“El verraco”.
O al menos así le llamaban, a sus espaldas, en los clubs con los que solía bajar, inconfundible como era, nuestro personaje.
Siempre acudía solo. Fornido, bajo, peludo y con una boina de pastor incrustada hasta las cejas cuyo enhiesto rabito le daba un aspecto de marciano de tebeo.
Su actitud, tras un cortés –“buenos días”-. Era fría, metódica y concentrada, respondiendo a los saludos con un simple movimiento de cabeza. Sin llegar a marginarle, los demás buzos le evitaban. A ello colaboraban aquellos apestosos cigarrillos que el mismo liaba y que competían en hedor, junto con el diesel de la zodiac, en hacer vomitar a los buzos de estomago u olfato sensibles.
Siempre desaparecía cuando despuntaba el calor y el mar aumentaba su temperatura, reapareciendo de nuevo cuando las aguas anunciaban la marcha del estío.
A veces, los noveles sentían tentaciones de hacer gracietas con tan pintoresco individuo. Pero entonces, los más veteranos, les referían la historia de: “El guapo” y estas desaparecían como por ensalmo.
Ah, que vosotros no conocéis el episodio de “El guapo”. Pues no os preocupéis, que yo os lo cuento:
En cierta ocasión, acudió “El verraco” a un club regentado por un individuo bien parecido: Un Adonis simpaticorro, hercúleo y proporcionado por el cual las hembras de esta anfibia hermandad nuestra, le mostraban su predilección y los varones buscaban su compadreo.
Decíamos pues, que estaba en aquella ocasión nuestro Adonis, con el guapo tan subido por la femenina asistencia, que como siempre sucede, busco un blanco para sus chanzas y ocurrencias, siendo el elegido, como podéis imaginar, nuestro “Verraco”.
Así pues, desplego Adonis su ingenio a costa del “Verraco” ante la divertida y bulliciosa parroquia, llegando su audacia al extremo de; cogiendo la boina, cortarle el rabito, vulgo “caparla” ante el aplauso general.
Miraba el guapo al “Verraco” con una media sonrisa entre desafiante y socarrona esperando su reacción, cuando este con toda la tranquilidad, cogió de su cinturón una pastilla de plomo de dos kilos. Y como quien no quiere la cosa, la partió por la mitad como quien parte un folio, dándole al “guapo” una de las dos mitades mientras le decía muy serio: - Es que me sobraba un kilo-
Como es lógico, a raíz de esta anécdota comprenderéis el porqué en todos los sitios respetaban su singular carácter y no se rifaban precisamente el ser su pareja.
Paradójicamente, no había un compañero mejor en el que uno pudiese soñar; eso sí, bajo el agua.
Atento sin ser pesado, tan delicado en su aleteo que no levantaba la menor partícula, pendiente hasta el paternalismo de los menos experimentados que en suerte (en mala suerte, según comentaban los susodichos antes de bajar con él) le tocaban. Cerraba siempre las inmersiones cuidando que nadie quedara tras de sí.
Durante las tertulias post inmersión, en su ausencia, se hacían “porras” sobre cuál sería su profesión. Apostando unos a que era: -“Pelotari” por lo menos-.Dado el enorme tamaño y fuerza de aquellas palas mal llamadas manos. – No puede ser, es demasiado canijo – bromeaban otros, para finalmente decantarse la mayoría por opciones como: agricultor, herrero o semejantes.
Meses más tarde, el misterio fue desvelado cierto día en el que una joven buza iba a añadir a su palmarés el titulo de joven madre y su pequeño renacuajo no le estaba poniendo las cosas fáciles negándose a salir y poniendo el “culete” allí en donde debería estar la cabeza, irreverente y travieso como son todos esos acuáticos canijos.
Sufría, decíamos, nuestra sirenita llena de miedo en el porvenir, cuando una manaza peluda se apoyo, cálida y ligera sobre su hombro.
Una “buza” como tú, sabe que el secreto consiste en respirar y estar siempre relajado-.
La cara de nuestra sirena era todo un poema; ¡El “Verraco”!, ¡Aquí! Tan grande había sido la sorpresa que miedos y dolores, por un momento se esfumaron mientras intercambiaba una significativa mirada con su marido.
Felizmente y gracias a los expertos manejos de nuestro protagonista, el travieso renacuajo protestaba con energía en el amoroso regazo de su madre.
Bueno, esto ya está. ¡Felicidades! – Dijo el “verraco” mientras se marchaba. – Un momento – le retuvo la sirena – Así que este era el motivo por el cual, nunca baja en verano- . Una sonrisa embelleció el rostro del “verraco” – Si. Es la época en la que vienen al mundo más pececillos y algunos como el tuyo, son más revoltosos. Me necesitan y no quiero faltar-
-Gracias. DOCTOR- dijo nuestra sirena. –Ya nos veremos en el azul-. Y se marcho sonriendo por los blancos pasillos.
Moraleja: Que poco sabemos de aquellos con quienes buceamos.
