miércoles, 11 de noviembre de 2009

82. EL RESURGIR DE LOS MARES DE TOSSA.

Dicen que siempre hay una inmersión que marca la vida de un buceador. Tras esa experiencia, el mar no vuelve a tener el mismo color. Ya no será azul, gris o violeta, si no que será la exacta combinación de azul, gris o violeta que tuvo aquel día. Mucho tiempo después, quizá todavía nos despertemos escuchando el rumor de aquellas mismas olas, como un eco atrapado y enroscado a lo largo de una caracola. Dicen también que todos tenemos una conexión con la belleza absoluta al menos una vez en la vida. Probablemente, para el amante que recorre cada noche el cuerpo desnudo de la amada, ese momento llegará al descubrir en su cuerpo un detalle sublime que hasta entonces le había pasado desapercibido. Para el músico volcado en sus pentagramas, esa experiencia la tendrá al dar con el orden exacto y perfecto en una secuencia de notas. Para un buceador, esto ocurrirá, con toda seguridad, en el mar. En mi caso, la inmersión que dejó el regusto de lo irrepetible tuvo lugar en la Costa Brava hace ahora exactamente tres veranos.
Llegamos a Tossa bañados en el rojo incontenible del crepúsculo, envueltos en esa luz decadente que embellece todo lo que acaricia. La fortificación medieval, antiguo baluarte de la ciudad, se erigía aún imponente sobre una colina al lado de la playa. Mi compañero Pau se acariciaba la barba con gesto distraído, hablándome de ataques piratas y del papel del castillo en la defensa contra los franceses. En el cielo, las nubes agonizantes del atardecer formaban figuras mágicas que presagiaban el espectáculo que nos ofrecería el océano.
Ya era noche cerrada, sin luna, y los dos estábamos ansiosos por empezar. El susurro acompasado de las olas nos había embrujado, como si no fuera el mar quien lo produjese, si no sirenas que aguardaban en la orilla para ofrecernos sus cuerpos de escamas y sabor a sal. Una vez pertrechado con todo el equipo, un submarinista se convierte en un animal exclusivamente acuático. El anhelo por alcanzar el azul puede llegar a ser muy intenso, y la imagen es parecida a la de las tortugas que nacen en la arena y recorren pesadamente el trayecto hasta el agua. En efecto, nuestros pasos hasta el mar fueron torpes y lentos, y sólo allí pudimos sentirnos por fin livianos.
Nadamos durante varios minutos, el mar estaba, como se suele decir, como un plato, y fuimos recorriendo aquel manto negro salpicado de estrellas que se reflejaban como si se hubiera colocado un enorme espejo bajo ellas. Los astrónomos dicen que el Universo que vemos no es real ni actual, por ello, aquel cielo reflejado no me parecía menos auténtico, ni menos sobrecogedor. Se podría decir que cruzamos la constelación de Andrómeda hasta la Osa Mayor, tras apartar Venus de una brazada, y llegamos así al punto de inmersión, muy cerca del cinturón de Orión. Hubo un momento de duda, pues no es fácil dejarse hundir en la oscuridad más absoluta. Pau recitó de memoria una arenga, con frases como “mientras menos seamos, mayor la porción de honor para cada uno”, que solía pronunciar en momentos de nerviosismo, y que creo recordar que se atribuía a un rey medieval inglés. Aquello fue, sin duda, una excentricidad, pero nos dio el valor suficiente para desinflar el chaleco y dejarnos engullir por el mar. Hay algo de muerte aparente en todo ello, la renuncia a la flotabilidad es, en cierta medida, contraria al instinto de todos los animales. Deberíamos perecer ahogados, pero burlamos ese destino con nuestro equipo de buceo. Se trata de un quiebro y un engaño en el reino de Hades, donde tantos buceadores han perdido la vida, por no poder mantener hasta el final esta mentira, como jugadores de póquer descubiertos en la vital partida.
Me aferré a mi linterna como un gladiador a su espada, como si su rayo pudiera atravesar cualquier enemigo que se me acercase. Si alguien lo hubiera visto a unos pocos metros, tan sólo distinguiría dos candiles tenues y temblorosos, amenazados por una oscuridad envolvente, como una brisa que juguetea con una llama antes de hacerla desaparecer por completo.
Toda mi inquietud desapareció cuando, a unos veinte metros, el haz de luz enfocó rocas y algas, todo ello geografías extraordinarias…la sensación debió ser parecida a la de los tripulantes de la expedición de Colón al divisar Guanahani después de meses perdidos en alta mar. Y no, no era el reino de Hades, ya que un sinfín de formas de vida se desplegaban ante nuestros ojos.
En una pequeña grieta sorprendimos a unas diminutas gambas que nos miraban con ojos brillantes tremendamente aterrorizadas agrupadas como antiguos soldados de Roma. Más allá, un joven mero de figura altiva nos observaba como si debiéramos rendirle pleitesía y pagar tributos por pasar por su territorio.
De repente, un formidable pulpo se erigió de forma majestuosa y, una morena pintada de amarillo nos amenazó fieramente para defender su territorio como lo hiciera el rey Leónidas en la batalla de las Termopilas.
Un pez manta apareció al girar un cantil, reposaba en el fondo, medio cubierto por la arena, de aspecto extraño parecía sacado de la mitología Pensé que era el legendario Leviatán que aterrorizaba a los antiguos pescadores del mundo antiguo. Pero de monstruo marino más bien poco tenia, se dejo acariciar e incluso nos pareció que nuestra presencia le era grata, pero una vez satisfecha su curiosidad se desperezó sacudiéndose la arena partiendo hacía a la oscuridad. Y, cuando todo parecía concluido, nos sorprendió una visita inesperada; un pez de San Pedro nadaba ajeno a nosotros con la aleta dorsal alzada como las lanzas de la rendición de Breda del cuadro Velázquez.
Mientras realizábamos la parada de seguridad nos pusimos de acuerdo y apagamos las linternas para sentir más aún si cabía el poder de ese reino. Entonces sucedió un prodigioso fenómeno de la naturaleza, miles de partículas luminiscentes revoloteaban y nos envolvían embelesando nuestros sentidos haciéndonos olvidar que éramos humanos. La magia volvió a cobrar sentido en mi vida.
Erramos a la salida, derivados unos treinta metros y emergimos en medio de la oscuridad. Pero gracias a esto tuve una de las mejores sensaciones que recuerdo .Al no haber luces un manto de cielo estrellado apareció ante nosotros y en el pude observar el resplandor rojizo Antares.