jueves, 31 de diciembre de 2009

122. UN MAL COMIENZO.

Estoy sentada en la terraza del restaurante… en la caleta de L’Escala.
Son solo las 9 y pico de la tarde pero ya se ha hecho de noche, se nota que ya es 13 de septiembre, domingo trece para ser exactos. El último día que abre el restaurante, parece el último día del verano, y allí estoy yo, saboreando una cena exótica con piña y escuchando el maravilloso sonido de las olas…
Hay una pareja joven en la mesa de al lado y un señor delante de mí hablando con el móvil, una pareja de ancianos y una cuadrilla de chicos y chicas adolescentes dentro del restaurante.

Recuerdo lo que me dijo Victoria: “Igual es que en realidad no quieres bucear” cuando la llamé en el último momento, para preguntarle si había gafas graduadas en el centro de buceo, no se me había ocurrido hasta entonces… me parecían tantas las dificultades en un principio, que esa se me pasó por completo, de hecho di por sentado que no habría problemas con esto.
Tuve un accidente de tráfico muy grave a los dieciocho años en el que estuve a punto de morir, por un traumatismo craneoencefálico. A mis 38 años tengo una discapacidad reconocida del 33%, pero mis limitaciones reales son mucho mayores, desde entonces es como si tuviese un cuerpo de más de setenta y una mente que ha ido evolucionando pero que al principio no tenía más de cinco o seis años (ahora ya debo de andar por los veintitantos).

Victoria, que me ayudaba a preparar el curso de buceo hasta entonces, había sido muy comprensiva y muy simpática conmigo, por lo que me sorprendió que le diese tan poca importancia a mi problema de visión. Seguramente desconocía que con 6 y 7 dioptrías de miopía es cierto el dicho “no veo más allá de mis narices” aunque en un sentido real.
Victoria dijo que sólo estaba poniendo una excusa para echarme atrás, pero después de estar preparando el viaje con ella desde julio,me parecía que la que se estaba echando atrás no era yo sino ella.

Ya son las once de la noche, si me descuido me van a cerrar el hostal, así que me dispongo a regresar, no sin antes pedir la cuenta y leer el cartelito pegado a la vidriera: “Diumenge 13 de Septembre, tanquem per fi de temporada. Gràcies”, siento nostalgia y es sólo el primer día….
Quizá ayude el hecho de que el hostal está amueblado más o menos como debía estar hace cuarenta años, es auténtico, pero se ve que tampoco han hecho muchas reformas en la fontanería…el desagüe del baño no traga bien y la ducha es una alcachofa estilo Psicosis.

Al día siguiente pasan a recogerme con una furgoneta para ir al centro de buceo que está en el pueblo nuevo… yo todavía no me lo conozco, no había estado nunca.
No me da tiempo de desayunar porque hemos quedado a las 8 y los desayunos empiezan a las nueve. Luego la dueña del hostal, Mercé, me dijo que si se lo hubiese dicho antes me lo habría preparado porque ella se levanta a las siete y media… es un sol de mujer, el trato en el hostal es muy familiar y me siento como si estuviese en casa de mi tía Mercé.
Entro con la mochila en la furgoneta, para empezar Ramón, el instructor, al que no conozco de nada me echa la bronca porque llevaba un rato esperando… después se disculpa porque cambió la hora para quedar también con dos franceses que quieren hacer un bautizo y no me avisó…
Ya no soy la única aprendiza, los franceses han quedado con él en el centro de buceo. Llegamos y el instructor me pone un video mientras él está preparando las botellas, también me da un libro que casi no tengo tiempo de abrir. A continuación me da un traje de neopreno, está nuevo pero es una talla o dos menor que la mía y no tengo forma de ponérmelo. Se lo digo y unos segundos más tarde vuelve con otro que huele a perro está mordido y tiene hasta pelos cortos pegados… pero me está bien… me lo coloco encima de mi bañador nuevo, hago de tripas corazón al calzarme las botas sin calcetines y monto de nuevo en la furgoneta con mi mochila, el instructor y los dos franceses que han cargado detrás las botellas y las aletas.

