martes, 20 de octubre de 2009

61. ENTRE LOS CORALES

Rafael yace en una cama orientada hacia el suroeste, con su ventana mirando al mar. Desde allí tumbado apenas puede otear la inmensidad del Océano, pero solo con ver un resquicio se conforma, pues él mejor que nadie sabe los secretos que allí se esconden.
Hoy está esperando por su sobrina Nuria. Sabe que lo hora de su despedida está cercana y no quiere morir sin contar su secreto, y su sobrina es la única persona en el mundo que tiene suficiente imaginación para entenderlo.
Cuando el sol ya comienza a declinar Nuria llega a la habitación de Rafael y sin saber muy bien por qué, se siente sobrecogida. Tal vez se deba a la cercana presencia de la muerte, o simplemente a la sensación de soledad que percibe en la habitación. Al acercarse a saludar a su tío este le ruega que se siente a su lado y le escuche con atención.

- Mi querida muchacha – empezó a contar el viejo – hace tiempo que quería contar mi secreto, así que espero que puedas entenderme. Mi historia comienza hace más de sesenta años, cuando yo era un mozo joven y fuerte. Vivía en esta misma casa y contemplaba el mismo Océano desde mi ventana, y tal vez por eso siempre sentí que una parte de mi estaba allí. Por aquel entonces yo era un muchacho tan tímido que no me atrevía a hablar con nadie, y apenas tenía amigos. Desde muy niño pasaba todos mis momentos libres en el agua. Había aprendido a bucear y podía sumergirme en la inmensidad de este hermoso mar sin más ayuda que unas aletas y un tubo para respirar. En aquel entonces era lo que había. Lo que verdaderamente quiero contarte ocurrió una tarde de verano. Era un día soleado y decidí coger mi barca de pesca para bucear. Aún no sé como lo hice pero lo cierto es que me despisté un poco y fui a dar a una zona que no conocía. Allí las aguas eran aún más cristalinas y el sol brillaba más intensamente, así que anclé mi barca y empecé a bucear. Apenas llevaba unos minutos cuando sentí una presencia a mis espaldas. Pensé que sería algún pez extraño así que me giré despacio para no asustarlo, pero no vi ningún pez, si no una enorme cola de plateadas escamas desaparecer entre los corales. Intrigado empecé a perseguir a lo que fuere que había visto, pero no daba señales de vida. Tras una larga búsqueda, y cuando estaba ya a punto de desistir vi algo en una cueva que estaba oculta entre los corales y los pececillos de colores. Cuando me acerqué lo suficiente me quedé sin palabras. Nunca en mi vida había visto una cosa así, ni siquiera había soñado con una cosa así. Ante mis ojos tenía el más bello ejemplar de sirena que pudiera imaginar. Sus cabellos eran tan sedosos que no parecía que estuviesen mojados, y sus ojos brillaban tanto que apenas podía sostenerle la mirada. Su cola tenía el plateado más intenso que pueda describir, pero lo que más me impresionó fue que no parecía asustada. No huía de mí, simplemente me miraba, y de vez en cuando sonreía. Como ya llevaba demasiado tiempo en el agua tuve que salir a la superficie para poder respirar. Cuando por fin había recuperado el resuello volví a sumergirme, pero por más que busqué no pude encontrarla. Busqué y busqué hasta que la noche pintó el cielo de negro y las estrellas me guiaron de nuevo a casa. Los días siguientes volví a buscarla pero no era capaz de encontrarla. Ya casi había perdido la esperanza cuando, de nuevo por casualidad la vi. Estaba escondida detrás de unas anémonas y me miraba con curiosidad. Cuando ya no pude aguantar más y subí a respirar sentí con sorpresa que me seguía. Una vez en la superficie ella emergió de las aguas llenando todo mi mundo de gotitas plateadas. Para sorprenderme todavía más, me miró con sus brillantes ojos y me habló.
- Hola, me llamo Lira. ¿Por qué respiras con ese extraño objeto?
- Porque si no me ahogaría – dije perplejo - ¿Vives aquí tú sola?
- No, vivo con mis padres, mis seis hermanos, mis abuelos y mucha más familia, pero ellos jamás van al lugar donde te conocí. Nosotros vivimos en lugar que está mucho más profundo.
Ese día estuvimos hablando hasta que anocheció, y antes de irme le prometí a Lira que al día siguiente iría a verla. Cuando la mañana siguiente fui al lugar donde nos habíamos conocido percibí un destello de plata y supe que me estaba esperando. Poco a poco empezamos a conocernos, y un día nos dimos cuenta de que estábamos hechos el uno para el otro. El problema era que yo no aguantaba demasiado tiempo dentro del agua y ella tampoco podía estar mucho tiempo fuera así que nuestros encuentros eran todo el tiempo de arriba para abajo en la inmensidad del Océano. Al llegar el invierno la cosa se complicó más. En aquellos tiempos no había trajes de neopreno ni de ningún material que sirviera para protegerme un poco del frío, pero yo me sumergía igual para estar con ella. Aquello era amor, superar cualquier dificultad para estar con alguien. Los meses fueron pasando y después de los meses los años. Yo poco a poco había dejado de relacionarme con los demás, excepto en mis horas de trabajo o con mi familia muy directa. Todo mi tiempo libre lo dedicaba a estar con ella. Todos mis ahorros los invertía en modernos sistemas que me permitieran pasar más tiempo bajo el agua. A pesar de las inconveniencias que teníamos para vernos éramos intensamente felices. Pero Lira tenía un secreto que no había sido capaz de revelarme. Le había faltado valor. Yo me di cuenta el día que supe que no podría conocer a su familia porque era imposible para mi descender al lugar donde vivían. Decepcionado le pregunte si sus padres eran muy mayores, y ella, con un hilo de voz me dijo que no mucho, tenían trescientos años.
Completamente aturdido me di cuenta de que Lira era inmortal. Pero lo más duro para mí no era eso, lo más duro era que mientras yo me marchitaba cada día ella seguía resplandeciendo entre cristales de plata.
A medida que avanzaba el tiempo yo podía estar más tiempo con ella porque tenía botellas de un oxígeno nuevo, nitrox, y otros modernos artilugios que me ayudaban a estar con ella. Pero Lira y yo sabíamos que mi tiempo se acababa, dentro de nada yo no podría ir a su lado y ella no podía salir del agua para estar conmigo. Nuestros últimos instantes juntos fueron tan tristes que ni siquiera quiero recordarlos. Prefiero quedarme con lo bueno, con todos esos años que compartimos en la inmensidad del mar. Ella me juro que cada día, justo antes de la puesta de sol emergería de las aguas y daría un gran salto en el aire para que yo la viera. Esa visión borrosa que espero cada tarde es lo que me mantiene con vida, pero ahora que ya sabes mi secreto, y que el nombre de Lira no morirá conmigo siento que ya puedo irme. Estoy muy cansado pero lo peor de todo es que no puedo esperar que ella se reúna conmigo algún día porque sé que nunca morirá.
Cuando el anciano terminó de hablar tenía los ojos humedecidos por las lágrimas, y su sobrina apenas podía articular palabra pues estaba, sobrecogida por la emoción. En silencio miraron por la ventana, y allá a lo lejos vieron un surtido de reflejos plateados que poco a poco iba tomando forma de sirena. Agitó los brazos en el aire y súbitamente desapareció.