viernes, 1 de mayo de 2009

14. Y SE HIZO LA LUZ

Aquel mediodía parecía que no tenía fin. Habíamos almorzado en un conocido restaurante de la costa y el vino tinto me tenía embotada de tal manera mi cabeza que me dio la sensación de que un pequeño hombre golpeaba con un martillo neumático su interior.

-Estoy totalmente saciado, no puedo comer más.-Advertí-.
-Hombre, si te has dejado medio plato.-Contesto Lola-.
-Ya, pero es que definitivamente no puedo más. ¿Qué te parece si vamos a pasear por la orilla y de esa forma relajamos nuestro estómago?.
-Pues venga, vamos.

Después de pagar la comida y de dejar una generosa propina nos despedimos dando las gracias por tanta exquisitez.
Cogí la mano de mi compañera al darme la sensación de que perdía el equilibrio y salimos del restaurante camino hacia la playa.

Una vez allí nos descalzamos y el contacto de los pies desnudos con la arena algo fresca pareció dar un ligero alivio a mis cansados pies.
Las olas se acercaban a nosotros y dejábamos que nos cubriesen los tobillos dándonos una nueva sensación de bienestar.

-Lola, no sabría explicarme sin el mar. Forma parte de mi vida y su infinita grandeza me genera paz.
-Carlos, creo que empiezas a filosofar, ¡vaya con el tinto de verano…!
-No, te lo digo en serio, es mi vida y por si no lo recuerdas el lugar donde nos conocimos.
-Lo recuerdo perfectamente, aquel día era yo la que estaba mareada y tú me reconfortaste preparándome una infusión a bordo del barco de Juan.
-Que días aquellos… Oye, Lola, ¿te apetece esta noche una nocturna?.
-Pues mira, iba a proponerte lo mismo, hace tiempo que no buceo de noche.
-Entonces podemos prepararla para las 22 h.
-Ok, me apetece mucho.

Aquella era una noche muy hermosa, el cielo aparecía totalmente repleto de estrellas, infinidad de puntos dorados lo iluminaban y regularmente una estrella fugaz cruzaba el firmamento. La luna dejaba un manto plateado sobre el agua que me recordaba, como siempre, alguna relación amorosa iniciada en la etapa de mi juventud.

La pequeña motora no resultaba muy cómoda pero para trasladarnos a nosotros y a nuestro equipo de buceo era del todo suficiente. Siempre costaba un poco arrancarla pero después de que el motor escupiese varios quejidos conseguimos ponerla en marcha.

Nos alejamos de la costa un ruidosamente y al cabo de treinta veinte minutos de navegación decidimos anclar.

El mar era una balsa de aceite, más bien de petróleo, ya que su oscuridad así lo recordaba, pero estaba en absoluta calma e invitaba ha tirarse rápidamente por la borda.

-Lola, ¿supongo que te habrás acordado de las fuentes de iluminación?.
-¡Caramba Carlos, sí pero sólo he traído dos focos……!
-Bueno, no pasa nada, los repartiremos como buenos hermanos uno para ti y el otro para mí. No me apetece volver ahora a la orilla y aprovisionarme de dos más, con la noche que hace no tendremos problemas de “iluminación”.
-Carlos, ¿seguro que con dos focos tendremos suficiente?.-dijo Lola-.
-¡Pues claro, ten confianza en mí! -concluí-.

Comprobamos la presión de las botellas cargadas a 200 bars y en perfecto estado.
Montamos cuidadosamente el equipo y yo ayudé a Lola a fijar correctamente la botella y el regulador.

Elegimos cuidadosamente el lastre y una vez estuvimos correctamente equipados saltamos al agua.

Se diría, por la espléndida noche que hacía, que prácticamente no necesitábamos iluminación artificial pero al empezar a sumergirnos en el profundo y oscuro abismo hizo que desechase aquella absurda idea.

Las burbujas del regulador de Lola se sucedían en una ascensión vertical y me recordaron enormes pompas de jabón que crepitaban sobre su cabeza.

Mi respiración resultaba algo agitada producto sin duda del ligero estrés que me provocaba el buceo nocturno.

Mis oídos se fueron acostumbrando paulatinamente a las diferencias de presión gracias a la ya acostumbrada maniobra de compensación.

