“Era una tarde lluviosa…”
Elena dejó caer el papel que tenía entre sus manos y miró por la ventana. Ciertamente aquella era una tarde lluviosa, de aquellas en las que los más simples sólo veían una oportunidad de limpiar la atmósfera de aquella ciudad de mierda, y los más melancólicos pretendían ver en cada gota que repiqueteaba en el suelo un ángel que pacientemente les iba limpiando el corazón.
Elena ni era una sensiblera ni tampoco tenía el corazón de piedra, por eso no pudo evitar una sincera carcajada al recoger el papel del suelo y leer de nuevo aquellas líneas con las que Emilio inició hacía unas semanas aquel relato que acababa de terminar ese mismo día. Recordaba aquel momento perfectamente.
- ¿Pero no ves que es una frase estúpida? – Le había dicho ella cuando él le mostró el primer borrador- ¿Dónde has visto tú una novela o un cuento que empiece con una frase tan… tan…?- ¿Tan llena de agua? – Había respondido Emilio con aquella sonrisa infantil que a menudo le iluminaba el rostro.- Elena, preciosa mía, lo que nos ha unido en todo este tiempo ha sido el agua. En el agua nos conocimos, cuando acudí a aquel curso de buceo técnico que impartía tu hermano. En el agua hemos gozado de momentos llenos de ternura bajo los rayos del mediodía. En el agua hemos sido uno sólo, compartiendo regulador, compartiendo…
Se detuvo. Sintió de nuevo aquel dulce escalofrío que siempre le recorría el cuerpo ante la mirada de ella. Elena tenía unos ojos brillantes, siempre tan serenos y de un azul tan profundo que, como repetía él a quien quisiera oírle, “es como si un auténtico espíritu del océano se hubiese venido a vivir conmigo”
- Vale, vale, no sigas, ahora me recordarás lo mucho te necesito...- Respondió ella con una risa fresca como el agua, mientras bajaba de nuevo la mirada hacia las líneas borrosas de un antiguo pergamino.
Emilio se había inclinado junto a ella, mirando aquellos garabatos que se desdibujaban sobre el descolorido mapa. Aquel diagrama se asemejaba vagamente a la ciudad en la que habían compartido sus vidas en aquellos últimos meses, y ambos estaban estudiándolo una vez más hasta el mínimo detalle.
- Pues claro que me necesitas… - rió él alegremente - ¿quién te va a querer más que yo? ¿El pesado de tu hermano, que está tan paranoico con la seguridad que nunca me deja acercarme para comprobar las mezclas con las que buceamos?
- No digas eso de él.- protestó Elena – Sabes que es el más experimentado para manejar la rampa y planificar las mezclas que usamos en cada inmersión. Además, - dijo sonriendo y poniendo una voz aflautada – creo que desde que le robaste el helio para que jugáramos con él, tiene derecho a mostrarse un poco reservado, ¿verdad?
Los dos habían estallado en carcajadas al recordar aquel momento.
La risa amplia y completa de Elena… Una risa que salía desde lo más hondo y explotaba dejando chispas en los ojos de quienes la oían. Aquella risa siempre les había unido por encima de todo y, tras unos segundos, sus manos se buscaron y se encontraron; tras unos minutos aquellos dos cuerpos se volvieron a fundir de nuevo en un solo ser, y la cara de Emilio se sumergió en el oscuro pelo de Elena, los labios sumergidos en su boca, el alma sumergida en la profundidad azul de aquellos ojos de agua…
Habían pasado algunas semanas desde aquel momento hasta hoy, meses desde que se conocieron, y de hecho la intensidad de su relación hacía que pareciese ya toda una vida la que habían compartido, entrelazando noches de sueño, intimidades ancladas en la memoria, pasiones compartidas en cada inmersión, preparativos y planes para el futuro.
Emilio caminaba bajo la intensa lluvia, algo molesto con las gotas que se empeñaban en golpear como pequeños duendecillos cada centímetro de su cabeza y caían luego por su rostro que, a pesar del serio aspecto exterior que ofrecía, escondía tras semejante máscara la risueña faz del chiquillo que no puede ocultar un pequeño triunfo. Su triunfo y su alegría había sido completar aquella mañana el relato que le había prometido a Elena. Precisamente aquel mismo día…
La conocía tan bien que podía imaginarse con todo detalle cada uno de sus gestos cuando aquella mirada de profundo azul hallase las hojas pulcramente ordenadas encima de la mesa. – Seguro que habrá soltado una carcajada al leer la primera frase – pensó, y por un momento también él estalló en una breve risa. Aquello hizo que su compañero, que caminaba a grandes zancadas delante de él, se girase y se detuviera mirándole con aquellos ojos pequeños y serios que siempre parecían escrutar el alma de uno.
Definitivamente Leo, el hermano de Elena, no había recibido el don de unos ojos que reflejasen el mar, que albergasen el mar y lo transformaran en espuma contra el acantilado de la razón. Allí estaba, alto y fuerte, con la boca entreabierta y aquella mirada fría que transparentaba la mente afilada y precisa de su propietario, escrutando bajo la lluvia a su compañero, los dos empapados junto a un oscuro callejón, enmarcados por el anochecer y la tormenta como una trágica parodia de alguna olvidada película en blanco y negro.
Emilio no se detuvo ante aquella mirada severa. Palmeó alegremente los anchos hombros de Leo y se adelantó, entrando en el callejón, aún con una sonrisa en los labios.
- No sé de qué te ríes – dijo Leo, aún inmóvil – ¿Te parece que todo esto es un juego, una inmersión por esas cuevas que conoces como la palma de tu mano, esas bodegas de pecios que no aparecen en ninguna carta marina y en las que tanto te gusta esconderte para que te busquemos? Mira, lo de hoy es muy distinto, y lo sabes; lo de hoy…
- Lo de hoy nos va a cambiar la vida. – Emilio también se detuvo, elevando la mirada hacia el oscuro cielo.- Lo sé, Leo, lo sé.
Sin mediar otra palabra entraron al edificio gris plomizo que se erguía triste y empapado ante ellos, y bajaron por sus húmedas escaleras hasta llegar a un sótano lóbrego y solitario, donde una única bombilla arrojaba tenebrosas sombras sobre aquellas paredes que se desmoronaban como resultado de la edad y el agua.
El agua… el agua que tanto le había dado a Emilio, el agua que hoy iba a transformar su vida y la de los otros como nunca hubiera imaginado.
