lunes, 9 de marzo de 2009

3. LA REINA DE LOS MARES

Fui yo quien animó a mi mejor amigo para hacer el curso de buceo. Él siente aversión al mar, sin embargo yo he sido siempre una apasionada. Lo convencí diciéndole que iba a ver un montón de chicos guapos y él, que es gay, se animó en seguida.

Como se necesita un compañero para bucear, me fui a la escuela de buceo y lo apunté. No podía creer que por fin iba a hacer algo que había esperado toda mi vida. Cuando llegó el día se nos presentó el instructor Soy Javier Izquierdo, y yo quedé enamorada de él. Mi amigo, que me conoce muy bien, me dio una patada por debajo de la mesa y me dijo por señas que me limpiara la baba. Luego me escribió en un papel “tía, es feo, gordo y calvo, no creo que…” Pero me gustó, no sé muy bien por qué. El profesor, que no era tonto, debió notarlo y cada vez que decía algo gracioso, cosa que hacía constantemente, me miraba de reojo sólo para ver si yo lo observaba. Vaya, pensé, además es vanidoso. Aún así seguía gustándome.Pasamos ese fin de semana practicando en la piscina con el resto de nuestros compañeros, todos varones. Cuando le pregunté al instructor cuántas mujeres hacían este deporte, me dijo que muy pocas. Bien, así que estaré rodeada de hombres musculosos y guapos; ¡no veía el momento de empezar! En la piscina parecía muy fácil: ejercicios de compensar, no tengo aire – dame aire y el instructor que nos hacía la vida imposible de vez en cuando llenándonos la máscara de agua, sobre todo la tomó conmigo, Eres la única mujer del grupo y esto lo hago por tu bien. Seguro, pensaba yo, como el magreo que me has dado antes de entrar en la piscina asegurándote que tenía todo el equipo bien ajustado.Es sábado por la mañana y estamos en el centro de buceo por fin, con el mar de fondo, preparando el equipo. El primer problema se me planteó esta mañana: me había bajado la regla. Bien, ¿y ahora qué? Nadie me contó si puedo bucear con el período, no viene en el manual de PADI. ¿Y si atraigo a algún bicho indeseable?, ¿podré colocarme un tampón tranquilamente? ¿Cómo voy a preguntar al instructor algo así? Estas cosas, pienso, sólo pueden ocurrirme a mí. Mi compañero me dice que no cree que ocurra nada malo. ¡Eso espero! El segundo problema es que intento coger la botella de 15 litros y no puedo con el peso. Menos mal que estoy rodeada de hombres y es mi compañero quien me ayuda a ponerla en el suelo. Vale, hay que colocar el jacket, la primera etapa, comprobar que hay presión, que se infla el chaleco… ¡joder, qué lío! No recuerdo nada, pero ahí está mi instructor, que me guiña un ojo y me ayuda a poner cada cosa en su sitio. Reina, me dice, te voy a suspender si no aprendes a usar tu equipo correctamente. Vale, ya tengo el jacket pegado a la botella, ahora tengo que ponerme el neopreno. Hoy va a lucir un sol resplandeciente, me voy a morir de calor con el dichoso traje, así que dejo los guantes y el gorro en el centro. Le digo a mi compañero que vuelva a ayudarme para colocar el traje en su lugar correspondiente, creo que no me va a subir de la rodilla. Cargamos los plomos y las botellas en la furgoneta y nos acercamos al mar. ¡Uff, ya estoy cansada y no hemos empezado! Una vez en el barco, hago un rápido repaso a los demás: ¿dónde están los tíos buenos? En el dvd del curso PADI aparecen unos hombres y mujeres de cuerpo perfecto, pero estoy empezando a ver que la realidad es más dura que la ficción. Somos todos principiantes, ninguno baja de los 80 kilos y no tienen un pelo de tontos, bueno, ni de listos. En fin, luego observaré a los profesionales, a ver si están mejor. Llegamos al punto de inmersión, según el curso PADI, ésta es la que nunca olvidaremos. Yo, desde luego, no. Empezamos a tirarnos al mar de uno en uno. Cuando me llega el momento, estoy muy nerviosa, pero me lanzo. ¡El agua está de puta