viernes, 1 de enero de 2010

129. PERLA PERDIDA

- Íbamos en un bote a motor, ella y yo -le estaba contando al doctor. Estábamos en un bar de Aguas Verdes, plagado de pescadores. Yo había tomado un poco de más, no tenía idea de quién era el doctor y estaba desahogando penas.
- La había conocido esa misma semana, una chica de por acá. No me acuerdo bien el nombre, algo como Mariana o Marina... Pero ninguno de esos dos. Cuál puede ser?
El doctor pasó.

- Pero me acuerdo muy bien de su cara. Tenía pelo castaño con tintes rubios, y dos ojazos verdes que eran dos faros, doctor, perdóneme la poesía. Y cuerpo de nadadora.
(pero mientras tanto pensaba que no tenía un recuerdo visual de su cuerpo, sino únicamente la idea lejana de cómo era)
- Se había mudado a una casita que estaba al lado de la ruta, por allá, cuesta arriba. Era humilde pero tenía vista al mar. Nos habíamos metido por atrás de aquel peñasco de allá- lo señalé, pero sólo se veía en mi memoria- en un bote a motor. Ella me había prestado un equipo de buceo, y estábamos en esa zona porque tenía la idea de que ahí podían encontrarse perlas de valor. Pero era un secreto, no se lo tenía que decir a nadie. En realidad yo estaba aprendiendo a bucear en esos mismos días, en un curso que se dictaba de mañana Pero la había convencido de que era un buceador experimentado, y había improvisado un par de anécdotas que nunca ocurrieron. Soy bueno para ese tipo de cosas.
- Me acuerdo que antes de sumergirme me preguntó si estaba seguro de no sé qué cosa que no escuché bien. Yo asentí y me mostré seguro. Cuando me tiré, me arrastró una corriente algo violenta que me dejó a unos diez metros y tuve que manotear las antiparras, que estaban partiendo en otra dirección. Después me di vuelta para saludarla y seguí nadando, alejándome un poco como para pretender que todo había sido intencional. Y entonces me fui hasta el fondo. No era muy profundo, unos pocos metros. Nadé a ras del suelo hasta que algún brillo me llamó la atención y llegué a ver una curva a través de la arena. Manoteé la valva de lo que parecía ser una ostra. Estaba vacía. Pero al costado estaba la otra mitad, y parecía que resplandecía. Cuando la levanté, encontré una perla, doctor, como usted nunca vio. Era de grande como una pelota de ping pong, perfectamente redonda. Y tenía como una cierta fosforescencia verdosa. Como si en el centro tuviera algo que emitiera brillo. Usted sabrá. El momento en que la vi fue mágico, sentí como si el mundo se parara y solamente existiera yo y la joya luminosa. Y lo siguiente que pensé fue que iba a compartir esta emoción con ella, éste era nuestro hallazgo para compartir. Juntos.

El doctor inexplicablemente levantó su vaso, así que brindé con él.

- Sí, doctor- le dije –pero espere, hay más.

- Había decidido no salir a flote, sino sacar solamente la mano, con la increíble joya bien visible, para sorprenderla, e ir acercándosela. Que la fuera viendo venir de a poco y aumentando su sorpresa. Yo era joven, doctor, hacía cosas sin sentido. Saqué la perla al aire, y empecé a patalear hacia el bote, sin saber si ella estaba ya mirando para este lado, pero tratando de espiarla a través del agua. Rápidamente se me cansó el brazo izquierdo de tanto bracear solo. Así que decidí darme vuelta, como haciendo la plancha, sin bajar el brazo. Inmediatamente mi cabeza colisionó catastróficamente contra una roca de la que no tenía ningún registro. Fue un golpe duro, perdí la noción un momento y la perla se me fue. Pero después de frotarme un chichón naciente y recuperar la compostura, caí en la desesperación de haber perdido quizás el objeto más valioso que hubiera tenido en mi mano. Y para peor, probablemente mientras ella me estaba viendo. Pero la perla estaba ahí, sobre el mar, curiosamente flotando. No se había hundido.

