viernes, 29 de mayo de 2009

22. UN DÍA EN MEDAS.

(NC)
Valentina despertó una cálida mañana de mediados de Septiembre en una cama que no era la suya, con unas ganas tremendas de ir al agua ese día. Necesitaba enfundarse su gastado traje de neopreno, del que se resistía a deshacerse y zambullirse entera en ese inmenso mar que veía por los grandes ventanales del dormitorio de Marc. Se estiró todo lo pequeña que era, desperezándose cual gato panza arriba, dio un par de vueltas más entre las blancas sábanas y saltó de ellas con decisión, rumbo al reino de Neptuno que la esperaba tranquilo, impasible, misterioso.


Mientras tomaba el desayuno que su anfitrión le había dejado preparado en la pequeña pero soleada cocina, recordó la primera vez que vio el mar hacía ya muchos años de la mano de su padre, en la calita donde solían pasar los veranos. Su padre era unenamorado del mar y le transmitió a ella todo ese sentimiento. Le enseñó a amarlo de la única manera que se ama, plenamente y sin reservas, para siempre y en cualquier circunstancia.

Recordó con cariño, su séptimo aniversario, cuando su progenitor le regaló su primer equipo de buceo básico, consistente en una máscara, un tubo y una aletas de una famosa marca italiana, a la que sería fiel durante toda su vida en recuerdo de aquella primera avanzadilla de equipo ligero, que le abriría un mundo dentro de otro mundo, al que no le gustaba pertenecer y que la marcaría para siempre.

Aún tan pequeña, nunca olvidaría las miradas incrédulas de las pocas amiguitas invitadas a la fiesta de cumpleaños, decepcionadas al no ser el regalo, la clásica muñeca de Famosa. Rió con tristeza al recordar lo extraña que era para todas aquellas niñas y lo poco en común que tuvo con todas ellas, quizás por eso, desde tan pequeñita, le gustaba tanto la soledad.

Jamás olvidaría las sensaciones que experimentó bajo el mar aquella primera vez, ese silencio, esa paz, esa armonía.

Se maravilló de las luces y contraluces de los fondos, de las distintas tonalidades del agua, de cada criatura que descubría cada vez que, inspirando todo el aire del que era capaz con sus pequeños pulmones, se sumergía en el azul ávida de más, mucho más.

Cada día pasaba horas y horas en el agua, hasta que su madre tenía que ir a por ella, cansada ya de tanto llamarla. Y ella tan feliz… arrugada, eso sí, pero feliz.

Con una sonrisa de nostalgia, guardó sus recuerdos y se dispuso a verificar su equipo de buceo, aunque sabía que lo tenía todo preparado de la noche anterior, era una persona muy meticulosa y en extremo concienzuda.

Unos amigos le habían recomendado un centro de buceo, pequeño pero con solera, en un bonito pueblo de la Costa Brava .Las Islas Medas eran una asignatura pendiente para Valentina y aprovechando unos días libres que había guardado de sus vacaciones anuales para una escapadita al mar fuera de temporada , había decidido que ya era hora de sumergirse en su silencio y conocer por fin, ese paraíso natural del que tanto había oído hablar.

Iba en busca de su pez luna, estaba segura, esta vez, no se le escaparía. Todos sus amigos buceadores que volvían de Medas le contaban la misma historia. Durante todo el verano, los habían visto a pares, sobre todo en Furió Fitó, tanto en superficie como en profundidad, un punto normalmente de fuertes corrientes . Le fascinaban esas curiosas criaturas más que cualquier otra, incluso se había tatuado uno en lugar que pocas personas verían jamás.

No sabía la razón exacta, pero desde que los vio en el Aquarium de Barcelona hacia unos años, se había enamorado profundamente de esos extraordinarios animales.

Ese día, estuvo horas persiguiendo al extraño pez por la gran pecera, hasta que amablemente, un vigilante del centro la invitó a marchar puesto que era la hora de cerrar. Al día siguiente, volvió, al otro…. También.

Había pasado largas tardes de invierno acurrucada en el confortable sofá de su casa, ilustrándose con vídeos y documentales prestados por un amigo biólogo suyo ,había visitado la Biblioteca en más de una ocasión para documentarse aún más sobre la vida de estos curiosos individuos, sobre su hábitat, costumbres, hábitos alimenticios.

