miércoles, 9 de diciembre de 2009

95. UN GRAN ENCUENTRO.

Geógrafo de profesión, las circunstancias de la vida lo habían llevado a elegir un destino a 1500km de su ciudad natal y a cambiar su trabajo terrestre, corrigiendo y diseñando mapas por uno un poco más húmedo, en el fondo del mar, trabajando como buzo pescador artesanal de mariscos; un trabajo duro pero que daba la oportunidad de vivir increíbles experiencias.
Los atardeceres eran el mejor momento del día. El acantilado casi sin vegetación era el hábitat de una nutrida colonia de cormoranes imperiales que, a esa hora de la tarde, aprovechaban los últimos rayos de sol para terminar de secar las plumas después de muchas inmersiones en busca de alimento. Las nubes, casi siempre presentes, y la incidencia de la luz solar sobre ellas hacían que el cielo estallara en rojos, naranjas y amarillos al principio de la puesta, pasando más tarde por toda una gama de violetas, rosas y grises. Mientras los colores desfilaban por el cielo a medida que el astro se acercaba al horizonte, el agua del mar cambiaba su tonalidad al compás, igual que un compañero de baile. La playa con la arena aún húmeda después que bajara la marea, formaba un gran espejo donde se reflejaban todas las tonalidades. El mar con las últimas luces parecía una gigantesca lámina de plata. Las gaviotas planeando contra el viento o caminando sobre la arena en busca de algún cangrejo, el arrullo de las olas rompiendo sin cesar y los ronquidos de las ballenas que nadaban cercanas a la costa, completaban el espectáculo crepuscular. Cada atardecer era diferente, pero siempre maravilloso. Mientras el negro empujaba al radiante colorido anunciando el final del día, y uno comenzaba a añorar el próximo atardecer, el gigantesco telón oscuro daba paso a otra maravilla, el cielo nocturno, en todo su esplendor. Tan lejos de la civilización, sin contaminación lumínica, el cielo era un muestrario de estrellas. Pegasus, Orion, La cruz del Sur, La Osa Mayor, una constelación tras otras aparecían para dar las buenas noches, aunque, a pesar del cansancio, uno nunca tenía ganas de irse a dormir.
- Vamos Fernando ya es hora de descansar. Mañana debemos levantarnos a las seis o no llegaremos primero-
- Ya voy. Solo unos minutos más. Este cielo es un espectáculo y además ¡es gratis!
Media hora después estaba profundamente dormido. La jornada de trabajo había sido larga. Junto a dos marineros y otro buzo, formaban un buen equipo.
Para conseguir las cholgas, vieyras o almejas, debían sumergirse en las aguas frías del Atlántico a veces hasta 20 metros de profundidad. Gracias a un narguil, una manguera unida a un compresor que funcionaba sin parar en la barca brindando aire comprimido, los buzos podían estar bajo el agua varias horas seguidas sin necesidad de subir. Una especie de bolsa realizada con red, que al final poseía un aro de metal, colgaba de sus cuellos. Así, al tener las manos libres, podían recoger los mariscos con rapidez y efectividad.
Pero pescar artesanalmente a 120 km. de cualquier pueblo y sin la más mínima infraestructura no era fácil. Todos los días debían tirar las barcas al mar y al finalizar la jornada, retirarlas. Realizaban este trabajo con un potente tractor, ya que la enorme diferencia de mareas no justificaba la construcción de ningún tipo de muelle. Uno podía levantarse, caminar unos 30 metros y poner los pies en el agua, pero seis horas después para realizar la misma acción, habría que recorrer una playa de más de 200m. Era casi surrealista…Maniobrar con el tractor en la arena húmeda, tampoco era tarea fácil, y aquel día el equipo lo comprobaría.
Después de organizar todo, tomar un suculento desayuno y enfundarse en los trajes de neoprene, los buzos introdujeron la lancha en el mar con la ayuda del tractor y salieron a trabajar, como todos los días.
Seis horas más tarde el equipo regresaba. El viaje de vuelta había sido muy tranquilo. El mar estaba calmo. Un grupo de orcas se acercó a la lancha y la escoltó durante algunos minutos. Eran unos animales majestuosos. Fernando pudo divisar a “Des”, un macho cuya aleta presentaba una muesca que lo hacía fácilmente identificable.
Al llegar al campamento Juan saltó de la barca y corrió en busca del tractor. Lo arrancó, movió la palanca de cambios hasta la primera posición y entonces se dio cuenta. No pudo moverlo. Inspiró profundamente como elevando una plegaria para que el pesado armatoste dejara su letargo y cumpliera su misión, pero este se encontraba firmemente atascado.
La arena donde lo habían aparcado seis horas antes no era tal. Estaban sobre un área arcillosa. La enorme rueda delantera se había enterrado con el peso del tractor y el paso de las horas, pero lo peor estaba por venir. En menos de una hora la marea llegaría donde estaba el tractor y comenzaría a cubrirlo…
Juan gritó a sus compañeros que al levantar la vista comprendieron lo que sucedía. Salieron corriendo al campamento en busca de ayuda, pero estaba casi desierto. La gran mayoría de los hombres se encontraban aun en el agua. Solo un buzo que estaba muy resfriado para sumergirse y un cocinero acudieron al llamado.
Pronto todos estaban analizando la situación. No podían acercar los otros tractores ya que la arcilla húmeda y floja era una trampa. Intentaron tirar con cuerdas, con tablas, empujando. Lo intentaron todo pero el tractor no quería dejar su lecho. Una hora y media después el agua llegaba a sus tobillos y se resignaron. No podrían sacarlo de esa forma.
Fernando comenzó a caminar de un lado a otro y a pensar, mientras veía como el mar avanzaba inexorablemente cubriendo a la máquina.
La única manera de liberar el tractor sería reflotándolo, pero para ello necesitarían muchos “parachutes”, unos aparatos específicos para reflotamiento, que ellos no poseían y que eran caros y difíciles de conseguir en la zona. Siguió caminando y pensando. Distraído, se llevó por delante un barril de 200 litros de plástico que utilizaban para almacenar agua, y entonces tuvo la idea.
-¡Eso es! -gritó- ¡Los barriles! Tenemos que ir a la ciudad a buscar barriles vacíos.-

