miércoles, 30 de septiembre de 2009

51. UN, DOS, TRES, INMERSIÓN.

Al grito de agua, todo tu cuerpo desciende al unísono hasta que el chapoteo de tus pies al chocar con el agua te hace despertar.
Ya estás ahí, esperando al resto de tus compañeros para proceder a la inminente marcha al fondo de los océanos.
Con el único hilo de vida que te conecta con la realidad observable, te agarras al cable del ancla y vas bajando hacía un mundo totalmente desconocido, en el que las leyes de supervivencia que has aprendido en tu caminar por la vida ya no funcionan.
Pendiente de que tu carga de oxígeno no termine, pendiente de que tu chaleco tenga el inflado perfecto, pendiente de no perder a tus compañeros y tratando de aletear a su ritmo, te dejas llevar por la infinitud de las corrientes marinas.
Algo parece vislumbrarse, pero el agua, no es cristalina, y la ausencia de luz, dificulta la total atención en aquel objeto de grandes dimensiones enterrado bajo las arenas.
Una mezcla de emoción, curiosidad y miedo hacen que el palpitar de tu corazón se haga cada vez más fuerte.
Quieres verlo, acercarte, tocarlo, permanecer quieto y saber todo y cuanto te gustaría de aquel objeto. ¡ Un barco hundido!
Preguntas como ¿ a quien perteneció?, ¿de que época es?, ¿ donde se dirigía?, ¿porqué se hundió?, etc.. se agolpan en tu cabeza. No tienes mucho tiempo, y la visibilidad y los extractos de algas y otras especies que han anidado en su superficie con el paso del tiempo, impiden que te hagas una idea clara de cómo era en realidad aquel barco hundido.
Tras la esperanza de poder ver algo más de lo que en principio te permiten, hay que continuar con la expedición, y mirando atrás, aquel tesoro, aquella historia anclada bajo el mar, queda de nuevo en perpetuo silencio, a la espera de que otro grupo de curiosos, descienda a las profundidades marinas y de nuevo reciba su visita.
Pero si continuamos aleteando, podemos observar que la vida bajo del mar es una auténtica alegoría al buen gusto y a la exquisitez de una organización social marcada por las idas y venidas de diferentes especies, que conviven en aquel medio, respetándolo, nutriéndose de sus bienes y jugando al despiste de cuantos intrusos intenten aproximarse a sus escondites.
Sí queridos amigos, os hablo de los peces, tan variados y de tantos colores, formas y tamaños. Algunos, te miran y continúan su camino, como el que te cruzas en el metro una mañana de invierno. Otros, juguetones, siguen tu estela, y como modo de supervivencia, siguen tus movimientos, ya que de este modo evitan ser capturados o devorados por otros de mayor tamaño.
Los hay dormilones, que si te acercas, permanecen quietos, aparentando que la cosa no va con ellos.
Al hablaros de toda esta sociedad submarina, tenemos otra especie graciosísima, que hace las delicias de cualquier buceador. Si, os hablo de los pulpos.
Algunos se esconden entre las rocas, rodeados de conchas, esperando que te desaparezcas, para continuar su trayecto. Si te acercas a ellos, comienzan a hacerse un ovillo, te miran, desconfiados, y se esconden todavía más. Es maravilloso observarlos y hoy es el día, que todavía se me eriza el cuerpo, cuando tras de mí, veo, que un intrépido cazador, cargado con su arpón metálico, anda a la búsqueda se estos pequeñuelos submarinos. Pensareis que soy demasiado tierna, pero observarlos bajo el agua, me ha hecho comprenderlos y respetarlos.
Todavía recuerdo, cuando a más de veinte metros de profundidad, dos pulpos, escondidos tras una gran roca, hacían lo que cualquier pareja recién casada. En verdad, señores buceadores, ellos, los habitantes de los fondos marinos, también tienen una vida social activa, y creo que no es justo adueñarse de todo lo que nos rodea, como grandes hombres y señores que se siente los seres humanos allá donde van.
Si continuamos por el recorrido marino, encontramos muchas especies más, cada una con su ritmo de vida y su adaptación al medio.
El hombre con su inconmensurable sabiduría, ha conseguido durante largo tiempo, encontrar la fórmula de poder observar de cerca el medio marino, tan desconocido para todavía gran parte de la población mundial. En cambio, en vez de respetar lo que allí encuentra y a los seres que lo habitan, se empeña, una y otra vez en adueñarse de todo.
Me encantaría que muchos, llegarais a entender la importancia de respetar todos los lugares que pisamos y visitamos, por qué si cada uno de los buzos que a diario se sumergen en nuestras aguas, se llevara un pulpo, o un trozo del barco hundido del que os hable al principio, seguramente, cuando otro buzo que quisiera experimentar los mismo que nosotros, ya no podría. ¿Sabéis porque?, porque desgraciadamente, y con autoridad cero, le habremos robado una parte de algo que a él también le pertenece.
El mar, el fantástico mar, es por sí mismo, uno de nuestros más grandes tesoros, pero no es mío, ni tuyo, sino de todos. Respetarlo a él, es respetarnos a nosotros mismos y a nuestros semejantes.
Dejad que la próxima vez que me sumerja, pueda observar, aquello que vosotros también habéis observado. Así juntos aprenderemos todas y tantas cosas que todavía nos quedan por investigar en el largo caminar de nuestras vidas.
Y para finalizar, os animo a todos y cada uno de vosotros que no dudéis en experimentar bajo vuestra piel, lo que significa sumergirse, observar y deleitarse con todos los misterios fascinantes que todavía hoy podemos encontrar en el fondo de nuestros mares y océanos.
Maravillaos queridos amigos con la creación y la evolución, y no olvidéis que la evolución y el progreso son igual a conocimiento y que este no es posible, si cada uno de nosotros nos lo llevamos a casa cual trofeo en una vitrina.
Sentir el mar, conocerlo y amarlo. Esto sin duda será vuestra mayor satisfacción.