Eran animales solitarios que no tenían enemigos naturales, torpes nadadores que vagaban por alta mar dejándose llevar por las corrientes y que en verano, se ercaban a la costa donde se dejaban desparasitar agradecidos, por peces especialistas en esos menesteres.

Algunos ejemplares podían llegar a pesar varias toneladas y le resultaba curioso que unos animales tan excepcionalmente grandes tuvieran un pequeñísimo cerebro.

No quería marcharse de Medas sin verlo, para eso venía, era su objetivo.

La inmersión estaba programada para las nueve de la mañana, fue al centro caminando con su equipo a cuestas, ya que Marc vivía a un tiro de piedra de allí. Cuando llegó ya había agitación, unos cuantos submarinistas cargaban sus equipos en la furgoneta del centro, otros cargaban las botellas, otros comprobaban por enésima vez que no olvidaban nada de su equipo en el coche, en fin… Lo habitual que sucedía cualquier día, en cualquier centro de buceo un poquito antes de cada inmersión. Siempre se contagiaba de esa excitación que flotaba en el aire y en el ánimo de los buzos. La hacía sentir más viva que nunca.

Una vez cumplieron todos los trámites con el club, y cargado equipos en la furgoneta, marcharon alegremente, entre bravuconadas y risas hacia el puerto, hacia el barco y hacia el mar.

De camino al punto de fondeo, el guía del centro explicaba con maestría y mucha gracia el tipo de inmersión prevista para ese dia, mientras miraba a Valentina con mirada pícara y algo más.

Recordó la tarde anterior, cuando recién llegada de Barcelona, pasó por el centro para presentarse y apuntarse a la inmersión del día siguiente. Allí la esperaba Marc, uno de los guías del club.

No sabía muy bien cómo ni en qué momento, había aceptado su invitación para cenar y cómo había terminado despertándose entre sus brazos, en su cama, al día siguiente.

Ella le devolvió la mirada, pensando lo poquito que había dormido esa noche y si de guía sería tan bueno como…. En fin, decidió no pensarlo, tenía que centrarse.

Todos escuchaban atentamente mientras iban preparando sus equipos, los verificaban, comprobaban los del compañero y comenzaban a vestirse con sus trajes de neopreno, muchos de ellos desgastados por el uso, como el suyo y de seguro, con muchas batallitas que contar.

La inmersión elegida fue la Barda del Sastre, en la Meda Gran, una combinación de buceo profundo y cuevas, nada a lo que no estuviera acostumbrada Valentina , eran su especialidad y lo que más le gustaba hacer.

Se hicieron los grupos, en un de ellos, irían cuatro submarinistas, que con sus cámaras de vídeo a cuestas, buscaban escenarios para un nuevo documental sobre las islas Medas y sus fondos, encargo hecho por la Consejería de Turismo de la Generalitat.

El otro grupo lo formaban una pareja de buzos, Valentina y el guía.

Una vez equipados en el barco, fueron saltando al agua uno a uno, yendo hacia proa, para bajar por el cabo del ancla. El primer grupo bajó primero, se dirigían hacia la Cova de la Vaca, al extremo sur del túnel donde se encontraban los contraluces más impresionantes.

El segundo grupo, una vez posicionados en el cabo de proa, se fueron sumergiendo no a uno, mientras compensaban sus oidos al ir ganando profundidad, no sin antes haberse despedido del patrón que quedaba en el barco tumbado literalmente a la bartola.

Sentía una gran emoción siempre que, deshinchando su jacket completamente, comenzaba a bajar dejándose caer indolentemente hacia lo desconocido, la sensación de ingravidez, oír tan sólo su respiración mientras caía al abismo, era uno de sus pequeños y secretos placeres y cada vez, era como la primera vez, y no era comparable a ningún otro placer experimentado, era el momento en que dejaba de pensar para sólo sentir, donde su mente se despejaba por completo y se fundía en un abrazo cálido con la inmensa masa que la rodeaba, haciéndola sentir ilusoriamente como una criatura marina más.