Llegamos a unos apartamentos y nos bajamos de la “furgo”, al borde de la piscina, nos ponemos las botellas y las aletas… ¡y al agua!, ¡No es cuestión de tenerle ahora miedo al frío! es una sensación rara la de meterse vestido al agua y sentir el frío sin mojarse mas que las manos y la cara… Empezamos a practicar los ejercicios que nos enseña Ramón, no es difícil desplazarse por el agua, pero sí controlar los movimientos, me cuesta ir a donde quiero… por eso me entra la risa varias veces y tengo problemas con el respirador… Ramón se cabrea como un mono sin darle más motivos (después he llegado a la conclusión de que debía pensar que me reía de él y de los gestos tan exagerados que tiene que hacer para explicarnos las cosas debajo del agua…)

Después de una media hora ya estamos “listos” –por cierto las gafas graduadas son imprescindibles para cualquier miope, sin ellas no habría podido seguir las explicaciones del instructor, que eran por señas debajo del agua- En mi caso también eran por señas en la superficie, ya que Ramón hablaba en francés primero pues la mayoría del grupo (dos de tres) hablaba francés y luego hacía un escueto resumen en castellano para mi.
¡Vamos al mar! ¡Ya estamos preparados!

Los apartamentos están cerca de una calita, desde la piscina al mar sólo hay 200 metros, después de atravesar el jardín (“siguiendo los senderos de hormigón para no encontrarnos con sorpresas”) Atravesamos también una playa pedregosa (llena de pedruscos para más inri).
Nos quitamos las aletas, pero llevamos las botellas a la espalda y los chalecos chorreando agua por los cuatro costados. A mi me parecen 200.000 metros no 200, aunque al final consigo llegar, mis gafas se quedaron en la furgoneta pero me coloco las de buceo, que están graduadas, aunque estemos en tierra firme.
Ya en el mar… ¡Qué maravilla! Y a la vez que decepción, el día está gris y el agua parece del mismo color…. Ya son las nueve y media pero el sol sigue sin aparecer. Después de avanzar como puedo por el agua hasta la boya y comprobar que solo es una cadena colgada del techo de luz que es la superficie, lo máximo que alcanzo a ver son unas plantas acuáticas llenas de algas microscópicas que se parecen a la borra de debajo de la cama y un pequeño pez plateado del tamaño de una sardina. Como no hay nada más que descubrir la decepción va en aumento y el cansancio también, no veo la hora de que termine esta broma de mal gusto. Lo peor es el dolor de oídos, tengo miedo de que me estalle un tímpano (aunque ahora sé que eso no pasa a seis metros de profundidad, entonces no lo sabía ni tampoco que solo había seis metros).
Pero siempre se puede estar peor… las fuerzas terminan por abandonarme no logro seguir al instructor y empiezo a flotar, Ramón, que parece estar todo el rato renegando en vez de enseñando, se da cuenta y me dice que me agarre a él…, y yo encantada de la vida le hago caso y empiezo a disfrutar de la inmersión dejándome dirigir como superman por el brazo pero en este caso el brazo va agarrado a Ramón.

