jueves, 28 de mayo de 2009

20. LA VERDADERA LEYENDA DEL POZO AZUL.

Todo empezó siendo muy pequeño. Por aquel entonces no debía de tener más de ocho años cuando a sus padres les dio por comprar una lavadora BRU en una pequeña tienda de una céntrica calle de la ciudad donde vivía.
El dependiente era un joven chaval que, por su acento, estaba claro que era del sur. Hacía las veces de vendedor e instalador de los electrodomésticos comprados.

Así fue como, desde que montara aquella lavadora de carga vertical, que más parecía un desagüe en funcionamiento que lo que estamos acostumbrados a ver ahora, su relación de amistad con el padre de familia se hizo más estrecha y empezó a frecuentar por la casa a menudo.
Algunas tardes solo iba a tomar café, pero siempre acababa contando alguna historia de su tierra natal y de lo que le había traído a esa ciudad.
Estaba claro que al pequeño esas historias ni le iban ni le venían, suficiente tenía ya con sus juegos y estudios. Pero un día, la historia contada le encandiló. Era más un cuento basado en una leyenda escrita hace muchos años que una historia real. El no lo sabía, y en sus infantiles pensamientos la convertía en real sin apenas esfuerzo.
El joven dependiente tenía como afición el buceo, el azar quiso que tuviera que desplazarse a trabajar a esta ciudad, y como en aquella época, solo el boca a boca informaba de los logros en su extraña afición, le extrañó leer una noticia en un periódico local, donde se hacía eco de un inminente intento de record en espeleobuceo. Tenía más de record que de exploración pura y dura., realizándose en la mítica fuente del Pozo azul.
Puesto en contacto con los organizadores del evento, consiguió entrar a formar parte del elitista grupo de exploración, como ayudante, eso sí.
Su afán por conocer todo lo posible sobre aquella fuente le impulsó a buscar la obra escrita que lo citara y, salvo la leyenda que algunos del pueblo conocían, poco más pudo encontrar.

Cuando el niño escuchaba con los ojos muy abiertos relatar el cuento de la Dama del Pozo, en su interior afloraban aventuras épicas que él sentía como propias y totalmente ciertas.
Después de un tiempo de constantes visitas a la casa de la familia, el joven dependiente no volvió. El periódico local informó del desafortunado accidente que sufriera en uno de los entrenamientos que hacia buceando en el pantano de Urrez, sin otro fin que acostumbrarse al equipo que debería utilizar en El Pozo.
No contaba más de veintitantos cuando se ahogó en las frías aguas de aquel pantano.

El niño creció y se convirtió en un adolescente fornido, y amante de los retos y el deporte. No fue sino más tarde, pasados ya algunos años, cuando entró en contacto con el Buceo. A partir de ahí los recuerdos fueron aflorando a su mente y empezó a tener curiosidad por el Pozo azul. Ahora sí él podía impregnarse de las experiencias de los otros exploradores que ya formaban parte de un reconocido grupo mediático.
Toda su obsesión era comprobar la veracidad de los cuentos que oyera de pequeño; y se preparó a conciencia.
Cada vez sus inmersiones eran más profundas, rebasando con creces la distancia recorrida por sus predecesores, y cuando salía de nuevo a superficie una extraña inquietud le abordaba, haciéndole volver la mirada hacia la entrada de la cueva. Era como si alguien le siguiera y se quedase observándole desde la boca del Pozo.
Sus visitas a aquella fuente fueron cada vez más habituales y en casi todas salía con la misma sensación. Llegó a ser obsesivo su interés por dicho Pozo y, no contento con la distancia conseguida, comenzó a proveerse del suficiente material para entrar aún más.
Contaba, a veces, y aun a riesgo de ser tomado por loco que, en alguna de sus incursiones, le pareció ver luz al fondo. Una luz suave, blanquecina, que describía ondulaciones sobre la transparencia del agua, pero que no lograba alcanzar nunca.
Se sentía atraído a la vez que observado y su obsesión creció con el paso del tiempo.
Elucubró otras posibles entradas desde donde poder penetrar más profundo ahorrándose los metros ya conocidos, para ello recorrió una y mil veces los llanos que, centenares de metros más arriba, formaban el páramo desde donde él suponía cobraba vida dicho manantial. Pero nunca encontró nada, por lo tanto, solo quedaba la opción de continuar intentándolo por la entrada principal.
Aquel día, harto ya de repetir el mismo recorrido, inició una odisea que le llevaría a su fin soñado. Repitió innumerables inmersiones porteando botellas de aire que iría dejando cada vez más lejos. Había calculado que si no le faltaba aire encontraría el final de la cueva a una distancia aproximada de siete mil metros ya que, en superficie, a esa distancia existía una falla cortada a pico que caía por debajo de la cota del nivel del agua del Pozo. Sus conocimientos de buceo técnico, por aquel entonces, le permitían realizar inmersiones con largas paradas de descompresión incluyendo gases exóticos en la carga de las botellas. Se procuró las mezclas necesarias, trajes adecuados para las frías aguas del Pozo, alimentos para el “Vivac” en la zona seca, iluminación suficiente con baterías de repuesto, torpedos de gran autonomía y todo lo necesario para emprender semejante aventura en solitario. No estaba dispuesto a que nadie le robase la satisfacción de ser el primero en descubrir el final de la surgencia.

