miércoles, 14 de octubre de 2009

57. SELVA DE NIGERIA.

27 de Agosto de 2007, 6:45 a.m. SELVA DE NIGERIA:

La pequeña Nonfumaneko Mako temblaba debido a los efectos de la Malaria. Afuera de la tienda de barro y ramas, la tormenta estaba amainando, hacia cuatro días que llovía sin interrupción.

La ligera mejoría del tiempo no aliviaba en nada el sufrimiento y los temblores de la niña. La Quinina, única medicina que hubiera podido mitigar su enfermedad, se hallaba a poca distancia, sin embargo para ella era como si estuviera a miles de kilómetros ya que no existía ninguna posibilidad de llegar hasta ella.

La escena se repetía en mucha tiendas de la pequeña aldea abandonada de Rikseko, junto al río Níger. Las contiendas alimentadas por la codicia sobre el control del petróleo hacían que muchas zonas rurales de Nigeria estuvieran bajo control de facciones de guerrillas. Los guerrilleros no tenían ninguna consideración con los habitantes que estaban expuestos a la hambruna, las enfermedades y la imposibilidad de llegada de ayuda exterior de ningún tipo.

Las guerrillas secuestraban a los jóvenes para enrolarlos en sus filas, saciaban sus mezquindades sexuales con la mujeres jóvenes y saqueaban las pocas riquezas y propiedades de los lugareños, aumentando aun más la desolación de aquel lugar, ya empobrecido a los largo de siglos de problemas.

No eran raras las violaciones ni las vejaciones entre la población femenina que sobrevivía como podía, bajo los abusos de las facciones en guerra. Los milicianos se sucedían unos a otros en una secuencia de pesadilla para los aldeanos, demasiado viejos o demasiado jóvenes y enfermos para rebelarse.

La pequeña Nonfumaneko contaba solamente con 16 años de edad Entre sueños alimentados por el brote de fiebre de su enfermedad, soñaba con poder ir a un país civilizado, más allá del desierto y el mar.

Nonfumaneko no lo sabía pero si no conseguía superar su brote febril, su salud se iba a deteriorar de forma irreversible y quizás sería la última vez, el hambre, las vejaciones y su debilidad estaban empujando su cuerpo a límite.

Afuera, un miliciano de piel blanca protegido por un sombrero de ala ancha comprado en una tienda de Nairobi miraba el cielo. Las nubes grises se dispersaban a velocidad constante, dejando penetrar los rayos de sol. Un rifle automático Kalachnikov AK-47 colgaba de su hombro. Su expresión de maldad era equiparable a la de los veinticinco milicianos que llevaban siete días saqueando en el pueblo y aun se iban a quedar por espacio se otra semana.

Nonfumaneko empezaba a padecer alucinaciones, sus temblores iban en aumento y su ya debilitado cuerpo entraba en una situación sin retorno que la llevaría a la muerte. Nonfumaneko había oído hablar de la organización médicos sin fronteras y deseaba que un dia pudiera evitar a los jóvenes y niños de su aldea el destino que ella estaba sufriendo, sin embargo los médicos estaban muy lejos de allí.

Nonfumaneko no lo sabia, pero su destino iba a cambiar.

Durante años la misma persona poderosa que había ayudado a financiar las operaciones del grupo de médicos sin fronteras que ella tanto admiraba, que era inmensamente rico, y que había asistido personalmente a las desgracias de tantas y tantas regiones de África desde Kenya y Zambia, a Chad y Nigeria, había decidido que además de donar generosamente una parte muy importante de su fortuna para investigación y medicamentos a Médicos sin fronteras y otras ONG, había otra forma de ayudarles.

No iba a utilizar siempre “la segunda formula”, como sus asesores llamaban a las operaciones que englobaban aquella idea, solamente era para casos extremos, sin embargo la aldea de Nonfumaneko se merecía la segunda formula y seguramente mucho más. Solo unos pocos conocían que existía aquel tipo de cosas y solo unos pocos decidían cuando se aplicaba la segunda formula.

La ex-soldado de buzos comandos del ejército Colombiano Ortega se desabrochaba el cuello de su uniforme de combate, mientras miraba hacia la persona que iba a dirigir la operación. A sus cuarenta y dos años, el ex-comando del Centro de Buceo de la Armada Española, el CBA, necesitaba gafas.