Al salir del agua no siento las piernas y la botella me pesa como si llevase plomo, por la “playa” de vuelta a la furgoneta estoy a punto de caerme hacia atrás cuando tropiezo con una piedra. Gracias a mis compañeros, los franceses, no lo hice.
A la vuelta limpiamos los trajes en la trastienda, con unas mangueras en un contenedor gigante que parece lleno del agua sucia de una obra.
De regreso en el hostal me trago la comida y me tumbo encima de la cama, no tengo fuerzas ni para desvestirme… intento dormir un poco a ver si se me pasa el dolor de oídos como decía Ramón que ocurriría.
Esa misma tarde teníamos hora con el médico que iba a firmar el informe de apta, después de más clases, pero no tengo ánimo para dar otra clase y sin ducharme ni nada me dirijo al centro de salud más cercano, “preguntando se va a Roma”… Mercé, la señora del hostal, me indicó, pero tuve que preguntar varias veces a la gente (ya que la mitad hablaban francés) para no perderme entre callejuelas y llegar cuanto antes al centro de salud que está también en el pueblo nuevo… No sé cómo en mi estado de agotamiento total llegué tan rápido, mi ángel de la guarda debió de hacer un montón de horas extra ese día
Llegando al ambulatorio el clima ha mejorado mucho y estoy a punto de volver, pero los oídos me siguen doliendo y ya he tomado una decisión… Llamo al centro de buceo y les digo que no voy a ir esa tarde que estoy en urgencias a ver que les pasa a mis oídos.
Allí hablan castellano aunque muchos carteles están sólo en catalán, tengo la misma sensación que cuando fui a Munich a vivir en la casa de un párroco de las afueras, todo me es familiar
pero a la vez extraño, parece que estoy en el extranjero pero sin sentirme extranjera, en una realidad paralela, como si aún no hubiese salido del agua.
El problema saltaba a la vista, la enfermera me lo vio nada más mirarme con el endoscopio, es un tapón de cera en el oído derecho, me da unas gotas para ablandarlo y me dice que vuelva a los cuatro días… Creo que le voy a hacer caso… así conoceré el pueblo antes de empezar con la clases de buceo y no dependeré de Ramón para que me lleve y me traiga, me alquilaré una bicicleta… hay un local donde alquilan bicis cerca del hostal, cuando vuelva me pasaré por allí.
Poco antes de llegar al centro de salud me llama Ramón para decirme que me irá a buscar cuando termine la clase…

Cuenta mucho la voluntad pero también el empeño… había estado preparando el viaje desde la segunda semana de agosto para hacerlo en la segunda semana también pero de septiembre y en Menorca.
Cuando surgió el problema de las gafas de buceo graduadas, inexistentes, me pareció extraño porque hoy en día la mitad de la población lleva gafas, increíble pero cierto, no solo no las fabricaban en Zaragoza, sino que no había forma de conseguirlas a través de una óptica, me las consiguieron en el centro de buceo que me recomendó Fofi, el amigo de mi hermana.
El verdadero problema era el tiempo, había que encargar las gafas con antelación y tardaban aproximadamente un mes en hacerlas y en llegar y siendo verano la cosa se complicaba… pero Eva supo desde el principio dónde podía conseguirme gafas graduadas con cristales ya fabricados graduados en una escala de media en media dioptría.
Debí de estar mucho tiempo esperando a que me viera la enfermera porque cosa curiosa, a la salida Ramón me estaba esperando, no me extrañé… otra vez tenía haciendo horas extra a mi ángel de la guarda…
Me llevó en coche al hostal, pero antes nos paramos a tomar algo en una terracita del pueblo viejo en la playa de L’Escala, porque quería hablar conmigo...Aproveché mi oportunidad para hablar con él y preguntarle como lo ve, si merece la pena que me quede cuatro días más hasta que me quiten el tapón del oído para volver a intentarlo… -“no es cuestión de forzar la máquina, sino puede que no quieras volver a bucear nunca más…”
Me dice que aún así no soy tan mala buceadora para ser mi primer contacto con el mundo del buceo, pero que necesito estar más en forma y hacer unos cuantos bautizos desde el barco… O incluso empezar a practicar yo por mi cuenta haciendo snorkel, como había hecho Fofi, el amigo de mi hermana que me recomendó el centro de buceo de L’Escala…