Hice una pausa dramática y tragué un poco de whisky. El doctor debió pensar que había terminado y se apoyó para levantarse, así que lo agarré de la manga y me apresuré en continuar.
- Manoteé la perla, pero mi mano la soltó por reflejo cuando sentí un pinchazo y entonces la mano entera parecía estar en llamas bajo el agua. Y ahí la vi, un aguaviva que quedó a la vista, levantada por la marea. Era completamente blanca, parecía el animal más puro de la naturaleza, pero al mismo tiempo me producía un pánico algo primitivo. Era una especie rara de ver en nuestras costas, como usted seguramente sabrá, doctor. La ola me la tiró en la cara y me volví loco. Empecé a patalear y moverme desesperadamente mientras sentía millones de agujas pinchándome en diferentes partes del cuerpo. Me desmayé, y lo último que llegué a ver, o por ahí lo imaginé, fue una última imagen del aguaviva alejándose, con la perla bellísima arriba de su copa, como si se la llevara. Como si me la robara.

- Me desperté, en algún momento, en mi habitación, y lo primero que comprobé es que estaba vivo. Y esto implicaba sí o sí que ella me había salvado, y había tenido que ser un rescate de lo más heroico. Arrojándose al agua y arrastrándome de vuelta, quizá dándome respiración boca a boca. Cómo me perdí eso! Pero en fin, como se imaginará, me ardía todo el cuerpo. Estaba cubierto de gasas y tenía una venda en la cabeza. Pero el mayor dolor, la peor picadura la tuve en la pierna derecha. Y ahora le voy a mostrar que todavía tengo la marca. Y a veces duele cuando la toco. Y además de todo esto tenía que soportar la terrible vergüenza de la increíble estupidez que había hecho. Tratando de impresionarla casi morí ahogado y ella debió rescatarme de forma milagrosa. Y perdí la perla, cosa que estoy seguro de que ella vio. Habíamos quedado en ir a una fiesta esa noche, pero yo no estaba en condiciones ni de moverme. Ella no vino a verme. Ni ese día, ni el siguiente, ni el resto de la semana. Después tuve que tomarme el bus a casa, y nunca la volví a ver. Declaré esas vacaciones un fracaso.
- Y no pasa mucho tiempo sin que maldiga esa aguaviva. Sobre todo en ciertas noches en que me despierto, con dolor en la pierna y el recuerdo bien presente.
-Ahora decidí pasar un par de días acá, quería pescar, y como mi señora no estaba interesada, nos peleamos y me vine solo. Pero esto es lo interesante: ayer, mientras estaba pescando, la vi. A unos cinco metros, estoy seguro de que era el aguaviva que me atacó años atrás. Y se dirigía hacia atrás del mismo peñasco por el que pasamos entonces. El mismo lugar. Doctor, usted tiene que ayudarme. Yo sé que conoce algún capitán de algún barco de la zona. Si encuentro esa aguaviva, puede conducirme a la joya que perdí, puedo recuperarla. Es una idea loca, doctor, pero creo que tiene algo de sentido. Y usted puede estudiar esa aguaviva cuando la atrapemos. Es una especie única, completamente exótica.

Permanecí en silencio, con la cabeza intencionalmente apuntada hacia un capitán que estaba en la barra, al que el doctor había saludado antes.
El doctor finalmente se levantó. Y se volvió a sentar, para levantarse nuevamente. Se fue caminando erráticamente hasta el capitán. Le puso una mano en el hombro, y pareció que estaban hablando. Yo miraba atentamente al capitán, y de repente éste me apuntó la vista y levantó su porrón de cerveza en ademán.
Las condiciones estaban dispuestas.

A la mañana siguiente, todos nos encontramos en torno al barco pesquero en el que íbamos a navegar. La tripulación iba a estar conformada por:

- El capitán: un hombre de incontables anécdotas, pero mayormente callado. Solitario, algo excéntrico y secretamente enamorado del mar como cualquier buen capitán. Y con un instinto sobrenatural.
- El doctor: un experto biólogo marino, conocedor de todas las especies y sus categorías. Un hombre de ciencia, que podía explicarlo todo haciendo uso de sus conocimientos, y predecir unas cuantas cosas.
- Nolan: un muchacho que asistía al capitán en varias tareas. Si no había escuchado mal, provenía de Groenlandia. Y se rumoreaba que era un gran arponero. Probablemente podía ayudarnos a reducir y capturar al aguaviva o cualquier otra monstruosidad que se nos atravesara.
Y yo, que no quisiera presumir, pero me convertí, con el tiempo, en un buceador que puede moverse en el agua como si hubiera nacido en ella.

