lunes, 13 de abril de 2009

8. UN CUENTO para SUBMARINISTAS SOBRE LA LIBERTAD Y LA CRISIS. Basado en ISAIAH BERLIN.

Había una vez un pez sapo al que le gustaba salir a pescar, de hecho iba andando más que nadando ya que sus aletas pectorales parecían dos pies. Otra singularidad de su cuerpo es que llevaba incorporada también como todos los suyos, “una caña de pescar y en la punta, un aparente gusano”, que le servía de cebo para confundir a sus presas. Cambiaba de colores para mimetizarse en forma de alga, esponja o roca y así escapar de sus enemigos pero la transformación era laboriosa, tomaba días.

Le hubiera gustado vivir sin tener miedo a los demás. Habría un modo de conseguirlo: crear un código de normas en su ecosistema que limitara los instintos primarios. Leyes para alimentarse a ciertas horas, dónde comer, qué especies deberían de ser prioritarias, y así sucesivamente.

Pero cada vez que alguien analizaba una de las reglas, descubría que no era justa. Si se decidía a quién se podía comer, los que serían comidos seguro que tendrían algo que objetar. Sólo cuando se pensaba en comer plancton era cuando -como los minúsculos animales no decían nada– se conseguía cerrar la discusión en el interior de la mente pensante, pero incluso así no parecía una idea adecuada.
Afortunadamente la idea de proteger a todos los peces que nacen es matemáticamente absurda, los 9 millones de huevos que ponen por ejemplo las hembras de bacalao, si se salvaran, poblarían el mar hasta su destrucción en pocos años.

Pero si no se conseguía poner algún freno a la libertad de los instintos, la vida resultaba insoportable. Las sepias macho en celo, no dejaban en paz a las féminas. Los cangrejos sólo podían pasear de noche. Los nudibranquios que no tenían pigmentos de colores para publicitar su toxicidad
http://www.hydronauta.com/temas/biologia/nudibranquios/nudibranquios.htm, vivían enterrados en la arena. Los caballitos de mar macho (Hippocampus sp.), curiosamente responsables de la incubación de los huevos, al nacer las crías, se comían tantas como podían, mientras las madres andaban desaparecidas.


Era preciso que se cumpliera alguna norma, quizá lo más justo sería poner unas que ayudaran a la mayoría. En su afán de regular, el que hace las leyes, descubre que bajo la apariencia de justicia, puede conseguir muchas ventajas, incluso extenderlas hacia aquellos que le son próximos. La tiranía es una solución, si de frenar instintos animales se trata.

De hecho lo que le gustaba al pez sapo, era comerse a los vecinos. Cuando éstos por error, mordían el cebo de la antena simulada o sorprendidos por su camuflaje, se le acercaban inconscientemente a las proximidades,conseguía extender su rapidísima boca, hasta 12 veces su tamaño.

Estaba claro que la naturaleza del también denominado pejesapo, sp. Antenarium, como la de todos los animales era conflictiva, sus instintos al llegar a la esencia eran contradictorios, por una parte era bueno y entendía lo que era ser madre y cuidar de los huevos, no como los caballos de mar, pero por otra, para cazar había ingeniado artes sofisticadas.

Si ejercía la compasión como valor moral, en el caso de alimentarse, iba irremisiblemente a morir de hambre. Es que ni aplicando la justicia o la compasión, se consigue ser ecuánime. La injusticia está asociada a la vida y aceptarla no es necesariamente claudicar ante los ideales, o no tener principios. Por mucho que busquemos no hay valores absolutamente justos.

El cumplimiento estricto de normas gregarias en las sardinas, obedeciendo las leyes del grupo, crea cardúmenes detectables con facilidad por los depredadores tanto aéreos, -los humanos- como marítimos. Aunque la idea sea protegerse entre todos, unos pocos consiguen escapar y el experimento estaliniano, genera momentos de gran crueldad para todo el banco.

Peor aún les iba a los salmones que como leyes utilizaban una especie de moralismo religioso: peregrinar posesos, en un momento de su vida, para depositar huevos donde habían nacido, ayunado después hasta el final. Muriendo irremisiblemente cual camicaces, como adoradores de un absurdo ideal. En aquellas sociedades donde los dogmas son la ley, todo es innegociable, causando un sufrimiento extremo.

De la tiranía de los instintos, a la de las normas en las dictaduras o las teocracias, se había avanzado muy poco. El concepto de la buena vida en libertad seguía sin descubrirse. Buscando modelos sobre cómo resuelven el dilema otros seres irracionales en el mar, el pez antelado, no hallaba respuesta.

En otras aguas se oía el concepto democracia y libre mercado. Si entre todos se hacían las leyes y se elegían a los que gobernaban se podían conseguir estados de bienestar más elevados. Pero si todo valía, cualquier planteamiento bien argumentado, daba lugar a situaciones aceptadas pero injustas.

“Y así llegamos a la crisis económica del 2008”.

Por ejemplo, las rémoras se subían al mejor postor para desplazarse, sin ofrecer nada a cambio. Ir de viaje, como para muchos seres vivos, es una necesidad, de lo contrario al no oxigenarse, su vida peligra.

El comensalismo de este pelágico de aguas tropicales http://www.paginadigital.com.ar/articulos/2002rest/2002sext/mar/17-8.html le había llegado a desarrollar una especie de ventosa en la parte superior de la cabeza. Le gustaba viajar preferentemente en tiburón y tortuga pero también en manta, mejor sobre un depredador ya que estos después de un festín dejan comida por todas partes.

Pero los peores en ese sistema de libre mercado, eran los parásitos. Argumentaban que eran útiles, decían ser; limpiadores, como de verdad lo eran las pequeñas gambas, pero además de ser falso su título, eran tan golosos que acaban matando por enfermedad a sus presas.” Y los banqueros se cargaron el sistema financiero”.


Del fuste torcido de la humanidad es imposible construir listones rectos.
¡No hay ecosistemas que garanticen la libertad!
-Pensaba el sabio pez del cuento-.


Al pez sapo. Lo visto, en la zona de las rémoras y los parásitos, a pesar de todo, era lo que más le había gustado, pero hay que intervenir de forma rápida y contundente para limitar excesos.
El mercado parece ser la mejor forma de dividir el uso de las pertenencias y la menos injusta de las injusticias es la que resulta de exigir auto-responsabilidad. Una propuesta de espacio en libertad que sólo pueden experimentar seres inteligentes.