Aquello era fantástico, la vida que se sucedía en las profundidades de la noche no tenía parangón en la vida diurna. La combinación de colores de los distintos organismos me hicieron recordar las vidrieras de una catedral gótica, una retahíla de amarillos, rojos azules…

La pared que se hundía en el profundo azul estaba repleta de una vida descomunal. Reseguí esa pared totalmente fascinado por esa purísima belleza sin prestar atención a mi compañera, que como yo, parecía hechizada por el desfile de vida nocturna.

El haz de luz de mi foco iluminaba la pared e intensificaba los la multitud de colores.

Fui recorriendo aquella pared sin fijarme en mi posición ni en la de Lola, embrujado, drogado de tanta belleza, se diría que no existía en ese momento nada más que yo y esa pared.

Fue entonces cuando falló. El foco que utilizaba de fuente de iluminación languideció súbitamente y de pronto se hizo la oscuridad.

Lo primero que experimenté fue un vuelco en el corazón e intenté fijar la vista por si mis retinas capturaban la luz de mi compañera, pero la oscuridad seguía allí, como en el fondo de un pozo.

Intenté entonces no perder la calma y la orientación. Reseguí la pared con mis manos pero de pronto mi cabeza chocó con una superficie dura, se trataba de un techo.

Volví a intentar posicionarme y agudizar mi vista para intentar ver algún destello de luz. Pero seguía igual, parecía que me había quedado ciego de repente.

Intenté conservar la calma y repasé mentalmente mis movimientos. En el momento de quedarme sin luz me moví hacia la derecha, ahora tocaba probar por la izquierda y así lo hice.

Nada, volví a topar con otro muro. Estaba atrapado, no sabía salir. Mi respiración iba agitándose, por mucho que intentaba agudizar la vista no lograba ver nada de luz.

No había cogido los guantes para la inmersión y al intentar reseguir con mis manos la pared sólo conseguí herírmelas.

El tiempo iba transcurriendo y el solo paso de un segundo parecía una eternidad.

La angustia iba recorriendo mi cuerpo, estaba desorientado, perdido y no sabía la cantidad de aire que me quedaba. Me arrepentí de no haber vuelto en su momento a recoger una segunda fuente de iluminación, pero ahora ya era tarde.

De mis ojos empezaron a brotar lágrimas de miedo, un miedo profundo, como el terror que en mi infancia me producía una noche cargada de monstruos. La diferencia es que aquello era producto de mi imaginación y ahora me encontraba envuelto en una situación real.

Me estaba dando cuenta de que el consumo de aire se aceleraba proporcionalmente a los latidos de mi corazón que resonaban en mi interior cada vez con más fuerza.

Volví a intentar experimentar lo que parecía una ascensión pero mi cabeza topó otra vez con una superficie rocosa.

Transcurría el tiempo y de repente un sabor metálico comenzó a asomar en mi boca. Me di cuenta de que las inspiraciones cada vez me resultaban más difíciles.
Estaba sentenciado, lo sabía, el mar que había sido mi vida también se convertiría en mi tumba, esa era la paradoja del destino.

El pánico se apoderó de mi mente de tal manera que no supe controlarme y comencé a agitar mis brazos preso de una profunda desesperación al verme perdido en un laberinto sin salida donde el minotauro me iba a alcanzar.

Fue en uno de esos movimientos de brazos desesperados cuando el foco impactó en un extremo de la pared. Y de repente se hizo el milagro. Un fuerte resplandor apareció del cañón del mismo. Sin perder un instante enfoqué a mi manómetro, 20 bars, botella prácticamente vacía.

Dirigí el haz de luz a mi alrededor y me percaté que había entrado sin darme cuenta en una oquedad de la pared que en todo caso no resultaba ser una cueva. En breves momentos mis ojos se percataron de la salida y con un fuerte aleteo escapé.

La velocidad de ascenso no fue la correcta y no hubo ninguna parada de seguridad ya que mi mente lo que intentaba era alcanzar la superficie lo antes posible.

El destello de aquellas estrellas fue la señal de mi resurrección.

Escupí el regulador y llené mi boca de aire marino, en ese momento vomité producto de la tensión.

Mi querida Lola se encontraba a escasos metros.

-¡Lola, aquí!. –Grité-.

Nos fundimos en un abrazo y de los dos brotaron lágrimas de desesperación, felicidad y amor que se mezclaron con el agua salada de mi querido mar.