miércoles, 9 de septiembre de 2009

41. EL UMBRAL

No entendía qué estaba sucediendo, las imágenes le llegaban borrosas, como flashes, por la profundidad en que se encontraba. Creyó ver rostros desesperados en la superficie, brazos que le hacían señas de que volviera, mientras el mar movía el barco con una furia descomunal, pero ante él, estaban las puertas de aquel mundo maravilloso que había buscado por tanto tiempo, y al fin encontró…¿ Es que acaso nadie más lo veía? Estaba a salvo de la furia del mar, a punto de entrar en su paraíso. Una tibia corriente lo halaba…Mientras, en la superficie, continuaba la tragedia…

Más imágenes, más flashes…Se vio ahora sentado en su mesita de noche, pequeña y modesta, con pobre iluminación, solo como siempre estaba en aquel cuartucho que era su morada, escribiendo un cuento para presentarlo en algún concurso. Era un eterno soñador, su gran ilusión siempre fue convertirse en un escritor famoso. Podía tejer una historia de los sucesos más insignificantes, de los objetos más sencillos, de una hormiga tratando de llevar un terrón de azúcar a su escondite, o una hoja cayendo de la copa de un árbol con el cambio de estación, o una cuchara vieja que alguien tiró al latón de basura...O de un mundo encantado que le pertenecía sólo a él, un mundo que soñó una vez y había estado buscando desde entonces, y esta idea era su refugio si quería escapar del suyo propio. Cuando comenzaba a escribir, no tenía para cuando acabar, era como un interruptor que se activaba y las palabras brotaban a chorros sobre el papel.
Sí, ser escritor era su sueño dorado, pero también había que comer, y hacerse famoso no era cosa de dos días. Así que dejó a un lado sus escritos, al menos por un tiempo, y comenzó como aprendiz de buzo. Su tío, hermano de su difunta madre, había sido buzo por casi veinte años. Recordaba que de pequeño su tío lo llevaba con él a bucear, a pulmón, como decía, cosa que disfrutaba mucho. El muchacho, como el tío lo llamaba, era muy buen nadador, así que lo tomó bajo su cargo, para enseñarle el oficio. Sentía lástima por él, se había quedado solo en esta vida en una edad en que el resto de los jóvenes descubrían las fiestas y los placeres del amor, pero el muchacho era valiente y estaba lleno de sueños, y no se amilanaba ante los retos. Ahora debía aprender a bucear con equipo, que requería un nivel de preparación mayor, pues los buzos profesionales debían trabajar a profundidades de más de 100 metros, y era indispensable seguir las medidas de seguridad. Más adelante, si se decidía por la carrera de buzo, debería tener un entrenamiento específico, de años de escuela y dedicación. Como buzo podría elegir entre el buceo técnico, que incluye el científico, comercial o industrial, naval y policial, y el buceo militar, aunque este último no le atraía mucho. Esa decisión, sin embargo, significaría abandonar su carrera de escritor, sus sueños...
Delante de sus ojos pasó ahora la primera vez que estuvo en las profundidades. Había ido con su tío a hacer un estudio de un arrecife de corales que estaba muriendo y querían determinar las causas. El equipo de buceo era bastante pesado, el doble de su propio peso, y consistía en chaleco compensador para lograr una flotabilidad neutra bajo el agua; las aletas para el desplazamiento; el regulador para el oxígeno y gases que están en el tanque, y que posibilita la respiración; así como el snorkel y la máscara de buceo para ver debajo del agua. Le gustó verse usando el traje isotérmico, le recordaba a uno de los héroes de las películas viejas que veía su madre, salvando a su amada de un naufragio en barco. Cierto era que el traje ayuda a mantener la temperatura corporal en las profundidades, sólo que para él tenía un matiz más romántico. Antes de sumergirse, su tío le había dicho que tenía que dejar salir un poco de aire para tener una mejor visibilidad tras la careta, y como principiante al fin, poco faltó para que quedara sin oxígeno en el balón. Su tío tuvo que pedir ayuda a la superficie por medio de un mini teléfono que tenía para este fin. Salvo este incidente, la jornada transcurrió sin más percances, y pudieron finalmente determinar que el arrecife estaba muriendo por el encalle y anclaje indiscriminado de los botes de los pescadores locales.
