miércoles, 14 de octubre de 2009

56. EL SUEÑO DE LA GRAN BARRERA

PREFACIO
Desde pequeño, cuando los ojos del niño empezaron a vislumbrar el paisaje que tenia frente a la ventana de su habitación, la inmensidad del mar lo había enamorado. La extensión de agua salada que tenía delante, no era técnicamente un océano. Los océanos según los geógrafos y geólogos eran más grandes, más abiertos, sin embargo al niño se la antojaba mucho más grande que cualquier océano del mundo.
La franja de agua azul cobalto que los ojos del pequeño empezaban a vislumbrar y a discernir, desde la orilla de arena de la playa, hasta el horizonte, era el mar Mediterráneo.

AUSTRALIA, JUNIO DE 2009.
El velocísimo catamarán se deslizaba sobre un mar de color marrón por la bahía de Cairns, en el Noreste de Australia. Dos buzos miraban la estela con cierto desconcierto.
- ¿No era el mar de Cairns, una parte de un océano de la franja tropical? – pensaban
Por su latitud y posición en el globo terráqueo le tocaba ser azul turquesa y más transparente que el mejor cristal de Venecia.
Después de muchos años uno de aquellos dos hombres vería cumplido uno de sus mayores anhelos, uno de los sueños que proveniente de la niñez, se había ido forjado a lo largo del tiempo.

Australia siempre había sido un país misterioso en su mente y en la mente de muchas personas. Un país de aventura, un país indómito, y pensaba que igual de indómitos serían sus habitantes.
No en vano los primeros que vivieron en el “outback” australiano - como los australianos le llaman al interior - fueron los nativos aborígenes, supervivientes durante siglos en un terreno hostil de monzones y sequías capaces de agotar al ser más duro del planeta.
Muchos siglos después vinieron los que colonizaron el país. Los primeros en llegar después del célebre capitán Cook, fueron los presos deportados por los ingleses en las orillas que hoy configuran la bahía y el puerto de Sídney. Gente indómita al igual que los aborígenes.
Mientras pensaba en Australia miró a su compañero.
Éste es unos años más joven, de cara sonriente y carácter siempre pragmático. Se dirigió a él en tono socarrón
- ¿El agua está muy turbia en esta bahía verdad?
- Sí, puede que sea por el fango procedente de los ríos, acumulado en los manglares y arrastrado por las corrientes.
- ¿Pero tú debes saberlo ya que eres oceanógrafo, no?- le dijo con retintín
- Si claro, pero nací en un mar interior, para saberlo con seguridad debería hacer un estudio que me llevaría meses. Tú que eres ingeniero también deberías de saber eso. -Contestó con una sonrisa-.
- ¿Meses? No es mala idea empezar uno de esos estudios ahora mismo. ¿Has visto el aspecto de las guías submarinas? La mayoría son guapas mujeres.
- Sí yo también me quedaría. Me encanta este país. Me encantan sus habitantes.
Eso había sido todo. Nunca habían buceado juntos, sin embargo antes de empezar a hacerlo ya eran “buddies” en cierto modo. Esto pasa a menudo, la afinidad fuera del agua también se reproduce dentro del agua, aunque después puede que los compañeros sean la pareja más extravagante del mundo.
La suya era una amistad muy especial, eran colegas profesionales que con el tiempo se habían convertido en dos amigos que siempre le estaban tomando el pelo al otro, siempre de buen humor.
“Buddy”- compañero o colega, o otros cien sinónimos- pensaba el oceanógrafo. Que palabra tan simple, y sin embargo, que palabra más importante para un buzo. Al haber estado entrenando con los buzos militares, adquiría para él un significado especial, aunque no menos especial para cualquier persona que viva con pasión el mundo del buceo y haya sido entrenado en cualquier escuela de buceo del mundo.
El compañero de buceo, el “buddy”, es aquella persona en la que confías tu vida cuando las cosas se tuercen, con la que te diviertes bajo el mar y con quien compartes las más increíbles experiencias que además, son distintas cada vez. Aunque bucees en grupo, quien siempre está a tu lado es el “buddy”
Los dos buzos eran bien distintos. El oceanógrafo, era moreno, de pelo liso y cara curtida, había buceado a intervalos irregulares, tanto por motivos profesionales como por motivos de diversión. El alto ingeniero tenía el pelo rizado como una escarola y el cutis fino como un bebé y había empezado a bucear recientemente, sin embargo estaba haciendo una carrera submarina digna de un pez, de la cual se mostraría orgulloso el más abnegado de los instructores de buceo al tenerle como alumno.
