domingo, 20 de diciembre de 2009

100. AZUL LAPISLAZUL

Sintió una bocanada de aire frío y entró. ύltima revisión. Tanteó los bolsillos del pantalón, algunos plomos del día anterior dieron pretexto a una inmersión sencilla. Se colocó las gafas y buscó instaneamente la línea de horizonte. La luz, ténue, mofaba las formas para albergarse en contornos mal definidos. El manómetro marcaba 200. Se fraguó paso animado únicamente por la voluntad de avanzar, y se hundió.
Tiró del cabo y éste yació inherte. Plantado. Sin corriente. ¡La azúl !- pensó- sin lugar a dudas. El eco ahogado de los pasillos contrastaba con la voz en off de la megafonía. Sintió un pinchazo salado en el labio y se dijo que esta vez sí. Que aquí el consumo no es cuestión de placer, sino de supervivencia. La humedad, llegada al suelo, se traducía en charcos de carreras y puntualidad. Giró a la izquierda haciendo prueba de ingravidez y se deslizó pendiente abajo tirando del lastre. Inmaginó otras formas, e intentó huir de tautologías, fondos túrbios y reflexiones binarias. Sonrió. Comprobó el tirante de la escalera. Un banco de transeúntes ahuyentados por una razón que desconocía, sin dejar de serle familiar, lo flanqueó de un gesto huidizo.- A grandes males, grandes remedios -exaló- con un poco de suerte, puede que la encuentre en la misma cavidad del martes pasado-. En su retina aún conservaba a vivo la elegancia fatal de aquella mirada en su postura ajena. Hubiera querido acercarse. Quitarse los guantes. Robarle una caricia. Hablarle en una lengua otra.-Sí, con suerte, estaría en la azúl. A menos que derive entre sábanas y café-. Se estabilizó y observó las paredes en busca de vida micróscopica : « 24-M huelga general », « te quiero Marta ». Las burbujas, imantadas por leyes físicas de instinto básico, se agolpaban a lo largo del techo de la galería siguiendo el cauce de un desnivel apenas visible. Orgulloso de experimentar aún su sentido común, tomó la misma dirección sorteando cables sueltos, plásticos huérfanos y otros despropositos medioambientales. De pronto dos grandes óculos de un amarillo naranja se fijaron en su campo de visión.-¡De la aparente afabilidad de la especie ya no queda nada !-. Un mero, hirsuto, gesticulaba sus gruesos labios acercándose sobremanera. ¡ Título de transporte ! Titulado como era, el encuentro sólo confirmó el desencuentro al que están abogadas las relaciones en lugares promiscuos. 100 bares. Un sonido distante, envuelto en una película de silencio, se propagaba desde el fondo. Poco depués, un alboroto de coleteos seguido de una nube opaca de arena dejaba apenas entrever un vendedor clandestino de CD’s recuperando a toda prisa sus crías ante el ataque inminente de dos agentes de seguridad. Un banco de curiosos merodeaba no muy lejos. En ciertos arrecifes, es una escena tan común que suele pasar desapercibida salvo para algún turista.-A primera vista, me voy a quedar con las ganas-. Aleteó de espaldas, los ojos fijos en la columna de agua que debería remontar. Esperó la llegada del pecio. El tiempo estimado era de tres minutos diez.-Paciencia, la primera vez no la viste de golpe. De todas formas, tal vez fue ella quién te vió primero-. En esta zona de la cavidad, la vida se multiplicaba en función del tiempo estimado de llegada del pecio. Si éste aumenta, la vida se aglutina llenando casi por completo la cavidad sin que se produzcan casos científicamente constatados de antropofagia. La selección natural dictamina el derecho de salir del pecio o de instalarse en el mismo. De procurarse un rinconcito. De circular libremente en el interior. Cero minutos cinco segundos. Una onda de agitación colectiva dejaba preveer dos focos alógenos y una columna fantasmagórica de la que emanaba un incencido de neones. Un crujido sordo provocó sendas aperturas en la estructura de las que surgían miles de seres en ebullición y en las que otros se introducían precipitadamente. Alzó la vista pero no alcanzó a verla y haciendo caso omiso de los 50 bares, se deslizó a través de las compuertas. El ambiente, turbio, entorpecía la visibilidad fragmentada en cientos de partículas elementarias. Le resultó difícil no sucumbir a dos morenas alojadas no muy lejos, las fauces abiertas en una actitud de falsa indiferencia. Avanzó con recelo como pidiendo perdón. Más allá, un pejeperro le sacaba los colores a otro mientras que la cabeza de un pez cofre, sentado con un periódico entre las manos, adquiría un volumen perfectamente cuadrado de tanto leer.-No sé que estaría pensando ¡La azúl no es un acuario !.- Y sin embargo, le resultaba difícil asimilar. Borrarla. Confinar aquella mirada a la efemeridad de una inmersión cualquiera. Sumergirla, consigo o sin él, en un profundo olvido lapislázul. El aire del regulador comenzaba a tener un gusto dudoso. Cuando de pronto, una explosión de colores hizo irrupción. Ángeles, trompetas, monjes revoloteaban en una harmoniosa sincronía sacra de fondos pelágicos. Y estaba allí, las alas al viento, grisatrea-transparente, derivando graciosa, aquella quimera, cuya mirada le libró, por la primera vez, el sortilegio azúl de su propio reflejo.