miércoles, 30 de diciembre de 2009

115. TERRITORIO LONGIMANUS

Cuando un miedo es irracional la única solución para combatirlo es enfrentarse a él y nosotros hemos decidido superar el miedo más profundo que conoce la humanidad, el temor a ser devorado. Esta es nuestra experiencia….

LOS PREPARATIVOS
Junio de 2009. Mientras organizábamos nuestro viaje al Mar Rojo, una triste noticia saltó a los medios de comunicación: una buceadora francesa había sido atacada por un tiburón Longimanus y había fallecido debido a las fatales heridas recibidas. Después de lo sucedido nos cuestionamos de manera razonable la seguridad de sumergirnos con ellos, no en vano el principal objetivo de nuestro viaje era filmar a estos carcarinidos. Así que con el fin de resolver nuestras dudas contactamos con nuestro amigo Sesbastien Salingue, autor del libro “100 belles plongées en mer Rouge”, al que habíamos conocido en anteriores cruceros realizados en esta zona del planeta. Nos respondió con información sobre el accidente y nos comentó que se había producido mientras los submarinistas hacían snorkel en el arrecife de St. Johns, en ruta sur, y junto al email nos adjuntaba una foto del accidente donde se podía ver a una buceadora inconsciente mientras la trasladaban al barco. En su pierna derecha se encontraba una gran herida con forma de semicírculo que identificaba al causante del ataque.
Sabíamos que estos escualos eran los causantes de numerosos ataques a los supervivientes de tragedias aéreas y marítimas, en especial durante la segunda guerra mundial, pero no teníamos constancia de ataques mortales a buceadores. Aún así, estábamos dispuestos a continuar con nuestro viaje y resolver algunas de las dudas que nos asaltaban, que se podían resumir básicamente en una pregunta que rondaba por nuestras cabezas: ¿Estaremos en peligro cuando intentemos filmar a los tiburones?