madre!, le digo a mi amigo, lo siguiente que recuerdo es como un calambrazo en la mano y dar un grito. Mi compañero se acerca y me pregunta qué me pasa. Algo me ha picado, le digo. Desde el barco veo que el instructor y el patrón están muertos de risa. ¿Qué hablamos de molestar a los peces? Deja a las medusas en paz, Reina. Así que es una medusa lo que me ha picado. Me pongo la máscara para poder ver al bicho y cuando meto la cabeza descubro que estoy rodeada de medusas diminutas. Debe haber como diez de estos animalejos rondándome, lo curioso es que sólo están a mi lado, los demás están flotando como si nada. Me estoy poniendo malísima, le digo al instructor. Venga ya, que es un bichito de nada. Pero cuando miro la mano, está empezando a hincharse y la veo muy roja. Afortunadamente no tengo mucho tiempo para pensar en esto porque acaban de tirarme el chaleco con la botella y tengo que adivinar cómo diablos me lo voy a poner. Cuando ya lo he conseguido, aparece el instructor y tira de las cinchas para ajustarme el jacket. Me aprieta un poco y casi no puedo moverme, pero tendré que acostumbrarme. La mano me está matando, pero él no hace demasiado caso. Por señas me indica que me ajuste la máscara, me coloque el regulador y desinfle el jacket para empezar a sumergirme. Me duelen las manos de todo lo que aprieto el cabo, como si mi vida dependiera de ello. El profesor va bajando conmigo y me pregunta con la mano si está todo ok. Yo muevo la cabeza afirmativamente, pero él insiste con la mano. ¡Que sí, tío pesado! De repente me acuerdo que tengo que contestar con gestos y le sonrío. Él mueve la cabeza con gesto negativo, de resignación. Ya estamos en el fondo, vamos a seguir con los ejercicios de la piscina. Como lo hemos hecho bastante bien, nos indica que nos queda tiempo para dar un paseo. Mi amigo va en todo momento pendiente de mi, preguntando si está todo ok, yo le contestó también. No estamos a mucha profundidad, pero hay tantos peces y es tan bello, que olvido lo de mi mano, a pesar de que me duele mucho. Todo parece ir bien, voy mirando el aire que queda, a mi compañero, seguimos al instructor que se pone a jugar con un pulpo y de repente me paro a observar algo en las rocas, es como una concha con una boca enorme rodeada de pelos. Mi compañero me hace un gesto con el dedo, diciendo que no, pero no le hago caso y lo toco con la tira que cuelga del jacket, no soy tan estúpida como para tocarlo con la mano. De repente la boca se cierra y la tira queda enganchada. Veo cómo los demás continúan su camino, pero yo no puedo seguir. De nuevo el instructor tiene que venir en mi ayuda y con su cuchillo corta la tira hasta que me suelto del todo. Me hace un gesto bastante enfadado y me dice que me pegue a mi compañero y lleve los brazos al pecho, para que no pueda tocar nada. Mi compañero me hace una seña a mis piernas y descubro que tengo dos peces nadando entre mis piernas, son bastante grandes y aunque me muevo constantemente, no se separan de mí. El instructor viene a verme y sonríe, yo no entiendo por qué pero en el bar me contará que cuando una mujer bucea con el período atrae a los meros que se pegan a ella y no se separan, por lo que no es difícil averiguar cuándo tienes la regla o no. Cuando me lo contó debo confesar que me sonrojé. Uno de los del grupo hace el gesto de media botella, con lo que volvemos al cabo y nos cogemos a él. Tenemos que esperar tres minutos a los cinco metros durante la ascensión, eso si lo recuerdo. Como ninguno de nosotros lleva ordenador el instructor será el que nos mida el tiempo. No sé por qué, pero, a pesar de estar agarrada al cabo, empiezo a subir sin hacer la parada de descompresión. Mi amigo intenta cogerme, pero no puede, así que subo a la superficie la primera. Creo que me va a caer una charla importante cuando suba al barco. Espero