Miraba el plano de un poblado de África con cara de concentración, confiada y divertida, asesorado por una mujer castaña de pelo rizado que también llevaba gafas. La chica era unos años más joven que él y reía con los comentarios que emanaban del ex-buceador de combate. Entre los dos repasaban que los detalles del plan estuvieran en su punto una y otra vez.

La chica no provenía de ninguna organización militar si no de una agencia de Inteligencia. Se había destacado por sus altos conocimientos de África y por haber realizado más de quinientas misiones de reconocimiento por los países africanos por cuenta de la Agencia para la que había trabajado durante años.

Era de mediana estatura, con un cuerpo fuerte y una agilidad notoria, desarrollada por la práctica de su deporte preferido durante años, que había hecho que tuviera unos brazos y piernas torneados. Llevaba el pelo rizado recogido en una cola, los rizos se movían graciosamente en ondulaciones cuando ella movía la cabeza para asentir a las preguntas del buzo o negaba con una encantadora sonrisa. Tenía los ojos castaños, de mirada cálida y expresión risueña. El conjunto de su personalidad y simpatía junto con el magnifico parecer físico hacia que muchos hombres se interesaran por ella, sin embargo ella estaba totalmente entregada a su misión y no hacia caso de los escarceos amorosos de los miembros del sexo opuesto.

A su alrededor una actividad febril se llevaba a cabo. Diversas unidades se ocupaban se repasar su equipo y sus armas en silencio. Era asombroso que un grupo tan numeroso hiciera tan poco ruido en aquel claro rodeado de lo más intenso de la selva Nigeriana. Los hombres y mujeres, entrenados en diversos ejércitos y en variadas unidades provenían de todas partes del mundo.

Ex-soldados, ex-comandos y sobretodo ex-buceadores de combate de diversos ejércitos, analistas y agentes de campo de inteligencia, solo tenían dos cosas en común. Todos provenían de unidades de élite, contaban al menos dos años de experiencia y entrenamiento especial, y todos habían sido cuidadosamente seleccionados por su sensibilidad hacia los problemas del tercer mundo y su probada bondad como personas. Ese segundo punto era particularmente importante. Su motivación para el tipo de misiones que les serian encomendadas estaba de este modo asegurado. Eran realmente los buenos.

La media de edad rondaba los treinta años. Solo los mandos hacían aumentar esa media. El grupo era una extraña mezcla de experiencia, preparación física y inteligencia que se encontraba solo en esa curiosa organización. Sin embargo era mucho más notoria su compacidad. Habían sido escogidos por su afinidad y su amistad y después de los seis meses de entrenamiento especial que la corporación les obligaba a realizar antes de integrarlos en las filas de su ejército privado, se harían inseparables.

Existían en la corporación además de este, siete grupos idénticos que operaban en otras zonas del mundo.

Un segundo Jefe, otro ex-CBA, dos años más joven, iba de grupo en grupo chequeando el nivel en que se encontraban los preparativos. En pocos minutos llegarían los helicópteros para aerotransportarlos y todo debía estar en su lugar cuando llegaran.

La ex-comando Ortega, de veinticuatro años, gozaba de una excelente preparación y forma física, aunque fuera una terrible y efectiva maquina de matar en determinadas circunstancias, no por ello era menos coqueta y miraba con curiosidad como le sentaba el ajustado traje de neopreno a Lucia, su compañera de unidad, que acaba de enfundárselo como un si fuera un guante. Se rió al ver que resaltaba sus formas. Sin embargo se apresuraron a colocarse el resto del equipo ya que ellas, con su grupo, serian las primeros en entrar y las últimas en salir.

Ortega media un metro setenta y cuatro centímetros, sus espaldas eran anchas y sus caderas fuertes, como les eran exigidos a los miembros de un comando. Tenía el pelo y los ojos oscuros y los dientes muy blancos, era descendiente de los indios de la selva colombiana. Su mirada era intensa, aguileña, y su nariz curvada hacia abajo aun contribuía más a esa expresión. Cuando miraba intensamente algunos hombres sentían miedo e incomodidad, y otros muchos, que no lo sentían, dejaban de mirar sus atractivas formas cuando ella intensificaba su mirada, lo que hacia que ella se riera internamente.

