miércoles, 30 de diciembre de 2009

113. LIBERTAD

Siempre me ha encantado sumergirme en una cala cercana a mi casa, la entiendo como un segundo hogar, un espacio donde cada vez que me encuentro sola acudo a sentir el afecto de sus moradores, aunque fuera una profesional de éxito me encontraba sola en un océano de gente desconocida, nunca había podido mantener una relación estable y tenia la sensación de que nadie me entendía, siempre pensé que mi vida fuera del agua era un complemento necesario para poder vivir en ella.
Recuerdo perfectamente el día en que me percaté de su presencia...
Deambulaba por la playa ensimismada en mis pensamientos cuando de pronto, me di cuenta que ya no caminaba sola, una alegre melodía me guiaba, me presenté, descubrí que el propietario del instrumento se llamaba Andrés, era un señor de tez morena y poco pelo, me contó que llevaba en esa misma roca mucho tiempo con su inseparable armónica.
Todas las mañanas al pasear por la playa, Andrés me regalaba una sonrisa y un “buenos días” que despertaban en mi las ganas de volverlo a encontrar la jornada siguiente, empezaba a sentir que algo en mi estaba cambiado día a día.
En el transcurso de nuestras charlas me relató que en el fondo de la bahía descansaba un pecio llamado Libertad y que tenía la virtud de conceder la paz y la felicidad a todo aquel que consiguiera encontrarlo, solo era necesario desear verlo y observar con atención. No le di mucha importancia a este comentario pues había buceado en esas mismas aguas cientos de veces.
Una apacible mañana, aún sin haberme desprendido de todas mi dudas decidí salir en busca del misterioso pecio, sentía que ese día era especial pues el mar estaba completamente en calma, una gran piscina azulada que se difuminaba con el cielo, visión solo interrumpida por el sol que empezaba a despuntar. La brisa marina me llamaba, y sin darme cuenta emprendí mi camino hacia el mar, en un instante mi cabeza desaparece bajo las aguas... es justo en ese momento cuando todo cambia, como por arte de magia aparece ante nosotros un nuevo mundo que aunque siempre está ahí pocos alcanzan a entender.
Seguí paciente las indicaciones de Andrés y me dejé llevar lentamente por la corriente, pude observar en mi recorrido las paredes tapizadas de vida, los diminutos habitantes, hasta el congrio gruñón parecía más cercano que nunca, fue entonces cuando una silueta empezó a dibujarse delante de mi, la proa emergía del azul para dejar paso a unas cuadernas semidesnudas apuntando al cielo, encantada lo recorrí lentamente hasta llegar al castillo de popa que parecía intacto, al asomarme lo entendí todo...
Tanto como el día que encontré a Andrés, recuerdo el día en que dejé de verlo, sobre la roca sólo estaba su armónica, imaginé que habría enfermado y no podía acudir a nuestra cita diaria. Durante un tiempo estuve visitando la playa varias veces al día, parecía que nunca nadie estuvo sentado allí, solo el pequeño instrumento guardado en mi bolsillo me recordaba que no estaba loca.
Pasado el tiempo comprendí mi destino, debía compartir mi secreto con quien estuviera preparado para escuchar, de forma que me senté en la misma piedra que un día ocupara el viejo Andrés y me dispuse a soplar...
Hoy es un día especial, he visto de nuevo a Andrés, y juntos hemos podido observar como otra persona recogía el testigo.
Recuerdo la mañana en que Luís al salir del agua me dijo:
- Hola, buenos días nunca te había visto aquí.

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In memoriam...