Descendieron por la punta de la Galera, siguiendo la pendiente máxima dirección noreste hasta llegar a veintiocho metros de profundidad, donde se encontraba la abertura de uno de los túneles.

Valentina no vio peces luna ese día, pero la inmersión, aún sin verlos, fue muy bella, de esas que nunca se olvidan, de esas que se guardan en el corazón como un gran tesoro.

Los fondos eran magníficos, el paisaje marino era absolutamente primitivo, salvaje. En los recovecos de los túneles encontraron langostas bien agarradas a la roca, enormes langostas con sus antenas desafiantes, grupos de corvinas posicionadas en la corriente a la espera de cualquier incauto pececillo ,grandes meros patrullando su territorio, brótolas escurridizas escondidas en inverosímiles oquedades, pequeñas morenas al acecho de despistadas presas, contempló atónita una lucha a muerte entre un mero de grandes proporciones y una morena, nunca sabría el resultado final, pero no creía que las cosas hubieran ido bien para la pequeña morena; pasaron uno a uno, por un sifón de vértigo lanzándose con los pies hacia delante a una profundidad ya de treinta y cinco metros para dar a otro túnel repleto de langostas, corales rojos de aceptable tamaño, manos de muerto, vaquitas de mar, en fin… paredes repletas de vida pequeña y justo a la salida del túnel, echando la vista a la izquierda , una gran grieta con un congrio en su interior que no cabía en ella, mirándola impertérrito, pero lo mejor y más peligroso, puesto que de la impresión casi se le cae el regulador de la boca al abrirla asombrada, una enorme pared vertical que caía hasta un abismo sin final , repleta de gorgónias rojas extendiendo sus enormes ramas al infinito.

Nunca llegaría a saber, en qué momento de tanta fascinación, o quizás llamaba a las puertas de su mente la famosa borrachera de las profundidades, sintió como Marc le cogía la mano, se la apretaba con fuerza y ya no se la soltaba, fue un momento mágico porque sus miradas se cruzaron y ella comprendió algo que ya había presentido la noche anterior… le había encontrado. Como sabía que tenía que ser, en el inmenso azul, a cuarenta y siete metros de profundidad, rodeada de todo lo que amaba. En el reino de Neptuno, en su reino.

Volvieron haciendo la descompresión siguiendo la vertiente septentrional de la cresta, hacia la boca norte del túnel de la Vaca, habían permanecido bajo el agua cuarenta minutos.

Todavía le quedaban noventa bares para hacer cómodamente una descompresión de diez minutos cogida ya al cabo del ancla, fue obedientemente siguiendo las pautas que su ordenador le marcaba, se dispuso a esperar pacientemente que fueran pasando los minutos, disfrutando de la compañía y del entorno, comprobando su ordenador de tanto en tanto, viendo los minutos pasar, mientras Marc le hacía un dibujo de lo que le parecía su pelo en una pequeña pizarra que llevaba colgada al cuello, comparándola con una graciosa anémona cuyos tentáculos eran mecidos por la suave corriente y le escribía en letras mayúsculas: BUSCARÉ LUNA PARA TÍ, QUÉDATE.

Valentina soltó una carcajada que casi le hace perder por segunda vez el regulador, estaba radiante.

Mientras tanto, fueron llegando el grupo de los videosub, con toda su parafernalia a cuestas , en las caras se les veía satisfacción, habían cubierto objetivos por ese día.

Ya en el barco, mientras el patrón calentaba motores para volver a puerto, observó discretamente a sus compañeros de viaje, le encantaba los momentos que pasaba con buceadores como ella, especialmente después de una inmersión, ver esas caras llenas de felicidad, esas sonrisas, esas miradas cómplices después de bucear, le llenaban el alma de júbilo y no podía evitar llevar una sonrisa permanente en su bonito rostro.

Marc se le acercó mientras se despojaba del traje y le preguntó: Bueno, ¿ qué dices, mi niña? ¿Te quedarás? …

No vio peces luna ese día…. Pero a aquella inmersión, le siguieron muchas más, y en una de ellas, como su guía particular le había prometido , pudo verlos al fin, nadando imponentes y majestuosos entre dos aguas, pero eso…., es otro día en Medas, otro día cualquiera.