O al menos así le llamaban, a sus espaldas, en los clubs con los que solía bajar, inconfundible como era, nuestro personaje.
Siempre acudía solo. Fornido, bajo, peludo y con una boina de pastor incrustada hasta las cejas cuyo enhiesto rabito le daba un aspecto de marciano de tebeo.
Su actitud, tras un cortés –“buenos días”-. Era fría, metódica y concentrada, respondiendo a los saludos con un simple movimiento de cabeza. Sin llegar a marginarle, los demás buzos le evitaban. A ello colaboraban aquellos apestosos cigarrillos que el mismo liaba y que competían en hedor, junto con el diesel de la zodiac, en hacer vomitar a los buzos de estomago u olfato sensibles.
Siempre desaparecía cuando despuntaba el calor y el mar aumentaba su temperatura, reapareciendo de nuevo cuando las aguas anunciaban la marcha del estío.
A veces, los noveles sentían tentaciones de hacer gracietas con tan pintoresco individuo. Pero entonces, los más veteranos, les referían la historia de: “El guapo” y estas desaparecían como por ensalmo.
Ah, que vosotros no conocéis el episodio de “El guapo”. Pues no os preocupéis, que yo os lo cuento:
En cierta ocasión, acudió “El verraco” a un club regentado por un individuo bien parecido: Un Adonis simpaticorro, hercúleo y proporcionado por el cual las hembras de esta anfibia hermandad nuestra, le mostraban su predilección y los varones buscaban su compadreo.
Decíamos pues, que estaba en aquella ocasión nuestro Adonis, con el guapo tan subido por la femenina asistencia, que como siempre sucede, busco un blanco para sus chanzas y ocurrencias, siendo el elegido, como podéis imaginar, nuestro “Verraco”.
Así pues, desplego Adonis su ingenio a costa del “Verraco” ante la divertida y bulliciosa parroquia, llegando su audacia al extremo de; cogiendo la boina, cortarle el rabito, vulgo “caparla” ante el aplauso general.
Miraba el guapo al “Verraco” con una media sonrisa entre desafiante y socarrona esperando su reacción, cuando este con toda la tranquilidad, cogió de su cinturón una pastilla de plomo de dos kilos. Y como quien no quiere la cosa, la partió por la mitad como quien parte un folio, dándole al “guapo” una de las dos mitades mientras le decía muy serio: - Es que me sobraba un kilo-
Como es lógico, a raíz de esta anécdota comprenderéis el porqué en todos los sitios respetaban su singular carácter y no se rifaban precisamente el ser su pareja.
Paradójicamente, no había un compañero mejor en el que uno pudiese soñar; eso sí, bajo el agua.
Atento sin ser pesado, tan delicado en su aleteo que no levantaba la menor partícula, pendiente hasta el paternalismo de los menos experimentados que en suerte (en mala suerte, según comentaban los susodichos antes de bajar con él) le tocaban. Cerraba siempre las inmersiones cuidando que nadie quedara tras de sí.
Durante las tertulias post inmersión, en su ausencia, se hacían “porras” sobre cuál sería su profesión. Apostando unos a que era: -“Pelotari” por lo menos-.Dado el enorme tamaño y fuerza de aquellas palas mal llamadas manos. – No puede ser, es demasiado canijo – bromeaban otros, para finalmente decantarse la mayoría por opciones como: agricultor, herrero o semejantes.
Meses más tarde, el misterio fue desvelado cierto día en el que una joven buza iba a añadir a su palmarés el titulo de joven madre y su pequeño renacuajo no le estaba poniendo las cosas fáciles negándose a salir y poniendo el “culete” allí en donde debería estar la cabeza, irreverente y travieso como son todos esos acuáticos canijos.
Sufría, decíamos, nuestra sirenita llena de miedo en el porvenir, cuando una manaza peluda se apoyo, cálida y ligera sobre su hombro.
Una “buza” como tú, sabe que el secreto consiste en respirar y estar siempre relajado-.
La cara de nuestra sirena era todo un poema; ¡El “Verraco”!, ¡Aquí! Tan grande había sido la sorpresa que miedos y dolores, por un momento se esfumaron mientras intercambiaba una significativa mirada con su marido.
Felizmente y gracias a los expertos manejos de nuestro protagonista, el travieso renacuajo protestaba con energía en el amoroso regazo de su madre.
Bueno, esto ya está. ¡Felicidades! – Dijo el “verraco” mientras se marchaba. – Un momento – le retuvo la sirena – Así que este era el motivo por el cual, nunca baja en verano- . Una sonrisa embelleció el rostro del “verraco” – Si. Es la época en la que vienen al mundo más pececillos y algunos como el tuyo, son más revoltosos. Me necesitan y no quiero faltar-
-Gracias. DOCTOR- dijo nuestra sirena. –Ya nos veremos en el azul-. Y se marcho sonriendo por los blancos pasillos.
Moraleja: Que poco sabemos de aquellos con quienes buceamos.