viernes, 8 de mayo de 2009

15. CONTACTO SUB AL SUR

Patagonia.... nadie está libre del pensamiento, de la reflexión.
Una lejanía sin obstáculos para mirar lejos, una soledad poblada de habitantes sin temor. Un horizonte inspirador de lugareños, entusiasmados y sencillos poetas que cantan al silencio y al rumor del mar.

Emblema único del indio recolector que todavía subyace en el pulpero del camino de la costa. Miles de kilómetros de cultura ancestral por debajo y por arriba de la tierra. Y el camino es todavía de tierra.
Aún quedan limpiadores naturales de la fauna muerta en la costa. Se les escucha y se los ve con vuelos rasantes y otras veces desplegando alas para quedar inmóviles, como pintadas aves oscuras entre la orilla y el cielo.

Hay un sol fuerte que requiere llevarse siempre agua en la embarcación.
El grupo va por el camino conocido, agreste, hacia el lugar en la playa señalado como accesible para la difícil tarea de maniobrar para ingresar el gomón al mar, sin que la camioneta quede a merced de la próxima marea.

Por lo general las maniobras de playa son casi silenciosas, se mantiene el ruido sereno del motor que jamás debe apagar, es fácil imaginar qué pasaría si no volviera a arrancar y la marea empezara a venir… Todo es muy rápido y preciso, no más de 2 minutos alcanzan para terminar la maniobra que culminará definitivamente, cuando uno de ellos regrese, luego de llevar trailer y vehículo a lugar seguro, donde no llega el mar.
El silencio termina cuando el fuera de borda arranca y la proa enfila hacia mar adentro, hasta el lugar de trabajo.

La playa Orengo, sin viento, es de un paisaje de intensa quietud, es una foto casi lunar de tres colores: el verde esmeralda del mar, el celeste claro del cielo y el gris amarillento y brillante de la costa y de la tierra que está a la vista.

“No hay un lugar de buceo mejor que otro, hay lugares distintos”, decía un amigo. Lo que no sé es cuántos lugares tienen misterio. Orengo lo tiene, como un teatro salvaje que siempre mostrará una versión diferente de un mismo paisaje.

Marzo es un mes generoso y apacible para la navegación, un mes de tregua con los fuertes vientos del sur. El 23 de marzo del 2005, en especial.

Marina, bióloga marina, investigadora del laboratorio de peces.
Sandro , buzo profesional, experto en cartografía y en navegación satelital.
Néstor, buzo profesional, experto en mecánica naval y en equipamiento de buceo.
Pablo, buzo profesional, experto en cultivos marinos y buen trabajador bajo el agua.

Ellos son parte del área de investigación y del departamento de náutica y buceo del Instituto de Biología Marina y Pesquera “Alte Storni” de San Antonio Oeste, Provincia de Río Negro, Argentina.

Su misión: la recolección de huevos de pez gallo a profundidades de 25/30 y 35 metros.

¿No nos olvidamos de nada che?... pregunta Sandro, jugando con el colmo de las situaciones de quienes se van de campaña a lugares alejados, donde nada está al alcance de la mano.
Quedate tranquilo Gallego, responde Pablo, mientras que el más veterano, Néstor, sonríe conociendo cada reacción, cada gesto de sus compañeros. Absoluto previsor de lo impredecible, en situaciones de conductas marineras lejos de la civilización y lejos de la costa.
Marina escucha y observa en silencio, no hace mucho dejó su provincia de La Pampa lugar bien de tierra adentro, donde estudió la Licenciatura en aprovechamiento de recursos naturales renovables.
Arribó a las costas patagónicas para desarrollar sus sueños y su esperada carrera de bióloga marina.


Néstor es el timonel, Sandro enciende el GPS y Pablo organiza y distribuye el equipamiento. Marina prepara los recipientes receptivos de las muestras y la planilla de datos.
La navegación no será tan larga, apenas 15 minutos para cubrir aproximadamente 2 millas náuticas.
La alarma del GPS anuncia el punto de inmersión. Pablo larga el fondeo. Hay un poco de corriente ya prevista, se aprovecha el antes y después de la “estoa”, que en la zona es de una diferencia de entre siete y nueve metros.

El cabo del fondeo se tensa y el gomón busca el sentido de las corrientes.
Néstor le pide a Marina que apague el motor, ya terminó de chequear la cámara fotográfica y con Sandro mojan sus lunetas sentados al borde de los pontones. Casi como una coreografía ensayada, giran sin dejar la posición de sentados, sus aletas están en el agua, se toman de la guirnalda y ahora sí entran al agua al tiempo que van girando para quedar posicionados mirando el costado de la embarcación.
Nadan con el empuje de sus largas aletas hasta el cabo del fondeo, otro camino conocido y siempre excitante, bajar por el ondulante cabo que ayuda a atravesar las millones de partículas en suspensión que refractan cerca de la superficie. Al ganar profundidad el azul es más azul y luego vendrá el verde y enseguida el gris del fondo.