Podía decirse que era guapa y cuando no vestía uniforme de combate, gastaba una buena parte de su sueldo en su cuidado personal. Debajo de su traje de buzo podían adivinarse sus generosos pechos que volvían locos a sus compañeros de unidad en el ejército colombiano.

Incluso en combate se pintaba los labios, arreglaba las pestañas y ponía sombra de ojos y colorete en sus pómulos. Nadie diría que con tanta coquetería, Ortega fuera capaz de eliminar a la mayoría de sus rivales masculinos, con la misma rapidez con que chascaba los dedos cuando contaba un chiste, uno de sus pasatiempos preferidos.

Lucia era muy distinta, rubia con ojos azules y nariz respingona, un año mayor que su compañera, llevaba el pelo corto cortado un poco por encima de los hombros. De mirada franca y sonrisa atractiva era mucho más bajita que su compañera, más rechoncha y menos huesuda, sin embargo no por ello menos fuerte. Lucia había sido entrenada por el CBA y se contaba como uno de sus mejores buzos, los arreglos personales, aunque eran importantes para ella, no le quitaban el sueño.

Entre sus hazañas personales se contaban apneas a gran profundidad y más de 100 saltos HALO (hihg altitude low opening) en paracaídas. Era experta en manejo de armas de repetición y había ganado diversos concursos de tiro tanto militares como civiles.

El ex CBA, y la mujer castaña se estaban acercando. Él también se enfundó un traje negro de neopreno. No era el tipo de mando que dejaba que sus hombres fueran solos al combate, sin embargo procuraba utilizar sus avezadas inteligencia y experiencia en lugar de sus músculos, para ello ya estaban Ortega y los demás, mucho más jóvenes que él.

Metió sus gafas en una funda y se las entregó a la mujer de pelo rizado, quien les deseó suerte y se retiró hacia el centro del claro, el rumor sordo de los rotores de los helicópteros dotados de silenciadores especiales se oía entre los árboles.

El buzo repasó el estado de su equipo y el de su unidad y preguntó con un gesto de cabeza si estaban preparados, en silencio asintieron, con los años habían desarrollado un lenguaje a base de signos que les permitía moverse en silencio. Se puso las gafas de buzo alrededor del cuello y señalándose los ojos (indicaba vigilancia) dirigió después el dedo en un ademán hacia el río. Allí entraron en lanchas neumáticas de neopreno dos unidades de seis buzos de combate. Ortega y Lucia se hallaban entre ellos y eran las únicas chicas.

Los buzos arrancaron sus motores provistos de silenciadores y por el borde del río se dirigieron hacia el sur, hacia la aldea cuyo plano y fotos aéreas habían estado analizando pocos minutos antes.

El río estaba tranquilo en lo que a corriente se refería, sin embargo la visibilidad sería escasa debido a la gran cantidad de sedimento que transportaba después de las lluvias, por lo tanto deberían orientarse debajo del agua con la ayuda de compases sumergibles en la última fase del ataque.

Su misión era desarticular por sorpresa a la guardia armada y a sus jefes antes de que irrumpieran los helicópteros con el resto del grupo de comandos. El buzo y su ayudante, la mujer castaña de inteligencia, habían llegado a la conclusión de que los milicianos no dudarían en disparan sobre los aldeanos si eran atacados. Por lo tanto la operación debía de ser todo lo quirúrgica posible y debería desarrollarse a la máxima velocidad.

Si la sorpresa era total, y podían neutralizar a los guardias y a sus jefes, en silencio, todo seria más fácil. Privados de jefes que pudieran dar órdenes y pillados por sorpresa, cuando llegaran los helicópteros con los comandos, el resto serian neutralizados antes de que pudieran reaccionar. Todo seguía un plan minuciosamente trazado y realizado en simulacros con fuego real al menos una docena de veces en una de sus bases secretas en Canadá y en la selva colombiana.

En la choza contigua de la de Nonfumaneko, una muchacha nigeriana que acababa de ser salvajemente violada se dirigía hacia el río con la intención de lavarse, se sentía sucia y había aprovechado un momento en que el hombre que estaba abusando de ella, aturdido por la gran cantidad de alcohol ingerido, había soltado su presa.