Aquel día y ya anocheciendo, inició el corto recorrido de la senda que lleva al Pozo, con la mirada fija, concentrado únicamente en su objetivo, se terminó de equipar y preparó los últimos materiales que debería portear hasta la gran burbuja, donde pasaría la noche.
Lo tenía todo dispuesto, cuando en la oscuridad de la cueva el reloj marcaba las cinco de la madrugada. Despacio, decidido, inició la inmersión en el segundo sifón. Ayudado por uno de los torpedos los metros iban cayendo a gran velocidad y pronto llegó a la cota de -70 metros. Se deshizo del primer torpedo y cargado de botellas continuó incansable hacia el fondo llevando consigo otro torpedo auxiliar. La línea instalada por los predecesores ya había quedado atrás hace rato, era el momento de abandonar el segundo motor y proseguir en su objetivo de llegar al final.
A más de cuatro mil metros del segundo sifón la cueva comenzó a estrecharse y al colector principal se le unían emisarios laterales. Fue entonces cuando empezó a recordar la leyenda que desde pequeño le turbaba: el joven gaiterillo de Covanera enamorado de una bella Dama, a la que esperó incansable durante años y que de vez en cuando se le aparecía en los lugares más insospechados, mientras el tocaba su gaita sentado frente a la boca del pozo.
Los metros seguían cayendo y obnubilado por sus pensamientos no se percató que el último motor agotó la batería. Lo dejó abandonado y en su obsesión siguió aleteando, penetrando cada vez más en la oscuridad.
Entonces le pareció ver la luz de nuevo, esa tenue luz que provenía del fondo y que describía ondulaciones en las transparentes aguas. La siguió con más ánimo, y esta vez sí parecía poder alcanzarla. Ya solo le quedaba una de las botellas, las otras fueron quedándose a lo largo del recorrido. Respiraba despacio, casi haciendo apneas, porque tenía claro que el final estaba cerca.
Un pequeño recodo hacia la derecha y ante sí la luz que ya no era tenue, ahora brillaba en toda su intensidad iluminando una grandiosa cúpula fuera del agua. Respiró profundo, emergió despacio, y unas blancas manos le esperaban en la orilla. Allí estaban los cuatro: El gaiterillo, el joven dependiente, la bella Dama y él mismo. Había llegado al final del Pozo Azul, había logrado su sueño.
A partir de entonces forma parte de la leyenda del Pozo como uno de los pocos que pudieron ver a la Dama de cerca.
Allí estará esperando, con las manos abiertas, al siguiente que tenga el valor suficiente de buscarla.