roja, dulce y densa.
Aquellos malditos peces prehistóricos nadaban a mi alrededor como quien se da una vuelta por la mesa del bufe libre antes de coger un plato y ponerse hasta arriba de comida aunque no tenga más apetito, porque sencillamente ya esta todo pagado. Y bueno, ellos no habían pagado nada, pero a ver como diablos les explicaba yo eso.
De hecho los círculos que hacían a mi alrededor eran cada vez más pequeños. Yo me intentaba tapar la herida con el guante pero creo que no era un sistema demasiado eficaz. Además cada vez me costaba más respirar y aunque los nervios me comían, valga tal expresión visto el panorama, el terror, que siempre o al menos casi siempre es un gran aliado, me mantenía inmóvil a pesar de la cercanía de los dos execrables escualos.
Como siempre digo y la historia me ratifica, la resistencia a la muerte de un cobarde es mil veces mayor que la de un valiente. Es por eso por lo que ellos mueren jóvenes siendo héroes, y nosotros, los cobardes, sobrevivimos durante bastante más tiempo siendo
personas normales. Pero ahora lo tenía complicado, por desgracia no tenía a mano a ningún héroe que echar a los tiburones y mi mayor ventaja que es la de salir huyendo, estaba ciertamente algo disminuida por culpa de los malditos cabos de aquel infecto pesquero; que estoy completamente seguro, se hundió solo para poder hacerme esto a mí cuarenta años después.
De pronto y por capricho del destino, recordé que aún tenía una cámara fotográfica con un potente flash, y una boya de descompresión dispuesta a subir a la superficie para marcar mi posición. Eso en otras manos no hubiese significado casi nada, pero en mi poder y ante el terror que me invadía al pensar en mi más que cercana muerte, lo significaba todo. Era la tabla de salvación a la que asirme para salir con bien de una situación que yo definiría, sin demasiado riesgo a equivocarme, como altamente peligrosa para mi integridad física. Que por supuesto es para mí, lo más importante de todo cuanto pueda ser importante en esta vida.
Dicho y hecho, lo primero que hice fue liberar la boya, exhalar en ella algo del putrefacto aire viciado y con sabor a aceite que a estas alturas inhalaba y soltar el cabo. Observé como la boya serpenteaba en dirección a la superficie envidiando cada metro que el anaranjado símbolo fálico ganaba al océano, y observé también que mis hambrientos amiguitos en una reacción que yo humildemente había más o menos calculado, se separaban un poco de mí para vigilar al globo que ascendía rápidamente. Por supuesto no todo podía salir bien al cien por cien, el cabo de la boya que en un principio era de treinta metros lo recorté a doce, porque todo el mundo decía que para qué quería más. Pues para esto pandilla de cabrones, para que la boya no fuese a la deriva y siguiendo su cabo dierais conmigo a la primera. ¿Os parece poco?. A mí desde luego no.
Al cabo de un par de minutos los tiburones habían olvidado el globo naranja y volvían a concentrar su insana curiosidad en mi modesta persona, algo del todo inapropiado diría yo. Sin embargo debía sobreponerme, me costaba pensar y me costaba respirar. El regulador estaba duro como una piedra y el aire, bueno, allí creo que no quedaba más que aceite y un vacío que era irrespirable, pero me resistía a caer desmayado. Así que cuando el primero de los tiburones se aproximó más de lo que yo creía era una distancia prudencial, le solté un flashazo en los ojos que hizo que éste se retirara bruscamente sorprendido por el fogonazo. Un alivio momentáneo pero que de poco servía. Ya no respiraba, empezaba a notarme mareado cuando de pronto observé al gusano de mi compañero, que se aproximaba haciendo caso omiso a los amenazantes escualos. Bien si deseaba que lo devorasen no iba a ser yo quien lo impidiese, y menos en el estado en el que me encontraba. En ese momento el regulador, que ya no suministraba ni aceite, me fue arrancado literalmente al tiempo que un chorro de aire violentaba mi boca seguido de un regulador que emitía un flujo casi celestial, de un oxígeno limpio y potente que llenaba mis células, alveolos, corazón y cómo no, mis más que agradecidos pulmones. Abrí los ojos y pude ver como varios buceadores con largos palos metálicos ahuyentaban a los tiburones, otros dos cortaban los cabos que me mantenían junto al asqueroso pesquero, y mi compañero me observaba mientras me hacía la señal de O.K. Una mierda O.K., mamón que por poco la cago, pensé. Aunque fue peor cuando en el Mar Rojo... pero esa es otra historia. Esta termina así, todos juntos en el barco bebiendo cerveza y recordando el valor que le eché a aquellos malditos tiburones y a la boya que les dio mi posición. Sí, al final casi quedé como un héroe a ojos de todos, aunque vosotros y yo sabemos que eso no es del todo cierto.

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28. BUCEO EN EL ESCORIAL DEL PARQUE NACIONAL LANÍN–ARGENTINA.