Esa primera experiencia fue como una bomba detonadora para él, esa sensación de soledad y de estar indefenso a merced de la naturaleza fue el primer gusto de una droga que se volvió adicción para el muchacho. Sólo allí podía uno ver cuán magnífica es la madre natura en toda su extensión, y cuán dependiente de ella el hombre, a pesar de todo su avance tecnológico, sus viajes a la Luna, sus súper aviones y sus bombas de exterminio masivo. Allí, en el fondo del mar, olvidaba que estaba solo, que no podía seguir sus sueños; se olvidaba del cuartucho con pobre iluminación y las frustraciones de su vida. Cuando bajaba a las profundidades, era como si traspasara la frontera de un mundo maravilloso, mágico, vedado para el hombre, en el que corría el riesgo de ser descubierto y expulsado, pero era un riesgo que valía la pena correr. Se le antojó que este era el mundo que había estado buscando desde siempre, al que sólo él podría tener acceso, en el que encontraría refugio y consuelo, donde no existía el dolor ni las frustraciones…
Con su tío aprendió muchísimo del trabajo de los buzos, y el mar pasó a ser su tema favorito. Siendo aún aprendiz, ya había trabajado en la inspección y mantenimiento de barcos, el estudio de hábitats marinos, la pesca submarina, recogida de algas y otras muestras… Esas eran tareas sencillas, sabía que su tío había trabajado en cosas más difíciles como construcción submarina, reparaciones en presas y pantanos, y salvamento de buques y embarcaciones. Una vez, filmó para un programa de televisión la reproducción de un pez dorado muy raro, y del que sólo quedaban unos pocos ejemplares de su especie en el mundo; en otra ocasión, le tocó buscar evidencias de un crimen en el fondo de un lago, e inspeccionar cascos de buques para la detección de drogas. Era un trabajo increíblemente emocionante, con cosas nuevas cada día, justo lo que una mente fértil como la suya necesitaba para no atrofiarse.
Lo único que no le gustaba de ser buzo eran los constantes chequeos médicos a los que había que someterse; era una profesión que exigía mucho esfuerzo físico e implicaba gran presión, y a cada rato su tío debía ver al médico para un chequeo general. De hecho, se lo exigían como parte de su trabajo. La verdad que los médicos son un fastidio, pero no dejaba de reconocer que eran necesarios, su tío siempre se estaba quejando de dolores en las articulaciones y la espalda.
Otro flash... Su tío diciéndole que les habían asignado una misión, debían rastrear un submarino que se había perdido en las profundidades del océano. Era una tarea peligrosa, la región era muy inestable, había un microclima, que cambiaba continuamente sin previo aviso, y podían correr el riesgo de que los azotara un mal tiempo estando en lo profundo del mar.
Llegaron al lugar donde se recibieron las últimas señales del submarino, un área con muchas algas, y poca visibilidad. El muchacho se puso el traje de buzo y se aprestó a seguir las instrucciones de su tío, pero para su sorpresa, éste le impidió descender. “Esta vez te quedas arriba, muchacho”, le dijo, “la zona es peligrosa y no quiero que haya ningún tipo de accidente. Yo voy a bajar con Pedro, tú y Esteban se quedan a cargo del barco. ¿Entendido?”
Era la primera vez que su tío le impedía descender, lo tomó por sorpresa. Intentó protestar pero el hombre le cortó con tono enérgico, y cuando su tío hablaba no había quien lo contradijera. A regañadientes, asintió.