Cuando llego al hostal tengo la idea de leer hasta quedarme dormida, pero en vez de eso me ducho y bajo a cenar… Ha empezado a diluviar, me siento en una de las mesas que están al lado de la ventana, solo se ve una furgoneta blanca aparcada al otro lado de la callejuela bajo la luz fosforescente de la única farola… El sonido de la lluvia sobre el asfalto me envuelve.
Llega Mercé con la carta y me devuelve a la realidad. Le cuento a grandes rasgos lo que me pasa y me deja su ordenador para buscar el viaje de vuelta por Internet… no hay autobús desde Barcelona a Zaragoza para mañana, el día 15… en medio del regreso vacacional… así que tengo que buscar un tren… sólo quedan billetes para el Ave… además tengo que llegar a la estación de trenes con el maletón, lo que implica coger un taxi desde la estación de autobuses a la de trenes o arriesgarme a coger el metro y a llegar tarde y tener que hacer noche en la estación… y ya se me acabó el cupo de riesgos por estas “vacaciones” mi ángel de la guarda debe de estar “estresadico”…
Como hay bastantes billetes sin vender en el Ave y aún no sé a que hora podré coger el autobús de L’Escala a Barcelona, no hay tren y no se puede reservar billete de autobús a menos de 24 horas de la hora de salida, me voy a mi habitación con el teléfono, el horario de autobuses y el de RENFE.
Reviso el maletón, como no sabía qué necesitaba me he traído de todo, hasta el equipo de bici para practicar y no dejar que mi rodilla empiece a fallarme, allí tampoco hay nada que me ayude a quedarme. Esta vez si que logro empezar a leer el libro que traje “La carta esférica” de Arturo Pérez-Reverte… pero la lectura me dura poco, caigo dormida como una ceporra a la tercera página… El sonido de la lluvia sigue repiqueteando en la terracilla contra la minimesa y las dos sillas de plástico blanco que la ocupan por completo.

Entonces pienso que perder el tiempo y el dinero no es lo peor que me podría haber pasado… cruzo los dedos porque aún no ha acabado el viaje y sigo con mi dolor de oídos, sin cobertura para el móvil… bajo un cielo desatado que parece haberse enfadado conmigo por llegar tarde…me siento sola, pero estoy conmigo misma y duermo tranquila porque ya he planeado lo que voy a hacer mañana:
1º- Hacer el equipaje
2º- Desayunar y llamar a RENFE desde el hostal y reservar billete de vuelta
3º- Ir a la oficina de turismo y comprar el billete de autobús a Barcelona (si no está abierta esperaré en la pastelería cafetería que hay al lado, he visto que preparan zumos de naranja
naturales y té negro de diferentes sabores)
4º- Llamar a Eva, la jefa de Ramón, para preguntarle lo que le debo, ir a la caja y sacar el dinero y dejárselo a Mercé.
5º- Dejar la maleta en la cafetería del Hostal e irme a coger el tren de paseo a Ampurias, hay uno a las diez y otro a las once de la mañana... comer allí.
6º- Volver a por la maleta al hostal media hora antes de coger el autobús, está a escasos trescientos metros de donde para y la maleta tiene ruedas.
7º- Coger el autobús
8º- Pillar un taxi a la estación de RENFE en Barcelona.
9º- Subir en el Ave hacia Zaragoza
10º- Agarrar un taxi para casa ¡por fin!

Las cosas no siempre salen como se planean aunque en esta ocasión salió incluso mejor de lo que espera:
Saqué el billete de autobús y me tomé un zumo de naranja natural y un té negro esperando a que viniera el trencito turístico.
Fui hasta Ampurias y luego volví andando y sacando fotografías hasta la caleta del pueblo. Hice una comida ligera en la terraza de un restaurante que tenía toldo, el cielo seguía encapotado… conocí a un hombre muy interesante que tenía la fisonomía de un chico joven y delgado pero llevaba una barba blanca y su mujer parecía su madre.
El viaje en autobús lo hice en primera línea de asientos, el paisaje era precioso, me encontré de nuevo a la misma chica con la que había hablado a la ida, iba a coger otro autobús para Zaragoza, pero yo ya tenía sacado el billete del Ave. Llegué pronto así que pude adelantar una hora la salida y en la estación de trenes solo esperé unos veinte minutos….

El viaje no estuvo mal, fue una experiencia más, en verano aún, y junto al mar… pero yo iba a hacer un curso de buceo en condiciones para aprender despacio, con preparación, poco a poco…. Soy consciente de mis limitaciones físicas pero no me acobardo fácilmente…. y lo que me encontré fue un bautizo, exactamente lo contrario de lo que había estado planeando todo el verano… La verdad es que un bautizo así no se lo recomiendo a nadie que no haya hecho buceo ni snorkel en su vida y que no tenga una excelente forma física…