El día 16 de diciembre, amaneció despejado en la ciudad de San Martín de los Andes, Provincia del Neuquén. Somos en total cuatro amigos que nos une el buceo y nos dirigimos a realizar una inmersión a la zona del Escorial del Lago Epulafquen, uno de los tantos lagos que se ubican en el corazón del Parque Nacional Lanín, en la Cordillera de los Andes, de la patagonia Argentina. Todos estos lagos son de origen glaciario, las aguas son frías y muy cristalinas. Epulafquen significa dos lagos en lengua Mapuche (aborígenes que viven actualmente en esta zona) y se conecta con otros dos grandes lagos: el Huechulafquen y el Paimún, formando una de las cuencas protegidas más importantes del parque y uno de los mejores pesqueros de salmónidos del mundo!!!.
Es verano, un día radiante de sol y el lago totalmente planchado . . . Después de hacer 90 kms., por camino de montaña y luego de 30 minutos de lancha, arribamos a destino.¡Hace tiempo que le teníamos ganas, ya que el lugar se encuentra alejado, y mejores condiciones no podía haber!.
El Escorial se originó por la erupción de un pequeño volcán, el Achén Ñiyeu (lugar que estuvo caliente), cercano al cerro Huanquihue .
De acuerdo a la datación que mandamos a hacer de restos de troncos quemados y muy bien conservados por la baja temperatura del agua de la Laguna Verde, que se formó por el endicamiento que produjo el Escorial, este volcancito habría hecho erupción hace aproximadamente unos 450 años, lo cual demuestra la actividad que todavía existe en la región.- Testimonio de ello, son los pozos de aguas termales y la línea de fuego de los volcanes: el Lanín, el Quetrupillán y el activo volcán Villarrica; estos dos últimos ubicados en Chile.
Mientras navegábamos y de sólo imaginar el espectáculo que debe haber originado, el ingreso de la lava incandescente a 1.000 grados en las frías aguas del Epulafquen, nos crea más expectativas de lo que íbamos a ver durante el buceo.
Para los que no lo han visto nunca, ni siquiera en fotos, el escorial ingresa a las azules aguas del lago como los dedos de una mano negra, formando grietas y pequeñas cavernas que estábamos ansiosos de conocer.
Amarramos la lancha cuidando de no dañar el casco, ni dañar los trajes contra las abrasivas rocas del escorial.
Ni bien nos sumergimos, un mundo desconocido se abre ante nuestros ojos, con una visibilidad de unos 20 metros, se logran diferenciar muy bien los irregulares contornos de las distintas coladas de escoria volcánica, que caen abruptamente más de 40 metros, hasta donde comienza el lecho arenoso del lago.
En la mayoría de estos lagos, lo más lindo esta en los diez primeros metros, donde todavía hay buena luz, algas, cangrejos, langostas de agua dulce, alevinos de truchas y mejillones.
Una trucha arco iris de gran tamaño nos hace de escolta, como si fuera nuestra guía de turismo. Curiosa, nos acompaña durante casi todo el trayecto manteniendo, por supuesto, una distancia prudencial, ante estos nuevos visitantes desconocidos en su ambiente . . . claro está que es un Parque Nacional y la caza submarina está prohibida, pero como lo que abunda no daña, los que deseen venir a conocer este paraíso geológico subacuático, deben tenerlo presente.
Cuando logras estabilizarte en la profundidad de buceo, compensas bien, el traje y el lastre ya no molestan, te adaptas a ese medio, realizando maniobras en forma pausada y automáticamente, casi sin pensarlo empiezas a disfrutar una experiencia inolvidable.
Entre grietas, pequeñas cavidades se escapan y esconden truchas y percas, todas de buen tamaño. Seguimos algunas tanzas de nylon perdidas por los pescadores entre las rocas, porque sabemos que nos conducen a algún señuelo de pesca enganchado, uno de los trofeos más abundantes que colecciono.- Este es uno de los lugares preferidos por los pescadores deportivos.
Uno de mis compañeros, linterna en mano, ingresa a un alero. Las burbujas de aire que larga, atraviesan en su ascenso las gruesas y porosas rocas del escorial, que como un tamiz las convierte en diminutas. Nos encontramos a 17 metros, aquí ya se empieza a poner bastante frío y tenebroso. Una trucha marrón, se pierde entre las sombras de la profundidad.
Repentinamente me encuentro entre dos paredes de escoria, que como si fueran columnas se elevan hasta la superficie dando un aspecto extraño, como la de una ciudad en ruinas.
Miro hacia arriba y se recorta sobre la superficie la silueta de la lancha. El manómetro indica que hay que salir.- Nos hacemos las señas... de que nos quedamos con ganas de volver.

FIN

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27. Y SE HIZO LA LUZ.

Este relato se encuentra duplicado desde el menú de acceso en los números 14 y 27.
Puedes leerlo y votarlo aquí: http://relatosdebuceo.blogspot.com/2009/05/14-y-se-hizo-la-luz.htm
Disculpen las molestias.

