jueves, 31 de diciembre de 2009

123. UNA INMERSIÓN DE INICIACIÓN

Amanece en Puerto Mogán, al sur de Gran Canaria.
Acabamos de sacar el título inicial Open Water, de la escuela PADI de buceo. Hoy realizaremos nuestra primera inmersión con un grupo de buceadores más experimentados. Después de ejercicios en piscina, teoría en el bar de la misma por la tarde, algo de estudio, examen médico y técnico, por fin somos buceadores.

Tengo la misma sensación abdominal de nervios anterior a un examen; aún la conservo y padezco antes de cada inmersión.
Paseo por el buffet de desayuno del hotel sin mucha apetencia ante la impaciencia de sumergirnos una vez más.
Nos llevan a ver un pecio, un barco hundido, que hoy día sirve de arrecife artificial en el que conviven corales y varias especies de peces, crustáceos... , no se encuentra a mucha profundidad, pero algo más de lo que hemos bajado hasta ahora.


Tras picotear algo y encomendarme a todos los santos para que hiciera buena mar, nos dirigimos al centro de buceo. Mi cabeza repasa mentalmente la extraordinaria y calmada sensación de bucear, todo tranquilidad, entremezclándola con mi primer contacto con el mar ”había mar de fondo, la corriente levanta la arena del suelo marino, mis lentillas en el hotel, ¡¿por si acaso?!, no se veía nada a más de 4 ó 5 metros francamente, toda una experiencia. Tuvimos que realizar un ejercicio para simular que habíamos agotado el aire haciendo la señal correspondiente al compañero y él nos facilitaria su regulador de emergencia. Suelto mi regulador, le trasmito la señal a mi compañera quien parece no enterarse de nada y se queda mirando al instructor como preguntando ¿acaso me toca a mí hacer algo? literalmente, me lanzo a su pecho para coger el regulador de emergencia, es fácil de localizar porque es amarillo al efecto, y con los nervios de pensar "no me da aire", se me olvida purgarlo, (lleva un sistema de vaciado a presión que se me olvida presionar), aspiro, bocanada de mar, trago, purgo y pienso, "o lo que sigue es aire, o yo tragarme el mar completo, no puedo"; mi monitor se da cuenta, pero me deja para ver cómo reacciono, lo hago bien. Si estamos en tierra la mato”.
Hoy tampoco las llevo, las lentillas, pero bien aprendido “purgar, antes que aspirar”.
Nos realizan un pequeño “briefing”, donde se resume el recorrido de la inmersión, qué veremos y los animales que podremos encontrar por ser habituales en la zona. El desarrollo de nuestra actividad no debería afectar al medio, no tocar, otra lección aprendida, tras otra inmersión. Ese día vi algo rojizo que me llamaba la atención en el fondo, y allí voy, a tocar, recuerdo una foto de algo así como un gusano, sí gusano de fuego, que nos enseñaron como “peligroso”, un animal vistoso y venenoso, solté aquello enseguida y salí inmediatamente hacia otro lado simulando que nada hubiera pasado al ver a mi compañero entretenido tras una sepia. Al finalizar la inmersión mi instructor me preguntó que qué tal lo había pasado jugando con una pata de cangrejo.

Cogemos el equipo, la botella llena pesa lo suyo, y yo más bien poco. Durante la realización del curso en el camino del centro de buceo a la pasarela del hotel de acceso directo al mar, a unos 20m., pude caer de bruces en más de una ocasión. Me costaba levantar los pies del suelo, subí uno escasamente, y doblándose la parte delantera de la chancleta hacia el talón, pisé sobre ella…, gracias a mi compañero, pendiente, que me agarró cuando tenía ya cerca el suelo. Y es que en esto siempre hay que llevar y tener un buen compañero, el mío siempre bucea unos metros por encima para tener mayor control visual, yo más cerca del fondo, si es posible, me da más sensación de seguridad.

