lunes, 28 de diciembre de 2009

108. PLACENTA SALADA.

Primero fue la llamada, se tiró un montón de tiempo al teléfono. La llamaban otra vez del trabajo, del Instituto Meteorológico. Cuando terminó se paseaba por la casa como un zombi de las películas con la mirada sin fijarse en nada, amasando nerviosa aquel colgante con forma de tortuga que se había convertido en su amuleto. Luego se puso a mascullar cosas que no se le entendían y se enganchó al ordenador. Estuvo toda la mañana, para que luego me eche a mí la bulla cuando estoy más de hora y media jugando con el Spectrum. Me pilló en el trastero poniendo los reflectores a la bici. Anda, ayúdame. Tenemos que encontrar la caja del equipo viejo.
Yo lo había visto alguna vez por allí, cuando era más pequeño jugaba con él. Me ponía aquel regulador enorme en la boca, me calzaba las aletas ya cuarteadas de regaliz añoso y andaba por la casa como un pingüino desmañado. Mi madre decía que alguna vez podría bucear con ella. Pero luego llegó lo del asma. Cuando me daba fuerte, me quedaba como cuando te dan un balonazo fuerte en la tripa y no puedes ni respirar. Mamá decía que lo de los médicos avanza muy rápido y que tarde o temprano inventarían algo. Después de un buen rato rebuscando, lo encontramos detrás del proyector de diapositivas y las cajas de los fascículos. Estaba todo polvoriento, mamá rebuscó en la bolsa y sacó el manómetro. Había sal incrustada en los bordes, el profundímetro se había quedado paralizado en veinticuatro metros durante quince años.
-Desde que estaba embarazada de ti. Tuve que estar sin remojarme durante un tiempo y cuando lo retomé me compré el nuevo.
-¿Y ahora para qué lo quieres?
-Tú vas a usar el mío nuevo y yo voy con el antiguo. Hoy vas a bucear por primera vez.
-Venga, mamá, no me vaciles. ¡Si estás siempre con que no tengo los años y con la monserga de si me da uno de los ataques!

Todavía no hemos conseguido categorizar los restos encontrados. Un falso saco ventral externo, extremidades inferiores palmeadas, algo que se asemeja a un ojo único y las dos formas antropomórficas unidas. Lo que al principio podría parecer una caja más de sedimentos del sector 17 ha revolucionado a todo el departamento. La excavación estratigráfica que en una primera prospección parecía irrelevante, se ha convertido en un hallazgo desconcertante. Nunca pensé que llevando sólo dos años en la excavación fuera a cambiarme tanto la vida. A pesar de todo mi cabeza está en otras cosas, la orquídea que dejó parece como si se estuviese secando, yo nunca he entendido de plantas. Le echo las bolitas de gel pero nada.

-Es una excepción. ¿Sabes lo que es una excepción? Pues algo que se hace una vez y ya está. Le dio la bolsa del equipo ligero que el pequeño acomodaba con dificultad en la parte trasera del coche.
Sara dio un golpe al portón y pasó al coche. Desde su asiento se contorsionó nerviosa hasta la guantera, rebuscó entre los papeles y los casetes y encontró uno de los inhaladores. Samuel ya se estaba abrochando el cinturón, Sara le pasó el tubo.
- Mamá, pero si hace ya un montón que no lo necesito.
- No empecemos con tonterías. No tengo tiempo para discusiones. ¡Lo llevas y punto, no hay más que hablar! Y arrancó con un acelerón.

Las hojas están de un verde más claruzco como desdibujado. Además ahora pululan mosquitos que salen de la raíz. No sé, en fin. Hoy hemos hecho el análisis de los restos anexos, no parecen un ajuar funerario por que algunos encontrados de la misma especie no presentan estos aparejos. Más parecen propios de algún tipo de actividad. El análisis neutrónico no ha sido capaz de determinar el momento exacto, he adjuntado el informe palinológico y el proceso tafonómico de los huesos, aunque todo parece indicar que la fecha en la que se fosilizaron fue en el momento del Cambio. Si le llevara la planta a lo mejor ella podría recuperarla, me da tanta pena. Pero, como aquello acabó como acabó. Vuelvo a lo mío, es necesario hacer un pulverizado de pruebas para la datación exacta.

