martes, 5 de enero de 2010

131. RESPIRACIÓN

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
La respiración debe ser lenta, muy lenta; y profunda, muy profunda. Hay que ser consciente de cada bocanada de aire y sentir cómo se llenan los pulmones.
Estoy totalmente relajado, ingrávido y feliz. Cuando buceo, destierro todas las preocupaciones de mi mente: sólo existen mis compañeros, el agua y yo. O bueno, quizá debería decir que ese "yo" es, en realidad, mi respiración.
Este es mi decimonoveno viaje de buceo con Luis, Marta y María. Ellos hicieron el curso del nivel avanzado conmigo, y ahora somos inseparables.
En este momento, surcamos las cálidas aguas de Lanzarote, disfrutando de los maravillosos fondos. Estamos a una profundidad de 21 metros.

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Marta se ha girado para señalarme un precioso pez naranja. Sonrío y le hago el gesto internacional de "ok". Pero, una vez desaparecido el pez, la miro a ella. Es mi novia desde hace casi tres años, y quiero casarme con ella.
Se detiene un momento a esperarme y me toma la mano. No hay nada tan hermoso como compartir una inmersión con tu pareja. Hace que la experiencia sea aún más especial.
Delante de nosotros, a escasos metros, puedo ver a Luis y a María. Son hermanos. Él es biólogo; y ella, educadora social. Ambos conocen el lenguaje de signos, lo que les permite mantener interesantes conversaciones sobre la fauna y la flora marinas sin preocuparse por las limitaciones comunicativas que suponen los gestos básicos que se aprenden en los cursos de buceo.

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Finalmente, empezamos la ascensión. Como todo lo demás en submarinismo, debe ser lenta y controlada.
Llegamos a la superficie y, como siempre me ocurre, al quitarme el regulador de la boca me resulta difícil y extraño volver a respirar por la nariz.
Nos quedamos a comer en un bar junto a la costa porque el ejercicio nos ha abierto el apetito. Aprovechamos para comentar en voz alta detalles de algunas especies de peces, algo en lo que Luis (el biólogo) es un auténtico experto. La sobremesa se alarga hasta que tenemos fuerzas suficientes para coger las bicicletas y volver pedaleando hasta el hotel.
Llegamos allí justo a tiempo para ver una preciosa puesta de sol, y justo después nos vamos a cenar y a dormir.
Marta se tumba a mi lado en la cama y me abraza: está totalmente agotada y se le cierran los ojos.
–Buenas noches.
–Buenas noches, Marta. Te quiero.
–Te quiero.
La abrazo y la observo mientras duerme, aunque cada vez me cuesta más mantener los ojos abiertos. Han sido cuatro días de buceo: los tres primeros, con inmersiones por la mañana y por la tarde; menos mal que hoy sólo hemos ocupado la mitad del día.
Mañana por la tarde sale nuestro avión de vuelta a Madrid. Al pensarlo, no puedo evitar que se me escapen unas lágrimas. Lo paso muy mal cuando me alejo del mar, de la playa y del buceo. Y no quiero volver a mi estresante y rutinario trabajo de oficina.
¡No! Debo desterrar los pensamientos negativos de mi cabeza. Decido centrarme en mis planes para el futuro próximo. Dentro de tres meses, en octubre, vamos a ir los cuatro una semana a Bahamas.
Bahamas...
Bahamas...
Con ese dulce pensamiento, y con una respiración profunda y relajada (a pesar de no tener el regulador), me duermo y caigo en un profundo sueño.

Marta me despierta zarandeándome suavemente. Está sentada en la cama y ha traído bandeja con el desayuno.
–¿Qué hora es?
–Son las once y media, cariño. Bajé a desayunar a las nueve y traje algo de comida para ti, porque supuse que no te levantarías antes de que cerraran el comedor.
–¡Podías haberme despertado! –digo fingiendo enfado, y acaricio su mano.
–Anda, incorpórate, no vaya a ser que lo derrames todo.
Obedezco y me incorporo, pero aparto la bandeja y miro a Marta a los ojos.
–¿Qué pasa, no vas a desayunar?
–Es que lo que has traído no me gusta. Prefiero desayunar otra cosa...
La beso, la abrazo y la tumbo en la cama. Las caricias y el placer son nuestro verdadero desayuno... Comienza la despedida de este viaje de ensueño.

Tres días antes de que despegue nuestro avión con destino a Bahamas, me siento con ganas de subirme por las paredes.
Voy de un lado a otro de la habitación, haciendo un repaso mental de todos los detalles del viaje. No quiero que nada salga mal.
Me obligo a respirar con tranquilidad e intento convencerme de que todo va a salir bien, pero no puedo evitar estar nervioso. En mis manos baila el anillo de compromiso que, si todo sale bien, llevará Marta en su dedo dentro de pocos días.

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Comienza la primera inmersión de nuestro vigésimo viaje de buceo. El agua es totalmente cristalina y la visibilidad es inmejorable. Pero aunque intento relajarme, tiemblo como un flan.
Luis y María, cómplices imprescindibles en esta pequeña aventura, me sonríen y me dedican con frecuencia el gesto de "ok". Ellos no lo saben, pero no consiguen que me sienta mejor. Y Marta me nota inquieto.
Por fin llegamos a una profundidad de 22 metros, y hacemos una parada para inspeccionar los alrededores con la mirada.

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Ha llegado el momento.
Le indico a Marta que se ponga cómoda y controle que su flotabilidad sea neutra.
María comprueba que su cámara de vídeo sigue grabando y me hace una señal.
Luis saca sus láminas de especies, entre las que aparece una con una foto en la que salimos Marta y yo abrazados, en una de las inmersiones que hicimos en Mallorca hace dos años.
Marta muestra sorpresa y curiosidad.
Me acerco a ella...

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Saco el anillo y se lo coloco en su mano izquierda. Cuando miro sus ojos, em doy cuenta de que no hace falta decir nada. Ningún gesto es necesario.
Marta comienza a llorar y asiente con la cabeza. Mi corazón se sobresalta y no puedo evitar abrazarla.
Nos quitamos los reguladores y, por primera vez desde que empecé a bucear, no me siento extraño sin aire. Nos besamos durante unos instantes y luego los reguladores vuelven a nuestros labios...

María vuelve a hacerme un gesto para indicarme que lo está grabando todo. Mi sonrisa se ensancha aún más: no podía haber un recuerdo mejor de mi pedida de mano...
¡Me caso, me caso, me caso!

Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.
Aspirar... Espirar.