miércoles, 11 de noviembre de 2009

83. LOS MARES DE CHINA.

I

Camilo siempre contaba historias en el bar de Manolo. A la hora que uno fuera, allí estaba Camilo narrando aquella vez en que casi perdió la vida mientras intentaba sacar a un compañero atrapado entre las llamas de un incendio en la guerra civil o los días que pasó en shock a causa del escorbuto mientras surcaba los mares de China. Contaba que, en aquella ocasión, estuvo varios días delirando y, en sus delirios, unos seres con cuerpo de agua se lo llevaban a los fondos para enseñarle los caminos de las corrientes, hasta donde se escondían los secretos más profundos del mar. En sus días de escorbuto, Camilo contaba que, desde China, los seres de agua le habían llevado hasta la entrada submarina de la isla de Kalúa, en el mar del Caribe y allí se había adentrado en las entrañas de una isla hueca, llena de pasadizos labrados en su interior.

Teniendo en cuenta el origen coralino de Kalúa, costaba imaginación creer que sus entrañas fueran huecas, como podía haberlo sido una isla de origen volcánico. Ángel se planteaba estas dudas mientras no perdía detalle de las historias de Camilo, historias a las que llegó a hacerse adicto. A veces se sorprendía esperando a que Manolo abriera el bar para sentarse a escuchar a Camilo que, sorprendentemente, siempre entraba antes que él, a pesar de que nunca lo vio llegar. El día que no podía ir al bar de Manolo a escuchar a Camilo, no conseguía conciliar el sueño, se pasaba la noche imaginando seres de agua que entraban a Kalúa desde la entrada submarina o quizás es que soñaba con ellos o quizás sólo eran pesadillas o quizás ilusiones de insomnio.

Desde que la gente del pueblo recordaba, Camilo había contado historias en el bar de Manolo. Con lo cual, opinaban todos, era imposible que a sus 55, quizás 60 años que debía tener, a pesar del blanco de sus cabellos y su cara envejecida por el sol, hubiera vivido todo cuanto narraba. Aun así, siempre hubo alguien escuchando a Camilo hablar de cuando una nevada dejó aislada la estación meteorológica canadiense donde trabajaba y tuvieron que subsistir con apenas unas latas de atún de Malasia y el agua que obtenían de fundir el hielo que les rodeaba; hasta que, después de 6 semanas, el rudo invierno apaciguó en Canadá y pudieron recibir los víveres que estaban esperando para afrontar el resto de la temporada.


Ángel nunca preguntaba, se quedaba absorto imaginándose entre las pieles que Camilo contaba que usaba para protegerse de aquellas heladas o petrificado ante la mandíbula de aquel enorme gran blanco de los días que estuvo buceando en las costas de Sudáfrica. Pero, en sus sueños, el gran blanco rodeado de pieles perdía los dientes en la guerra civil mientras los seres de agua guiaban sus pasos hasta la entrada de la isla de Kalúa, momento en que siempre despertaba, como despertaba Camilo en sus días de escorbuto en los mares de China y como despertó en aquella habitación de hospital, en el último sueño donde se le aparecieron los seres de agua, justo en el instante en el que por fin iban a adentrarse en las oscuridades de Kalúa e iban a revelarle el gran secreto de las corrientes, el que por fin liberaría los océanos del acoso del hombre.

Camilo contaba que dejó de comer fruta y verdura a ver si de nuevo conseguía que el escorbuto le llevara a las entrañas de Kalúa, porque Camilo pensaba que aquellos delirios eran el camino que tenían los seres de agua de llegar hasta él, porque necesitaban de su ayuda para hacer algo importante. Es más- aseguraba- me cuentan que durante aquellas semanas no salí de la cama del barco primero y del hospital después, pero yo se que estuve allí, yo se que ellos me llevaron porque, al despertar, siempre sentía el sabor salado de mis labios y el cansancio en las piernas del aleteo contracorriente de alguno de los caminos que iban desde los mares de China hasta la entrada de Kalúa, en el mar del Caribe.

II

“Un día de noviembre- me contaba Ángel- entré en el bar de Manolo como muchas otras veces, pedí una cerveza y un pincho de tortilla y me senté en la mesa de siempre con el periódico del día, dispuesto a fingir como cada día que lo leía, cuando por el contrario escuchaba sin perder detalle las historias de Camilo. Me había terminado el pincho y leído toda la editorial cuando levanté la cabeza y vi a Camilo mirando fijamente a la barra, sin decir palabra. Manolo estaba discutiendo con el repartidor sobre los costos del último pedido de barriles de cerveza y llevaba tantos años oyendo las historias de Camilo que no prestaba atención al silencio de este. Camilo se levantó, sacó del bolsillo de la chaqueta un par de euros y dejó el dinero sobre la barra, para pagar la copa de chinchón que pedía cada día y que en aquella ocasión no se había tomado. Entonces se acercó a la mesa donde yo estaba sentado y me dijo: “Ellos han vuelto y quieren que tú vayas” ¿Adonde? –pregunté. Abrió su mano y me enseño una pequeña alga que años después averigüé que se trataba de una especie endémica del caribe. Aún estaba húmeda, como si acabara de salir del mar. Se volvió y se fue, dejándome el periódico mojado y la mente totalmente nublada. A los dos días de no ver a Camilo en el bar, le pregunté a Manolo y me contó que alguien le había dicho que lo vieron salir muy temprano de su casa el día anterior y que, al preguntarle donde iba, respondió que no sabía pero que, por si no volvía, yo sabría donde encontrarle.“¿Pero donde vas?”- me gritó Manolo mientras yo salía apresurado del bar. “A Colombia” - le respondí yo.