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26. UN SUEÑO.

Casi siempre me pasa lo mismo, llego al centro y me asignan como compañero a un OWD. Ya se que la culpa es mía, por ir solo y por tener el Rescue Diver. Pero tiene sus ventajas y es la amistad que vas cogiendo a diferentes personas a las que esperas encontrar en las siguientes inmersiones. Lo del Rescue Diver ha resultado ser una inversión bien hecha ya que te da la tranquilidad de tener unos conocimientos suficientes para que puedas bucear con muchas personas y poder responder a cualquier necesidad. Pero que pasa cuando en una de estas inmersiones te encuentras de cara con otro compañero de buceo de 18 metros en forma de pez, que se va acercando hasta que su enorme ojo te escudriña intentando descifrar si serás un elemento amigo o enemigo, si tu reacción será de susto o por el contrario te dejarás llevar por la empatía hacia estos seres perseguidos y maltratados y procurarás comunicarte, aunque el lenguaje sea inexistente por motivos obvios.

Estando, pues junto a la pared que desciende de los 15 hasta los 30 metros mirando nudibranquios, me giro hacia mi querido compañero asignado, que por casualidad es el OWD de siempre después de superar el AOW en espera de ver que sigue mis pasos y con el objetivo de mostrarle una Flavelina, la tranquilidad que le caracteriza cambia de pronto por unos movimientos nunca pactados, como si le hubiera picado una tembladera y queriendo indicarme con el dedo, que parece un dardo por lo rápido que lo mueve, algo que tengo detrás de mi. Ante tal insistencia y al verle poco interesado por mi hallazgo me giro y ……..

Me encuentro un enorme ojo frente a mi máscara, moviéndolo de arriba abajo. Como que no me puedo mover, no tan solo por la impresión sino por estar entre la pared y esta ballena de enorme envergadura, decido aplicar el método aprendido en los reportajes de Cousteau y empiezo a acariciar la parte superior del ojo como si fuera un gato, siendo la única parte de su cuerpo que puedo tocar ya que no llego a otro sitio.

Que hago?... Que pienso?...Por mi cabeza pasan rápidamente imágenes de estas criaturas, con sus movimientos suaves, sus cantos. Sus cantos!, pero que me está diciendo la ballena, me está diciendo algo.

Será mi imaginación?, será la narcosis?, que me está pasando?... Me está diciendo que la ayude? Como puede ser que entienda estos cánticos si ni el mismísimo Cousteau los descifró.

En mi postura, inclinado alrededor del ojo de la ballena y estando aún acariciándola descifro que lo que me está diciendo es que tiene a su ballenato atrapado en una red en el fondo de la pared, a 30 metros. Por un momento desconecto de lo que me está pasando; miro a mi compañero, lo veo inmóvil detrás de mi; miro su presión y la mia, aún nos quedan 150b; miro el tiempo transcurrido y la profundidad en el ordenador, 10 minutos y 18 metros y como quién lo ha hecho toda la vida le digo a la ballena que no se preocupe, que la vamos a ayudar. Dicho y hecho, al momento se aparta con una suavidad increíble y la seguimos en el descenso. Mi compañero no sale del asombro, hace tan solo unos segundos estábamos atrapados por un enorme animal y justo cuando nos deja libres la seguimos hasta el fondo.

Al llegar se entabla un diálogo entre madre e hijo, supongo que en un dialecto ya que no es el mismo sonido emitido anteriormente por la madre, el cual entendía perfectamente.

Pasados unos segundos y con unos sonidos más fuertes, como si la madre dejase por zanjada la discusión con su atemorizado hijo, se gira hacia nosotros y me “dice” que procedamos ya que el ballenato también está de acuerdo.

Nos enzarzamos en ir cortando trozos de red lo más rápidamente posible ya que la profundidad nos está haciendo bajar el tiempo de inmersión sin descompresión no sin antes prestar mucha atención en nuestra tarea ya que cualquier error con el cuchillo podríamos dañar al ballenato. Con grandes esfuerzos abrimos un agujero lo suficientemente grande para que pueda salir y sin mediar “palabra” suben los dos como unos cohetes hacia la superficie. Pienso, mira que llegan a ser desagradecidos, no nos dan ni las gracias. Empezamos nuestro ascenso controlado hasta 5 metros para hacer la parada, nos agarramos al cabo de la barca y antes de acabar los 3 minutos notamos un movimiento en el agua inusual, de pronto volvemos a estar rodeados por la madre y el hijo, que aunque pequeño, al verlo en su totalidad mide mas de 8 metros.

La madre, con su lenguaje, me hace saber de la necesidad que tenían de subir a superficie a respirar ya que llevaban mas de 10 minutos en apnea y que en ningún momento me hubieran dejado sin despedirse.

De pronto noto en mi boca algo extraño, como si me ahogara. Claro, estoy a 0 de presión, suerte que mi compañero, el AOW aún le quedan 10b., suficientes para subir los dos ya que la parada, sin darnos cuenta, ha durado el triple.

