martes, 20 de octubre de 2009

60. NARCOSIS DE NITRÓGENO

Corazón mío, que procedes de mi madre,
¡que tu testimonio no me sea adverso y no te enfrentes conmigo en el tribunal divino,
que nuestro nombre sea bello y suene bien a quien lo oiga y que agrade al juez!
(Anónimo Egipcio)


Aquí todo parece sonar y verse un poco diferente, las sensaciones son nuevas.

La ingravidez hizo que me imaginara como una astronauta nadando libremente y sin esfuerzo, en todas direcciones.

Bajo el agua, las distancias no son fáciles de medir; es como si viéramos a través de una lupa.

Podía ver peces de colores brillantes, tocarlos con la punta de los dedos. Ellos no rehuían mi contacto y hasta parecían acercarse a propósito para que lo hiciera.

No sólo los peces eran bellísimos; también los corales que crecían de formas y matices desconocidos para mí hasta ese momento. Eran asombrosos. Los había rojos, blancos y grises. Otros, semiesféricos, yacían sobre la arena blanca como pequeños sombreros amarillos.

La luz del sol, filtrada por el agua, iluminaba el paisaje submarino dotándolo de un aura fantástica.

Los sonidos bajo el mar me sorprendieron. Eran de múltiples tonos. Algunos profundos y graves, como ecos lejanos, otros agudos e intermitentes. Era imposible determinar la procedencia exacta de cada uno, excepto el de aquel que producían las burbujas desprendidas de mi regulador. El agua tibia contribuía a magnificar la sensación placentera, reminiscencia, quizás, de la vida antes de la vida. Recorrí ese paisaje increíble, nadando muy despacio, observándolo, disfrutando de un modo nunca antes experimentado.

Controlé el profundímetro, había alcanzado el límite de lo planificado; pero, cegada por la euforia, me sumergí más, decidida a prolongar el paseo. Comencé a sentir dolor en las articulaciones.

Las algas se mecían apacibles al vaivén de la corriente permitiendo ver, por momentos, muchos pequeños seres marinos pululando entre ellas y las ramas de coral.

Quedaban pocos minutos para iniciar el ascenso; no obstante, me acerqué aún más al fondo para observar un extraño escarabajo. De color turquesa intenso y gran tamaño, lo encontré muy parecido a los venerados por los egipcios(*). Se movía lentamente en dirección a una grieta y no pude evitar seguirlo. ¿Escondería algún regalo divino para mí?

¡Punzante dolor!. Una afilada rama de coral que sobresalía por encima de las demás y cuya distancia no había calculado bien, me produjo una herida superficial en el muslo derecho. Una nubecita roja comenzó a fluir en forma constante. No le di importancia y seguí nadando hacia la grieta. Mientras tanto, algunos peces más grandes parecieron interesarse en acompañarme...

Al atravesar la grieta en pos del escarabajo, comencé a sentir dolor en los brazos y en las piernas, pero, absorta ante tanta belleza, apenas le di importancia.

No sé porqué, a veces mi paseo se ve interrumpido por el recuerdo de una lejana conversación entre dos hombres desconocidos que hablan de una mujer desaparecida.


Yo sigo nadando. Aún persigo el escarabajo.


(*)”Escarabajo Egipcio”: El que lo portaba en vida tenía la protección contra el mal, visible o invisible y recibía vida, poder y fuerza diariamente, y el que lo portaba en la muerte, es decir de acuerdo con los ritos funerarios, tenía la posibilidad de resucitar y obtener la vida eterna. Así mismo se empezó a emplear el escarabeo-corazón como un amuleto que se colocaba en la momia, el cual era el que evitaba que durante la ceremonia del pesaje del corazón éste declarara contra su dueño. En la parte de abajo llevaban grabada una fórmula místico-religiosa tomada del libro de los muertos. (Un ejemplo de este tipo de texto, el epígrafe) - Instituto de estudios del antiguo Egipto – Félix Valdéz Corral.