martes, 1 de diciembre de 2009

94. BUCEANDO

El amor es la compensación de la muerte. Arthur Schopenhauer.
El amor del hombre es algo aparte de su vida, mientras que el de la mujer es su existencia. Lord Byron.
El amor es la compensación de la muerte. Arthur Schopenhauer.
El amor del hombre es algo aparte de su vida, mientras que el de la mujer es su existencia. Lord Byron.
Prólogo.
Juanmi está sentado en la salita de estar sobre un baúl muy antiguo, de los abuelos de su esposa. Ella se acerca con un vaso de Coca-Cola que contiene dos cubitos y un gajo de limón, se lo ofrece y se sienta junto a él. Luego, entrebancándose, le acaricia las olas de su pelo enmarañado y deja que llore como un niño al que le han robado la bicicleta. Sus lágrimas son mudas y ruedan sobre la mejilla acalorada con el peso de las perlas. El pobre hombre acaba de perder el trabajo en la farmacéutica. Veinte años sacrificándose por la empresa, para qué. Vaya manera de agradecérselo. Mentalmente quiere arrepentirse de las horas extras que ha regalado a sus jefes, pero la presencia de su amada se lo impide. Ella irradia bondad por los cuatro costados y no quiere que piense que todo se le enturbia como cuando suelta la tinta el calamar a modo de defensa. Ahora, él siente cómo se le clavan los hierros negros que hacen de contrafuerte en las nalgas y se acomoda mejor en el combado asiento. Siente el candado urdiéndole la pantorrilla, aprisionándosela. Entierra su rostro abotargado sobre los remos de sus manos trémulas. Hipa. Jadea. Nada le consuela.
-Tienes el paro…

Juanmi no contesta. No quiere balbucear su rabia. No quiere mostrar su rostro ajado por las lágrimas y que ella le ofrezca compasión. Su esposa le cuenta las costillas con los dedos, es el dibujo de una caricia singular que pretende tranquilizar, diluir el dolor que alberga en el hondón del alma. Ella lo mira con cariño y piensa rápido. No desea que el náufrago se hunda. Se levanta y lo levanta. Abre el candado del arcón y remueve entre un sinfín de viejas fotografías en blanco y negro. Deslizándolas anárquicamente a un lado y a otro encuentra lo que busca.
-El mapa del tesoro –le dice.

Juanmi no entiende. La esposa le recuerda que veinte años atrás él le decía que si tuviera tiempo se iría a navegar con sus dos amigos de la infancia y buscaría un tesoro para ella aunque fuera en Utopía. El mapa lo encontraron los tres muchachos, troceado, en una abrupta playa abandonada de Denia donde dicen que atracaban los piratas, lo unieron penosamente con trozos de celo adhesivo y desde entonces permanece latente en aquel ataúd de los recuerdos. Los tres amigos, muchachos indolentes, estaban enamorados de la misma jovencita…
-Ahora tienes todo el tiempo del mundo.

I.
Juanmi entra en Razón, algo más que una caverna acuática. El tiempo lo han inventado los humanos. El tiempo no existe. Babilonios, griegos y romanos. Relojes de agua. Relojes de arena. Relojes de sol. Mecánicos de cuerda. De pilas. Digitales. El tiempo es una mentira de oro viejo, calcula. De nada sirve estar lamiéndose las heridas eternamente.
-Dame una semana –dice entusiasmado como un niño con zapatos nuevos, sin entender del todo la dimensión de su análisis-. Te traeré el tesoro marcado con una tópica equis.

Juanmi toma provisiones. Se compra un traje de neopreno, gafas de bucear, aletas, botella de oxígeno… Alquila un barco con motor y se va a alta mar. Por unos momentos se está liberando de su odio. El sol canicular allá en lo alto noquea como un boxeador. Él mira el viejo mapa del tesoro y cree estar en el lugar adecuado. Sería un milagro encontrar el botín a la primera, con tantos cazadores de tesoros que viven de eso. Pero confía en la suerte más que nunca. Piensa que todo lo que ocurre en la vida tiene un porqué.
-Tal vez todo sea una señal para que los sueños se hagan realidad –se autoconvence.