Cuando estoy en superficie veo que los compañeros de la barca me hacen gestos, casi los mismos que mi compañero al ver la ballena, y dan gritos diciendo que saliéramos rápidamente del agua ya que han visto algo muy grande que no han podido identificar.

Pienso que nadie se a creer lo sucedido y conmino a mi compañero que guarde silencio hasta una próxima inmersión. Pongo la cabeza dentro del agua y me despido de la ballena pidiéndole que vuelva al día siguiente al mismo sitio y a la misma hora ( como si tuviera reloj).

Ya en tierra y meditando lo sucedido solicito de mi compañero que me pellizque ya que la situación vivida es más que surrealista. Por si acaso quedamos para el día siguiente en hacer la misma inmersión.

A las 9 en punto ya estoy en el centro y casi sin mediar palabra con nadie monto mi equipo y me visto, ansioso de entrar en el agua. Mi compañero no tarda en llegar, le veo alegre, con una sonrisa especial, como de cómplice de algo que no se atreve a comentar.

Nos miramos y casi como me sucedió con la ballena parece que nos estemos diciendo lo que vamos a ver sin pronunciar palabra.

Insistimos en que queremos ir al mismo punto de inmersión que el día anterior, lo logramos gracias a que los otros buzos no son los mismos, no sin las reticencias del Dive Master ya que procura ir cambiando de lugar para no cansar a los buzos.

Son las 10, la misma hora que el día anterior tuvimos el encuentro, nos lanzamos al agua los primeros, ansiosos de que nadie nos espante a nuestros nuevos “amigos”. Nos quedamos inmóviles a 18 metros, practicando la flotabilidad neutra, aunque parezca extraño no buscamos nudibranquios, no escudriñamos los agujeros de la roca en busca de pulpos, tampoco nos fijamos con el gracioso baile del “Tres colas”, nuestra mente y vista está dirigida al azul……Pasan los minutos, pero a esta profundidad podemos estar más de una hora, así que seguimos esperando hasta que de pronto todo se oscurece, como si se hubiera nublado y justo encima tenemos a la feliz familia, que con grandes círculos desciende hasta nuestra posición.

Vuelve a suceder lo mismo, pero esta vez se acercan los dos como esperando una caricia para empezar a entablar conversación, y así sucede. La madre me comenta que tienen que salvar muchos peligros para poder sobrevivir, primero la búsqueda de la escasa comida para tan gran tamaño, después las odiosas redes que están a la deriva y ahora que se acerca el verano tener que sortear la gran cantidad de barcos que circulan. A veces les gustaría ser peces en lugar de mamíferos para no tener que subir a superficie, que es donde se ven más amenazados por unos seres teóricamente más superiores e inteligentes que ellos y que a la vista de cómo estamos tratando a las especies marinas y al mar duda de que seamos más inteligentes. Van pasando los minutos y por suerte el otro grupo de la barca se ha dirigido en sentido contrario aconsejado por nosotros de que en la entrada de una cavidad hemos visto a los preciosos Hipocampus, especie difícil de localizar debido a que se camuflan entre las algas y Posidonias.

En aquel momento mi intención es llegar a averiguar el motivo y el tiempo que podremos disfrutar de aquellos encuentros ya que el fin de semana ya está aquí y no podré volver a sumergirme hasta dentro de seis días. Como le explico yo a una ballena si podremos vernos otra vez dentro de seis días?. Como mide este tiempo?. Como le hago entender que mi intención es ayudarles en todo lo que pueda y que esta ayuda no se cual es y que mis posibilidades están limitadas?. Llegará a pensar que le estoy engañando?. Creo que no, ya que nuestra comunicación al no ser verbal, al ser de puro sentimiento no está ni mal interpretada ni esconde mentiras.

Mientras volvemos al centro me asalta una duda y es; mi compañero experimenta lo mismo que yo?, o por el contrario solo se siente fascinado por el encuentro?.

Decido averiguarlo no sin antes sopesar convenientemente con que palabras le diré que mantengo una “conversación”. Teniendo en cuenta que solo somos compañeros de buceo y que nuestra relación no va más allá, o sea que no nos conocemos ni de la escuela, ni del trabajo, y tampoco hemos comido juntos en nuestras respectivas casas, con lo cual de nuestros sentimientos, cultura, atracción por lo divino, por lo esotérico o sobrenatural no lo conocemos. Me arriesgo y le pregunto si en estas últimas inmersiones con las ballenas ha oído algún sonido. La respuesta es rápida y tajante: Suerte que me lo has dicho, en la primera inmersión solo escuchaba el ruido típico de las ballenas, pero en la segunda me pensaba que me había vuelto loco ya que “no-se-quién” decía que era difícil encontrar comida y que tenia problemas con las redes a la deriva, también que pasaban muchos barcos.