Mientras se dirigía hacia el rincón donde aguardaban dos equipos completos de buceo y se entretenía comprobando rutinariamente el estado de focos, máscaras, jackets y el resto del material antes de ponerse el traje, miró a Leo, sombrío y huraño como siempre, iniciar su particular protocolo con las distintas botellas, revisando mezclas, comprobando tóricas, ajustando cada detalle en una especie de danza ritual que Emilio había bautizado cuando se conocieron hacía meses como “La Física del Aire”
- ¿Qué memez es esa de la Física del Aire? – le había preguntado Leo en aquella ocasión
- No lo sé – había respondido él – Se me ocurrió así, de repente. Eres como un prestidigitador del aire, agitas las mezclas y remueves fluidos como un antiguo alquimista, y ya sabes que mucho de la Física y la Química actual se deben a aquellos tipos, medio magos, medio científicos, y… y un poco locos.
- Tienes razón – dijo Leo, y sonrió. Por más que Emilio intentara recordar ahora, aquella había sido una de las pocas veces, si no la única, que le había visto sonreír desde que se conocieron en aquel curso de buceo técnico que Leo impartía.- Creo que te voy a presentar a mi hermana – le había dicho durante una pausa en el curso – Os parecéis bastante, y necesita conocer a alguien como tú.
Así había conocido a Elena, su amada Elena, con sus ojos oceánicos de azul eterno y su risa franca y amplia… Al poco tiempo de conocerse, y ante la desconfianza de Leo, Elena le había contado algo que aún hoy disparaba su adrenalina y provocaba una ligera angustia en la boca de su estómago.
-Quiero enseñarte algo… - le había dicho ella una soleada mañana - Emilio, es algo muy importante, y necesito saber si estás con nosotros… - dudó un instante, y sonrió con sus ojos de mar - si estás conmigo.
- Por supuesto que estoy contigo. Siempre lo estaré – dijo Emilio, cruzándose de brazos e intentando adoptar una pose seria que contrastaba con su enorme sonrisa. Sin dejar de sonreír, tomó suavemente una de las manos de Elena y con la otra le acarició el pelo para que el palpitar de su corazón no acabara transformándose en un rubor adolescente que provocara una vez más la risa de ella - ¿de que se trata? ¿un nuevo punto de inmersión?
- Más o menos – había respondido ella – Mira…
La noche se arrastraba bajo el manto cerrado de nubes. Elena se giró y observó por la ventana el refulgente transitar de la ciudad, el latir irreal de las hojas de los árboles golpeadas por la lluvia, aquella intensa lluvia que se arrastraba como una lánguida serpiente por las calles, arrastrando al mismo tiempo la suciedad y los sueños rotos, dejando a su paso un brillo espejado en las aceras como una promesa de un mundo nuevo. Miró su reloj. En ese momento debían estar equipados y acabando de revisar el material. La tapa abierta a sus pies, dando paso a un abismo donde el agua parecería estar hablando con voz propia. Hablándoles de su futuro... “Tiene que conseguirlo”, pensó, y volvió a observar la caída de la lluvia contra los cristales, el cielo gris frente a sus azules ojos.
Cuando le expuso el plan aquella mañana, hacía ya meses, Emilio casi se había caído al suelo, incapaz de aceptar lo que veían sus propios ojos. Allí mismo, bajo la ciudad, podía estar la respuesta a todas sus necesidades, la respuesta a cualquier pregunta que pudieran tener sobre el futuro. Habían sido unos años de búsqueda y estudio intenso por parte de Elena y Leo, y ante él tenía ahora aquellos viejos mapas, mostrando el camino. Era tan simple. Parecía todo tan simple…
Bajo muchas de las ciudades del país se escondía un secreto empapado por los sueños de la historia, sobre el que se había ido elevando palmo a palmo cada generación como un manto de hipócrita prosperidad. Pero allí, bajo el cemento, el asfalto, el metal y el vidrio, seguía escondido, invisible ante la ceguera de muchos, esperando que alguien viniera a rescatarlo del olvido.
Lo construyeron hacía siglos los árabes. Ellos trajeron a lo que era el embrión de aquella población el agua, la domaron y la sometieron a su antojo en aquella red de túneles y cloacas que ahora dormía bajo la moderna ciudad. Aquel entramado, oculto tras la actual red del alcantarillado, seguía aún operativo y el agua fluía a través de aquellas venas como lo había hecho desde hacía siglos, recorriendo aún los mismos caminos por aquellas amplias canalizaciones de piedra y ladrillo.
Como avezados buceadores de la historia, Leo y Elena habían buscado durante años en la profundidad de los archivos de la ciudad y en los sótanos de las bibliotecas, inspeccionando legajos polvorientos que a veces se deshacían en pedazos entre sus manos. Habían ido recomponiendo pieza a pieza el puzzle, mientras trazaban el plan que hoy por fin iban a llevar a la práctica.
- Diamantes… - volvió a repetir Emilio tras observar los planos
- Sí, diamantes... – Elena se volvió a inclinar a su lado – Mira, el antiguo entramado construido por los árabes pasa justo al lado de la red del alcantarillado en este punto – señaló una casa con un dedo – Luego, se trata tan sólo de bucear hasta este otro punto, donde se encuentra un sótano que almacena la reserva de diamantes de la joyería más importante de la ciudad. Lo hemos comprobado todo, Emilio. Las puertas y paredes son acorazadas, pero el suelo no. Los antiguos túneles son de ladrillo en aquella zona, y bajo el suelo hay una cámara de aire y tan sólo unos cuantos ladrillos que nos separan de un futuro inmensamente rico. Emilio, mi amor, ¿lo ves? Un buceo y seremos ricos.
- ¿Y las corrientes? – Preguntó Emilio – Deben ser intensas. Esto no es como cuando hacemos espeleobuceo. Se parecerá algo, pero…
- No hay problema – Leo, que había permanecido callado hasta el momento, se incorporó a la conversación – En la antigua red de túneles no llega directamente el agua de la superficie. Hay algo de corriente, pero podemos hacerlo. Además, yo ya he estado allí, y…
- ¿Qué has estado allí? – Emilio abrió los ojos como platos - ¿Y qué pasó? ¿Cómo es que no…?
- No podía hacerlo sólo. Ni siquiera con la ayuda de mi hermana. Necesitábamos ayuda, alguien con más fuerza que ella, y… bueno, creo que ya que lo compartís todo... considéralo una especie de regalo de boda
Emilio se giró hacia Elena, hacía sus ojos brillantes de azul profundo, que ahora le miraban con una sonrisa que le traspasó cada poro de la piel como una lluvia de saetas
- No hagas caso al bobo de mi hermano… - empezó a decir.
- ¿En qué no debo hacerle caso? – replicó Emilio – Estarías preciosa, frente a todos, vestida de neopreno y con un collar de diamantes… - Empezó a reír, pero inmediatamente se detuvo, mirándola con una intensidad que ella nunca había visto en sus ojos – Tiene razón Leo, ¿verdad? Lo hemos compartido todo en este tiempo. Esto puede venirnos muy bien a los tres…
… y va a ser más simple de lo que pensamos – terminó la frase para sus adentros, con una sonrisa.
