viernes, 30 de octubre de 2009

80. EMILIANO

A Emiliano le gustaba ver la vida pasar. Emiliano se pasaba la vida sentado. Eran pocos los que no lo conocían. De aspecto tranquilo y bonachón, siempre jovial y sonriente, este viejo no tan viejo, de vocación temprana aventurero empedernido, se ganaba la vida soñándose a sí mismo y viviendo a los demás. Para unos era un mentiroso piadoso aunque inofensivo, un loco. Para otros un visionario, un sanador del alma e incluso un profeta. Pero él no era más que un contador de historias. Era un contador de la verdad cambiada. Era un historiador, pero creativo. Decían los más viejos que una vez se adentró solo en el mar, desnudo, sin más ayuda aparente que la de un martillo.
A pulmón buceó hasta lo más oscuro que sus diminutos ojos azules pudieron ver, e hipnotizado por algo que no tenía descripción, se dejó llevar arrastrado por una corrientilla hasta una puerta de piedra. Lo que adentro aconteciera fue un misterio durante mucho tiempo, pero unas horas más tarde, Emiliano fue encontrado paralizado a la orilla del mar, recostado de lado y con sonrisa perpetua. Con rasguños y ensangrentado fue trasladado a la unidad de emergencias más cercana. Nunca volvió a caminar. Veinte años después de aquel acontecimiento, que cambiaría su vida para siempre, la vida seguía empeñada en mantenerlo postrado en su trono móvil, como él lo llamaba, en su silla de ruedas que nunca iba a ninguna parte. Fumador de pipa insaciable pero tranquilo, Emiliano continuó sus viajes ahí sentado, en su trono de rey, contra la fachada delantera de su palacio blanco con la que a veces se confundía pálido, mimetizado, tan camuflado que nadie podia saber si estaba fuera o dentro. Y en su trono se convirtió en el rey de las mil vidas, y en su reino las vivió para siempre.
Emiliano tenía una hija que ya hacía algún tiempo que era una mujer, Blanca. Éste era su nombre porque al nacer su madre decía que tenía el olor de su flor favorita, la rosa del mismo color del nombre. Pero Blanca era negra. Aunque de cara diáfana, casi transparente, tan clara y liviana que en los dias de más luz podías ver a través de ella. Emiliano la encontró algunos años atrás envuelta en una manta con una cadena al cuello que llevaba su nombre. Nunca había visto un bebé tan diminuto, casi como una oliva grande. Del tamaño de una mano la niña lo cautivó, él sucumbió al embrujo y ya siempre fue su hija Blanca, la rosa negra. La niña de sus ojos, la niña de los ojos de oliva.
Fue en un viaje a un país remoto cuando todo esto ocurrió. Emiliano se fue en busca de aventura, y en el primer dia de expedición, con el corazón sobresaltado por la excitación, todo terminó antes de lo esperado. Al salir de la habitacioncilla donde se alojaba, más que una habitación parecía un ataúd, dio un tropezón para evitar pisar un pequeño bulto y cayó al suelo. Cuando se incorporó desenvolvió el paquete de tela blanco que le hizo caer y descubrió a la niña rosa. A la rosa negra. A Blanca, de olor a rosa. Fue un parto sin dolor y su aventura más breve, pero la más hermosa. Decían las malas lenguas que tuvo más hijos, tantos que podía organizar dos ejércitos en guerra. Hijos de todos los colores, decían, de todas las edades y sexos. Pero Emiliano se reía cuando oía estas habladurías imposibles ya que nunca pudo concebir de manera alguna, si bien es cierto que sus dotes de conquistador hacían que las mujeres cayeran embelesadas a su paso con solo oir su voz. Y caían todas, casadas y solteras, divorciadas y viudas, jóvenes y maduras, todas. Decía la leyenda que se desmayaban después del acto y que a su marcha nunca experienciarían nada semejante por más que vivieran mil años, y algunas los vivieron. Y así Emiliano se convirtió en el amante eterno y deseado, en una leyenda del amor. Él las quiso a todas pero no les dio hijos, su descendencia fue breve y diminuta, Blanca, su unica hija. Sangre de otra sangre pero alma de su alma. El ser al que más quiso y por el que lo entregó todo. El ser por quien cambió su vida y el que hizo que esta cambiara para siempre,