Alrededor de las seis de la tarde estaba completamente sumergido. Había casi un metro de agua desde el techo de la cabina hasta la superficie del mar. Hasta una ballena con su ballenato se acercaron hasta la zona del “hundimiento” a reconocer una nueva y extraña bestia marina.
-Lo único que nos faltaba que golpeen el tractor y lo inutilicen del todo!-
Esa noche no pudo disfrutar del cielo nocturno. Viajaron a la ciudad en busca de los elementos necesarios para el salvamento.
La mañana siguiente se sintió raro. Algo diferente iba a suceder. Supuso que el nerviosismo de la noche anterior y la falta de sueño le estaban pasando factura e hizo caso omiso a su presentimiento…
Al llegar al campamento organizaron todos los elementos, acondicionaron todo el equipo, y cargaron la lancha. Debían esperar a que la marea cubriera nuevamente el tractor. .. Esa tarde habría marea extraordinaria lo que al menos facilitaría la tarea de los buceadores.
A lo lejos una enorme ballena había salido a respirar. Fernando miró hacia el mar -Hoy no te acerques- le grito al enorme animal - Ya será bastante complicado colocar todos esos barriles para que además tengamos que evitar treinta toneladas de curiosidad!- La ballena volvió a respirar, y mientras se sumergía mostró su enorme cola.

El plan era sencillo aunque demandaría tiempo y mucho esfuerzo. Cuando la marea estuviese alta, tirarían al agua, uno a uno, los enormes toneles vacíos que habían cargado en la lancha. Al llenarlos de agua se hundirían fácilmente. Una vez abajo, los engancharían al tractor formando un racimo alrededor de las ruedas y los llenarían de aire. De esta manera, en algún momento, el aire despegaría el tractor del fondo y este quedaría flotando. Lo remolcarían a un área segura y una vez allí, lo sacarían del agua, con otro tractor.