Todo esto tenía para mí un cierto tinte a aventura como las que mi tío solía contar o leerme cuando era niño, y eso me entusiasmaba. Por otra parte, sabía que los demás estaban interesados en el dinero que podrían sacar de tan fantástica joya. Pero la verdad es que yo tenía otros planes. Mi idea era que recuperar la perla me iba a dar una excusa para ir a visitarla. Una iniciativa y un tema de conversación, y además creía que de pronto todo aquel incidente pasado nos iba a resultar cómico. Y no trágico, que es la forma en que lo recuerdo. Además de resarcirme también debo admitir que tenía cierto sentimiento de venganza hacia el aguaviva.
Así que subimos a bordo y soltamos el barco, que respondía al nombre de ‘El holandés errante’. Lo ocurrido a continuación va a ser mejor que lo cuente en base a lo anotado en la bitácora de viaje que escribí.

Jueves 16 de agosto, 10 horas
El doctor, un gran previsor, pronostica lo que podría ser un día de intenso calor. Esto produce alguna preocupación. Por ahora el clima es ideal.

Jueves 16 de agosto, 10:50
El joven Nolan es el primero en abandonar la travesía. Argumentando que está aburrido y quiere volver, el capitán le da permiso. Seguramente por su seguridad.
Jueves 16 de agosto, 11:30
Ninguna novedad particular. El mismo tiempo. El mar está calmo y el barco avanza de continuo. El capitán timonea con una botella de coñac al costado y de vez en cuando se manda un trago. En un momento lo vi en proa, alejado de todos, con la vista perdida en el mar. Aquel hombre solitario seguramente tenía mil anécdotas pero jamás contaría ninguna. Quién pudiera saber qué cruzaba su mente, qué recuerdos lo atormentaban y qué era realmente preciado para él. De pronto se sujetó de un candelero y vomitó por la borda. Parte del vómito cayo sobre sus pies, y en un momento pegó una resbalada tal que creí que iba a seguir la misma suerte de su devolución gástrica, y tuve el instinto de correr a sujetarlo. Pero vino caminando normalmente y se metió en la cabina, habiendo perdido su gorra y pipa en el incidente. Tomó el timón, e inexplicablemente se cayó contra una pared, sobre la que estuvo dormitando unos pocos minutos. De alguna forma yo estaba confirmado todo lo que siempre había oído sobre la excentricidad de los capitanes de mar.

Jueves 16 de agosto, 12:20
El calor es abrasador y todos están apantallándose con los elementos más aplanados que encuentran a bordo. El doctor, saca un agua mineral y unos sandwichitos de miga que compró antes de venir y los reparte. Sentado con él en la cubierta, sostuvimos recientemente un interesante intercambio de conocimientos sobre los delfines, ya que me parecía haber visto uno a la distancia. El doctor confesó que no sabía nada de delfines, pero me dijo que un paciente suyo había tenido un sueño extraño, en el que volvía a Mar del Plata, donde había pasado su adolescencia, y recorría lugares familiares. Entraba a un acuario donde recordaba que había un hermoso delfín, y lo veía en su compartimiento, pero al darse vuelta descubría que era un amenazador tiburón. Después cruzaba la calle para ir a la casa de una chica que había sido su amiga. Pero en vez de ella, en su casa encontraba una ballena gigante, y después descubría que el tiburón venía nadando por el aire atrás de él, intentando comérselo. Y entonces se daba a correr, huyendo de Mar del Plata.
Después de escuchar tal cosa, supuse que lo mejor que podía hacer era reírme.
Poco después el doctor decidió también que iba a desertar. Intenté hacerlo entrar en razón, pero me dijo que estaba por empezar el partido de la selección, y que había aceptado venir la noche anterior porque estaba borracho. Tuve que comprender que la cobardía se había apoderado de él. Pero de todos modos ya había cumplido su parte de la comisión, y quizás no era necesario de ahí en más. El capitán acercó el barco a un muelle que había a unos cinco metros y el doctor pegó un saltito y se fue caminando. Se llevó la sección de clasificados para apantallarse por el camino.
Sólo quedábamos el capitán y yo.