II.
Juanmi, con su traje de goma sintética inventada por científicos de DuPont, se zambulle en el agua. Otra densidad. Otra dimensión. Tal vez sea una oportunidad para ver las cosas de otra manera. La oportunidad de convertirse de la noche a la mañana en un dios millonario, aunque tenga que dar un porcentaje al Estado, eso si le pillan… Aquí las aguas no son tan frías, piensa. El azul del fondo es decolorado y pasan junto a él un banco de sardinas plateadas y tan refulgentes que encandilan. En el horizonte marino, sumergido a más de treinta metros, perdida ya la claridad superficial, ve unas montañas de niebla y va hacia ellas como atraído por un imán. Oye su propia respiración. Hay ansiedad en ella, pero se siente tranquilo con el tubo introducido en la boca mientras tantea la botella de oxígeno. También sabe del detalle técnico que el aire que queda atrapado en el neopreno durante su fabricación es sustituido por nitrógeno puro, debido a sus propiedades aislantes y él se siente bien en el fondo, aislado del mundo.
-Me gusta la soledad elegida.

III.
Una morena se acerca hasta sus mismas gafas. Juanmi conoce a ciencia cierta que si no se siente amenazada no morderá. Efectivamente, se marcha serpenteando un camino invisible. Nuestro cazador de tesoros en paro pedalea con sus aletas avanzando sobre la arena esponjosa, levantándola, imaginando que en cualquier momento encontrará un doblón de oro que le llevará a la pingüe lujuria. Mientras rastrea piensa en sus amigos de la infancia. Los tres enamorados de la misma muchacha. Cuando él consiguió seducirla y se casaron tan jóvenes, sus amigos ya universitarios se sumieron en la desolación. Fue justo cuando acabaron la carrera, en la celebración, que sus amigos se mataron en un accidente de tráfico, los dos juntos, un autobús de pensionistas que venían de un mitin los arrolló sacando su vehículo de la calzada y dando seis vueltas de campana, el coche un amasijo de chatarra; acabaron con sus huesos contra un árbol de carretera, apuntalándolo tétricamente. Los jubilados… sólo el susto, alguna herida superficial, alguna quemadura de tercer grado. Él no pudo ir, tenía un compromiso con la empresa, un congreso en Estocolmo, creo.
-Cómo os echo de menos… -les hace un sencillo homenaje: brinda con una copa inventada.



IV.
Juanmi no encuentra todavía el ansiado tesoro. Nada en la vida es fácil. Nada. Y lo hace en vertical, hacia el abismo. Treinta y cinco, cuarenta metros de profundidad. Ve un banco de coral, colores irisados que parpadean con latidos de luz. Retuerce el cuello en un giro imposible y mira hacia el cielo del mar: no hay estrellas y el azul es de un nocturno intensísimo, a la izquierda, tal vez, se ve un pez luna. Al noreste, ve caracolear un tiburón como un fantasma; sabe que depredan cada seis días, no va coincidir, no va a tocarle esa lotería maldita. Mal fario: los tiburones le invitan a pensar en sus jefes de la farmacéutica, pero lo desecha. Prefiere recordar cómo jugaban la trenza de amigos a la O.N.CE., a la lotería de Navidad, a las quinielas de fútbol… Creían en la zanahoria brillante colgando de un hilo tras un palo. Es otra forma de buscar tesoros… Una vez había leído el titular de un artículo periodístico –firmado por un cineasta- que rezaba así: Si supiéramos la realidad de la condición humana nos suicidaríamos en masa. Pero él sabía que sus amigos eran auténticos: verdaderos frutos del mar. En un relumbrón de sentido común se dice:
-Cuánta ingenuidad –de golpe, a pesar de sus cincuenta años, deja de ser niño.

Epílogo.
Juanmi ha regresado de su expedición marítima. Ha pasado la semana buceando en la mente. Ha roto en mil pedazos el ajado mapa del tesoro del siglo XV. No ha encontrado más allá que un ancla enrobinada y musgo sobre las rocas, y caracolas de mar, y mucho plancton. Juanmi sabe que su esposa buena le está esperando, silenciosa, cargada de abrazos y ternuras, su corazón es de espuma de mar, su cuerpo es de sirena generosa. Podría sondear cientos de veces los mares del norte, del sur, del mundo, escrutarlos aciagamente hasta la extenuación. Por un momento piensa en la convivencia de un cuarteto, humano, idílico, musical, poético/submarino. Si tuviera oportunidad de dar marcha atrás haría partícipes a sus amigos del alma de su descubrimiento. Ahora, cuando llegue, lo hará con ella:
-Qué ciego he estado durante treinta años. Cariño, tú eres mi tesoro.