DOS MESES MÁS TARDE…
Sebantien nos recoge en Hurgadha para comenzar nuestro viaje. Después de embarcar ponemos rumbo a los cercanos arrecifes de Gotta Abu Ramada, aquí haremos nuestras inmersiones de adaptación antes de sumergirnos en las profundas y turbulentas aguas de las islas que vamos a visitar. La primera inmersión de un viaje de buceo es un momento especial en el que compruebas si se va a hacer realidad todo aquello que has estado esperando durante meses, y nada más sumergirnos, vemos un jardín de coral repleto de pequeños peces de colores, así es el Mar Rojo.
Esa misma tarde soltamos amarras rumbo al sur, a unas nueve horas de navegación se encuentran los arrecifes de las míticas islas El-Akhawein. El mar está bastante en calma y decidimos dormir en la cubierta del barco. Lentamente el sueño nos envuelve mientras pensamos qué nos esperará cuando lleguemos a nuestro destino.
Nuestra búsqueda da comienzo en el Aida II, barco de transporte militar egipcio que se hundió en 1957, en la mayor de las islas hermanos. Nada más sumergirnos vemos unas impresionantes paredes verticales repletas de coral, no hay corriente y los tonos azules predominan sobre cualquier otro color del arrecife, desde los más claros de las aguas menos profundas, a los añiles de las zonas abisales que nos rodean. Como si de pequeñas plumas se tratase, suavemente caemos hacia las profundidades, hasta que por fin vemos la estructura del pecio suspendida en una pared totalmente vertical. Agarrados a la barandilla de popa y mirando hacia un fondo que nunca llega, parece que el barco nos quisiera arrastrar al abismo tras de sí. Nuestra espera es infructuosa, estamos en un mundo que tiene sus propias leyes y hoy los grandes tiburones no vienen a nuestro encuentro, aunque no todo está perdido, por suerte acuden a la cita dos amigables peces que lucen una gran joroba en su frente, son Napoleones. Después de jugar un rato junto a ellos, lanzamos nuestras boyas para marcar la posición y esperamos que vengan a recogernos.
Nuestra próxima oportunidad la tenemos una milla más al sur en la zona norte de Small Brothers. Pero encontrar escualos no es una tarea fácil y en muchos lugares del mundo se les atrae con carnaza o pescado, lo que altera su comportamiento y los vuelve más peligrosos y agresivos. En Egipto está prohibido utilizar estos métodos, así que nuestras posibilidades pasan por estar en el momento adecuado en el sitio correcto, y esta isla es un imán para los pelágicos que se acercan a sus aislados arrecifes para alimentarse y desparasitarse. Algo que en el caso de los grandes grupos de tiburones martillo lleva ocurriendo desde tiempos inmemoriales.
Nada más sumergirnos Sebastien hace un seña para alejarnos de la pared, el reclamo es una botella de plástico a medio llenar que mueve con insistencia hasta que por fin se acercan dos tiburones grises. No son muy grandes y están bastante lejos, en unos segundos desaparecen dejando paso a varias sombras que se desplazan hacia nosotros... Su extraña cabeza les diferencia de cualquier otro selaceo, mitad pez, mitad ser mitológico. Se acercan lentamente, subiendo de las profundidades en grandes círculos concéntricos.
No están aquí por casualidad, estos escualos son capaces de percibir la presencia humana mucho antes de que nosotros podamos verlos. Si su morfología es extraña, sus sentidos son de ciencia ficción: es capaz de percibir una sola gota de sangre entre veinticinco millones de gotas de agua marina, el oído interno percibe ultrasonidos a una distancia de más de dos kilómetros, las líneas laterales de su cuerpo detectan los cambios de presión que se producen en su entorno, sus ojos son diez veces más sensibles que los nuestros y se encuentran en ambos extremos de su cabeza, ampliando su visión periférica. Por si fuera poco, son capaces de detectar el más mínimo campo eléctrico producido por los seres vivos, así que de nada les sirve a sus víctimas esconderse bajo la arena. Lógicamente, con todo este arsenal a su disposición, saben perfectamente que estamos aquí, en medio del océano, una presa muy fácil para un superdepredador... El encuentro se produce sin mostrar hostilidad, pasan entre nosotros y se cruzan las miradas de dos mundos distintos, sólo quieren comprobar qué seres extraños invaden sus dominios. Una vez en el barco conversamos con Sebastien sobre el fantástico encuentro que hemos vivido y le preguntamos si nunca han sufrido ningún percance en una situación similar. Su respuesta es muy clara, cientos de inmersiones y ni un sólo accidente. Nuestra estancia en las Islas Brothers ha llegado a su fin y no hemos conseguido avistar a los impetuosos Longimanus, empezamos a dudar de nuestra suerte.
Amanecemos a 161 kilómetros de las Islas Brothers, amarrados en el extremo sur de Abu Kizan, en el mismo centro del Mar Rojo. Este inmenso arrecife de origen coralino fue bautizado por los británicos como Daedalus Reef y aquí construyeron un gran faro y dos pasarelas que van a morir donde las claras aguas de la laguna se mezclan con el azul profundo del mar.
Acabamos de llegar y alguien grita: ¡Longimanus! Corremos hacia la cubierta y nos acercamos a las bandas del barco, es un jaquetón oceánico que se mueve muy cerca de la superficie. Ahora tenemos la seguridad de que nuestros tiburones están aquí.
Subimos a nuestras pequeñas embarcaciones para dirigirnos donde las fuertes corrientes se encuentran con el arrecife, sin lugar a dudas el sitio más propicio para ver tiburones. Una vez en el agua, la visibilidad no parece tener límites, somos pequeños seres que vuelan sobre gigantescos acantilados cubiertos de coral. Al fondo vemos dos grandes columnas formadas por peces unicornio que, como si de una parada militar se tratase, permanecen en perfecta formación ordenados según su tonalidad. Creo que es uno de los sitios más bellos que he visto en mi vida.
Sin saber por qué, nos giramos, y justo detrás de nosotros tenemos a un gran tiburón que se acerca de manera sigilosa, es un majestuoso Longimanus. Una vez descubierto, pasa de forma tranquila y lenta, nada sin esfuerzo y se aleja dirección a la superficie. El encuentro ha sido tan imprevisto que no hemos podido grabar la escena y con la adrenalina todavía por las nubes, en mi interior se a agolpan varias preguntas… ¿Qué extraño instinto nos ha permitido detectar al tiburón en el último momento? y lo que todavía me intranquiliza más: ¿Qué habría ocurrido si no le llegamos a ver? En todo caso nuestro amigo no vuelve hacer acto de presencia, tendremos que resolver estos enigmas en otra ocasión.
Al anochecer visitamos el faro de Abu Kizan. Hay poca luz y las angostas escaleras parecen sacadas del escenario de una película de terror en blanco y negro. Setenta metros más arriba se encuentra la plataforma principal, lo que estamos viendo podría dejar sin aliento al más exigente de los viajeros, la gran forma ovalada del arrecife se encuentra rodeada por un mar infinito que, en algún punto del horizonte, se funde con un cielo lleno de estrellas. Es tarde y, cuando regresamos, las azules aguas se han convertido en una superficie oscura e impenetrable donde destacan las blancas aletas que merodean junto al barco...