hasta que aparecen los demás. Mantened el regulador en la boca y la máscara puesta, grita el profesor. Pero ya es demasiado tarde, tenemos puesto el jacket porque no sabemos cómo quitárnoslo, que si no…Una vez en el barco nos espera un repaso del instructor. Cuando hemos tomado aire empieza a hablarnos uno a uno y nos va diciendo qué es lo que hemos hecho mal y qué tenemos que mejorar. Pero cuando llega mi turno, se sienta a mi lado y me dice No sé por dónde empezar contigo, Reina. Pero no lo he hecho tan mal, ¿no? Al menos estoy aquí arriba, le digo. Si, la primera y sin esperar a tu compañero, contesta, que por cierto casi se queda sin aire y tú tenías que darle el tuyo. No sé ni cómo cuidar de mi misma, como para hacerlo de mi compañero, pienso. Además, continúa, no se tocan los bichos, sobre todo sin guantes, tu compañero cuida de ti y tú de tu compañero… Sigue hablando, pero me vuelvo de espaldas y vomito por la borda. Cuando he terminado y miro al frente compruebo que no soy la única: los demás están como yo. ¡Menos mal!, pienso. ¿Qué me decías?, le pregunto. No puedo contigo, me dice, no puedo. Es que me duele mucho la mano, le contesto a modo de excusa. A ver la picadura, que te pongo “afterbite”. Ya me podías haber puesto “beforebite”, pienso. Echamos un vistazo a la mano y veo que está tan hinchada que no la puedo cerrar. ¿Eres alérgica a las medusas?, pregunta. No tengo ni idea ya que es la primera vez que me pica una. Es que nunca he visto una reacción así por una medusa. Habla con el patrón del barco y deciden que lo mejor es ir a urgencias. La segunda inmersión la harán con el otro instructor, ya que él vendrá conmigo al médico. La mano parece cada vez más hinchada y yo cada vez más mareada. Me pusieron una inyección de cortisona y me recomendaron que no me volviera a picar otra en el mismo año porque podía ser más peligroso. Acabo de descubrir otra cosa más a la que soy alérgica. Ahora ya no siento dolor en la mano, bueno, ni dolor ni nada en absoluto, es como si no existiera mi mano. Volvemos al centro de buceo y empezamos a quitarnos el equipo y mojarlo en agua dulce. Como no está mi compañero y tengo la mano dormida, será el instructor el que me ayude con todo. Al terminar nos sentamos a tomar una cerveza, nos miramos el uno al otro y nos echamos a reír. En toda mi vida, me dice, y he dado muchos cursos, jamás le han ocurrido tantas cosas juntas a la misma persona, que sucedan a todo el grupo es normal, pero concentrado en una sola, es la primera vez que lo veo. ¿Eres así en todo? Yo asiento con la cabeza. Empezamos a charlar sobre su experiencia en el buceo, me pide que le cuente si me ha gustado, aunque él cree que no voy a volver al mar. No te preocupes, le digo, esto me gusta y voy a repetir, además, pienso, tengo que amortizar el dinero que he pagado. Me alegro, dice, porque así volveré a verte en otras ocasiones. No sé si se está quedando conmigo o no, pero dejo que tontee, me gusta la manera en que lo hace y me gusta él, por lo tanto seguimos con la bebida y hablando de cosas sin importancia. Cuando llega el barco con los demás ya vamos por la tercera cerveza. Mi amigo viene corriendo a ver cómo estoy. La mano va un poco mejor, la hinchazón ha bajado pero continúa muy roja. Se da cuenta de que he bebido un poco. Me mira, mira al instructor y me dice No tienes remedio, tía, mientras me da golpecitos en la espalda. Mañana tengo que hacer tres inmersiones seguidas si quiero obtener mi título PADI OPEN WATER. Javier me ha dicho que en la tercera será mi compañero, ya que nos sumergiremos solamente los dos. ¡Qué emocionante! Solos bajo el mar... Suena bien. La práctica del buceo es muy dura. Cuando terminas de bucear estás muy cansada, porque aunque parezca que no te mueves, haces mucho deporte. Por lo tanto no entendía por qué los buceadores están tan