Néstor consigue las primeras imágenes, todo trascurre como siempre, aunque nunca será rutina. Detrás viene Sandro tomando las muestras. Una primera etapa con continuidad, ideal para que el novel buzo Pablo practicara la tarea.
Regresan a superficie con las primeras muestras, que con suerte habían encontrado sin buscar demasiado.
Con movimiento veloz Néstor se desprende el botellón y eleva el culote apoyándolo sobre el pontón, para que sin problemas y con comodidad Marina pudiera tomarlo. Pablo le pide el lastre y luego Néstor aborda la embarcación de un solo impulso.

Bueno Pablito….lo anima Néstor. Ya estoy, responde Pablo, siempre preocupado por cumplir con el trabajo con efectividad y rapidez.
Pablo ya está en el agua y hay un “rito” que tendrá que hacerlo con Sandro. Como lo hacen todos aquellos que reciben el efectivo apoyo de Néstor en superficie.

En realidad siempre miran a Néstor ya emergidos, luego de la suave entrada al agua. Él les dirá el acostumbrado –“Todo bien ?”, sin contestación, pues hay un código casi invisible. Apenas se verá como una mancha blanca a través de las lunetas, que Néstor ya vio y sintió como un sí.

El muestreo de huevos de pez gallo consiste en fotografiar dónde se los encuentra y luego tomar algunos individuos, que se pondrán en “salabardos” - bolsas de red de pequeños agujeros que el buzo lleva consigo- y una vez en superficie, depositarlos en envases especiales con agua de mar.

El grueso de las muestras se recogerán ahora y los ojos harán foco en cada detalle, más allá de los buscados huevos de pez gallo, todo será de interés, no debe existir un buzo en la tierra que se encuentre en el fondo del mar indiferente al paisaje, es imposible.

Hay un silencio intenso, no cuenta el sonido del regulador, no, ese sonido es parte de un miembro más de su anatomía. El entorno es majestuoso de inmensidad y de misterio. Acaso no puede aparecer de pronto una antigua moneda? Una antigua botella? Un plato? Como ha encontrado el viejo “yorugua”, que tiene su casa como un barco desde el comedor hasta el baño?

Siempre se mira a los costados, por las dudas, por instinto, siempre.

El buzo habla solo, se ríe, emite sonidos indescifrables cuando se sorprende. También reconoce especies, sobre todo, pequeños peces, y sonríe mirándolos como diciéndoles hola.

El buzo tiene la posibilidad de volver a ser niño. Recupera su capacidad de asombro y es libre, muy libre.


ENCUENTROS

A veces aparece un lobo marino, es un viejo conocido y pasa fugazmente. Hay un pequeñísimo instante de sobresalto e inmediatamente todo sigue normal. A veces los delfines, el mismo sobresalto, pero inmediatamente la sonrisa y la alegría.
Ballenas, cerca de nuestro invierno hacen su aparición, son esperadas y siempre sorprenden con su enorme presencia tranquila y poderosa.
Otras veces los tiburones, con menos frecuencia. Ellos inspiran respeto y cautela, nunca se los pierde de vista hasta que desaparecen, aunque se sabe que las mayoría de la veces, ni nos enteramos que nadan cerca.
Así desfilan y suman registros perpetuos en la memoria, encuentros únicos de habitantes de mar con seres de tierra firme, uniformados para la ocasión. Despojados de algunos poderes y que hacen todavía, por suerte, que sean individuos en desventaja en un medio, que, siempre les será ajeno.

Sandro está nuevamente en el fondo, una vez más. Un buzo veterano pero no aburrido, siempre es interesante un fondo marino. Hay habitantes pequeños que apenas se alcanzan a ver y es bueno quedarse inmóvil tratando de fijar la mirada sobre esas vidas. Siempre se sienten figuras cerca y uno las mira y a veces no hay nada. Sandro levantó la vista lentamente, tranquilamente. Dos ojos suspendidos en un cuerpo enorme, bello y paralizante. Una Orca lo miraba apoyada por un fondo de otras más pequeñas que danzaban en círculos perfectos. Se quedó varios segundos inmóvil en un tiempo desafiante de espera y tensión. Sandro se quedó, se entregó a aquella mirada. Sin muchos pensamientos. Sólo intensidad de sentidos, sólo el punto más alto del misterio mágico de ese animal querido y admirado, sólo eso.
La pena es la soledad de no compartir ese momento con alguien, porque Pablo a 6 metros de distancia no se enteraba. “ que se quede..que se quede” pensaba Sandro y la orca lentamente se alejaba sin abandonar su posición de mirarlo de frente, a la altura de los ojos, a menos de un metro del fondo. “ummm…ummm!” Era el sonido que salía de su regulador. Pura emoción de buzo en su mundo que es otro mundo, era su grito de llegada a un sueño muchas veces soñado. ¡Por qué no traje la cámara yo! Piensa mientras se renueva imaginando que puede haber en cualquier momento otras oportunidades.