Cogí mi equipo de buceo- continuaba narrándome Ángel- y me fui hasta el aeropuerto. A los dos días había conseguido llegar a Cartagena y buscaba un barco que me llevara a Kalúa. Tardé dos días más en encontrar a alguien que pudiera llevarme y, mientras me acercaba a la isla pude ver un barco con tres buceadores y al menos cinco tripulantes más. Se disponían a saltar al agua cuando, entre los buzos, creí distinguir el rojo y las estrellas de la bandera China que Camilo llevaba cosida al pecho del neopreno. Les grité, justo un instante antes de que saltaran al agua. Cuando llegamos a la discreta embarcación, de no más de diez metros de eslora, pude enterarme de que Camilo llevaba años trabajando con ellos para, según él, batir el record del mundo de profundidad en buceo. A pesar de que le habían asegurado que el fondo en aquella zona no estaba a más de 250 metros, él seguía afirmando que si, que lo sabía con certeza. Durante la hora siguiente fueron llegando a intervalos irregulares a la superficie las boyas con el “OK” de las profundidades establecidas. La última que vimos, fue la de 250 metros. Esperamos una hora más, dos, tres y entonces vimos asomar a la superficie a los dos buzos que horas antes vi saltar al agua con Camilo. Ellos habían bajado las botellas para amarrarlas en las paradas establecidas hasta los 150 metros de profundidad, donde Camilo debía haberse reunido con ellos hacía una hora. Habían aguantado quince minutos más de lo planificado esperando a Camilo, pero este no llegaba, se les agotaban las botellas y tuvieron que subir.


Durante varios días, se rastreó superficie y fondo en busca de alguna pista de Camilo. Durante meses, exploré los fondos de Isla Kalúa buscando algún vestigio de cueva o entrada sin éxito. Aquello era puro y macizo coral sin posibilidad alguna de pasadizo o escondrijo. Dejé Colombia dispuesto a continuar formándome acerca del buceo técnico con la intención de volver y me fui a vivir a Francia. Con el tiempo y las circunstancias, me hice instructor y ahora imparto clases de todas las especialidades del buceo técnico. No he olvidado a Camilo pero en mis sueños dejaron de aparecer los seres de agua y he descubierto la satisfacción de enseñar las maravillas del fondo a cuantos vienen a mi buscando algo distinto, algo más. He aprendido de las corrientes y, aunque sigo sin entenderlas, he conseguido que nos llevemos bien”


III

Han pasado diez años desde aquella aventura en Kalúa y hoy Ángel me cuenta todo aquello sentado en el bar de Manolo, a donde vuelve cada vez que está de vacaciones en el pueblo y donde se sienta a ojear el periódico mientras charlamos. Se queda absorto leyendo una noticia y, al increparle, me deja leer el periódico. La noticia trata de los resultados de un estudio de la flora y fauna marinas de todo el mundo que aseguran que, en los últimos diez años, el coral de las grandes barreras ha crecido de forma sorprendente permitiendo, con ello, que aumente considerablemente la vida en los fondos. El estudio aseguraba algo así como que las corrientes marinas alteradas por la contaminación, pruebas nucleares y demás experimentos humanos parecían haber vuelto al orden lógico de la naturaleza y con ello, el ecosistema marino había recobrado el equilibro, lo que suponía un respiro para el malogrado ecosistema mundial.

En la misma página, aparece un pequeño recorte que notifica que la UNESCO ha designado ocho nuevas reservas marinas entre las que se encuentra una pequeña isla colombiana llamada Kalúa que en los últimos años ha presentado un crecimiento de coral y un desarrollo de su flora y fauna marinas sin precedentes.


Apéndice

A varios miles de kilómetros, en ciudad de Panamá, en una cafetería, una chica lee en otro periódico la misma noticia, mientras oye las historias de un señor mayor con el pelo blanco y la cara tiznada por el sol. Él cuenta historias de heladas en Canadá y de nuevo empieza a hablar de los mares de China. Ella levanta la cabeza y le escucha mientras recuerda aquel día, hace diez años ya, en el que encontró en el canal aquella banderita roja con estrellas doradas que aún conserva cosida en el pecho de su primer neopreno.