Los dos buzos se sumergieron en el mar y pronto se perdieron de vista. El sol estaba radiante en el cielo, y las olas mecían el barco con un ritmo continuo y apacible. El muchacho estaba fastidiado y aburrido, perdiéndose toda la emoción de las profundidades. Se inclinaba por la borda hasta tocar el agua con la punta de los dedos., mientras Esteban recogía unos metros de soga que quedaron en cubierta.
Un destello que vino de las profundidades llamó su atención. No podía ver con claridad qué era, estaba muy profundo y las algas lo hacían aún más difícil. Sintió una fuerza que lo halaba, y un deseo irresistible de sumergirse. No podía quedarse allí, después de todo, el mar era su droga, y un drogadicto no puede resistirse fácilmente a la tentación. Si el miedo de su tío era el clima, no había de qué preocuparse, porque el sol brillaba radiante, y nunca había visto las olas más calmadas. Esteban seguía entretenido, así que no se percató cuando el muchacho se puso el equipo de buzo y suavemente se sumergió en el mar.
Los temores del tío eran bien fundados, pronto el clima comenzó a cambiar. El cielo se puso gris y las olas iban tomando impulso paulatinamente. Los buzos habían encontrado el submarino, y subieron a la superficie ante la amenaza del mal tiempo. Las olas los habían alejado a unos kilómetros del lugar donde estaba anclado el barco. Rápidamente Esteban puso en marcha el motor y fue a su encuentro. Ya en el bote, les ayudó a quitarse las máscaras y el tanque de oxígeno. Apenas podían hablar porque estaban sofocados, el tanque se les había acabado hacía unos instantes.
Fue entonces que todos se percataron de la ausencia del muchacho.
Mientras tanto, el muchacho había encontrado lo que llamó su atención, con no poco asombro. Ante él, salidas de la nada, unas puertas se alzaban imponentes en el fondo del mar, cubiertas por las algas. Se vio a sí mismo en el umbral, ante ellas, dudoso. Quería saber qué había detrás de aquellas puertas magníficas, pero tenía miedo de lo que pudiera encontrar. Miró hacia la superficie, el mar parecía agitado allá arriba. Veía imágenes borrosas del barco, meciéndose violentamente al compás de las olas, y lo que él creyó eran su tío y los otros dos buzos, que parecían hacer señales desesperadas…
Realmente estaba muy profundo en aquel lugar. Dudó. Su tío debía estar preocupado por él. Quizás era mejor volver…
Cambió de parecer al instante, cuando las puertas se abrieron ante él, y una corriente tibia lo invitó suavemente hacia el interior del lugar. Quizás no fuera mala idea sólo echar un vistazo, y después volvería con su tío, quien de seguro lo regañaría por no obedecerlo. Debía tomar una decisión…
Decidió traspasar el umbral.
Dejó de ver flashes. Ahora, tuvo una visión completamente distinta. Justo ante él, estaba su mundo mágico, el que él se había inventado, que había buscado por tanto tiempo, y al que sólo él podía entrar. El lugar estaba inundado de las más variadas especies de flores, y lo más maravilloso era que ninguna se marchitaba, en el instante en que un pétalo caía al suelo otro brotaba en su lugar. Había muchos colores, como brochazos al azar. Y cascadas, con el agua más cristalina que haya visto jamás. Aquí sí podría soñar despierto, dejar volar su imaginación y descubrir la inspiración que necesitaba para escribir. Descubrió que podía respirar sin el balón de oxígeno, que no necesitaba la careta para ver con claridad, y que ya no hacía frío. Sintió que lo inundaba una ola de placer indescriptible, se sintió en paz consigo mismo, y su mente desechó la idea de alguna vez abandonar aquel lugar. Se sintió feliz.
Tras él, las puertas se cerraron. Atrás, quedó el umbral…
Mientras tanto arriba, en la superficie, se habían dado por vencidos…