Los latigazos húmedos bamboleaban a los dos buceadores. Sara alargó el inhalador a Samuel que adivinó su mano entre el batir de las olas y aspiró un par de veces. Sorbió con un extraño sabor a sal y menta. Rodeó al pequeño liberándole del pulpo de latiguillos que le enmarañaban. Tenía la respiración acelerada y un silbido agudo que el agua no dejaba oír. Sara miró de nuevo su reloj y le rozó la cabeza. La capucha de neopreno amortiguó la caricia.
-Vamos, si me has visto hacerlo un montón de veces.
-Ya, pero si no me sale lo de las gafas, me van a picar los ojos.
Sara intentó esbozar una sonrisa nerviosa que apenas se adivinaba entre la capucha y las gafas. Samuel notaba el bamboleo de las olas en su estómago. Tranquilo, dijo ella, mientras empezaba a vaciar los chalecos. El ascensor hacia el fondo abandonaba el vaivén racheado de la superficie. Ahora todo se ralentizaba.

Un pequeño tubo en forma de cilindro. No sabemos si pudiera ser de este yacimiento o fruto de un arrastre de zonas próximas. Los análisis demuestran que algunas de las características de los sujetos, que al principio pensábamos que eran propios de su fisiología, no son más que aparejos que llevaban puestos y que fruto de la sedimentación se han adherido a los restos óseos, el departamento de Evolución y Génica así nos lo ha confirmado. Tendremos que seguir analizando los usos que daban a este instrumental. Sólo tres batas en el perchero, echo de menos una bata más y la invitación a la máquina de hidrofilizados.

Todo quedó en silencio. Tan sólo el parpadeo sonoro de las burbujas y el chisporroteo suave del fondo en un vaivén. Sara se puso de frente a Samuel y cada poquito le marcaba que compensara. Todo iba bien. La señal de los dedos unidos formando una o y el abanico de los dedos restantes como pregunta y la idéntica respuesta se convirtió en el pausado diálogo de los dos. Las bocanadas frenéticas de Samuel se fueron pausando conforme la ingravidez ralentizaba sus movimientos. Sara cogió a Samuel de la mano y le tranquilizó señalándole un banco de castañuelas, entre las rocas un pulpo escabulléndose, las bocas de las morenas bravuconas que surgían entre los pliegues de las paredes. Sara apenas miraba su ordenador, el tic constante era para consultar su reloj.

Ha llegado el informe complementario de la unidad de Antropología. Al parecer algunos ancestros se sumergían en las cuencas para compartir el hábitat con los seres acuáticos, iba más allá de lograr algún fin específico de esta actividad como la captura de animales para su alimentación. Éste puede ser el motivo por el que encontramos los restos en el sector 17, aunque todavía queda por reconocer el fin de artefactos como la pequeña figurilla en forma de animal acuático prendida al cuello de uno de ellos. Todavía no conocemos el motivo por el que estaban unidos, como abrazados. Desconocemos muchos de los elementos que acompañan a este hallazgo. Y quizá sigamos desconociéndolo por mucho tiempo. Hoy he decidido llevarle la orquídea, seguro que de nuevo podría volver a florecer. Cuando salí del laboratorio, algo cayó del cielo. Sentí una sensación extraña. Era una gota de agua. Según las noticias, el clima está cambiando y quién sabe si las cuencas volverán algún día a cubrirse.

Pocas personas lo sabían. Los trabajadores del Instituto Meteorológico extendieron la noticia aquella misma mañana entre sus conocidos como una serpiente de dominó que iba golpeteando a cada ficha. Sara vio que su octopus empezaba a perder aire, revisó los manómetros. Ella, cincuenta bares; Samuel, diez. Siguió descendiendo sin preocuparse. Sara decidió que lo mejor sería pasar los últimos minutos, en los que todo se iba a acabar, de aquella manera: la primera vez que Samuel experimentara el respirar bajo el agua. Cuando el reloj marcó la hora, Sara cogió a Samuel que se entretenía con el baile ceremonioso de unas medusas. Le cobijó contra su pecho, arrullándole en aquella placenta salada.