Mirada

Pablo llevaba la cámara de fotos. Percibió una silueta que pasaba muy cerca y muy rápido. Automáticamente pensó en delfines, más precisamente en toninas debido a unas manchas blancas.
Vuelos cercanos
Mientras seguía con su trabajo, una pasó más cerca e instintivamente le saca una foto. Miró a Sandro, que casualmente lo miraba también y le hacía señas para regresar a superficie.

Pablo saca otras fotos antes de subir, era muy gratificante hacerlo, la visibilidad era buena y las toninas querían jugar, estaban curiosas.
Pablo ya en superficie le grita ¡Viste las toninas! introduce la cabeza en el agua y saca otra foto a las toninas que nadaban directo a él y se desviaban casi al rozarlo. ¡Son orcas,! Responde Sandro casi cortándole el entusiasmo.
Pablo se transforma, está desorientado. Sandro se da cuenta de esto y trata de calmarlo sin conseguirlo. ¡Pablo, quedate tranquilo! Como respuesta Pablo grita Néstor, Néstor!, mientras se hunde levemente y vuelve a emerger, como si intentara saltar, mientras agita sus brazos. Nada para llegar hasta el gomón donde estaba Néstor y Marina, algo alejados a unos 300m por el efecto de la marea.

Las orcas continuaban como en un frenesí, haciendo todo tipo de pasadas como vuelos, por debajo, por los costados. Se alejaban y volvían a toda velocidad.

Néstor, atento como siempre ya estaba navegando al encuentro de ellos. El gomón casi los toca, Sandro está más cerca, Néstor estira su brazo y Sandro le dice: ¡Ayudalo a Pablo! ¡Está mal!. Néstor apoya sus dos rodillas en el pontón, inclina medio cuerpo hacia el agua y con la fuerza que le da su animal interior alza y pone a Pablo a bordo de la embarcación. Las orcas rodeaban ahora el gomón.
Néstor toma la cámara de fotos y comienza a disparar sin parar. Mientras que Pablo que había quedado en una incómoda posición de tortuga invertida grita: ¡Ayudame ! ¡La puta que te parió!
Desde arriba sumerge la cámara en el agua y las orcas venían a él como si supieran lo que tenían que hacer.


Tocando aletas
Un llamado interrumpe la conexión de Néstor con aquel acto fantástico:
¡Boludo, ayudame acá!. Sandro había quedado “olvidado” en el agua sobre la popa del gomón. Néstor entonces reacciona y le ayuda a quitarse el equipo, mientras que las orcas no abandonaban su presencia danzante tocando deliberadamente las aletas de Sandro.
Finalmente ayuda también a Pablo que ya había logrado girar sobre sí mismo y solo se liberaba del botellón.

Marina, la pampeana, la fina dama de tierra adentro se encuentra ahora con el marco más inesperado y loco de su vida. Su corazón ha estado latiendo muy fuerte con más de una sensación, con más de una razón.
¡Ay! Chicos…, dice tratando de transmitir con su cara lo imposible. Quizá porque no se pueden comprender las situaciones que no se conocen, que ni siquiera se ha imaginado.

El buzo sabe que existen muy pocos encuentros con orcas. ¡Y aquello estaba sucediendo a ellos! Y estaba teniendo un buen final, después de todo.
Habían sobrevivido en el contacto menos esperado de todo el Golfo San Matías. Habían estado interactuando con una orca hembra y sus dos juveniles, y estaban vivos para contarlo. Porque es lo que dice el instinto. Aún sabiéndolas como animales a respetar y no como las asesinas que a veces aparecen.

Ahora había sonrisas y casi enseguida risas ¡Cómo habrán salido las fotos!,
exclama Sandro desde el otro extremo del gomón, -“Bien..bien..”, tranquiliza Néstor. Más tarde Marina ensaya una reflexión final: se acerca inclinando su cuerpo a los tres buzos, que se encuentran muy juntos, para poder sentir que cada uno afirmará lo que cada uno había visto y vivido. Chicos…¿se dan cuenta que esto fue hermoso? Bello…muy impresionante también.
Pablo miraba fijo el horizonte, muy serio. Néstor decididamente va hacía popa mientras una vez más anuncia su conocida frase: Muchachos…nos vamos
Arranca el motor, la estela que deja el gomón sentencia el final. Sandro piensa en aquella “mirada” y Pablo comienza a sonreír.


* El episodio relatado aquí se considera como uno muy importante de los pocos conocidos y ocurridos en el mundo, donde orcas y seres humanos han interactuado sin violencia y sin consecuencias, a excepción de la experiencia única de sus protagonistas, que quedará por siempre en ellos y sin dudas en los hijos de sus hijos.