Le tranquilicé al comentarle que yo también lo había oído y además que entre las ballenas y yo, no se como pero, hemos podido establecer una comunicación. Quedamos para la semana siguiente, a la misma hora y en el mismo sitio, ilusionados los dos al entender que somos unos privilegiados al ser “elegidos” por las ballenas para poder tender un lazo de unión entre dos especies de mamíferos que viven en dos medios diferentes y ayudarnos mutuamente.

Durante la semana y en horas libres me dedico a buscar entre los libros de especies marinas para localizar a nuestra “amiga” y entre tantas, eliminando las que están en otros mares y por el tamaño deduzco que hemos entablado contacto con un Rorcual común, o sea un Balaenoptera Physalus.

Me despierto de la siesta en el sofá de mi casa entre libros, fotos y el periódico en mis manos abierto en la página donde sale la noticia de que durante dos semanas se han visto ballenas a pocas millas de la costa y que de la misma manera que han venido, han desaparecido.

Que bonito que esto me haya sucedido a mi, …o ha sido un sueño?

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25. UN NUEVO TEMPLO PARA SALOMÓN.

La taberna El Ancla, tenía fama de servir el mejor café del puerto. Y Rubén, todos los días apuraba su café cargado, mientras conversaba con el viejo Custó. Quizás el antiguo oficio del viejo era lo que realmente empujaba a Rubén, todas las mañanas, hasta el sucio local. Ese nombre, Custó, era lo único que, a la ya desgastada memoria del viejo, le hacía recordar su pasado de buzo por los mares de medio mundo. Buzo de los de peto metálico, casco esférico y los famosos pies de plomo. Rubén nunca lo preguntó, pero estaba seguro de que el Comandante francés tenía mucho que ver con el apodo de su viejo compañero.
Hasta mañana Custó. – Se despidió Rubén.
Suerte allí abajo. – Respondió el viejo.- Y dale recuerdos a Salomón.
Salomón era un enorme mero que habitaba en una gran laja de piedra, llamada el Bisturí, que nacía en el fondo de la bahía y que se asomaba a pocos metros de la superficie. El “Bisturí” la llamaban los buzos del lugar por su estilizada figura y por la facilidad, que tenía la piedra, para rajar las barrigas de los barcos que navegaban despistados por la bahía.
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La salida de las 10:00 horas que ya preparaba Rubén, estaba programada precisamente al “Bisturí” y, por tanto, hoy el “Ntra Sra del Carmen”, nuevo pecio de la zona, tendría visita. Una visita especial, ya que la corporación municipal había decidido colocar una pequeña placa en la base del “Bisturí”, a tan solo dos metros del pecio, para recordar al marinero muerto en el naufragio. La placa era sencilla, hecha de azulejos, cuatro en total, y se colocaría sobre una pequeña base de hormigón a las puertas de la profunda grieta donde normalmente dormitaba Salomón. Afortunadamente, en la placa, sólo había escrito un nombre. José, “El Roncador”. El resto de la tripulación ya descansaba en casa aunque Manolo y “Laredo” fueron durante un par de semanas, inquilinos en el hospital comarcal.
Manolo, maquinista del “Ntra Sra del Carmen”, presumía de tener dos meses de vida, de su nueva vida. Ya habían pasado 63 días desde el trágico naufragio. Y también 63 eran los días que, “Laredo”, cocinero del “Ntra Sra del Carmen” y hombre comodín en las tareas del barco llevaba disfrutando de su jubilación. Famoso era su flan de huevo con anís, del que celosamente guardaba la receta, aunque a nadie se le escapaba que el ingrediente secreto era eso, abundante anís de su lejana tierra. “Laredo”, llamado así por su procedencia, era un hombre afable, gordo como las defensas de cualquier gran pesquero, y demasiado viejo para seguir en la mar.
Lo que si estaba claro era que, mientras en las tabernas y bares cercanos al pueblo, los marineros viejos, discutían sobre qué fue lo que realmente hundió el barco, en algún lugar del pueblo, una familia lloraba la perdida de José, “El Roncador”, armador, patrón del “Ntra Sra del Carmen” y hasta ese fatídico día, alcalde de la localidad. La única victima del trágico naufragio.
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Rubén continuaba con las tareas propias del centro. El compresor hoy trabajaba a marchas forzadas ya que la nocturna de ayer salió completa y para la ceremonia de la mañana, hacían falta todas las botellas disponibles ya que ningún buzo de la zona deseaba perdérsela.
16 nombres llenaban la pizarra del centro, y a estos había que sumarles los del propio Rubén, y el de Silvia, preciosa venezolana, novia de Rubén y una autentica sirena bajo el agua.
Entre todos los nombres de la pizarra, sobresalía uno, Padre Agustín, párroco del pueblo y amante del buceo. Rubén no se acostumbraba a bucear con un cura, aunque reconocía que hoy sería un compañero muy apropiado. El responso “acuático” sería inevitable.
El Padre Agustín era un personaje curioso. Las malas lenguas decían que presionó al obispo de Soria con su comportamiento un tanto especial y, como “castigo”, fue destinado a esta diminuta población pesquera, famosa por la claridad y vida de sus aguas. Pobre padre Agustín, decían las malas lenguas, mientras esbozaban una sonrisa picarona.
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La mañana era como cualquier mañana de primavera, soleada y silenciosa. Silencio que rompían las gaviotas cerca de la lonja y, ahora, el ruido de los motores de La Margarita, neumática descomunal, confiscada por La Guardia Civil, y comprada en subasta por Rubén. Antes utilizada para viajes “fugaces” desde el barco nodriza a la costa y ahora perfectamente habilitada para el buceo. Tenía capacidad para 22 buceadores y fue rebautizada con ese nombre en honor a la preciosa venezolana, nacida en Porlamar, capital de Isla Margarita.
Rubén dudó entre los nombres de Margarita y Los Roques, ya que fue, precisamente en dicho archipiélago, donde conoció, se enamoró y, en definitiva donde comenzó la historia de amor entre Gonzalo y la bonita instructora de buceo que llevaban a bordo del crucero de buceo por Los Roques. Pero eso era otra historia.
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La Margarita calentaba motores mientras llegaban, a cuentagotas, todos los integrantes de la primera salida del día. Como siempre, Rubén y Silvia, apostaban sobre si el padre Agustín llegaría con sotana o vestido de calle, ya que sobre si llegaría tarde,