Emilio y Leo terminaron de equiparse, revisaron una y otra vez el equipo propio y el del compañero, comprobaron la presión en las botellas y a una señal de Leo se introdujeron en el túnel. La corriente era intensa debido a las lluvias torrenciales que habían caído, pero precisamente gracias a ellas el caudal era lo suficientemente alto como para alcanzar el punto donde, tras un recodo y un agujero en la pared a su derecha, entraron en las antiguas canalizaciones. Allí, tal y como le había explicado Leo a Emilio, la corriente era mucho menor, y desde luego no era nada que no pudieran sortear gracias a su experiencia.
Leo iba delante, impulsándose con breves y poderosos golpes de sus duras aletas, siguiendo el cable guía que había situado en su anterior visita, mientras Emilio, tras él, mantenía sin esfuerzo el ritmo, aun cuando llevaba consigo la mayor parte del material que necesitaban para abrir el último tramo que les permitiría alcanzar su objetivo.
A pesar de la tensión del momento, de la concentración para mantener el ritmo y controlar la respiración, Emilio no pudo dejar de observar con admiración aquella sinfonía de ladrillo y sólida argamasa, a veces entretejida con tramos donde la piedra tomaba el protagonismo y latía bajo el agua como había hecho durante siglos. Extendió la mano y a través de los guantes acarició el trabajo que habían desarrollado los árabes para construir aquel laberíntico recorrido por el que ahora ellos se iban deslizando, guiados por la luz de sus focos, redescubriendo antiguas bifurcaciones, vigilando no levantar el légamo depositado a lo largo de tantas generaciones.
Habían memorizado cada metro de aquellos canales de tal forma que, incluso sin haber contado con la ayuda del cable guía, no les hubiera costado alcanzar su destino. Sobre sus cabezas, y como resultado de la confluencia de dos túneles, se abría ahora una bóveda bajo la cual había una estrecha cámara de aire. Se detuvieron unos minutos para descansar, quitándose los reguladores y comprobando que el aire, a pesar de mantener un cierto olor a podredumbre, era respirable.
- ¿Y ahora? – preguntó Emilio
- Aquí, en esta esquina, mira… - le indicó Leo
Emilio se acercó, comprobando con su foco cómo en la parte superior de la bóveda había un punto que se abría a la oscuridad como un ojo que le estuviera escrutando desde el más remoto pasado.
- ¿Lo hiciste tú? – preguntó a Leo
- Lo hicimos, chaval, lo hicimos – respondió este – Tu querida Elena también llegó hasta aquí conmigo, pero fui yo el que tuve que encargarme de picar la mayor parte. No fue muy complicado – añadió – Tan sólo son unos cuantos ladrillos. Lo difícil lo tendremos ahora.
- Menos mal que el nivel del agua está alto – observó Emilio – Si no, hubiera sido difícil alcanzar el agujero, aunque… - se detuvo al darse cuenta de su propia estupidez – Claro, por eso hemos estado esperando hasta ahora, a estas lluvias…
- La verdad, no sé qué ha visto mi hermana en ti… - gruñó Leo, haciendo una mueca mientras se giraba en el agua y empezaba a zafarse del equipo – Ayúdame. Voy a subir yo primero, y me vas pasando todo el material, ¿ok? – y sin esperar respuesta le lanzó a través del agua su equipo mientras él, con un poderoso golpe de aletas, se alzaba de la superficie y se introducía por el orificio abierto en la cercana bóveda.
Fueron unas horas de duro trabajo. Los dos, desembarazados del traje seco, sudaban copiosamente bajo la luz de los focos mientras picaban centímetro a centímetro aquel suelo. Afortunadamente, ambos estaban acostumbrados al esfuerzo, y Emilio no pudo dejar de admitir que, sin él, aquel plan no hubiera podido funcionar. Entre Leo y Elena no hubieran podido terminar el agujero y alcanzar su objetivo antes de que los guardias de seguridad abrieran la cámara a la mañana siguiente. Además, pensar en ella, en el futuro que les esperaba a ambos, redoblaba la pasión con la que golpeaba cada vez aquella estrecha barrera que les separaba de la riqueza, de la felicidad, de toda una vida frente a la azul mirada de mar de Elena, su Elena…
Finalmente lo lograron. Los ojos de Emilio no podían separarse de aquellas pequeñas y brillantes piedras que refulgían en sus manos, desprendiendo una catarata de centelleante resplandor bajo la intensa luz de los focos. Tan pequeñas y tan valiosas, el don que la naturaleza atesoraba en lo más profundo de la tierra, carbono puro sometido a altas presiones y temperaturas que ahora reflejaba cada rayo de luz en sus múltiples facetas y brillaba fríamente ante su mirada
Será suficiente – indicó Leo, mientras terminaba de cerrar una bolsa que introdujo en el bolsillo del jacket de Emilio. – Lo dividiremos en dos partes iguales. No necesitamos llevarnos más. Con todo esto tenemos para darnos no sólo una vida de lujo, sino varias… - Emilio palpó los bolsillos de su jacket – Ahora, no vayas a abrir los bolsillos en medio de la inmersión de vuelta, ¿eh? – Le advirtió Leo con una mirada burlona.
- No te preocupes – sonrió Emilio – No creo que necesitemos lanzar una boya para la parada de seguridad dentro de una alcantarilla…Leo asintió, golpeándole alegremente la espalda mientras, por segunda vez desde que se conocían, esbozaba una amplia sonrisa.
- Venga, dejémonos de charla. Deja aquí todo el material que ya no necesitamos, y no olvides cambiar de botella, que me parece que tanto brillo te ha dejado medio ciego, y no quiero tener que tirar de ti por un túnel enganchado a mi regulador auxiliar, ¿eh? – le enseñó los dientes - Aquí tienes la tuya para la vuelta. Tenemos que darnos prisa en volver junto a mi hermana antes de que se haga de día. Muévete…
Elena miró el reloj. Si todo iba como estaba planeado, en este momento deberían estar volviendo. Miró al cielo. Aún era de noche, pero ya empezaba a percibirse una tenue claridad por encima del amarillento reflejo de las farolas. Faltaba todavía para que amaneciera plenamente un nuevo día, el amanecer de una nueva vida, el amanecer incendiario en el que transformarían en cenizas una vida gris y mediocre como aquella lluvia y las patearían bajo sus pies, sacudiéndose aquel polvo antes de embarcar hacia el sol de otras costas. Sí, algo de sol… quizás deberían ir primero a Brasil, a Fernando de Noronha. A Leo le gustaría conocerlo. Emilio había buceado allí y decía que era precioso...