Al mediodía la marea estaba casi llegando a su máxima altura y se pusieron en marcha. Ningún tripulante de la “Nanaia” se imaginó un encuentro como el que tendría lugar.
Fernando y Julián iniciaron la inmersión para inspeccionar los mejores lugares donde atar los barriles. Provistos con los tubos de aire comprimido, descendieron y en menos de diez minutos localizaron los emplazamientos correctos. Subieron y cambiaron los tubos por el narguil, ya que deberían estar mucho tiempo sumergidos.
Mientras llenaban el primer barril de aire una gran sombra pasó sobre ellos. Una ballena hembra y su ballenato nadaban a toda velocidad.
-Qué extraño- pensó Fernando.-Seguramente con tanto jaleo las hemos asustado. El primer bidón se llenó y comenzó a flotar igual que un globo atado a la muñeca de un niño. Era muy gracioso verlo y el buzo se imaginó cual sería el aspecto general cuando estuviesen todos los toneles llenos de aire y el tractor empezará a soltarse y a flotar. Se lamentó por no tener una cámara subacuática para filmar la ocasión.
Media hora después comenzó a escuchar los característicos chirridos de los delfines. -Oh, oh.-pensó. -Comenzarán a dar vueltas y tanta curiosidad entorpecerá el trabajo. Sin embargo los delfines pasaron raudamente, sin detenerse. Una mueca de desconcierto invadió la cara del buzo. Trabó la manguera dentro del tonel que estaba llenando, y subió a la superficie.
- Eh, Juan, ¿has visto algo raro?- Gritó al marinero que estaba en cubierta atento al compresor que les suministraba el aire. -Solo unos delfines saltando. Pasaron a toda velocidad al lado de la lancha. Por lo demás está todo muy tranquilo. ¿Como van por ahí abajo?
- Bien. Sin problemas.
En ese momento cientos de burbujas comenzaron a rodear al buzo.
- El barril debe estar repleto. Me voy abajo. Si sucede algo y me quieres avisar, corta el suministro de aire de la manguera que llena los toneles.
- ¡De acuerdo!- gritó el marinero mientras se volvía a sentar al calor del sol y el vaivén de las suaves ondas. Los hombres de a bordo por ahora no tenían mucho que hacer. El compresor suministraba el aire correctamente, y solo debían esperar las indicaciones de los buzos para tirar otro tambor al agua. El mar estaba muy tranquilo, casi sin olas y los otros equipos estaban tan alejados de la costa que no se veía a nadie alrededor, excepto algún cormorán pescando.

Ambos buzos eran expertos profesionales, por esa razón cuando Fernando vió el cuchillo de su compañero caer hasta el fondo se sorprendió. Miró hacia arriba pero no lo vió. De pronto sintió un pellizco muy fuerte en su brazo. Giró y solo pudo ver un par de aletas moviéndose a toda velocidad al interior de la cabina del tractor sumergido.
-¿¡Pero que pasa!?- se preguntó. Miró a su compañero. Con los ojos casi saliéndose de la máscara, Julián le indicaba que fuese hacia donde él estaba.
Fernando no lo pensó, confiaba en su amigo. Nadó rápidamente hacia la cabina pero no pudo evitar girar la cabeza. Entonces la vió…