El joven buzo aprendía a toda velocidad y demostraba un interés y una pasión por el buceo fuera de lo normal.
Afuera de la bahía el mar abierto es azul, en el fondo el perfil de las montañas de Cairns se destacaba entre el cielo y las nubes. Los dos amigos estaban impresionados por la inmensidad de las cosas. El arrecife al que se dirigían se encuentra a unas treinta millas de Cairns.
Cuando el barco se paró y les llamaron para el “briefing” - resumen - echaron un vistazo por la borda. El barco estaba fondeado en la pared exterior de un atolón coralino de pequeñas dimensiones, el color del agua azul turquesa circunvalaba los corales que asomaban a la superficie, el color más claro de la laguna interior del atolón invitaba a bañarse inmediatamente.
Así es la gran barrera, dos mil trescientos kilómetros de longitud con una miríada de grandes estructuras; dos mil arrecifes individuales de tamaños, desde una hectárea hasta más de cien kilómetros cuadrados, trescientos cincuenta cayos y seiscientas islas continentales de playas de arena blanca sin fin, a veces separados unos de otros por unas pocas millas de mar azul.
Una estructura de arrecifes de coral que empezó a formarse al quedar porciones de terreno que hoy son las islas continentales, aisladas con la fusión de los polos hace aproximadamente diez mil años.
Es la casa de mil quinientas especies de peces y cuatrocientos tipos diferentes de coral.
Los dos buzos empezaron su primera inmersión, el resumen había sido muy completo con descripción exacta de los lugares de interés. Hubieran podido escoger un guía local, sin embargo un error de interpretación en el precio, que en realidad era muy barato, había decidido a los dos buzos a la inmersión libre.
La pared del arrecife era un espectáculo de luz y color, aunque la visibilidad no es excelente debido al reflujo del propio atolón, un sinfín de especies de coral desfilaba bajo los cuerpos ingrávidos de los buzos. Centenares de especies de peces de colores se movían en el entorno.
El tiburón apareció de pronto desde el arrecife hacia mar abierto, posiblemente alertado por la presencia de los dos submarinistas. Pasó rozando los cuerpos de los buzos y con un sinuoso y elegante movimiento se perdió en el azul.
Mirando a los ojos de su nuevo compañero de buceo, el oceanógrafo se percató rápidamente de que se iban a entender perfectamente bajo el agua. Su expresión era tranquila y relajada, incluso divertida.
El tiburón que se había deslizado a tan solo unos centímetros de sus cuerpos, estaba posiblemente cazando en la pared del arrecife y al asustarse salió como ¬pudo pasando en el pequeño espacio que los dos buzos dejaban entre ellos, sin embargo el ingeniero ni se había inmutado y eso era una excelente señal.
Los dos buzos avanzaban flanqueando la pared del arrecife entre las sombras que proyectaba el atolón, cuyos bordes se perdían progresiva y paulatinamente hasta el fondo de la plataforma continental donde se asienta la gran barrera de coral. La pared de gorgonias, corales, esponjas y alcionarios parecía no tener fin.
La mítica tridacna de labios carnosos y colores atractivos se dibujaba con frecuencia en los fondos de los arrecifes australianos, una de las mil maravillas submarinas que los buzos encontraban a su paso.
Una tortuga apareció de pronto detrás de uno de los recodos y se cruzó con los submarinistas que siguieron con interés su majestuoso vuelo submarino. Morenas, meros, nudibranquios, caracolas…. Entre los corales un universo sin final de grandes y pequeños peces multicolores, de pequeños y grandes moluscos, de equinodermos, erizos de mar, estrellas y crinoides, de todo tipo de organismos que hacen de este entorno un clímax ecológico.
La comunicación submarina empezó a funcionar entre los buzos. Como pasa con todos los submarinistas, se desarrolla un lenguaje con o sin sonidos, aparte del código de señales de buceo, para indicar una belleza, un peligro, o simplemente una comprobación del equipo o de la reserva de aire comprimido.
Un pequeño golpeteo en el hombro del oceanógrafo le advirtió que su compañero le decía algo. Señalando en su manómetro submarino la reserva de aire, le indicó que debían volver.
Mientras se encontraban colgando del cable durante la parada de seguridad, un pez Napoleón azul verdoso se acercó a los submarinistas. Era tan grande como una mesa familiar. Con la cortesía australiana se dejó acariciar el lomo. Los buzos supusieron que rondaba el catamarán junto a los demás bancos de grandes peces Murciélago y Carángidos visibles en el entorno, en busca de comida fácil.