De pronto, una angustia desconocida, escondida en lo más profundo de su ser, nació de sus entrañas y se fue revolviendo a través de sus vísceras, elevándose poco a poco hacia la superficie, atravesando el corazón, rebasando su garganta, llegando hasta sus ojos.
- Basta – se dijo a sí misma - Va a ir todo bien. No va a pasar nada. Va a volver aquí, a mi lado, sin ningún problema – y se volvió hacia el relato de Emilio, volviendo a tomar la primera página con una sonrisa – En fin, todavía faltan un par de horas. Mejor entretenerme…
Emilio y Leo regresaban lentamente a través de los canales subterráneos de piedra y ladrillo. En esta ocasión era Emilio quien abría la marcha, seguido de cerca por Leo. Ahora tenían la suave corriente a su favor, y ya no cargaban con el pesado material que transportaron a la ida, así que no tenían que preocuparse por el esfuerzo y el consumo. Leo, tan calculador y previsor como siempre, había estimado perfectamente las mezclas y los volúmenes que tenían que llevar a lo largo de aquellas horas bajo el agua. Gracias a sus cálculos, Emilio estaba completamente seguro de que no se quedarían sin aire y, lo que es mejor, la mezcla de gases estaría tan bien ensamblada que cuando acabaran aquel largo y agotador buceo su cuerpo no tendría ni rastro del agotamiento que sufren los buceadores que emplean habitualmente aire comprimido.
- El mago de los fluidos, el físico del aire, el gran profesional del buceo, con su enorme cerebro cuadriculado y su eterna seriedad, ¡qué distinto es de mi Elena! – volvió a decirse a sí mismo Emilio una vez más, sonriendo tras el regulador ante el recuerdo de ella. Se giró buscando a Leo, comprobando que, tras el foco con el que se guiaba, éste le observaba fijamente pocos metros detrás de él.
Emilio volvió a concentrarse en el camino, asegurándose de no perder ni por un momento de vista el cable guía. Realizó una profunda inspiración – Mi Elena… - se repitió a sí mismo con otra sonrisa, extendiendo los brazos para tocar ambos extremos del túnel por el que avanzaba, jugueteando con la textura del ladrillo.
- Mi espíritu del agua, con sus ojos de mar… - se repitió, notando cómo la euforia se adueñaba de él ante la expectativa de una vida a su lado, al lado de ella, de ella, de su Elena, los dos ricos, inmensamente ricos…
- Elena, mi Elena, vida mía, con todo el océano azul en tu mirada, mi amor… - añadió, volviendo a tomar una profunda inspiración. Sintió una ligera nausea. – vaya, a este paso voy a hiperventilarme como un novato – pensó, volviendo a girarse para comprobar el estado de Leo, y encontrándose una vez más con la aguda mirada de sus pequeños ojos, observando cada uno de sus movimientos.
- ¿Sabes una cosa, cariño? – comenzó a fantasear dentro de su mente, simulando hablar con ella – Tenemos que darle un sobrino a tu hermano, seguro que eso le cambiaba el carácter – y soltó una breve carcajada con el regulador puesto. Sintió una convulsión y un intenso pinchazo en la cabeza. – Este agua está más fría de lo que pensaba – se dijo, y apretando los dientes se lanzó con mayor ímpetu hacia la siguiente bifurcación
Comenzaba a sentir un hormigueo en las piernas y las manos y, alarmado, también empezó a notar cómo su vista se nublaba. Miró hacia atrás, moviendo su mano para indicar a Leo que no se encontraba muy bien, a lo que este se limitó a contestar con un breve movimiento de cabeza, animándole a que siguiera adelante.
Miró su ordenador. Ciertamente faltaban sólo unos minutos para alcanzar la salida. No debía alarmarse. Leo sabía mejor que nadie lo que hacía. Él era el físico del aire, el mago de las mezclas, más preciso que cualquier tabla. Debía concentrarse en algo y alejar los temores infantiles que empezaban a agolparse en su mente. Lo halló de nuevo en el azul, el azul de los ojos de Elena, su risa, su risa como la espuma de las olas, su pelo jugando con el viento, de nuevo sus ojos, sus ojos, tan llenos de vida, tan llenos de amor, tan distintos a los de Leo.
Miró hacia atrás una vez más, para comprobar lo distintos que eran los ojos de él de los de ella, y allí estaban, observándole fríamente, como siempre. Emilio sintió un nuevo escalofrío. Notó cómo sus piernas se agarrotaban. Comenzó a llorar de rabia. No podía fallarle a Elena. No podía dejarse arrastrar por el pánico. Tenía que volver a ver sus ojos, fundirse en ellos, nadar en ellos como en un mar intemporal…
Al final del túnel comenzó a ver una tenue luz. Su cuerpo se convulsionaba y no respondía a su cerebro. Emilio volvió a apretar los dientes y se empujó con la ayuda de sus manos, aferrándose con los guantes a los ladrillos de las paredes. La mirada fija en la luz, intentando concentrarse en cada movimiento – cuando… salga… salgamos… voy a… este… la mezcla… el aire… CO2… hipercapnia… - No podía pensar. El regulador casi se salió de su boca, pero consiguió aferrarlo con un esfuerzo sobrehumano. Giró su cabeza buscando a Leo pero no alcanzó a ver más que manchas borrosas. La luz… debía alcanzar la luz.Otra convulsión sacó el regulador de su boca. Ya no lo necesitaba, pensó, estaba a punto de alcanzar la luz que vertiginosamente se acercaba hacia él. De golpe sintió un calor irreal atravesando sus pulmones, mientras sus asombrados ojos empezaban a ver que aquella luz se iba transformando gradualmente en los ojos de ella, de su amada Elena.
Había venido a buscarle.
Ahora todo estará bien, le dijo a su corazón, que le respondió con un breve y último latido.
Ahora todo estará bien, le repitió. Sintió el calor de la mirada de Elena, y una vez más se dejó llevar por el azul de sus ojos.
Todo está bien.
Emilio alcanzó la luz, y se sumergió dulcemente, con una sonrisa en los labios, dentro de los ojos de Elena. Eran tan profundos, tan profundos…
Elena cerró los ojos, sin sentir que en ellos dormía dulcemente Emilio, y notó cómo una lágrima brotaba y se deslizaba silenciosamente por su mejilla. Depositó la última hoja del cuento sobre la mesa, al lado de las otras, y se giró para contemplar cómo el sol comenzaba a desgarrar las negras nubes de la noche pasada, dando paso al nuevo día.
Miró hacia la calle. Aún no había nadie a aquella temprana hora. Vio la sombra oscura de alguien que rebasó la esquina del edificio de enfrente y caminaba lentamente por la acera. Alguien alto, fuerte, con anchos hombros y una mochila a su espalda, que se acercó paso a paso hasta que se detuvo frente a su casa y alzó la mirada hacia su ventana. Sonreía.