no había dudas. La misa de las 9:00 horas, impedía que llegase temprano a las salidas matutinas planificadas por el centro. Desde que llegó el nuevo párroco a la localidad, no se conocían actos litúrgicos, confesiones etc.., tras la mencionada misa. Sencillamente, el párroco, estaba dedicado a tares “divinas”. “Diving”, decían los buzos de la zona, jugando con las palabras.
¡ Nos vamos ¡ - dijo Rubén.
Y la abarrotada neumática puso rumbo hacia el “Bisturí”. Sólo tardaron un par de minutos en fondear. Dentro de la neumática, aun con los motores calientes, había comenzado una desordenada coreografía que poco a poco la iba dejando vacía. Todos estaban en el agua. Rubén comenzó a descender por el cabo del ancla y poco a poco el grupo fue tras él. Del fondo los separaban unos 19 metros y quizás esos metros de descenso eran lo que más le gustaba a Rubén. Era el reencuentro diario con su mundo. Eran19 metros de un lento descenso. La sensación de ingravidez en ese vuelo hacia el azul era distinta en cada inmersión.
Ya en el fondo, se hacía obligada la visita al ilustre Salomón. El mero se encontraba hoy reconociendo sus nuevos dominios ya que, se daba por hecho que, “El Ntra Sra del Carmen” acabaría por ser la nueva morada del enorme pez. A pocos metros de allí, un enorme banco de borriquetes se dejaba ver mientras multitud de tres colas “molestaban” al grupo de buceadores. Un enorme congrio, observaba el paso de un par de sargos despistados, mientras los salmonetes jugaban en el fondo arenoso. Las paredes del “Bisturí” estaban tapizadas por multitud de ascidias, madréporas, esponjas, algún pequeño coral, escondido entre sus grietas, y cientos de diminutos moradores.



El ruido de una maraca agitada por Silvia, hizo volver a Rubén a la realidad.
Hoy no jugarían con los gobios ni enseñaría al grupo la diversidad de colores que pasean los nudibranquios. La placa estaba colocada y el padre Agustín daba por terminada la ceremonia. Tocaba subir.
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El grupo regresaba a puerto deslizándose sobre el mar. Rubén ya divisaba la silueta del viejo Custó sentado a la puerta de la taberna. Pero hoy Rubén estaba confuso.
Temeroso por la posible perdida de su querido trabajo, se encontraba regresando a puerto tras honrar la memoria del hombre que, durante años, hizo la vida imposible al centro de buceo.
Al parecer, el difunto alcalde intentó controlar el buceo en la zona ya que, poco a poco, la claridad, temperatura y vida de las aguas, estaban atrayendo un número cada vez mayor de turistas acuáticos a la zona. Y controlar dicho negocio, era poder. Y el poder es lo que más le gusta a los políticos. – decía siempre Rubén. –
Rubén, siempre soñó con crear arrecifes artificiales dentro de la bahía. Estos arrecifes crearían vida y los puntos de buceo de la zona se incrementarían en número y en calidad. Los arrecifes ayudarían a la proliferación de pequeña vida marina. Una especie de vivero que, el día de mañana, ayudaría a la decrépita industria pesquera de la zona. Pero, la Cofradía de Pescadores y el difunto alcalde, por oscuros motivos, siempre se opusieron.

Quizás, el destino quiso que, el primer arrecife artificial de la bahía, fuese el viejo pesquero del alcalde….

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24. 61 m.