Fue en una tarde gris y fría, ventosa pero serena, poco después de su paternidad estrenada, cuando Emiliano salió de su hogar tan rápido como una bala. Como un rayo y sin decir nada a nadie, se arrastró solito al mar, se quitó la ropa y se fue en busca de alimento para su hija. Sin poder amamantarla como era debido, no pudo más que buscar otro medio de sustento, un sustituyente de la leche que el no podía producir. El por qué adentrarse en el mar para alimentar a su hija nadie lo sabía, pero dia y noche, desde que se convirtiera en padre, se adentraría en él para buscar alimento. Fue en esa tarde gris, cuando menos lo esperaba, el momento en que todo giró a su alrededor y se convirtió en un semiser de patas de acero. Fue aquí cuando empezó a vivir la vida a la mitad, a crearla como un puzzle en el que cada pieza encaja ficticiamente. La tragedia sobrepasó los límites de todo cuanto aconteciera con anterioridad en el pueblo. Nadie, ni siquiera los más viejos o crédulos, podía creer que el hombre con más vidas vividas se quedara casi sin vivir, ahí postrado. Desde pequeño se necesitaban cien hombres para mantenerlo quieto. Era benerado aquel que lo hacía comer del tirón o cortarse el pelo sin revolverse. Su madre pasaba grandes apuros para meterle en la cama, e incluso durmiendo las palabras se escapaban de su boca incontroladas y sus sueños deambulaban por su cuarto sin permiso, molestando y despertando a todo bicho viviente y durmiente en el hogar.
Como un torbellino era el primero en todo. Era una bola de energía que nunca paraba. Buen estudiante aunque con prisa, acabó sus estudios temprano con el fin de poder disfrutar de la vida a su antojo. Aprendió en la universidad de la vida y se convirtió en maestro de todos, enseñando su sabiduría aprendida en múltiples viajes. Todos le admiraban. Y es por esto que su accidente fuera visto como un duelo. La gente le visitaba para mostrar sus condolencias por la muerte de sus piernas. Algunos le escribían mostrando señal extrema de dolor. Las mujeres del pueblo, vestidas de negro, le dejaban flores como muestra de afecto y así hasta que todo cobrara normalidad y todo ser vivo, incluído él, que fue el primero, se acostumbró a ver al terremoto calmado, al sonámbulo dormido.
Y el contador se creó de nuevo. Emiliano decidió después de lo misteriosamente acontecido en el mar, que nunca mas volvería a partir. Si bien su nueva condición no era un impedimento, decidió vivir su futuro lentamente, quieto y calmado, in situ. No en vano había vivido tantas vidas que podía morirse un millón de veces y volver a emerger de las cenizas con algo nuevo. Y en estas condiciones crió a su hija, inyectándole pequeñas dosis de experiencias pasadas suavizándolas con las más calmadas del presente. Blanca se convirtió así en la persona más coherente y la que más había vivido sin vivir, también en la más culta del lugar. Enseñada por su padre aprendió todo, a usar la onda para matar gigantes, a buscar tesoros, a tocar el harpa..., tanto que a veces padecía de dolores de cabeza incalmables porque sus conocimientos luchaban los unos con los otros para dominar su cerebro, situación que terminó cuando las letras y las humanidades vencieron y ganaron su lugar como únicos ocupantes de su intelecto. También se convirtió en la mujer más bella de cuantas había a su alrededor, envidiada por todas y pretendida por todos, aunque para consuelo de muchas, y alentada por Emiliano, abandonó el pueblo pronto para encontrarse con las experiencias vividas por su padre.
Tras la marcha de ésta el viejo, que vivió rápidamente, empezó a morir poco a poco y dulcemente, lentamente. Pero no moriría solo. Cada día le visitaban viejos amigos para disfrutar de él, para despedirse. Éste les invitaba a hacerle compañía y ellos mismos se preparaban sus meriendas o almuerzos mientras charlaban sobre la vida e instaban a Emiliano a contarles algunas de sus aventuras, que escuchaban embelesados. Éste dudaba unos momentos antes de escoger la historia apropiada para la ocasión, como aquella que le contó a Raimundo sobre un hombre al que conoció en Alemania que tenía el cerebro gigante de tanto usarlo. O aquella otra que contó a su compadre Manuel sobre el biólogo que amaba tanto a los animales que no se conformaba con admirar las especies ya existentes, sino que también creó las más inusuales para su propio deleite. Y de este modo otras nuevas como las jirafas acebradas o los leones de pluma blanca entraron a formar parte del mundo animal. Siempre había un relato digno de mención con el que saciar el hambre de aventura de sus amigos y vecinos. Y Emiliano contaba las historias con tanto esmero y entusiasmo, con tanta entrega y devoción, que acababa con un suspiro, agotado, extenuado, incapaz de articular palabra, feliz por revivir. Y así transcurriría su vida, recreándola y recontándola continuamente, diferente cada día, cada historia diferente. Hasta que un día cualquiera lo encontraron mudo, cien años más viejo, retorcido en su trono de rey y rebajado a condición de príncipe.