Vamos con el equipo caminando hasta la zona del puerto, muy cerca del centro de buceo. Subimos todos a la lancha neumática que hay esperándonos, equipada con soportes y enganches para el adecuado transporte del material. El patrón y el resto de compañeros parecen muy simpáticos. En el grupo viene también un alemán con su mujer, ella no puede bajar por un problema temporal de oídos y se conforma con realizar snorkel en la zona; nos envidia, me siento bien, aunque tensa, chapurreo en inglés para olvidar los nervios y repaso la rutina aún no adquirida, cerrar la botella, durante el trayecto, accidentalmente podría pulsarse el regulador, perdiéndose el aire y dando por finalizada la inmersión sin comenzar, colocar bien el pelo para que no moleste en la cara, y otras rutinas genéricas y personales. Enfundados en nuestros neoprenos partimos rumbo a la zona de inmersión, mi compañero suele marearse, así que en cuanto estamos en la zona se tira por la borda ya que si no hay mucho oleaje se siente mejor dentro del agua. Nos montamos el equipo, afortunadamente esta vez bajaremos por un cabo que va de la embarcación al fondo, el neopreno tiende a flotar y me cuesta más sumergirme sin una guía de referencia, cuando lo practicamos durante el curso mis compañeros abajo y yo cual cucaracha panza arriba intentando que me pesara más el culo o tener más plomos, o más paciencia, madre de muchas ciencias. Bajan primero el grupo de experimentados y luego nuestro instructor con mi pareja, otra chica y yo. Comienza nuestro descenso, vamos bajando por el cabo compensando los oídos para habituarlos a la presión ejercida por el agua, voy bien, vamos bien, nos miramos y hacemos la seña de todo OK, mi compañero me guiña el ojo. En el hermoso silencio del mundo submarino se acompasan los sonidos de nuestras burbujas con ritmo de una respiración normal y tranquila. Queremos que la experiencia sea buena y duradera, y eso depende en parte de nuestro propio autocontrol respiratorio. Se distinguen sonidos propios del océano, lleno de vida, similar al sonido de una aspirina de efervescencia ralentizada, tan agradable, respirar, tranquilidad. Antes nos han advertido de que si oímos motores tengamos cuidado, existe un submarino para que los turistas vean el fondo, el barco, y a nosotros, como una atracción más, ¡pero si cualquier animal acuático se desenvuelve mejor…!
De repente la otra chica, rota su muñeca de derecha a izquierda con la mano extendida y la palma hacia abajo en señal de problema, se señala el entrecejo, el instructor no entiende lo que le quiere trasmitir, la sube unos metros y nos indica si nosotros estamos bien, que esperemos. Entre ellos se hacen señas, yo espero algo ansiosa por no poder ayudar y por no saber si se acabó la inmersión por ese día. Resulta que se le olvidó descompensar las gafas y si no soplas por la nariz para igualar presiones, el aire de la gafa se comprime y succiona la cara, normal que le hiciera daño, mi instructor le separa la gafa de la cara, se la llena de agua, ella la vacía soplando por la nariz, volvemos a estar todos OK. Hemos perdido algo de tiempo, no veremos más que una parte del barco, se encuentra fragmentado en dos y una parte dista de la otra.