(NC)
35 m. Giro el ordenador para no sugestionarme, como acordamos en la larga planificación. Seguimos, todos OK.
Estaremos por los cuarenta. Empiezo a sentir algo raro, como un mareo. Paramos. Me asusto. Le hago una señal a Alex, viene y me mira. ¿OK?. OK, pero con signos de que la cabeza me da vueltas. ¿Subimos? No, seguimos, insisto. Me coge. Me da seguridad. Mi cabeza va cada vez más deprisa, da vueltas y vueltas… Le aprieto la mano ¡NO estoy bien!… Me calma. No sé donde estamos. Tengo miedo. Me siento fatal, como sin fuerzas para aspirar el aire por el regulador, aunque compruebo con alivio en que cada inhalación me proporciona el chorrito vital sin problemas. Tengo la garganta reseca. Me molesta el paso del aire, pero si lo dejo de hacer, no respiro, y si no respiro…

Solo veo a Alex, agarrándome, intentando tranquilizarme. Los nervios se me han apoderado, mi cabeza es un molinillo de café acelerado de revoluciones. Horroroso. Estoy realmente mal, ¡¡QUIERO SUBIR, vámonos!!
Reconozco esta sensación de mareo. Hace casi un año, en un accidente de coche; escuchaba gritos alrededor “¡Habla! ¡No te duermas! ¡No te desmayes! ¡Di algo!”… Entonces no fui capaz y perdí el conocimiento. Pero ahora no estoy en un coche. ¡¡¡Estoy debajo del agua, y no es el mejor lugar para desmayarse!!! No puedo vencerlo, la cabeza va a plomo, quiere dejarse caer, dormir, apagarse... Es agotador, no aguanto más, estoy sin fuerzas… Alex está frente a mí, tan cerca, sujetándome con firmeza. Hago el amago de mirar arriba, me corta, me dice que ni lo sueñe, nuestros ojos en línea, nada más.
¿Voy a morir? ¿Me voy a quedar aquí abajo? ¿Merece la pena, de verdad? ¡Ahora no, por favor!… He encontrado esa persona única, en cuanto vuelva compartiremos casa, vida, ¡todo!… Con todo lo pasado, ahora ¿te voy a dejar? ¿Y de este modo? ¡¡No, por favor, AHORA NO, JODERRRR!!! Qué absurdo, morir así, sin ninguna necesidad, solo por bajar y ver cómo sienta la profundidad. Pues de puta pena, ya lo ves… el maldito nitrógeno está haciendo un batido con mis sesos, y parece que se lo quiere beber todo bien licuadito.

Morir. Debajo del agua. No quiero… aterra pensarlo, pero ahí está. Todo pasa tan despacio y tan deprisa a la vez. Solo pienso en ti y la angustia me corroe, ¡qué sinsentido!…
Alex insiste en que le mire… Y…¡¡Dios!! No, ¡él no!… creo ver el miedo en su mirada, ¡No puede ser!¡Él no puede estar asustado!
Esto me sacude.
¡Déjate de hostias y espabila, hay que subir y se pasará esta puñetera narcosis y el mareo y en superficie nos reiremos de todo!.
Hago un esfuerzo sobrehumano para no permitir que los párpados venzan y se cierren, por unas milésimas de segundo casi no veo, Alex es solo una rayita, así deben ver los chinos, pienso… No quiero perder el conocimiento, no puedo dejarle con este marrón… Esa mirada me ha tocado. Venga, no pasa nada, sube… ¡Da aletas!!Arriba!
Siento que poco a poco disminuye el malestar, ya no es tan fuerte, vamos subiendo. Me voy calmando, respiro mejor, también Alex relaja un poquito su expresión mientras me pregunta y le digo que OK… De repente, estoy perfectamente. ¡Es increíble! Empiezo a ver vida en las rocas. Paramos y veo un nudibranquio, chiquitito, ¡Qué bonito! Se lo señalo, me parece intuir una sonrisa de alivio detrás de su regulador.
Miro el aire. Con todo, no he consumido tanto, quedan 120 bares, eso sí, la botella es de 15. Estamos ya todos (mejor dicho, ahora los veo) haciendo paradas, buceando tranquilos. 20 m, 18 m… Miro el ordenador, marca deco, claro. Doy otro vistazo a la pantalla… Y me quedo de piedra…. No puede ser…. ¡Es imposible! Casi se me sale el corazón al ver la profundidad máxima: ¡¡61 m!!


Allí abajo, en situaciones duras, se aprende mucho. En unos segundos de tremenda soledad descubres algo así como el sentido de la propia vida.
Ahora sé que bajar con aire a estas profundidades es un error que no repetiré, pero fue una experiencia y no solo de buceo. Y es que bajo una enorme pared de agua salada de 60 m he sabido que estar en superficie es lo más importante que tengo por delante.

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lunes, 1 de junio de 2009

23. LOS EXTRAMARINOS.

Se llamaba Martín y era un nudibranquio precioso. No era tan estilizado como los demás moluscos pero sus originales colores despertaban la curiosidad de todo aquel que lo miraba.
Raro era no darse cuenta y apreciar su belleza. Morado en casi toda su longitud, menos sus branquias que adquirían tonos rosáceos y el naranja de sus rinóforos, que le proporcionaban el sonido. Su alargado y único pie podía pasar por granate aunque cuando era iluminado por el sol de la mañana claramente se veía rojo. Todo su cuerpo estaba salteado de lunares verdes-pistacho haciéndole único y proporcionando así una alegre tonalidad a la pared del arrecife que lo alojaba.