Al atardecer los dos buzos entraron por uno de los canales de reflujo de otro atolón cercano. Nadando equipados con solo los trajes de protección de neopreno y las gafas, cruzaron velozmente toda la laguna longitudinalmente para volver otra vez a nado, por una similar ruta marina, hacia el barco de donde habían partido.
La luz del atardecer con el sol poniente sobre el horizonte se filtraba en las aguas poco profundas del atolón. Estas casi tres horas a nado, en aguas de apenas medio metro de profundidad, sobre un arrecife que estallaba en toda su ¬magnificencia, pasarían a ser en el recuerdo, uno de los mejores momentos de la singladura australiana.
Al subir a bordo una advertencia del jefe de inmersión que controlaba con sumo celo todas las entradas y salidas de los buzos desde la embarcación, les recordó que estaban fuera de hora. Se disculparon cortésmente, al no estar limitados por la duración de una reserva de aire en la espalda, no se habían dado cuenta de la duración de la excursión. El nadar tiene esto, total libertad sobre la superficie del arrecife.
Las tinieblas envolvían a los dos buzos al volver a tener los pies en remojo. Solo los haces de luz de las potentes linternas subacuáticas rompían con sus rayos submarinos el negro mar que les envolvía durante una noche sin luna.
A unos veinte metros de profundidad, sobre un lecho marino arenoso, flanqueados por una joven y musculosa Divemaster que dirigía la inmersión. Las servias tropicales gigantes giraban a su alrededor, atraídos por la luz, iban y venían a toda velocidad por el medio sin apenas más esfuerzo que el movimiento de su afilada cola en forma de luna. Los buzos, se dirigieron hacia la pared del atolón para contemplar la vida submarina durante la noche.
La corriente nocturna hacia más inquietante la inmersión, de noche el mar australiano es igual de indómito que el país que envuelve con su manto azul.
El día siguiente los buzos encontraron más tiburones y nuevos fondos espectaculares. Cada día en Australia es una nueva sorpresa.
A medida que avanzaban las inmersiones los buzos se sentían más y más cómodos tanto en el medio acuático, como en el barco donde pernoctaban, más grande que el primer catamarán que los había traído hasta allí. Y es que la hospitalidad de Australia es eso, sin llegar a tener la calidez latina, es correcta, profesional, adecuada, muy australiana.
Los buzos se habían separado. El joven ingeniero se había ido en avión hacia España un día antes. El oceanógrafo, volaba hacia Kioto para un asunto profesional antes de volver a casa.
Sobrevolando la costa australiana de Queensland, desde Sídney en dirección a Japón, la gran barrera empezó a desfilar debajo del fuselaje del avión. El oceanógrafo pensaba en la suerte que tienen aquellos que pueden realizar sus sueños.
Había realizado uno de sus mayores sueños, y había resultado ser distinto a como lo soñaba, sin embargo no por ello menos embriagador. Un sueño que se había forjado desde las imágenes de aquella ventana que daba sobre el mar mediterráneo y que aun recordaba como si fuera ayer.
¬Desde el colegio, donde en sus clases de estudio le habían explicado que la gran barrera era la única estructura viva que se veía desde la luna. Desde la facultad donde, desde una perspectiva profesional, estudiaban los arrecifes, su gran capacidad de construcción y su clímax en la biodiversidad de especies.
También pensaba en que pasaría por la cabeza de su compañero de buceo, había sido una visita corta pero intensa en inmersiones, quizás él también tenía esta ilusión desde pequeño.
El hombre pensaba que había buceado en distintos lugares del mundo, desde la costa del Yucatán hasta Cuba, también en lugares menos habituales como destino de buceo como el indo pacífico y las islas Seychelles, y por supuesto en el Mediterráneo. Había tenido la suerte de conocer a muchos otros buzos, snorkelers, nadadores marinos, y todos tenían algo en común. Un amor y una admiración por el mar, por cualquier mar del mundo.
Una idea se forjaba en su mente mientras los brazos de Morfeo le envolvían en aquel avión de una compañía low cost . Posiblemente haya muchos lugares de buceo impresionantes en el mundo, sin embargo la gran barrera australiana, es la gran barrera australiana. Un sueño desde la remota infancia que no le había decepcionado en absoluto.
El oceanógrafo se durmió con el deseo de que todos aquellos que aman el mar puedan algún día, aunque sea por un espacio breve, hacer una visita a una de las mayores maravillas vivientes del mundo; La gran barrera de Australia.