Elena rompió a llorar.
Elena dejó caer el papel que tenía entre sus manos y miró por la ventana. Ciertamente aquella era una tarde lluviosa, de aquellas en las que los más simples sólo veían una oportunidad de limpiar la atmósfera de aquella ciudad de mierda, y los más melancólicos pretendían ver en cada gota que repiqueteaba en el suelo un ángel que pacientemente les iba limpiando el corazón.
Elena ni era una sensiblera ni tampoco tenía el corazón de piedra, por eso no pudo evitar una sincera carcajada al recoger el papel del suelo y leer de nuevo aquellas líneas con las que Emilio inició hacía unas semanas aquel relato que acababa de terminar ese mismo día. Recordaba aquel momento perfectamente.
- ¿Pero no ves que es una frase estúpida? – Le había dicho ella cuando él le mostró el primer borrador- ¿Dónde has visto tú una novela o un cuento que empiece con una frase tan… tan…?- ¿Tan llena de agua? – Había respondido Emilio con aquella sonrisa infantil que a menudo le iluminaba el rostro.- Elena, preciosa mía, lo que nos ha unido en todo este tiempo ha sido el agua. En el agua nos conocimos, cuando acudí a aquel curso de buceo técnico que impartía tu hermano. En el agua hemos gozado de momentos llenos de ternura bajo los rayos del mediodía. En el agua hemos sido uno sólo, compartiendo regulador, compartiendo…
Se detuvo. Sintió de nuevo aquel dulce escalofrío que siempre le recorría el cuerpo ante la mirada de ella. Elena tenía unos ojos brillantes, siempre tan serenos y de un azul tan profundo que, como repetía él a quien quisiera oírle, “es como si un auténtico espíritu del océano se hubiese venido a vivir conmigo”
- Vale, vale, no sigas, ahora me recordarás lo mucho te necesito...- Respondió ella con una risa fresca como el agua, mientras bajaba de nuevo la mirada hacia las líneas borrosas de un antiguo pergamino.
Emilio se había inclinado junto a ella, mirando aquellos garabatos que se desdibujaban sobre el descolorido mapa. Aquel diagrama se asemejaba vagamente a la ciudad en la que habían compartido sus vidas en aquellos últimos meses, y ambos estaban estudiándolo una vez más hasta el mínimo detalle.
- Pues claro que me necesitas… - rió él alegremente - ¿quién te va a querer más que yo? ¿El pesado de tu hermano, que está tan paranoico con la seguridad que nunca me deja acercarme para comprobar las mezclas con las que buceamos?
- No digas eso de él.- protestó Elena – Sabes que es el más experimentado para manejar la rampa y planificar las mezclas que usamos en cada inmersión. Además, - dijo sonriendo y poniendo una voz aflautada – creo que desde que le robaste el helio para que jugáramos con él, tiene derecho a mostrarse un poco reservado, ¿verdad?
Los dos habían estallado en carcajadas al recordar aquel momento.
La risa amplia y completa de Elena… Una risa que salía desde lo más hondo y explotaba dejando chispas en los ojos de quienes la oían. Aquella risa siempre les había unido por encima de todo y, tras unos segundos, sus manos se buscaron y se encontraron; tras unos minutos aquellos dos cuerpos se volvieron a fundir de nuevo en un solo ser, y la cara de Emilio se sumergió en el oscuro pelo de Elena, los labios sumergidos en su boca, el alma sumergida en la profundidad azul de aquellos ojos de agua…
Habían pasado algunas semanas desde aquel momento hasta hoy, meses desde que se conocieron, y de hecho la intensidad de su relación hacía que pareciese ya toda una vida la que habían compartido, entrelazando noches de sueño, intimidades ancladas en la memoria, pasiones compartidas en cada inmersión, preparativos y planes para el futuro.
Emilio caminaba bajo la intensa lluvia, algo molesto con las gotas que se empeñaban en golpear como pequeños duendecillos cada centímetro de su cabeza y caían luego por su rostro que, a pesar del serio aspecto exterior que ofrecía, escondía tras semejante máscara la risueña faz del chiquillo que no puede ocultar un pequeño triunfo. Su triunfo y su alegría había sido completar aquella mañana el relato que le había prometido a Elena. Precisamente aquel mismo día…
La conocía tan bien que podía imaginarse con todo detalle cada uno de sus gestos cuando aquella mirada de profundo azul hallase las hojas pulcramente ordenadas encima de la mesa. – Seguro que habrá soltado una carcajada al leer la primera frase – pensó, y por un momento también él estalló en una breve risa. Aquello hizo que su compañero, que caminaba a grandes zancadas delante de él, se girase y se detuviera mirándole con aquellos ojos pequeños y serios que siempre parecían escrutar el alma de uno.
Definitivamente Leo, el hermano de Elena, no había recibido el don de unos ojos que reflejasen el mar, que albergasen el mar y lo transformaran en espuma contra el acantilado de la razón. Allí estaba, alto y fuerte, con la boca entreabierta y aquella mirada fría que transparentaba la mente afilada y precisa de su propietario, escrutando bajo la lluvia a su compañero, los dos empapados junto a un oscuro callejón, enmarcados por el anochecer y la tormenta como una trágica parodia de alguna olvidada película en blanco y negro.
Emilio no se detuvo ante aquella mirada severa. Palmeó alegremente los anchos hombros de Leo y se adelantó, entrando en el callejón, aún con una sonrisa en los labios.
- No sé de qué te ríes – dijo Leo, aún inmóvil – ¿Te parece que todo esto es un juego, una inmersión por esas cuevas que conoces como la palma de tu mano, esas bodegas de pecios que no aparecen en ninguna carta marina y en las que tanto te gusta esconderte para que te busquemos? Mira, lo de hoy es muy distinto, y lo sabes; lo de hoy…
- Lo de hoy nos va a cambiar la vida. – Emilio también se detuvo, elevando la mirada hacia el oscuro cielo.- Lo sé, Leo, lo sé.
Sin mediar otra palabra entraron al edificio gris plomizo que se erguía triste y empapado ante ellos, y bajaron por sus húmedas escaleras hasta llegar a un sótano lóbrego y solitario, donde una única bombilla arrojaba tenebrosas sombras sobre aquellas paredes que se desmoronaban como resultado de la edad y el agua.
El agua… el agua que tanto le había dado a Emilio, el agua que hoy iba a transformar su vida y la de los otros como nunca hubiera imaginado.
