jueves, 31 de diciembre de 2009

126. A 30 METROS

30 metros. ¡30 metros! ¿Cómo había dejado que mi compañero me convenciera de hacer el curso avanzado? 18 metros de profundidad bastaban y sobraban para realizar las inmersiones que tenía en mente. Bueno, a decir verdad La Torre siempre me había causado curiosidad, y se encuentra a 33 metros.

Narcosis, descompresión… las palabras de advertencia que había leído en el libro de texto la noche anterior eran lo único que pasaban por mi cabeza. Un sinfin de cosas podían ir mal allí abajo. ¿Y si me perdía del resto?,¿O si se me acababa el oxígeno sin que me diera cuenta? ¡No tendría tiempo de hacer la parada de emergencia! ¿Y si me arrancaban la máscara de una patada? Aunque ya había tenido que quitarme la máscara varias veces bajo el agua y volvérmela a colocar las perspectivas de tener que hacerlo a 30 metros de profundidad me aterrorizaban, siempre lo había hecho relativamente cerca de la superficie.


El barco se detiene indicando que hemos llegado a la Isla de los Puercos. Mi compañero Jaime comienza a colocarse el equipo rápidamente, sus ojos brillan de excitación. A mi me tiemblan las piernas.

Después de que nuestro instructor, Sergio, nos hiciera una breve descripción del terreno y lo que haríamos en la inmersión estábamos listos. Una idea se cruzó por mi cabeza:¿Y si me quedaba en el barco y no hacía la inmersión?
Imposible, deseché la idea rápidamente. Si no hacía la inmersión todo lo que había logrado y vivido en los últimos días se perdería. Además, no podía fallarle a mi compañero.
3,2,1 cierro los ojos y me dejo caer de espaldas por la borda. El agua empapa en unos segundos mi traje y siento el shock del cambio de temperatura. Emerjo del agua. ¿Ok? me pregunta Sergio por señas. Ok le contesto, y se sumerge.

Los tres concordamos y comenzamos a desinflar nuestros chalecos al mismo tiempo. Aunque el agua está a veintidós grados, advierto que mi mano tiembla mientras se sumerge. Dejo que mi cuerpo descienda lentamente mientras disfruto del paisaje. Al principio, como todas las veces anteriores, se me hace difícil respirar de esta forma tan antinatural, pero pronto me acostumbro y el miedo y la ansiedad se disipan. Observo los colores del paraje que se acerca poco a poco a través de la nitidez del agua y percibo que un banco de peces pasa bajo mis pies. Llego al fondo y miro la aguja de profundidad, ocho metros. Faltan veintidós. El miedo me invade otra vez, no consigo imaginar el descender casi tres veces más la misma distancia.

La visibilidad en la inmersión es bastante buena, unos diez metros. Seguimos a Sergio quien bucea cerca del suelo que va en declive. Vuelvo a mirar la aguja, diez metros. Es entonces cuando lo veo, un caballo de mar enorme, de unos diez centímetros. Nos acercamos pero se aleja asustado. Más adelante veo otro, y otro, vemos cangrejos, pulpos, estrellas, cada uno tan espectacular como el anterior. Pasados unos minutos Sergio se detiene y nos pide que nos arrodillemos en el suelo. Los tres flotamos extrañamente en el agua. Sergio saca una tablita y un rotulador negro. El día anterior en clase, nos había comentado que para asegurarse de que no sufríamos de narcosis nos haría escribir nuestros nombres en la dicha tablita una vez que llegásemos a 30 metros. Observo con sorpresa el indicador de profundidad que ya marca 30.8 metros.

Involuntariamente le doy dos ligeros golpes, pienso que debe de estar roto ya que es imposible de que ya estemos a treinta metros. Lo que me habían parecido escasos minutos habían sido en realidad unos quince minutos, exactamente la mitad de nuestra inmersión. Había estado tan absorta con el paisaje que no me había percatado. Miro hacia la superficie y por primera vez me doy cuenta de lo lejos que está. Escribo mi nombre con orgullo en la tablita, se que no será mi última inmersión de 30 metros.