Una enorme orca se acercaba lentamente. Los vidrios de la cabina del tractor se habían roto con el movimiento y la presión del agua y pudieron introducirse en ella sin problemas, aunque debieron encoger las piernas para poder meter las aletas dentro. Sin prisa alguna el delfín comenzó a nadar alrededor de los amigos. Los dos hombres no dejaron de observar al animal y la orca les devolvía la mirada. Pasó por encima de la cabina y Fernando pudo comprobar que se trataba de una hembra. Era enorme y hermosa. Mediría unos seis metros de largo. Tenía una muesca en la aleta dorsal, y una pequeña mancha blanca con forma de ese casi en el nacimiento de la misma. Los rayos del sol que penetraban en el agua hacían que el blanco de sus manchas fuese muy intenso y la excelente visibilidad les permitía ver con total nitidez el ojo del enorme animal que no dejaba de escudriñarles. Nadaba con majestuosidad y elegancia.
Los buzos no estaban seguros sobre que hacer. No parecía agresiva, más bien curiosa. Fernando pensó en que quizás le daría tiempo para salir a superficie, pero no pudo evitar imaginar a la orca desgarrándole una pierna mientras intentaba el escape. Prefirió el abrigo de la cabina. En la superficie, el marinero cortó el suministro de la manguera de aire que usaban los buzos para llenar los barriles. Les indicaba a los compañeros que emergieran, pero los buzos no saldrían de su escondrijo hasta ver alejarse a su nueva compañera.
De repente la orca dejó de dar círculos y se alejó. Cuando ya no pudieron verla salieron a la superficie a toda velocidad.
-¡La habéis visto! ¿Dónde está?-
-Se ha ido hacia el oeste. La aleta casi no se ve. Está lejos. ¿Qué hizo?
-Pues nada en particular. Solo dar vueltas a nuestro alrededor. Nos escondimos en la cabina. ¿Estaba sola?
-Sí. No se ven más. Algo la debe haber distraído y se habrá separado del grupo. Si vuelve a aparecer os avisaremos cortando el flujo del aire.
-De acuerdo-.
Fernando y Julián volvieron a sumergirse y siguieron trabajando. El tractor ya tenía unos veinte barriles repletos de aire atados a sus ruedas y ofrecía una imagen bastante cómica con todos esos “racimos” . Los dos hombres no trabajaban muy tranquilos y observaban el agua a cada momento en busca de alguna sombra.
La segunda vez que se acercó la orca fue Fernando quien la vió venir y le avisó a Julián. Ambos nadaron hacia la cabina. El enorme delfín negro y blanco comenzó a nadar alrededor con mucha suavidad, sin rozar ni al tractor, ni a los tambores. De repente dejó de nadar y se quedó mirando uno de los barriles, acercó su hocico y lo empujó. El barril se balanceó y el animal volvió a empujarlo con suavidad. ¡Estaba jugando! Luego dio otro par de vueltas, se acercó a la cabina y miró a los buzos. Unos segundos más tarde las burbujas dejaron de salir. El flujo de aire había sido cortado desde superficie. La orca dio una vuelta más y luego siguió nadando hasta desaparecer. Solo entonces emergieron.
- Ya se ha ido. Quizás no vuelva. ¿Os falta mucho?
- No, ya queda poco, creo que con dos o tres barriles más saldrá a flote.

Hundieron los barriles que necesitaban y una vez enganchados estratégicamente comenzaron a llenarlos de aire. Uno de estos se enredó y quedó mal acomodado, entonces los dos buzos comenzaron a tratar de desenredarlo. Estaban muy concentrados en su trabajo y no se dieron cuenta de la gran presencia hasta que ya era tarde. Al girar la cabeza la enorme orca los estaba observando…

Sin embargo está vez Fernando no sintió miedo. La orca no era más que un delfín, solo que un poco más grande. Estaba acostumbrado a jugar con los delfines que siempre lo visitaban mientras pescaba. Jamás había escuchado a nadie decir que fuesen agresivas y ellos no representaban ninguna amenaza para el animal. De hecho recordó que un jóven naturalista había tocado el morro de una orca salvaje, en una bahía muy cercana. Entonces lo intentó. Muy lentamente estiró su brazo hacia delante. Para su sorpresa el animal acercó el morro y permitió el contacto. Julián no podía creer lo que veía. De pronto la manguera secundaria dejó de producir burbujas. El marinero había cerrado nuevamente el suministro de aire.
Un momento más tarde la orca giró y se alejó. Los buzos se miraron maravillados. No hacía falta hablar. Sus caras reflejaban a la vez perplejidad y felicidad.
Inmediatamente salieron a superficie. Mientras aún estaban en el agua escucharon la conversación de a bordo.
-Te lo dije. ¡Me debes 100 euros!-
-Es increíble. Si no lo veo no lo creo
-Quien lo hubiese dicho. Si abríamos el grifo provocando burbujas, se acercaba y cuando cerrábamos se alejaba. Entonces tenías razón. ¡Eran las burbujas!
Fernando no podía creer lo que escuchaba.
-¿Habéis estado jugando con un carnívoro de 5 toneladas mientras nosotros estábamos debajo?-
Mientras regañaba a sus compañeros sintieron un ruido. El tractor comenzó a despegarse de su trampa y pronto lo vieron flotando. Lo remolcaron hasta la costa y pudieron sacarlo a la playa. En menos de 15 días habían limpiado el motor y estaba nuevamente funcionando, pero Fernando no volvió a trabajar como pescador.
Un equipo de National Geographic estaba filmando un documental sobre las orcas de Península Valdés, y necesitaban un buzo experimentado para las tomas subacuáticas. Enterados de su encuentro decidieron llamarle. Un mes después de aquel maravilloso encuentro, volvió a ver a su amiga mientras cazaba lobos marinos en la costa, y tuvo el placer de filmarla y “hacerla famosa”.