miércoles, 30 de diciembre de 2009

114. "EL CAPITAN"

Arrancó los motores y, presa de una ira brutal, no esperó a que estuvieran calientes, los puso en marcha, muy bruscamente, al máximo, todo avante. El barco se incrustó, literalmente se subió en el arrecife. Los corales y la fuerza del impacto hicieron un enorme boquete en la proa, por debajo de la línea de flotación. Aún le dio un par de acelerones más a los enormes motores. Los daños en el casco se multiplicaron. Empezó a hacer agua y rápidamente, escoró. El mar, las olas y el viento hicieron el resto. Dio el tiempo justo para sacar a los clientes y a la tripulación. En cuestión de minutos el Pearl se fue al fondo.

Mi padre fue un hombre justo, sabio, generoso. Mi padre trabajó toda su vida, toda, en la mar. Hasta que tú le despediste, injustamente. Y murió, en pocos meses, murió de pena. Murió porque no podía estar separado del mar. Porque vivía por y para él. Su vida no tenía ya sentido, la tristeza le inundó y le hundió. Se ahogó en su añoranza, y se apagó, triste, solo, alejado injustamente de su mar. Lo menos que pudiste hacer es estar presente en su funeral. Te sirvió dignamente, te dedicó su vida y su sabiduría a cambio de poco. Y tú le pagaste enviándole a casa de una forma indigna, sólo porque tenías que tapar tus errores. Tus lamentables errores. Tu triste realidad. Porque temías que todos supieran que aquel accidente fue culpa tuya. Así que borraste las pruebas, ¿no?. Y eso envolvió a mi padre. Pues este noble barco no merece que tú seas su dueño. Si el capitán Akram no puede llevarlo, nadie lo hará. Se va al fondo, contigo y con tu verdad.

Aquellos chicos sufrieron una pesadilla. Una terrible experiencia que les marcó de por vida, que les enseñó que el mar no se muere, que en el mar se desaparece. Perdidos, a la deriva, flotando en medio de tanta inmensidad, horas, todo aquel día.
Despediste a Adam, el marinero, por ocultar que te fuiste a dormir, y le dejaste solo en el puesto de vigía. Retrasaste deliberadamente la búsqueda con medios alternativos por ahorrarte el dinero de un rescate. No tenías las barcas auxiliares funcionando, y no quisiste pedir ayuda sólo para evitar que los demás barcos supieran que habías perdido un grupo de buceadores. Impediste, a sabiendas de que estabas cometiendo un inmenso error, que mi padre levantara los fondeos y sacara al Pearl para salir a buscar a tu empleado y tus clientes perdidos. Perdiste los primeros momentos de búsqueda, las primeras horas, las más preciosas.
Todo por dinero, por orgullo, por ignorancia.

Pues tienes que saber que todos conocemos la historia, que no te ha servido de nada intentar ocultarla.

Sólo tenías que mostrarle respeto en su funeral. Mi padre lo mereció.