martes, 29 de diciembre de 2009

110. ESCUALO

La corriente templada se desplaza a una velocidad lenta que permite al gran tiburón oceánico planear sin esfuerzo durante cientos de millas. Desde su hábitat pelágico va acercándose a las aguas someras por las que en algunas épocas le gusta viajar. Puede conseguir capturas de fortuna o encontrar una gran sombra de la que caen constantemente objetos de lo más diverso, algunos le atraen por su desconocido aroma o por qué le alimentan con un mínimo esfuerzo; pero sólo sigue a las sombras durante el tiempo necesario hasta encontrar otra corriente que a su instinto le parezca más prometedora.
En la soledad del inmenso océano su cerebro procesa miles de señales que sus sensores le remiten incansablemente; para cualquier otro ser, ese hábitat sería similar a como estar en el espacio. Pero para el escualo es su mundo; está lleno de claves y matices que sólo él y sus semejantes pueden apreciar.
Al cabo de meses de solitaria singladura comienza a notar como la temperatura del agua se incrementa al acercarse a la costa. La masa de agua templada se desplaza hacia el fondo a la vez que las ondas de la superficie aumentan su frecuencia. Su instinto le indica unos parámetros que le son familiares, no le hace falta nada más para saber con precisión donde se encuentra.
El Longimanus ha localizado un denso cardumen de túnidos en su rumbo; esto le permite capturar un par de presas que pese a su velocidad y a la protección del grupo caen en sus fauces en dos fulgurantes ataques desde la superficie. Estas son siempre bien recibidas por su estomago insaciable. Continua incansable su avance ayudado por sus magníficas aletas pectorales que le dotan de una gran capacidad de planeo y el vital ahorro de energía. Los peces piloto que le acompañan parecen orbitar entorno a su cabeza, sus rayas claro oscuras contrastan con el gris bronce de su lomo y el blanco característico de la panza y del extremo de sus aletas. Los rayos solares que atraviesan las olas en la superficie le dan una imagen majestuosa que unida a su elegancia natural, le convierten en un príncipe del pelágico.
Las heréticas vibraciones de la superficie, atraviesan el mar detrás de las gigantescas sombras que ahora abundan; desprenden olores y sonidos decadentes que desestabilizaban el perfecto equilibrio de su medio natural por el que se desplaza itinerante.
En la distancia y, siempre cerca de la costa, nota pequeños cambios de presión unidos a ondas electromagnéticas de baja intensidad; su curiosidad innata le hace alterar su rumbo y profundidad para acercarse. Le domina un repentino interés por unos seres que ahora ve, estos flotan con mucho esfuerzo y mantienen un precario equilibrio en la densidad de su mundo, si pudiera sonreír lo haría. Cada uno emite sonoras burbujas metálicas a presiones variables según la profundidad en la que se encuentre. Luces repentinas e inoportunas iluminan el arrecife, dándole un aspecto que no reconoce. Observa que a diferencia de sus presas, esos seres mantienen una línea caótica e inexplicable, parecen ir en parejas hasta que una de ellas se destaca de las demás dirigiéndose directamente hacia él. Ese movimiento le sorprende porqué nada en el mar jamás, se dirige hacia él. Salvo las medusas, pero estas no cuentan.
De pronto ve como se acerca una de ellas y aprecia con sorpresa que adopta una extravagante postura vertical, mientras emite más luces cegadoras en rápida sucesión. Estas le hacen perder momentáneamente la visión. El olor irreconocible no le inquieta, sólo las explosiones lumínicas que acompañadas de descargas electromagnéticas lastiman violentamente su sensible cerebro.
Gira y pone agua de por medio, alejándose del extraño ser eléctrico que le agrede con dos enérgicos movimientos de su aleta caudal. Buscando refugio en el fondo del mar y su benigna oscuridad.
Ese escualo nació en aguas cálidas y tranquilas; surgió el primero del útero de su madre y esto le dio su primera ventaja natural. Le permitió huir de ella, que es en muchos casos su primer depredador; alguno de sus hermanos no tuvieron la misma suerte; seguro que no. En aquel momento comenzó su incansable y solitario camino. Sin pausa, ni tregua, siempre adelante. Guiado por un instinto forjado en los océanos durante millones de años de continua evolución.
En su larga vida nunca había tenido un encuentro con aquellos seres, aquello fue tan extraño como el espectáculo que se encontró horas después. Cientos de sabrosos pedazos de alimento cuelgan de líneas a la deriva que parten de la luz, forman una barrera de aromas que su instinto reconoce. Decenas de sus semejantes orbitan alrededor de ellas, algunos se deciden a probarlos y quedan súbitamente atrapados. No entiende esa actitud pues sin movimiento continuo, no hay vida. Su curiosidad otra vez le fuerza a mantenerse en esa extraña zona donde sus semejantes van uno a uno perdiendo la horizontalidad. Sus desesperadas sacudidas y efluvios cargan la zona de un inquietante ambiente marino. Ante ese espectáculo decide mantenerse a distancia durante el resto de la noche.
Al incidir los primeros rayos de luz sobre las ondas de la superficie las grandes sombras con sus vibraciones y pestilente aroma, se acercan. Algo le retiene sin embargo, al percibir las sacudidas encolerizadas de cientos de semejantes cuando ascienden hacia la superficie, en agonía. Al lateral de las sombras un espectáculo hasta ahora desconocido, comienza.
Sus semejantes desaparecen en la sombra después de un combate iracundo contra una fuerza invisible. El monstruo los devora uno a uno de manera implacable.
El Longimanus observa como al rato desde la luz descienden los que parecen sus hermanos, pero sin las aletas que han sido cercenadas por las fauces de una bestia implacable. Dejan regueros de sangre mientras giran sobre si mismos en una desconcertante espiral; duelo y agonía. El mar es ahora una cortina de cuerpos mutilados que descienden a través del horizonte azul.
El resto de sus semejantes aprovechan la situación devorando a las piezas que le son despachadas desde las sombras, la masacre se completa entre violentas dentelladas. Todo formaría parte del círculo de la vida, sino notara su instinto que el equilibrio del océano ha sido quebrado, algo lo ha cambiado todo, pues cada vez hay menos presas y muchos menos a quien considerar semejantes.
El escualo, todavía príncipe, se retira trastornado hacia la todavía resistente muralla de la profundidad y absoluta oscuridad. La luz en la superficie alimenta unos seres de los que hay protegerse.