Mientras se dirigía hacia el rincón donde aguardaban dos equipos completos de buceo y se entretenía comprobando rutinariamente el estado de focos, máscaras, jackets y el resto del material antes de ponerse el traje, miró a Leo, sombrío y huraño como siempre, iniciar su particular protocolo con las distintas botellas, revisando mezclas, comprobando tóricas, ajustando cada detalle en una especie de danza ritual que Emilio había bautizado cuando se conocieron hacía meses como “La Física del Aire”
- ¿Qué memez es esa de la Física del Aire? – le había preguntado Leo en aquella ocasión
- No lo sé – había respondido él – Se me ocurrió así, de repente. Eres como un prestidigitador del aire, agitas las mezclas y remueves fluidos como un antiguo alquimista, y ya sabes que mucho de la Física y la Química actual se deben a aquellos tipos, medio magos, medio científicos, y… y un poco locos.
- Tienes razón – dijo Leo, y sonrió. Por más que Emilio intentara recordar ahora, aquella había sido una de las pocas veces, si no la única, que le había visto sonreír desde que se conocieron en aquel curso de buceo técnico que Leo impartía.- Creo que te voy a presentar a mi hermana – le había dicho durante una pausa en el curso – Os parecéis bastante, y necesita conocer a alguien como tú.
Así había conocido a Elena, su amada Elena, con sus ojos oceánicos de azul eterno y su risa franca y amplia… Al poco tiempo de conocerse, y ante la desconfianza de Leo, Elena le había contado algo que aún hoy disparaba su adrenalina y provocaba una ligera angustia en la boca de su estómago.
-Quiero enseñarte algo… - le había dicho ella una soleada mañana - Emilio, es algo muy importante, y necesito saber si estás con nosotros… - dudó un instante, y sonrió con sus ojos de mar - si estás conmigo.
- Por supuesto que estoy contigo. Siempre lo estaré – dijo Emilio, cruzándose de brazos e intentando adoptar una pose seria que contrastaba con su enorme sonrisa. Sin dejar de sonreír, tomó suavemente una de las manos de Elena y con la otra le acarició el pelo para que el palpitar de su corazón no acabara transformándose en un rubor adolescente que provocara una vez más la risa de ella - ¿de que se trata? ¿un nuevo punto de inmersión?
- Más o menos – había respondido ella – Mira…
La noche se arrastraba bajo el manto cerrado de nubes. Elena se giró y observó por la ventana el refulgente transitar de la ciudad, el latir irreal de las hojas de los árboles golpeadas por la lluvia, aquella intensa lluvia que se arrastraba como una lánguida serpiente por las calles, arrastrando al mismo tiempo la suciedad y los sueños rotos, dejando a su paso un brillo espejado en las aceras como una promesa de un mundo nuevo. Miró su reloj. En ese momento debían estar equipados y acabando de revisar el material. La tapa abierta a sus pies, dando paso a un abismo donde el agua parecería estar hablando con voz propia. Hablándoles de su futuro... “Tiene que conseguirlo”, pensó, y volvió a observar la caída de la lluvia contra los cristales, el cielo gris frente a sus azules ojos.
Cuando le expuso el plan aquella mañana, hacía ya meses, Emilio casi se había caído al suelo, incapaz de aceptar lo que veían sus propios ojos. Allí mismo, bajo la ciudad, podía estar la respuesta a todas sus necesidades, la respuesta a cualquier pregunta que pudieran tener sobre el futuro. Habían sido unos años de búsqueda y estudio intenso por parte de Elena y Leo, y ante él tenía ahora aquellos viejos mapas, mostrando el camino. Era tan simple. Parecía todo tan simple…
Bajo muchas de las ciudades del país se escondía un secreto empapado por los sueños de la historia, sobre el que se había ido elevando palmo a palmo cada generación como un manto de hipócrita prosperidad. Pero allí, bajo el cemento, el asfalto, el metal y el vidrio, seguía escondido, invisible ante la ceguera de muchos, esperando que alguien viniera a rescatarlo del olvido.
Lo construyeron hacía siglos los árabes. Ellos trajeron a lo que era el embrión de aquella población el agua, la domaron y la sometieron a su antojo en aquella red de túneles y cloacas que ahora dormía bajo la moderna ciudad. Aquel entramado, oculto tras la actual red del alcantarillado, seguía aún operativo y el agua fluía a través de aquellas venas como lo había hecho desde hacía siglos, recorriendo aún los mismos caminos por aquellas amplias canalizaciones de piedra y ladrillo.
Como avezados buceadores de la historia, Leo y Elena habían buscado durante años en la profundidad de los archivos de la ciudad y en los sótanos de las bibliotecas, inspeccionando legajos polvorientos que a veces se deshacían en pedazos entre sus manos. Habían ido recomponiendo pieza a pieza el puzzle, mientras trazaban el plan que hoy por fin iban a llevar a la práctica.
- Diamantes… - volvió a repetir Emilio tras observar los planos
- Sí, diamantes... – Elena se volvió a inclinar a su lado – Mira, el antiguo entramado construido por los árabes pasa justo al lado de la red del alcantarillado en este punto – señaló una casa con un dedo – Luego, se trata tan sólo de bucear hasta este otro punto, donde se encuentra un sótano que almacena la reserva de diamantes de la joyería más importante de la ciudad. Lo hemos comprobado todo, Emilio. Las puertas y paredes son acorazadas, pero el suelo no. Los antiguos túneles son de ladrillo en aquella zona, y bajo el suelo hay una cámara de aire y tan sólo unos cuantos ladrillos que nos separan de un futuro inmensamente rico. Emilio, mi amor, ¿lo ves? Un buceo y seremos ricos.
- ¿Y las corrientes? – Preguntó Emilio – Deben ser intensas. Esto no es como cuando hacemos espeleobuceo. Se parecerá algo, pero…
- No hay problema – Leo, que había permanecido callado hasta el momento, se incorporó a la conversación – En la antigua red de túneles no llega directamente el agua de la superficie. Hay algo de corriente, pero podemos hacerlo. Además, yo ya he estado allí, y…
- ¿Qué has estado allí? – Emilio abrió los ojos como platos - ¿Y qué pasó? ¿Cómo es que no…?
- No podía hacerlo sólo. Ni siquiera con la ayuda de mi hermana. Necesitábamos ayuda, alguien con más fuerza que ella, y… bueno, creo que ya que lo compartís todo... considéralo una especie de regalo de boda
Emilio se giró hacia Elena, hacía sus ojos brillantes de azul profundo, que ahora le miraban con una sonrisa que le traspasó cada poro de la piel como una lluvia de saetas
- No hagas caso al bobo de mi hermano… - empezó a decir.
- ¿En qué no debo hacerle caso? – replicó Emilio – Estarías preciosa, frente a todos, vestida de neopreno y con un collar de diamantes… - Empezó a reír, pero inmediatamente se detuvo, mirándola con una intensidad que ella nunca había visto en sus ojos – Tiene razón Leo, ¿verdad? Lo hemos compartido todo en este tiempo. Esto puede venirnos muy bien a los tres…
… y va a ser más simple de lo que pensamos – terminó la frase para sus adentros, con una sonrisa.