Fue su amigo Esteban, su hermano postizo, su colega más querido. Incapaz de extraer una palabra de la boca de Emiliano, preocupado hasta la muerte por la inelocuencia de su casi hermano y dolido por el siglo ms viejo en el que parecia estar sumergido, salió a llamar a Blanca. Blanca se encontraba en un país remoto de tierra roja y gente de su mismo color. Andaba asentada allí ya hacía tiempo, imitando las costumbres prehistóricas del lugar y camuflandose entre la gente por completo. Sudorienta atendió la llamada de su tío quien le explicó lo sucedido tan breve y claramente como le fue posible. Blanca se apresuró tanto en volver que antes de colgar Esteban el teléfono ya se oía a la chica llegar, arrojando el bolso a su paso y envistiendo todo lo que hubiera por delante. Temblorosa y nerviosa, se arrimó al trono en el que poco a poco iba desapareciendo su padre mientras pensaba lo afortunada que habia sido por haber llegado a tiempo. Y Emiliano la sintió ahí a su lado. La sintió y débilmente recuper la voz, aunque no pudo esbozar sonido alguno. Con sonrisa breve y ojos que hablaban por sí solos extendió su brazo con dificultad, a lo que su hija, la princesa negra, respondió con la carica más tierna. Ambas manos así arropaban otra más pequeña, la de su padre, que temblaba helada entre las de su hija. Y en este momento Emiliano se empezaba a ir no sin intentar hablar con esfuerzo baldío.
Blanca lloraba desconsoladamente, y apretando las manos de su padre con fuerza , pensaba en cómo la vida se lo arrebataba tan pronto. Pensaba en lo afortunada que fue de ser la única persona a la que Emiliano se había entregado por completo, hasta el extremo de sacrificar su vida por ella. Porque la historia más grande que vivió Emiliano, la más breve pero sin duda mas intensa, fue aquella en la que al adentrarse en el mar para alimentar a su hija , un día cualquiera, tuvo que tomar la decisión más importante de su existencia.
Se encontraba en los bajos fondos buscando la base del sustento de la alimentación de su hija, una perla de leche que al apretarla proporcionaba sufieciente alimento para un día, cuando un animal marino, una especie de perro lanudo con cola de reptil, le reveló que ya no podría seguir buceando en busca de la piedra porque él mismo la necesitaba para sobrevivir. Emiliano dijo que debia seguir bajando al fondo del mar ya que de no hacerlo su hija no crecería, e incluso podría ocurrir lo más temido, moriría. Apenado y sobrecogido por los esfuerzos de un padre por salvar a su hija, el perro lanudo suspiró mientras trataba de buscar una solución. Y enseguida se le ocurrió que Emiliano podría llevarse el último ejemplar de la perla de leche aunque con una condición, la de entregarle sus piernas, la movilidad de éstas, para asi poder emerger a la superficie y sobrevivir por otros medios. Emiliano, extasiado de felicidad y aliviado hasta la eternidad, no dudó un momento en aceptar el trato, excavó el último molusco de la faz de la tierra e inmediatamente fue trasladado a la superficie por el animal miste-rioso. Cuando lo encontraron pocas horas despues esbozaba la sonrisa màs feliz y sosegada de su existencia.
Y fue así como Blanca vio morir a su padre, a su rey de trono móvil, a su historiador incansable. Lo vio disolverse como la espuma. Haciéndose pequeño, poco a poco, Emiliano se iba encogiendo, Su piel se oscurecíó y arrugó, su rostro y extremidades terminaron por confundirse y acabó así el fin de sus días, pequeño y diminuto, del tamaño de una oliva, brillante y de color azabache, entre las manos de su hija, de su princesa, de su rosa negra.