El arrecife se llamaba Elías y era muy antiguo, casi tanto como el mar. Generoso y bueno permitía el alojamiento de infinitas especies de coral, que a su vez cobijaban a una multitud de coloridos peces. En Nuevo Mundo, Elías, era el único arrecife por eso todos le conocían y le querían.

Martín se dejaba mecer al compás de la corriente. Decía que ese movimiento le tranquilizaba y le hacía avanzar más rápido cuando tenía prisa, como en aquel momento. Quería llegar a la cueva de Doña Eloísa, la anciana y enigmática morena que le permitía esconderse allí cuando llegaban esos escasos momentos.

Hacía poco tiempo que los extramarinos habían aparecido por primera vez. A Martín, en esa ocasión, le pillaron por sorpresa y cuando quiso darse cuenta era demasiado tarde y no pudo esconderse. Pasó mucho miedo aunque salió ileso. A partir de aquel día siempre buscaba la protección de la cueva y de doña Eloísa. Eran seis y de los grandes. Venían de otro mundo llamado tierra, que se encontraba a mucha distancia, a muchos metros de agua por encima de ellos. Llegaban desde ese lugar que los más ancianos habían visto alguna vez, superficie, creo que lo llamaban.

Aquella primera vez que Martín los vio se encontró de repente rodeado de esos seres, grandes y rarísimos. No le dio tiempo a ver nada más porque explosiones de luz le deslumbraron, dejándole casi ciego. Se le acercaron de uno en uno pero no todos dispararon con aquella potente luz. Alguno intentó tocarle aunque al final no lo hicieron y se alejaron con esos dos largos tentáculos inferiores que acababan como en colas de pez y que les hacían alejarse deprisa.
Tenían también una extraña joroba y dos tentáculos superiores más que apenas movían y con los que sujetaban los aparatos que disparaban luz.
Martín no pudo fijarse en nada más. Pero después, las siguientes veces, desde la seguridad de la cueva de Doña Eloísa y por ella, supo un montón de cosas sobre los extramarinos. Como que esa joroba era una botella que les proporcionaba aire para respirar por medio de unos tubos. O como esos tentáculos que eran en realidad sus piernas y sus brazos.

Doña Eloísa era una morena negra a lunares amarillos. Tenía muchos años y la sabiduría que da la experiencia. Y aunque los extramarinos llevaban poco tiempo apareciendo por Nuevo Mundo ella ya los había conocido de otros mares. Tranquilizó a Martín y le explicó que esos fogonazos de luz no eran disparos con los que quisieran hacerle daño sino fotografías que luego, más allá de la superficie, serían mostradas entre ellos. Los extramarinos no solían hacer daño intencionadamente, aunque reconocía que a veces eran extremadamente pesados. También habían intentado meterse en su cueva más de una vez. Siempre tenía que abrir mucho la boca enseñando los dientes para que se asustasen y que no siguiesen molestándola.
Con el pasar de los años viéndoles en muchas ocasiones, se dio cuenta de que el objetivo de los extramarinos no era el de molestarles, ni causarles daño alguno sino el de disfrutar por un rato admirando la sorprendente vida que existía bajo el agua.

Solían ir en grupo. A veces se acercaban tanto a la pared que sin querer destruían con sus aletas corales maravillosos que morían dejando despoblado y triste el arrecife. Elías sabía bien a qué se refería Doña Eloísa.

Nuevo Mundo era muy pequeño, por eso no solía ser muy visitado por los extramarinos que buscaban mares más poblados. Pero muy de vez en cuando aparecían y alteraban toda la vida del arrecife y de Martín, que corría a esconderse para mirarlos sin que ellos se diesen cuenta y a disfrutar de la compañía y de las historias sobre ellos que le contaba Doña Eloísa.

Martín ya se había dado cuenta que cuando venían solía notar la agitación previa del agua y un ruido sordo y continuo que lo producía el motor de la barca en la que llegaban. Por eso le daba tiempo a llegar a la cueva de Doña Eloísa y junto a ella deleitarse viéndoles. Le parecían tan sorprendentes, tan diferentes a ellos, con esos trajes oscuros que les hacían parecer tan iguales entre sí. Y con esos movimientos torpes intentando imitar criaturas submarinas.

Con el tiempo Martín dejó de temerles porque se dio cuenta, como bien decía Doña Eloísa, que no tenían malas intenciones. Sólo intentaban pertenecer a un mundo que no era el suyo y sintió lástima de ellos porque por muchas veces que les visitasen jamás entenderían la grandeza de ese mundo en el que él había tenido la suerte de nacer, el mar, el mundo submarino.

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