Emilio y Leo terminaron de equiparse, revisaron una y otra vez el equipo propio y el del compañero, comprobaron la presión en las botellas y a una señal de Leo se introdujeron en el túnel. La corriente era intensa debido a las lluvias torrenciales que habían caído, pero precisamente gracias a ellas el caudal era lo suficientemente alto como para alcanzar el punto donde, tras un recodo y un agujero en la pared a su derecha, entraron en las antiguas canalizaciones. Allí, tal y como le había explicado Leo a Emilio, la corriente era mucho menor, y desde luego no era nada que no pudieran sortear gracias a su experiencia.
Leo iba delante, impulsándose con breves y poderosos golpes de sus duras aletas, siguiendo el cable guía que había situado en su anterior visita, mientras Emilio, tras él, mantenía sin esfuerzo el ritmo, aun cuando llevaba consigo la mayor parte del material que necesitaban para abrir el último tramo que les permitiría alcanzar su objetivo.
A pesar de la tensión del momento, de la concentración para mantener el ritmo y controlar la respiración, Emilio no pudo dejar de observar con admiración aquella sinfonía de ladrillo y sólida argamasa, a veces entretejida con tramos donde la piedra tomaba el protagonismo y latía bajo el agua como había hecho durante siglos. Extendió la mano y a través de los guantes acarició el trabajo que habían desarrollado los árabes para construir aquel laberíntico recorrido por el que ahora ellos se iban deslizando, guiados por la luz de sus focos, redescubriendo antiguas bifurcaciones, vigilando no levantar el légamo depositado a lo largo de tantas generaciones.
Habían memorizado cada metro de aquellos canales de tal forma que, incluso sin haber contado con la ayuda del cable guía, no les hubiera costado alcanzar su destino. Sobre sus cabezas, y como resultado de la confluencia de dos túneles, se abría ahora una bóveda bajo la cual había una estrecha cámara de aire. Se detuvieron unos minutos para descansar, quitándose los reguladores y comprobando que el aire, a pesar de mantener un cierto olor a podredumbre, era respirable.
- ¿Y ahora? – preguntó Emilio
- Aquí, en esta esquina, mira… - le indicó Leo
Emilio se acercó, comprobando con su foco cómo en la parte superior de la bóveda había un punto que se abría a la oscuridad como un ojo que le estuviera escrutando desde el más remoto pasado.
- ¿Lo hiciste tú? – preguntó a Leo
- Lo hicimos, chaval, lo hicimos – respondió este – Tu querida Elena también llegó hasta aquí conmigo, pero fui yo el que tuve que encargarme de picar la mayor parte. No fue muy complicado – añadió – Tan sólo son unos cuantos ladrillos. Lo difícil lo tendremos ahora.
- Menos mal que el nivel del agua está alto – observó Emilio – Si no, hubiera sido difícil alcanzar el agujero, aunque… - se detuvo al darse cuenta de su propia estupidez – Claro, por eso hemos estado esperando hasta ahora, a estas lluvias…
- La verdad, no sé qué ha visto mi hermana en ti… - gruñó Leo, haciendo una mueca mientras se giraba en el agua y empezaba a zafarse del equipo – Ayúdame. Voy a subir yo primero, y me vas pasando todo el material, ¿ok? – y sin esperar respuesta le lanzó a través del agua su equipo mientras él, con un poderoso golpe de aletas, se alzaba de la superficie y se introducía por el orificio abierto en la cercana bóveda.
Fueron unas horas de duro trabajo. Los dos, desembarazados del traje seco, sudaban copiosamente bajo la luz de los focos mientras picaban centímetro a centímetro aquel suelo. Afortunadamente, ambos estaban acostumbrados al esfuerzo, y Emilio no pudo dejar de admitir que, sin él, aquel plan no hubiera podido funcionar. Entre Leo y Elena no hubieran podido terminar el agujero y alcanzar su objetivo antes de que los guardias de seguridad abrieran la cámara a la mañana siguiente. Además, pensar en ella, en el futuro que les esperaba a ambos, redoblaba la pasión con la que golpeaba cada vez aquella estrecha barrera que les separaba de la riqueza, de la felicidad, de toda una vida frente a la azul mirada de mar de Elena, su Elena…
Finalmente lo lograron. Los ojos de Emilio no podían separarse de aquellas pequeñas y brillantes piedras que refulgían en sus manos, desprendiendo una catarata de centelleante resplandor bajo la intensa luz de los focos. Tan pequeñas y tan valiosas, el don que la naturaleza atesoraba en lo más profundo de la tierra, carbono puro sometido a altas presiones y temperaturas que ahora reflejaba cada rayo de luz en sus múltiples facetas y brillaba fríamente ante su mirada
Será suficiente – indicó Leo, mientras terminaba de cerrar una bolsa que introdujo en el bolsillo del jacket de Emilio. – Lo dividiremos en dos partes iguales. No necesitamos llevarnos más. Con todo esto tenemos para darnos no sólo una vida de lujo, sino varias… - Emilio palpó los bolsillos de su jacket – Ahora, no vayas a abrir los bolsillos en medio de la inmersión de vuelta, ¿eh? – Le advirtió Leo con una mirada burlona.
- No te preocupes – sonrió Emilio – No creo que necesitemos lanzar una boya para la parada de seguridad dentro de una alcantarilla…Leo asintió, golpeándole alegremente la espalda mientras, por segunda vez desde que se conocían, esbozaba una amplia sonrisa.
- Venga, dejémonos de charla. Deja aquí todo el material que ya no necesitamos, y no olvides cambiar de botella, que me parece que tanto brillo te ha dejado medio ciego, y no quiero tener que tirar de ti por un túnel enganchado a mi regulador auxiliar, ¿eh? – le enseñó los dientes - Aquí tienes la tuya para la vuelta. Tenemos que darnos prisa en volver junto a mi hermana antes de que se haga de día. Muévete…
Elena miró el reloj. Si todo iba como estaba planeado, en este momento deberían estar volviendo. Miró al cielo. Aún era de noche, pero ya empezaba a percibirse una tenue claridad por encima del amarillento reflejo de las farolas. Faltaba todavía para que amaneciera plenamente un nuevo día, el amanecer de una nueva vida, el amanecer incendiario en el que transformarían en cenizas una vida gris y mediocre como aquella lluvia y las patearían bajo sus pies, sacudiéndose aquel polvo antes de embarcar hacia el sol de otras costas. Sí, algo de sol… quizás deberían ir primero a Brasil, a Fernando de Noronha. A Leo le gustaría conocerlo. Emilio había buceado allí y decía que era precioso...