Jueves 16 de agosto, 12:50
Estuvimos un rato largo anclados en el lugar de destino, sin ningún tipo de pista de qué hacer a continuación. Yo estaba vestido de buzo. El capitán de repente vino gritando algo, pero no llegué a comprender. Caí en cuenta de que hasta entonces nunca lo había escuchado hablar, y que quizás era brasilero o hablaba en algún otro idioma, porque no entendía una palabra de lo que decía. Pero señalaba un punto del mar. Eso sólo podía significar una cosa: había hecho contacto visual con el aguaviva, que era de un aspecto completamente inconfundible. Me apresuré a traer un catalejo. Me paré en la proa y estiré el instrumento, pero la lente salió despedida y cayó al agua. Y al bajar la vista, ahí mismo la vi. Era el aguaviva blanca, no había error posible.
Dejé la bitácora, me puse las patas de rana, antiparras y tanque y saludé al capitán. Quizás no volveríamos a vernos. Estaba moviendo un televisor chiquito donde intentaba sintonizar el partido. Y me sumergí.
Hacía tiempo ya que no buceaba. Había olvidado lo acuoso y verde de la experiencia.
La gravedad dejó de tener efecto y empecé a moverme tridimensionalmente a voluntad, yendo hacia las profundidades. El aguaviva había tenido tiempo de desaparecer, así que tenía que explorar la zona.

Pero tengo que advertir al lector, que a veces el ambiente subacuático puede jugar malas pasadas a los sentidos, y uno ve ciertas figuras a la distancia que no resultan ser lo que parecen. Y aún desconfío de algunas cosas que vi.
Algo me rozó la cabeza, y pasó con tal velocidad que sus ondas me siguieron golpeando por algunos minutos. Pero no llegué a ver qué era, y en realidad estaba un poco confundido con respecto a qué dirección había seguido. El mar puede ser un lugar misterioso.

Al costado de un peñasco que tenía a la vista, vi un hermoso arrecife de coral rosa. Parecía entero como una gran planta hecha únicamente de flores de algodón. Se me hizo tan sensual al tacto que no pude evitar acercarme. Pero cuando mi mano estaba aproximándose, una de sus ramas desplegó espinas de un color rojo intenso. Así que la alejé cobardemente, y vi como volvía a su forma original. Si uno ponía atención, podía escuchar pequeñas vocecitas agudas. Como miles de ellas, discutiendo. Pero al acercarse mucho, se silenciaban completamente.
Tuve que dejar de estudiar el peculiar coral cuando vi un tiburón viniendo en mi dirección y se me erizaron todos los pelos del cuerpo. Me puse nervioso y por un momento me quedé paralizado, pero sentía como si diferentes miembros de mi cuerpo se movieran para huir en diferentes direcciones.

Mientras permanecía congelado por el terror, como en una pesadilla, el alivio fue llegando progresivamente a medida que se acercaba: el tiburón era más bien pequeño y me había engañado algún efecto óptico de magnificación acuática, o bien no estaba muy acostumbrado a mirar abajo del mar. O serían las antiparras. Resultó ser tan chico como mi mano, y de hecho venía con toda la intención de mordisquearme un dedo. Lo agarré con esa misma mano, y no pude evitar reírme de su minúscula ferocidad. Pero la verdad es que no sabía que hacer con él, mientras lo veía tirar mordiscos. Traté de quebrarlo apretando fuerte, pero no hubo caso. Así que lo guardé en un bolsillo.

Pero una amenaza mucho más real me esperaba más abajo. Mientras nadaba, sentí que algo me tocaba el hombro. Pensé que era el tubo, así que lo corrí. Volví a sentir el contacto, y giré la cabeza para ver un tentáculo de alguna monstruosidad moluscosa de la que tuve que alejarme un poco(desesperadamente) para poder comprender su forma. Era un calamar gigante, que tenía, por alguna razón, un pico debajo de su único ojo. Y de hecho se lo escuchaba cacarear, lo que me produjo extrañamiento y horror. No podría decir de qué color era porque cambiaba todo el tiempo. Lo único que me había dado un poco de tiempo para reaccionar es que un grupo de salmones estaba justo atravesando nuestro espacio. Eran cinco, y cada uno de ellos fue alcanzado por un tentáculo y devorado.
Hubo una explosión de color, el agua se nubló de tinta roja. Mientras me alcanzaba la nube, seguía avanzando en la dirección en la que iba originalmente, pero completamente desorientado. Un tentáculo se me pegó a la cabeza mientras miraba hacia atrás y me envolvió. Estaba delante de mí. Y ahora me arrastraba hacia su monstruosa cabeza, en la que de pronto llegué a ver una boca dentada abierta entre los tentáculos, que se abría y cerraba siniestramente, como anticipando la masticación de mi pobre cuerpo. Nadar o esforzarme por salir parecía ser inútil. Y entonces vi algo recto en ese cuerpo de curvas zigzagueantes, algo cuyo brillo reflejó luz dichosamente hacia mis ojos. Un hacha clavada en lo alto de un tentáculo. Por lo visto alguien había intentado luchar contra el monstruoso cíclope valiéndose de esa arma y probablemente había sido devorado. La manoteé y la hice mía con el más fuerte tirón que haya pegado. Y en vez de resistirme, nadé en la dirección en la que me llevaba el tentáculo, pasé de largo la boca y me dirigí hacia el ojo, que partí con un hachazo devastador. Y de él comenzó a emerger líquido de todos los colores, el agua se opacó más y ya no podía ver nada. Con el siguiente hachazo corté el tentáculo y pude al menos nadar libremente, aunque mi lucha con el tentáculo continuó un rato más y tomó varios cortes. Cuando miré hacia atrás, había un espectáculo de colores, procedente del calamar, con figuras que se agrandaban y achicaban. Había círculos, espirales y todo parecía tener una cierta simetría. Pero no quería quedarme mirando mucho aquello, así que huí.