gordos (por cierto, me fijé en los profesionales y están igual), pero después del primer día lo vi todo claro: de nada sirve que hagas mucho deporte si después te tomas todas las cervezas de las que seas capaz o te comes esas paellas como las que probamos nosotros. Cuando llegamos al hotel la idea era ducharse y salir a cenar, pero no pudimos; nos tumbamos en la cama y nos quedamos dormidos.Comienza el domingo y repetimos la operación del día anterior. Hago las dos inmersiones con mi compañero que ya ha obtenido el título, pero a mi me queda una por hacer. Hoy el día ha ido mejor, la mano está fastidiada, ahora la mancha es de color marrón oscuro, pero me molesta menos. He cogido los guantes y me prometo a mi misma que jamás los olvidaré. Ahora los utilizo incluso en verano. Por fin llega mi última inmersión. En el agua Javier se acerca y me dice Esta mañana has estado fantástica, lo has hecho muy bien, así que vamos a intentar hacer algo diferente esta vez. Bueno, por fin unas palabras de aliento, no está mal. Empezamos a descender, yo sujeta al cabo y él frente a mi, sin manos (¡qué envidia poder controlar de esa manera!) Una vez en el fondo me hace la vida imposible una vez más: vuelve a inundarme la máscara con agua. Solucionado el problema, empezamos el paseo. Él lleva una linterna y me va señalando todo lo que puede ser más curioso. En un momento del paseo siento que algo me toca la mano, porque aunque él me dijo que mantuviera las manos pegadas al pecho, por supuesto que no le he hecho ni caso y mis mano van sueltas. En seguida compruebo que es él, que ha tomado mi mano y me guía de esa manera, los dos en las profundidades cogidos de la mano. ¡Qué romántico! Pero me doy cuenta de que me ha cogido la mano para que vaya controlando mi flotabilidad, es que me voy al fondo constantemente. Tengo que quitarme de la cabeza a este hombre, que debe pensar que soy idiota o algo así. Continuamos con el buceo y me va señalando un montón de peces y plantas que no conozco y que me explicará luego más tarde en el barco. Empiezo a entender que este deporte se convierta en verdadera obsesión para los que lo practican, en un modo de vida. Entiendo la emoción que ponía el instructor en clase cuando nos describía lo que se siente cuando estás a unos metros de profundidad (durante las clases de teoría pensaba que exageraba) ¡Todo es tan diferente aquí abajo! Cuando logras respirar con normalidad, olvidas toda la carga que llevas encima y empiezas a disfrutar con el paisaje, se convierte en un mundo nuevo por descubrir. Miro mi manómetro, le hago la señal de media botella y damos la vuelta. Cuando llegamos a la superficie, el profesor se acerca a mi ¿Qué tal? pregunta, yo me retiro la máscara, me quito el regulador y con lágrimas en los ojos le abrazo. Ha sido la experiencia más alucinante de mi vida, le digo, gracias Javier. A él esta situación le deja sin palabras, me lo dice más tarde, y no puede por más que echarse a reír. Subimos al barco, mi amigo no deja de mirarme y sonreír. Estás como una cabra, me dice. Mientras tomamos la penúltima cerveza en la terraza del centro de buceo, Javier se acerca a mi y me pregunta si puede llamarme algún día (tiene mi número en la ficha, claro) Normalmente, me dice, no ligo con mis alumnas, básicamente porque no me dejan, pero tú eres diferente a todas las que he conocido. No me lo creo, pero no tengo nada que perder, así que quedamos en llamarnos y antes de despedirnos mete la mano al bolsillo y saca dos conchas. Te dije que las cogieras tú del fondo, dice, pero como vas a tu aire y no te enteras de nada, las cogí yo. Un recuerdo de tu primer fin de semana, Reina. Acaba de coronarme con el nombre con el que actualmente me conocen por los centros de buceo, con un cierto recochineo, me parece a mi: “La Reina de los Mares”.
Basado en una historia real.