La muchacha solo tenía diecisiete años, y se tapaba con un brazo cruzado sobre su torso. Avanzaba sollozando entre la vegetación hacia el río. El guardia del sombrero miraba el cuerpo completamente desnudo que se escurría entre la maleza.

El violador borracho, un hombre negro, despertó con furia al ver que su victima había escapado y desenfundando su pistola Makarov salió de la choza, inmediatamente apuntó su arma hacia la joven que se internaba en el bosque, sin embargo onubilado por el alcohol no podía apuntar bien a la cabeza rizada de la joven africana, decidió entonces seguirla y matarla cuando estuviera más cerca.

Trastabillando se acerco al borde del río, donde la descubrió acuclillada intentando lavar su dolorido cuerpo. Con una sonrisa sardónica se acerco por detrás y descargó con violencia su pistola contra la cara de la joven. Un corte rojo de sangre se dibujo inmediatamente sobre el bello rostro de la joven africana, al tiempo que el golpe, la derribaba de costado.

Sin ninguna defensa se arrebujo como pudo esperando la descarga mortal del arma de su asesino tal y como venia sucediendo todos los días. Ella había visto apretar el gatillo al mismo hombre; que había disparado a su mejor amiga sin ninguna piedad. Su último pensamiento seria para ella. Esperó la descarga en un gesto de rebelde desafío deseando que algún dia alguien hiciera lo mismo o algo peor a su torturador.

27 de Agosto de 2007, CALGARY. ALBERTA. CANADÁ.

Sentado en la planta 22 de un edificio de 42 pisos el magnate esperaba noticias de la evolución de las operaciones en África. Estaba nervioso aun a sabiendas de que todo había sido minuciosamente preparado. A pesar de que era un intocable por sus incomparables relaciones con todos los gobiernos del mundo civilizado y de la bondad moral de sus operaciones, no por ello sabia a ciencia cierta que eran menos ilegales.

El ejercito fantasma que había creado servia a causas que ellos consideraban justas, sin embargo no por ello eran legítimas sus operaciones. Era un grupo operativo de mercenarios pagado fabulosamente para aliviar las penas de seres afligidos a los que otros imponían por la fuerza su voluntad.

El ejército no llevaba ninguna bandera ni servia a ningún país y solo se amparaba en su invisibilidad y en su capacidad para golpear y desaparecer. Sin embargo siempre existía el riesgo de bajas, no hay guerra sin bajas, por preparados que estén los soldados; o bien de que la operación fracasara y cayeran prisioneros, aunque preparados para ello, bajo tortura podrían llegar a revelar cuanto sabían.

Debido a ello el magnate se había tejido una cortina de pagos y operaciones a través de su compleja red empresarial, aprovechando sus inversiones por todo el mundo para que no se le pudiera relacionar con los grupos de combate que había creado. La mayoría de las armas se había comprado bajo mano a traficantes de poca notoriedad y provenían tanto de Rusia como de América del Sur.

Los mandos tenían un solo contacto al que nunca habían visto físicamente y toda comunicación se realizaba encryptada a 128 Kbits por Internet y e-mail. Era verdaderamente complicado seguir el entramado de sus operaciones y además no afectaban a aquellos países que poseían en teoría la tecnología necesaria para poder seguirle.

Se consoló pensando que al fin y al cabo a quien iba a preocupar otra escaramuza más en la selva perdida de un país donde había centenares de escaramuzas y matanzas a diario. Suponiendo que alguien se preguntara que había pasado lo atribuiría a otra facción guerrillera rival que se había tomado su venganza.

Miró hacia la ciudad y sus colinas y pensó en cuan injusto era el mundo, mientras su mente divagaba la luna iluminó las montañas rocosas a lo lejos bañándolas en claridad, en una imagen magnífica. Pensó en sus hijos dormidos, al pie de esas montañas, en una mansión de mil quinientos metros cuadrados, rodeados de todas las comodidades y también pensó en los niños de África hacinados en una choza y sometidos a crueldades inimaginables, y sintió en lo más profundo de su ser que lo que hacia estaba bien.