EL INCIDENTE.
Se acaba el crucero y todavía no hemos conseguido grabar a ningún jaquetón oceánico. Es el momento de probar suerte debajo de nuestro de barco, sin ninguna duda hay algo en él que está atrayendo a los tiburones. Así que después de pedir el oportuno permiso a los responsables del crucero, planificamos la inmersión de forma sencilla: nos sumergiremos a cinco metros de profundidad y navegaremos haciendo pequeños círculos, tenemos algo más de una hora para que los tiburones hagan acto de presencia.
Como siempre, la visibilidad es buena y como si de un pequeño bote se tratase vemos claramente todo el casco del barco. Lo que no vemos es el fondo, sólo Dios sabe a qué profundidad se encontrará. Hay una ligera corriente y los primeros minutos los dedicamos a nadar para no perder nuestras referencias. No ocurre nada más, y empezamos a dudar de la estrategia. Por sorpresa, vemos a Sebastien acercar la mano a su frente simulando la aleta de un tiburón y señalando hacia la superficie. Está muy lejos, pero vemos claramente cómo se desplaza entre el arrecife y el barco, hasta que súbitamente fija su atención en el grupo y se dirige directamente hacia nosotros.
Su robusto cuerpo tiene un color pardo que destaca contra el blanco de su vientre, se aproxima planeando sobre sus grandes aletas, no viene solo, le acompaña un nutrido grupo de peces piloto que parecen guiar al gran tiburón. Miro a través del visor de la cámara y pienso con inquietud cuando decidirá dar media vuelta. Con mis brazos extendidos interpongo la cámara entre él y yo, hasta que finalmente golpea el frontal con un movimiento brusco de su cabeza, se gira y se aleja moviendo con fuerza su aleta caudal. A los pocos segundos vuelve, está claro que se siente atraído por ese extraño artefacto que genera un débil campo magnético y tiene dos largos brazos que emiten luz. Estoy muy nervioso, pero no tengo miedo... hasta que un escalofrió recorre mi espalda, creo que ya son tres los tiburones que tengo a mi alrededor.
Siempre había leído que para garantizar la seguridad es necesario mantener el contacto visual con los tiburones. En medio del azul, y sin nada que cubra mi espalda, no puedo cumplir esa premisa, así que la mejor decisión es dar por finalizada la inmersión. Y es, en ese justo momento, cuando me doy cuenta de que el barco sólo es una sombra que intuyo a lo lejos. Una gran sensación de ansiedad me invade y me gustaría salir del agua a cualquier precio, pero ya es demasiado tarde, la corriente me arrastra sin piedad.
Intento controlar mi mente, pero no se me ocurre nada que logre tranquilizarme, los tiburones me están acechando y varían rápidamente su ángulo de aproximación. Hago un intento por pensar, debo tomar alguna decisión, no hacer nada es cada vez más peligroso. Sólo tengo una cosa clara, en la superficie soy todavía más vulnerable, así que subir y esperar a que vengan a recogerme queda descartado. Me imagino que me estarán buscando, ahora lo más importante es señalar mi posición y la cámara se ha convertido en un estorbo. La suelto y veo cómo se hunde en la profundidad mientras un tiburón se acerca por un última vez para golpearla. Por fin tengo mis manos libres y puedo utilizar la boya de señalización, no aparto la vista de los tiburones e intento buscarla tanteando en el lateral de mi chaleco... ¡Maldita sea! No soy capaz de encontrarla. Algo se ha enganchado entre mis dedos, creo que es el mosquetón y no consigo soltarlo. Van pasando los segundos y cada vez me encuentro más angustiado, sólo veo azul a mí alrededor. Noto un “clic”, la presilla metálica se ha separado de mi chaleco. Cojo el latiguillo de la traquea de inflado y la introduzco en la boquilla, es mi salvación, un gran globo amarillo sale disparado hacia la superficie, confió en que alguien venga en mi ayuda. Es imposible... ¡no puede ser! La boya se escapa de mi cuerpo y vuela sola hasta la superficie. He debido soltar el cierre por error, estoy perdido...
Los Longimanus se muestran agresivos y confiados, y yo empiezo a perder todo control. Debo subir a pedir ayuda, es mi única opción, ya no aguanto más. Agito mis piernas y brazos con todas mis fuerzas, solo quiero huir y salir de aquí. Mi cabeza rompe la superficie del agua con violencia y nada más salir buscó algún punto de referencia. Mis pupilas se dilatan y mi corazón se para, estoy sólo entre las grandes olas de alta mar, lo único que veo es un pequeño faro a lo lejos.
Sobresaltado, oigo una voz que me habla justo tras de mi. Respiro agitadamente y las lágrimas recorren mis mejillas, estoy en un lugar que no consigo reconocer, hasta que por fin veo la cara de mi compañero:
- Tranquilo, tranquilo. No pasa nada, sólo ha sido una pesadilla…

EL ÚLTIMO DÍA
Amanece en Elphinstone Reef, es nuestro último día en el Mar Rojo. El aire fresco acaricia mi cara. Respiro lentamente, no me apetece hablar, sólo respiro profundamente mientras me pongo mi equipo. Hoy la cámara se quedará en el barco, quiero disfrutar de mi última inmersión.
Los rayos del sol acarician mi espalda mientras el agua mece mi cuerpo, inclino la cabeza y debajo de la superficie veo miles de anthias rojas entre bellas flores de coral. Mis músculos van perdiendo tensión, no me muevo, sólo quiero flotar y sentir el mar. Una vez más parece que estoy dentro de una gran pecera. Vacío el aire del chaleco, ha llegado el momento de despedirme de uno de los mares más bellos del mundo...
Por la noche llega la hora de separarnos. Debemos de conducir toda la noche para coger nuestro vuelo de regreso. Sebastien nos comenta que tiene un regalo para nosotros, en sus manos lleva su libro y una caja de acuarelas. Se sienta y mientras se despide, dibuja un bello tiburón de aletas redondeadas, “Para mis amigos españoles desde territorio Longimanus. Con cariño, Sebastien Salingue ”.

FIN