miércoles, 23 de diciembre de 2009

102. OLOR, SABOR Y COLOR DE RECUERDOS INOLVIDABLES.

El coadjutor de la parroquia de los Santos Mártires, iba todos los domingos a decir misa a una aldea situada a varios kilómetros de Málaga; esta aldea marinera se llama Benajarafe; el sólo nombre de la aldea sabe a dátiles y huele a camello.

Las juventudes de algunas parroquias de Málaga íbamos allí de vez en cuando a representar obritas de teatro, y a bailar bailes regionales, y así recaudar fondos para construir una iglesia, pues en esta aldea no había.

En una cuadra con forma de patio, con un fuerte olor a pienso, vacas y zotal, que era, permítanme la metáfora, “tela marinera para los sentidos”, se improvisaba el escenario. Aquella tarde, antes de empezar el festival, en una mesa con un bonito paño blanco, bordado con motivos litúrgicos y vegetales, que colocaba una vecina, se celebró como siempre la misa en la playa.

Encima de la mesa encendieron dos velas. Una a cada lado, cuyas llama debido a la brisa destelleaban un color rojo azulado. A mano izquierda la Biblia, y en el centro el cáliz y la patena, dónde se simboliza o transfigura el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor.

Allí nos juntamos los que habíamos ido de Málaga y los vecinos de todos los cortijos de alrededor. Mientras se hacían los preparativos, las gaviotas volaban y graznaban alborotadas, seguro que inquietas de ver a tanta gente. No muy lejos había una barca (como aquella de Manuel Benítez Carrasco, de la que decía que con sólo nombrarla olía a marismo la boca y sabía a sal la palabra. Un grupo de submarinistas buceaban bajo ésta, contemplando maravillado las plantas y los peces multicolores que habitan en el arrecife y la formación “marcial” con la que se desplazan las langostas, y las figuras geométricas que dibujan en el agua los bancos de peces cuando van de un lado para otro.

Antes del comienzo de la misa, los buceadores salieron del mar, y dejando el equipo de submarinismo junto a unas rocas cercanas, se unieron a nosotros.

En mitad de la liturgia, que en aquella época se decía en latín, cuando el sacerdote levantó la Sagrada Forma y dijo:

ECCE AGNUS DEI QUI TOLLIT PECCATA MUNDI
(Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo)

Se hizo un silencio impresionante. Las olas del mar que al romper en la orilla chocando contra la arena, daban reiterativos golpes y las revoltosas gaviotas enmudecieron de pronto, los rayos del sol que ya estaban casi escondidos detrás de la cima de los montes, iluminaron la escena con un resplandor inusual. Se intensificó el aroma de los jazmines, de la albahaca y del azahar, que es la flor de los naranjos que embellece el paseo. Todos estos fenómenos de la naturaleza aparentemente irreales, junto con el inconfundible azul del cielo de Málaga impregnado de perfumes orientales, como dijo el poeta, y su original olor a marismo, creó una simbiosis que parecía que se iba a abrir el cielo y la potente y majestuosa voz de Dios iba a sonar diciendo:

“Este es mi Hijo muy amado en quien tengo mi complacencia”.

Años después, al pasar por la carretera, pude ver con emoción en la antigua aldea de Benajarafe, la altiva torre de una iglesia de estilo mudéjar, o de ladrillos cara vista, como le llaman ahora.