Por fin, nos movemos, el grupo avanzadilla se encuentra situado frente a la popa del barco, nunca olvidaré la imagen de los cuatro buceadores, como suspendidos, en vertical, todos trasmiten felicidad, reconozco al alemán por su neopreno azul chillón y su capucha, haciendo una fotos, durante el trayecto en barca me agobiaba un poco ser tanta gente, pero abajo se ve que sitio hay para todos, en el inmenso azul. Uno de los guías tiene un pulpo pequeño en sus manos, me acerco a verlo, al intentar escabullirse buscando la oscuridad se le mete entre el chaleco, mi instructor le ayuda a sacárselo, sacar el pulpo y volver a ponérselo, parecemos espectadores viendo un espectáculo. Nuestro guía nos señala que lo acompañemos, encuentra un cangrejo araña que vive en el barco y lo deposita sobre mi mano extendida, al ir a dejarlo en su casa le pellizca con una pequeña tenaza un dedo, si es que no hay que tocar... Seguimos rodeando el barco por la parte opuesta al otro grupo y me señalan algo amarillo digo esto que es, unos corales, ¿gorgonias? me aproximo y se mueven, y se mueven justo como el banco de peces de la película de Disney “Buscando a Nemo”, creo recordar que nos dijeron que eran roncadores, porque al sacarles del agua realizan un sonido similar al ronquido. Juego con ellos, o ellos conmigo, me río porque para mi era una planta y son muchos peces moviéndose con una armonía de conjunto envidiable, intento sin éxito separarlos pasando a través de ellos.
Cojo confianza e intento bucear panza arriba, he visto a los expertos moverse y desenvolverse realmente bien y allá que voy, aleteo un poco, me desplazo, me siento feliz haciendo burbujas y viendo como suben a la superficie. Desde luego lo mío es la cucaracha, unas veces porque no bajo, otras porque lo hago demasiado, mi botella pega contra el suelo asustándome un poco pero a la señal de mi instructor únicamente puedo decir que estoy OK y reírme, realmente estoy disfrutando.

Como aún no controlamos completamente la flotabilidad y voy con bastante peso y bastante cerca del suelo mi instructor pone un poco de aire en mi chaleco, otras veces ya lo había hecho, pero esta vez tengo la mala fortuna de que es demasiado y asciendo, cuando intento sacarlo ya es demasiado tarde, de la horizontal he pasado a la vertical, no debo aletear sino quiero subir, me quedo inmóvil, con cara de pánico y hago un gesto de hasta luego, sigo asciendo, me agarran por los tobillos y me bajan señalándome que vuelva a compensar, susto.
Para distraer nuestra atención nos movemos otra vez hacia una parte del barco por la que nuestro guía se mete. Busco a mi pareja y no le veo, como suele estar a otro nivel más arriba aparte de mirar a ambos lados, miro en todas las direcciones y dimensiones, reconozco el final de sus aletas por el hueco dónde había pasado el instructor, pensaba "por favor, que acabo de tener un susto, y que me da miedo meterme ahí dentro, ¡no quiero!", pero, o pasaba, o, aparentemente, me quedaba sola. Le echo valor, junto los brazos al cuerpo para no tocar nada y paso rápido, era como un pasillo metálico con salida al otro lado y allí estaban esperándome, ¡que alivio!.

Tras todas estas peripecias hemos consumido la mayor parte del aire, tenemos que volver. Para finalizar, me marcan un mero, al parecer enorme, bajo el barco, que no logro ver y desisto en el empeño. Nos queda poco aire, nos agarramos al cabo y subimos lentamente. Durante la parada de seguridad, pienso que es todo por hoy y siento nostalgia. Volvemos comentando la inmersión y al parecer todos hemos disfrutado de ella, nos sentimos satisfechos, nuestra compañera con los ojos morados como si le hubieran dado un par de puñetazos pero con la lección, compensar las gafas, aprendida.

Regreso al hotel pensando, definitivamente, que ha merecido la pena, toda una experiencia. Paseo por el buffet de almuerzo con impaciencia por hincar el diente sobre la mezcla de alimentos que voy recopilando en mi plato. Mientras pienso en que el miedo sólo te limita, qué importante es no perder el respeto por un deporte de riesgo y en las satisfacciones que produce.

A día de hoy en mi cuaderno de inmersiones figuran unas cuantas más, he disfrutado buceando con tiburones, tortugas, peces loro de diferentes tamaños y colores, peces ángel, mantas raya, he visto peces flauta, corales de mil formas y colores, langostas, sepias, estrellas de mar y he aprendido acerca de comportamientos animales, aplicables incluso a nosotros mismos. Bajo el mar existe un mundo maravilloso y la actividad de conocerlo permite aprender a conocerse y controlarse.. La consigna “Stop, Think and Act” (Para, Piensa y Actúa), la aplico a mi vida y si por un momento siento ansiedad, pienso en el mar y me relajo para poder disfrutar.

Anochece en Tetuán un barrio de Madrid.