Mientras seguía descendiendo, encontré un pez linterna. Lo tomé porque mi visibilidad no era muy buena y me venía como anillo al dedo. Pero no sabía cómo prenderlo o activarlo, probé haciendo presión en diferentes puntos y no pasó nada. Finalmente, cuán sabia es la naturaleza, cuando descendí algunos metros más y la oscuridad se volvió más densa, el pez se prendió automáticamente, con un aura verdosa que me trajo tranquilidad. Y noté que estaba frente a un mástil enorme.

Había una gran embarcación escondida atrás de una formación rocosa. Quién sabe de qué siglo. Estaba decorada por corales bailarines, pero era verdaderamente sombría y daba escalofríos. Sin embargo, no pude contener mi ansia explorador, y además tenía el presentimiento de que ése era el camino a seguir.
Mientras nadaba hacia él noté el fondo un poco más abajo, cubierto por brillantes estrellas de mar amarillas.
Encontré una puerta entre dos escaleras en lo que parecía ser el castillo de popa. Estaba trabada y la abrí de una patada. Adentro encontré un amplio ambiente de pura oscuridad.
Lo primero que llegué a iluminar fue una mesa, que arriba tenía un plato con un langostino rojo servido. Pero ni bien me vio, se fue nadando y desapareció.
Pero lo que vi o me pareció ver a continuación no necesitaba ser iluminado. En el centro del cuarto parecía haber dos figuras, como espectrales. Una pareja de un pirata y una sirena parecían estar bailando vals, levemente iluminados por alguna luz inexistente. Era un efecto óptico extraño, parecía que mientras me acercaba seguían manteniéndose a la misma distancia. Y de repente ya no los vi. Y no puedo asegurar que los haya visto realmente en primera instancia, pero mi corazón palpitaba.

Atravesando una puerta entreabierta me encontré en la cabina de mando. El timón estaba ahí, y el capitán con él, manejando. Era otra aparición espeluznante, pero por alguna razón me causaba gracia. Era imposible no reírse viendo al hombre, timoneando tan apasionadamente una embarcación encallada en el fondo del mar, y con un enorme peñasco por delante que parecía haber destruido parte de la proa.
- Tenga cuidado capitán-le grité- me parece que hay alguna formación montañosa en su trayectoria. No vaya a ser que ocurra una tragedia!
El hombre, o su fantasma, seguía girando el timón ridículamente. Era evidente que no me escuchaba y no tenía noción de dónde estaba.
De pronto giró. Tenía un corte muy fino que no parecía haber cicatrizado, dividiéndole la frente. Habló y su voz parecía salir de todas partes:
- Usted cree que sabe dónde está? En realidad no tiene ni idea. En este momento está tirado en el suelo, retorciéndose por la resaca de su noche de borrachera. Y se quedó sin tiempo para hacer todas las cosas que cree que está haciendo.
No tenía idea de qué hablaba. Pero le pegó violentamente al timón, que quedó girando a gran velocidad. Y de repente sentí como una fuerza que me empujaba bruscamente y salí expulsado por la ventana.

