martes, 27 de octubre de 2009

73. EGIPTO AJETREADO

Había sido un día ajetreado, nada nuevo en el horizonte. La vida transcurría así, de una crisis a la siguiente, de una reunión de trabajo a otra, prácticamente sin tiempo para relajarse, si no fuera por las ocasionales vacaciones, que parecían siempre tan distantes una de la siguiente. Pero este fin de semana iba a ser muy diferente. Al menos por una vez, había conseguido mezclar negocio con placer.

Tenía que hacer una presentación de negocio en El Cairo, y había logrado que fuera un viernes, volando de vuelta el lunes a primera hora de la mañana para presentar los detalles de los acuerdos conseguidos, teniendo el fin de semana –que no le importaba sacrificar por la empresa- para preparar los resultados de la discusión primera a sus jefes, en una reunión organizada para por la tarde. Pero el sábado lo tendría para él. No lo había dicho, nadie en la empresa lo sabía, pero el día estaba ultimado con mayor detalle que lo que nadie podría preveer. Tenía que ser un día perfecto, su premio por encontrarse en la situación en la que le habían puesto, sin alternativa, sin posibilidad de rechazarlo. Como le dejaron claro, si quería seguir en su puesto, había ciertas obligaciones de las que no se podía huir, que no eran delegables. Ahora había llegado el momento.

Así pues, el viernes tomó el vuelo a El Cairo, en el avión no perdió tiempo, sino que ultimó al mínimo detalle la presentación, intentando asegurarse de que consiguiera negocio para su empresa, que la inversión que estaban haciendo supusiera no solamentebuenos dividendos, sino con un poco de suerte una puerta abierta para que él volviera de cuando en cuando. Camino de la reunión, en un taxi, miraba por la ventana la triste imagen de la gran ciudad, casas de ladrillo sin terminar, bloque tras bloque, paredes tristes, sin vida, en una urbe que representa a un país que vive de un glorioso pasado, pero en cuyo presente solamente puede ver un infinito vacío, melancolía, … Controles que pasar, policías en las calles, todos pareciendo vivir estáticos, como si más que vida, fuera la muerte la que vivieran. Dejando pasar el tiempo bajo el radiante sol, a pesar de ser final de octubre. Indudablemente demasiado bochorno para moverse. Bastaba estar sentado a la sombra, viendo pasar a los que no tenían más remedio que moverse de sus tiestos. Los controles no servían de nada, lo sabía, la corrupción llegaba a todas las esquinas. Ya había visitado Egipto con anterioridad, lo había visto con sus propios ojos. Era el país de la propina, del dinero pasando de mano en mano, y todos envueltos.

La reunión fue más larga y dura de lo que esperaba, pero salió contento del resultado. Había logrado su objetivo principal, había creado como quien no quería la cosa, una ruta de comercio entre su compañía y una empresa local. Llamó por teléfono a su oficina para dejar un mensaje en el contestador, para que supieran a que hora había terminado. Y ahora, a las dos de la mañana, tomó otro taxi con un destino mucho más lejano, Dahab, donde esperaba encontrarse con alquien más por la mañana. El trayecto lo haría durmiendo en el vehículo. El podía dormir en cualquier parte, incluso de pié. Estaría fresco y listo para disfrutar del día. Su tiempo libre, en teoría de papeleo, nadie lo notaría, solamente su agradecida alma. Al fin y al cabo, desde que le plantearon la posibilidad de venir, solamente tuvo una idea en mente, visitar esta playa de aguas cristalinas, de la que había oído hablar en numerosas ocasiones, pero que por motivos de trabajo nunca había podido visitar antes. Su vida transcurría aburridamente, en una trabajo demasiado demandante, con poco tiempo de esparcimiento, que habitualmente incluía cuando podía, sesiones de buceo e inmersión en una mina al aire libre, ahora cubierta de agua, donde un pequeño club de buceo se había formado. Poco había que ver, pero no importaba.

Ahora, esta mañana se iba a culminar un sueño frustrado, el bucear en aguas cálidas donde el coral y la vida marina abundaban. Hoy no se trataba de paredes y papeles. Hoy iba a haber por fin color a su vista. Tras 365 kilómetros, tras años soñando, el trabajo quedaba finalmente a un lado, y él disfrutaba de un día, bien merecido, de esparcimiento. El había dado al taxista las instruciones precisas, tal y como le habían indicado por internet antes de su salida. No se pudo quejar, a su llegada, vio la furgoneta del club que contactó, y un grupo de personas preparándose. Un poco de discusión, de papeleo que ultimar, de carnet y copias de correos electrónicos que presentar y estaba listo para el ataque. En su maleta estaba parte de su equipo, aletas, botas y máscara, mas el resto lo tenía apalabrado. Bajo la sombrilla, como todos, se cambió, se presentó a quien iba a ser su compañero, hicieron el chequeo reglamentario, tal y como lo exigen los manuales, no conociendose el uno al otro, yendo por el chaleco compensador, los pesos, el aire, … pero lo más importante fue en parte ponerse de acuerdo en las señales a usar bajo el agua y tal vez la planificación de la inmersión, que realmente iba a ser un tour guiado.

Tan pronto bajo el agua, respiró tranquilo, se relajó, estaba en otro mundo, prácticamente incomunicado de todos menos de su grupo. Pero lo mejor vino pronto, el coral lo tenía ante sus ojos, en todo su espelndor, y por si no fuera suficiente, junto a él su diversidad de peces de distintos colores y tamaños. Nunca antes había estado en mar abierto buceando, nunca había encontrado el tiempo, a pesar de llevar un año buceando de forma intermitente, siempre lo había hecho en el mismo lugar, en lo que llamaban amigablemente una palangana de agua sucia, por su escasa visibilidad y porque la única vida que había visto en ella, aparte de sus compañeros, había sido algún gusanillo o pececillo gris y menudo. Esto era completamtente diferente, era encontrarse dentro de una pescera, donde todos sus inquilinos eran libres de deambular donde quisieran, donde no había cristales, no había barreras. Era un paraíso de vida y de color. Le costaba seguir el ritmo de los demás, quería permanecer en su pequeño rincón, como el pez payaso en su anémona. No quería aventurarse más allá, había encontrado el lugar ideal donde vivir, donde relajarse. Sin embargo siguió. No tenía más remedio. Sin embargo, esa sensación de perfección le quedó grabada en la mente, un pensamiento en el que podría siempre volver por calma.

Fuera del agua, discutiendo sobre la experiencia, sobre el peligro que el cambio climático acarreaba, sobre el daño de las pescas ilegales a pesar de ser zonas protegidas, no pudo sino comparar la situación con la que había visto sobre las arenas del desierto. La grandeza y el colorido de la antigua civilización, que tras miles de años aún atrae turistas de todo el mundo, con la sociedad actual, con la miseria del ladrillo que había visto en El Cairo. Igualmente estaba pasando con el coral, resultado de miles de años de evolución, ahora en todo su esplendor, con toda su riqueza de vida y de color, pero no por ello tan delicado que el hombre simplemente buceando a sus alrededores puede causar irreparable daño si no anda con cuidado. ¿Era allí donde iba a acabar todo el maravilloso y colorido arrecife, en una simple piedra gris, muerta y sin encanto? ¿Será capaz algún día el hombre de aprender de su pasado o seguirá tropezando en las mismas piedras hasta que acabe consigo mismo? A veces uno se lamenta de pertenecer a una especie a la que se le responsabiliza de tanto mal, de tanta destrucción, de tanta misease. Si de alguna manera el hombre pudiera aprender de la historia…