7 de Agosto de 2007, 7:55 a.m. RIO NIGER

El agua estaba lo suficiente turbia para ocultarles, sin embargo también lo suficiente limpia para revelar lo que ocurría más allá de la superficie. Camuflada perfectamente entre las algas del fondo por su traje de combate submarino, sin despedir una sola burbuja gracias a su sistema ARA de aire cerrado. Merced al reflejo de la superficie, Ortega no se había perdido ningún detalle de lo que ocurría en la orilla a pocos metros de ella.

Haciendo esfuerzos por contener su rabia y concentrarse, desenfundo su cuchillo de combate de hoja superior aserrada. El filo tenía 25 centímetros de largo, sin embargo no refulgía en la oscuridad del río porque estaba tratado con un sistema que daba opacidad al acero. Ortega sentía que sus músculos estaban a punto de reventar, en su interior la indignación que bullía, se tornaba en energía, que la transformaba en un felino furioso.

Comprendiendo lo que se avecinaba por la tensión de su buddy de combate, tendida bajo el agua a su lado, la comando Lucia estiro la cuidada uña de su dedo sobre el protector del gatillo de su rifle de asalto Heckcler, si algo salía mal ella cuidaría de Ortega.

El hombre negro empezó a propinar patadas a la muchacha africana que se retorcía de dolor mientras apuntaba su arma para matarla. Alcoholizado se tomó unos segundos para recuperar el resuello antes de apretar el gatillo.

Dos segundos era todo lo que Ortega necesitaba.

Con la rapidez de una pantera negra, una furia femenina envuelta en algas de camuflaje salió como disparada por un resorte gigante, desde detrás de las dos figuras. A pesar del chapoteo ninguno de los dos se percató de lo que sucedía hasta que fue demasiado tarde. La hoja del inmenso cuchillo de combate hendió al aire en un movimiento circular ensayado miles de veces, impulsado por un fibrado brazo femenino.

El cuchillo penetró entre dos vértebras, gracias al golpe dado con precisión, atravesó la garganta del hombre de lado a lado. Incrédulo el hombre intento gritar, pero ni eso podía, el cuchillo había cercenado sus cuerdas bucales. Cayó de bruces en la orilla mientras Ortega retiraba el arma de su cuello y lo miraba fijamente con expresión furiosa.

Instantes más tarde, ante la sorpresa absoluta de la mujer africana otros cuatro espectros con la misma indumentaria, salieron del agua y se dirigieron sin prestarle atención a toda velocidad hacia el poblado. Lucia que también había salido del agua se quedo para proteger a su buddy y ayudar a la muchacha agredida aunque solo fuera por unos instantes, después deberían seguir con la misión.

Sin que la africana lo viera otros seis buzos habían salido del agua en otro lugar estratégico del meandro que rodeaba el pueblo.

El miliciano con el sombrero de ala ancha no se había percatado de lo que sucedía en el río, seguía mirando las tristes escenas que se reproducían por todo el poblado confiado en su poder para poder conducir las cosas hacia adonde ellos deseaban, Aquella arrogancia que se extendía a otros cuatro hombres de guardia repartidos por la aldea, iba a costarles muy cara.

A poca distancia de él entre la maleza un buzo de combate apunto su arma. El pequeño Bret and Koch, el mejor rifle de asalto que se haya diseñado jamás, provisto de un gran silenciador solo realizó dos disparos desde delante; dos pequeñas y sordas detonaciones, dos veloces balas que taladraron su cuerpo partiendo en dos su corazón y perforaron su pulmón. El hombre cayó hacia delante y cuando llegó al suelo ya estaba muerto.

Episodios similares de estaban repitiendo simultaneamente por todo el poblado hasta que los cinco hombres que estaban de guardia fueron fríamente aniquilados, sin ruido, sin remordimientos. Después los comandos, empezaron a adoptar posiciones previamente establecidas para esperar la reacción de los demás.

Mientras los buzos seguían con su cometido, dos helicópteros Sea King se inclinaron en un giro cerrado, siguiendo el curso del meandro del río a más de doscientos kilómetros por hora. Parecían dos enormes libélulas inmensas azules, efectuando sus movimientos sinuosos y totalmente sincronizados sobre las aguas impulsados por su única pala radial que batía el aire con violencia.

La aparición de las dos naves sobre el poblado hizo que los restantes milicianos reaccionaran. Sin organización intentaron repeler el ataque.