La suerte me llevó al tesoro. En frente mío había un brillante cofre, abierto, sobre la arena. Estaba lleno de riqueza reluciente de todos los colores. Alguien había tratado de huir probablemente con el botín del naufragio, pero había desistido o fracasado en el camino. Entre mis manos se escurrían monedas de oro, perlas plateadas y amarillas, aguamarinas azules y una gran concha de plata. Pero algo resplandecía en el fondo, y revolviendo llegué finalmente a dar con mi objetivo gloriosamente: la perla perdida del título, ahora había sido encontrada y estaba en mi mano de nuevo. Y esto me trajo de repente multitud de recuerdos. De ella.
Pero debo decir que no era exactamente tan grande y tan luminosa como la recordaba. O quizás había desmejorado? Como fuera, estaba seguro de que era la misma.
Y levantando arena se presentó mi némesis, el aguaviva blanca. Ahora pensaba que quizás había usado ese cofre oculto para guardar sus riquezas. Y entonces venía ahora a defender lo suyo.
Recordando nuestro anterior enfrentamiento, sabía que no tenía una buena oportunidad cuerpo a cuerpo, así que como primer medida retrocedí cobardemente. Como había visto el esqueleto de un pez espada colgado de una pared en el barco. Me metí nuevamente por la ventana y lo tomé para usarlo como arma. El capitán seguía timoneando.
Para cuando salí, el aguaviva parecía estar huyendo con mi perla nuevamente. La luz la delataba. Me propulsé hacia ella usando como apoyo la pared tras de mí.
Parecía ir hacia la superficie, hasta que logré acercarme a un metro y se detuvo. Se volvió y me embistió, probablemente con la intención de picarme. Yo esgrimí un espadazo tratando de ensartarla, pero se desplazó muy rápidamente hacia mi costado.

Parecía haber movimiento a mi alrededor, pero no podía prestar atención, tan concentrado como estaba en una pelea por mi vida. Mi rival trató de acercarse y tuve que usar el pez como escudo para evitar que conquistara mi torso. Pero con un solo toque sobre mi mano desnuda, sentí el dolor y dejé ir la espada. Mi mano se agitaba sola, sin saber qué hacer.

Una corriente bastante fuerte pareció llevarse súbitamente al aguaviva, que salió disparada. Y otra me llevó en dirección opuesta, para mi mayor sorpresa.
Había un vació de aire adelante, y empecé a notar entonces que probablemente estaba atrapado en algún tipo de remolino.

Pero pude ver la perla, entre mis piernas, en un instante. Venía atrás mío, así que me di vuelta y traté de alcanzarla. Pero no llegaba, y no tenía forma de desplazarme. No mucho después la perdí de vista, desafortunadamente. Veía pasar muchos objetos que el remolino había succionado. Un salvavidas que vi pasar y tampoco pude alcanzar. Ignoro de qué barco. Una pipa. Corales varios. Algún molusco deforme. Huevas negras. Un par de cubiertos. Una pipa. Y lo que parecía ser una lata de espinacas.
Confusión.
Algo me golpeó en la cabeza y todo se tornó como un poco más difuso. Creí ver una última triste imagen del aguaviva huyendo con la perla verde. O eso me pareció. Entonces se apagaron las luces y se corrió el telón.
Me desperté, tirado en el suelo y apoyado contra la pared, en el bar. Mi baba estaba a un milímetro de tocar mi chomba. Algún empleado estaba pasando un trapo y de vez en cuando me tocaba con el secador de piso.
Probablemente todo había sido una especie de sueño. Pero sin embargo, ahí a mi costado, estaba el mini-tiburón que antes había guardado en mi bolsillo. Y con esta imagen quisiera terminar mi relato, dejando al lector sus propias conclusiones.
Un niño que andaba por ahí, probablemente el hijo del capitán (que yacía inconsciente sobre la barra) se acercó al tiburón y le dio cuerda. Y éste comenzó a mover sus fauces mecánicamente, con un rugido algo chillón.

Unos días después, ya estábamos volviendo a casa. Marta estaba dormida a mi costado y yo conducía. Aprovechando que no estaba despierta había hecho un desvío por Aguas Verdes. Había tomado una calle que subía por el monte. Y sabía que al bajar iba a pasar por donde recordaba que quedaba la casa de ella.
Después de algunas curvas bajé un poco la velocidad y vi la casa, adelante. Miré atentamente, había una figura, tendiendo ropa. Una figura femenina. Tenía un pañuelo en la cabeza. Justo cuando la sobrepasaba, se volvió, pude ver su cara. Tenía ojos verdes, iguales a los de la chica que recordaba. Noté que había un niño a su lado, y estaba embarazada. Pero no era ella. Era otra persona.
Y tan de pronto había quedado detrás. Solamente visible a través del retrovisor.