domingo, 27 de diciembre de 2009

104. DIVINIDADES DE MAR

El grupo de unos 30 individuos se aproximó a la gran silueta que se deslizaba sobre la superficie. Era un extraño ser que superaba el tamaño del mayor de ellos. Debía tratarse de un animal hembra porque de repente salió de él un ser mucho más pequeño. Seguramente acababa de parirlo.

Una de las hembras de calderón común, que también había parido aquella mañana, se le acercó seguida por su cría, que al ser recién nacida permanecía a flote junto a su enorme madre. No tenía el mismo aspecto que su pequeño, aunque, no sabía por qué, le pareció la criatura más hermosa que hubiese visto jamás. Sus aletas estaban mucho más desarrolladas que las de los pequeños de su manada y se movía con flexibilidad como si fuesen tentáculos de pulpo o de calamar, aunque con una gracia muy superior. Su piel era preciosa, negra con unas listas laterales de unos colores tan brillantes como los de un pez payaso, una anémona o una estrella de mar. La cara mostraba unos enormes ojos planos y brillantes.
Su bebé se acercó al extraño recién nacido, que también parecía contento de tenerlo cerca. La hembra de calderón emitió un sonido de aviso para su pequeño. Debía tener cuidado. El extraño ser no parecía peligroso, además su tamaño era muy inferior al de cualquiera de los calderones, pero nunca se sabía. Podía ocurrir que atacara, pese a su escasa envergadura, con algún veneno, como las medusas, o con una descarga eléctrica, como las rayas.
El mar era tan grande, pero tan conocido para aquella manada de cetáceos que la aparición del ser y de su cría, les resultaba a todos de lo más excitante. El grupo al completo se aproximó con curiosidad. Sin poder contener su excitación, tanto los machos como las hembras iniciaron una serie de chillidos, sumergiéndose y emergiendo repetidamente alrededor del gran ser. Los jóvenes, los más nerviosos, mostraban su contento con saltos en el aire y zambullidas sonoras que levantaban enormes círculos de espuma marina.
-¡Rosa, no te alejes del barco! –gritó el patrón desde cubierta.
-¡Son magníficos! –exclamó a modo de respuesta la bióloga.
-¡Sí, pero ten cuidado con ese macho!
En efecto, un gran ejemplar de macho de calderón se había acercado tanto que rozó con la cola el casco de la embarcación que se meció como por efecto de una ola de mar de fondo.
Los pasajeros de la goleta no salían de su asombro y asistían con una mezcla de entusiasmo y temor a la escena.
Cuando habían avistado el grupo de calderones, se había desatado una actividad festiva a bordo.
-¿Os traigo al mejor sitio o no? –preguntó sonriente el patrón.
-Desde luego.
-¡No se puede dudar!
Si se trataba de avistar cetáceos, no podía haber sido más oportuno el encuentro.
-¡Madre mía! –exclamó Rosa sin dejar de observar el panorama tras los gemelos- He empezado a contar y he perdido la cuenta al llegar a treinta.
-Es que, como no paran de moverse, es difícil contar con exactitud, pero desde luego es un grupo numeroso.
-¿Te has fijado? Llevan crías.
-Y muchos jóvenes.
-¡Se acercan! –gritó uno de los turistas.
Todos prepararon sus cámaras digitales y sus tomavistas.
-Ellos sienten tanta curiosidad por nosotros como nosotros por ellos –aseguró el patrón.
-Me pregunto qué creerán que es un barco como éste –dijo uno de los pasajeros.
-No sé, tal vez una especie de divinidad de los mares –apuntó otro.
-Seguramente es así –afirmó el capitán.
Mientras, en el agua, los calderones continuaban nadando alrededor del barco y de la bióloga vestida con neopreno, subyugados por la apariencia de aquellos seres desconocidos que creían divinidades del mar.