La mayoría de ellos estaba durmiendo en una choza que se habían habilitado para ellos, y salieron a la desesperada por puertas y ventanas al despertarse y ver el primer helicóptero estacionario sobre el centro del poblado. Los buzos estratégicamente situados no tuvieron ningún problema para aniquilarlos. Doce hombres murieron por sus disparos a las puertas de aquella choza.

El segundo helicóptero que había aterrizado en la afueras del poblado, había descargado sus unidades de combate que persiguieron al resto de supervivientes de la milicia hasta que ninguno de ellos escapó de la matanza, parecía como si un dios vengador hubiera decidido poner un fin absoluto a sus fechorías. Exceptuando el hombre acuchillado en el río que tuvo una lenta agonía, todos murieron limpia y rápidamente sin sufrimientos, todo lo contrario que sus victimas.

Del bando del ejército fantasma solo hubo una baja. Un comando había sido alcanzado en la cabeza al saltar del helicóptero justo por debajo del caso de kevlar y había muerto inmediatamente. Sus compañeros no pudieron hacer nada por socorrerlo.

Para cuando un tercer helicóptero aterrizó en el centro del poblado, los comandos habían recogido todos los cadáveres y se habían retirado del pueblo. Nada, exceptuando impactos de balas perdidas, indicaba que hubiera habido un duro combate en aquellos aledaños hacia tan solo unos minutos.

La mujer rizada de la cola desembarcó del helicóptero con un sequito de médicos y auxiliares cargados con equipo medico y medicinas y empezaron a atender a los enfermos de las chozas con una velocidad y habilidad asombrosas. Los sorprendidos y agradecidos habitantes, la mayoría mujeres, niños y ancianos, aceptaron la comida y los cuidados sin rechistar, aun sumidos en la conmoción de los hechos sucedidos en su poblado en los últimos días.

Ortega y Lucia que habían intervenido en el combate junto a los demás después de dejar lo mejor apertrechada posible a la chica del río, volvieron sobre sus pasos, y la recogieron para que recibiera ayuda al igual que los demás, la chica, de nombre Mejiro, había dejado de llorar. Lucia hablaba un poco su lengua y la consolaba. Mejiro estaba muy impresionada por sus dos nuevas amigas y deseaba secretamente poder parecerse a ellas y sobretodo poder actuar como ellas.

Una gran cantidad de Quinina, sueros y vitaminas hicieron que la agonizante Nonfumaneko se recuperara en tan solo dos días. Desde los bordes de la jungla varios pares de ojos en caras pintadas con pintura de camuflaje habían estado observando con interés como los médicos y auxiliares trabajaban sin cesar para recuperar a los enfermos. Si una nueva guerrilla hubiera intentado entrar en el pueblo habrían corrido la misma suerte que sus antecesores.

Al cuarto dia un gran VSTOL aterrizo en un campo cercano habilitado por los comandos y despegó llevándose al ejército fantasma, el equipo médico y la mujer castaña de la cola de pelo rizado. Entre ellos estaba la delgada Nonfumaneko. La africana había expresado su deseo y su sueño se vería cumplido, podría efectuar los estudios de enfermería de sus sueños en un país extranjero, becada secretamente por alguien que seguía sentado en su edificio de cuarenta y dos pisos pensando, que salvar temporalmente a aquellas personas había costado la vida a uno de sus soldados mercenarios. La familia del difunto no debía preocuparse de nada, todo había sido dispuesto para que la corporación corriera con todos los gastos de educación y manutención hasta la mayoría de edad de los hijos cuando existían.

Nejiro por su parte, cuyos padres y hermanos habían sido aniquilados por la guerrilla local, había explicado su deseo de hacer un trabajo idéntico al de sus dos nuevas amigas y se iba a Canadá. Primero cuidaría sus heridas y se recuperaría psicológicamente de sus vejaciones ayudada por expertos.

Para cuando su destrozado amor propio empezara a recuperarse, comenzaría un entrenamiento de seis meses que la llevaría a convertirse en un felino de combate como las dos mujeres que eran sus nuevas amigas. Nejiro volvería a África pero esta vez en condiciones de hacer algo positivo por sus semejantes. Durante su entrenamiento cumpliría los dieciocho, después si lo deseaba también podría estudiar, la fortuna de la corporación era inagotable en estos casos.