De pronto, una angustia desconocida, escondida en lo más profundo de su ser, nació de sus entrañas y se fue revolviendo a través de sus vísceras, elevándose poco a poco hacia la superficie, atravesando el corazón, rebasando su garganta, llegando hasta sus ojos.
- Basta – se dijo a sí misma - Va a ir todo bien. No va a pasar nada. Va a volver aquí, a mi lado, sin ningún problema – y se volvió hacia el relato de Emilio, volviendo a tomar la primera página con una sonrisa – En fin, todavía faltan un par de horas. Mejor entretenerme…
Emilio y Leo regresaban lentamente a través de los canales subterráneos de piedra y ladrillo. En esta ocasión era Emilio quien abría la marcha, seguido de cerca por Leo. Ahora tenían la suave corriente a su favor, y ya no cargaban con el pesado material que transportaron a la ida, así que no tenían que preocuparse por el esfuerzo y el consumo. Leo, tan calculador y previsor como siempre, había estimado perfectamente las mezclas y los volúmenes que tenían que llevar a lo largo de aquellas horas bajo el agua. Gracias a sus cálculos, Emilio estaba completamente seguro de que no se quedarían sin aire y, lo que es mejor, la mezcla de gases estaría tan bien ensamblada que cuando acabaran aquel largo y agotador buceo su cuerpo no tendría ni rastro del agotamiento que sufren los buceadores que emplean habitualmente aire comprimido.
- El mago de los fluidos, el físico del aire, el gran profesional del buceo, con su enorme cerebro cuadriculado y su eterna seriedad, ¡qué distinto es de mi Elena! – volvió a decirse a sí mismo Emilio una vez más, sonriendo tras el regulador ante el recuerdo de ella. Se giró buscando a Leo, comprobando que, tras el foco con el que se guiaba, éste le observaba fijamente pocos metros detrás de él.
Emilio volvió a concentrarse en el camino, asegurándose de no perder ni por un momento de vista el cable guía. Realizó una profunda inspiración – Mi Elena… - se repitió a sí mismo con otra sonrisa, extendiendo los brazos para tocar ambos extremos del túnel por el que avanzaba, jugueteando con la textura del ladrillo.
- Mi espíritu del agua, con sus ojos de mar… - se repitió, notando cómo la euforia se adueñaba de él ante la expectativa de una vida a su lado, al lado de ella, de ella, de su Elena, los dos ricos, inmensamente ricos…
- Elena, mi Elena, vida mía, con todo el océano azul en tu mirada, mi amor… - añadió, volviendo a tomar una profunda inspiración. Sintió una ligera nausea. – vaya, a este paso voy a hiperventilarme como un novato – pensó, volviendo a girarse para comprobar el estado de Leo, y encontrándose una vez más con la aguda mirada de sus pequeños ojos, observando cada uno de sus movimientos.
- ¿Sabes una cosa, cariño? – comenzó a fantasear dentro de su mente, simulando hablar con ella – Tenemos que darle un sobrino a tu hermano, seguro que eso le cambiaba el carácter – y soltó una breve carcajada con el regulador puesto. Sintió una convulsión y un intenso pinchazo en la cabeza. – Este agua está más fría de lo que pensaba – se dijo, y apretando los dientes se lanzó con mayor ímpetu hacia la siguiente bifurcación
Comenzaba a sentir un hormigueo en las piernas y las manos y, alarmado, también empezó a notar cómo su vista se nublaba. Miró hacia atrás, moviendo su mano para indicar a Leo que no se encontraba muy bien, a lo que este se limitó a contestar con un breve movimiento de cabeza, animándole a que siguiera adelante.
Miró su ordenador. Ciertamente faltaban sólo unos minutos para alcanzar la salida. No debía alarmarse. Leo sabía mejor que nadie lo que hacía. Él era el físico del aire, el mago de las mezclas, más preciso que cualquier tabla. Debía concentrarse en algo y alejar los temores infantiles que empezaban a agolparse en su mente. Lo halló de nuevo en el azul, el azul de los ojos de Elena, su risa, su risa como la espuma de las olas, su pelo jugando con el viento, de nuevo sus ojos, sus ojos, tan llenos de vida, tan llenos de amor, tan distintos a los de Leo.
Miró hacia atrás una vez más, para comprobar lo distintos que eran los ojos de él de los de ella, y allí estaban, observándole fríamente, como siempre. Emilio sintió un nuevo escalofrío. Notó cómo sus piernas se agarrotaban. Comenzó a llorar de rabia. No podía fallarle a Elena. No podía dejarse arrastrar por el pánico. Tenía que volver a ver sus ojos, fundirse en ellos, nadar en ellos como en un mar intemporal…
Al final del túnel comenzó a ver una tenue luz. Su cuerpo se convulsionaba y no respondía a su cerebro. Emilio volvió a apretar los dientes y se empujó con la ayuda de sus manos, aferrándose con los guantes a los ladrillos de las paredes. La mirada fija en la luz, intentando concentrarse en cada movimiento – cuando… salga… salgamos… voy a… este… la mezcla… el aire… CO2… hipercapnia… - No podía pensar. El regulador casi se salió de su boca, pero consiguió aferrarlo con un esfuerzo sobrehumano. Giró su cabeza buscando a Leo pero no alcanzó a ver más que manchas borrosas. La luz… debía alcanzar la luz.Otra convulsión sacó el regulador de su boca. Ya no lo necesitaba, pensó, estaba a punto de alcanzar la luz que vertiginosamente se acercaba hacia él. De golpe sintió un calor irreal atravesando sus pulmones, mientras sus asombrados ojos empezaban a ver que aquella luz se iba transformando gradualmente en los ojos de ella, de su amada Elena.
Había venido a buscarle.
Ahora todo estará bien, le dijo a su corazón, que le respondió con un breve y último latido.
Ahora todo estará bien, le repitió. Sintió el calor de la mirada de Elena, y una vez más se dejó llevar por el azul de sus ojos.
Todo está bien.
Emilio alcanzó la luz, y se sumergió dulcemente, con una sonrisa en los labios, dentro de los ojos de Elena. Eran tan profundos, tan profundos…
Elena cerró los ojos, sin sentir que en ellos dormía dulcemente Emilio, y notó cómo una lágrima brotaba y se deslizaba silenciosamente por su mejilla. Depositó la última hoja del cuento sobre la mesa, al lado de las otras, y se giró para contemplar cómo el sol comenzaba a desgarrar las negras nubes de la noche pasada, dando paso al nuevo día.
Miró hacia la calle. Aún no había nadie a aquella temprana hora. Vio la sombra oscura de alguien que rebasó la esquina del edificio de enfrente y caminaba lentamente por la acera. Alguien alto, fuerte, con anchos hombros y una mochila a su espalda, que se acercó paso a paso hasta que se detuvo frente a su casa y alzó la mirada hacia su ventana. Sonreía.
Elena rompió a llorar.